sábado, 28 de junio de 2008

La cita

Lupe salió de casa con el abrigo de diario y la cara lavada. Ese día se había levantado temprano, había barrido la casa, limpiado el polvo, fregado el suelo y le había preparado el desayuno a Bruno como todas las mañanas desde hacía 7 años. Lo único excepcional era que se había tomado el día libre en el trabajo. Todo lo demás en su vida respondía siempre a la misma pesada rutina, una rutina enganchada a su piel.
Caminó con paso lento y tedioso hasta la parada del autobús y cogió el primero que pasó camino al centro de la ciudad. Validó su billete y se sentó en el primer asiento que vio libre, al lado de una mujer. La miró y vio que estaba embarazada, de unos 7 meses. Lupe bajó la vista y su mirada se llenó de una mezcla entre tristeza, desolación y delirio.

Llegó al bar en el que había quedado a eso de las 10 de la mañana. Allí estaba ya Mara, con los ojos hinchados de haber dormido poco, pero perfectamente maquillada y vestida con una blusa que transparentaba su sujetador, falda corta y zapatos de tacón. De su silla colgaba un brillante y colorido abrigo verde. Lupe miró a su amiga con cara de aversión. Se sentó enfrente suyo, en la mesa cuadrada, y pidió un café solo. Mara la miró con frialdad.

- Sé lo que vas a decirme, Lupe, pero la decisión está tomada.
- No puedes hacerlo, Mara, no es justo.
- ¿Qué no es justo? ¿No es justo para quien?
- Ni para el niño ni para el padre.
- ¿Para ese desgraciado? El niño es mío y solo mío, Lupe, que te quede bien claro.
- Se necesitan dos para concebir un hijo. Tú sola no hubieras podido.
- Por favor, Lupe, le conocí una noche en un bar. Seguro que ni siquiera se acuerda de mi nombre.
- Aún así tiene derecho a…
- ¡Lupe!

El chillido de su amiga la sobresaltó. Lupe sintió como sus ojos se llenaban de lágrimas. Aún así se contuvo. Mara dio un sorbo a su café y sacó su pitillera para encenderse el cigarro. Lupe la miró de nuevo con decepción en su rostro:

- No deberías fumar en tu estado.
- Veo que sigues empeñada en amargarme el día. ¿Qué demonios quieres, Lupe? ¿Qué pretendes con esta actitud?
- Quiero proponerte un trato. Ten el niño. Bruno y yo nos haremos cargo de él. Lo adoptaremos. Mara, necesitamos ese niño. Desde lo de mi cáncer sabes que todo ha ido mal. Era la ilusión de Bruno, Mara, y no podemos adoptar. Por mi depresión, ya sabes. Y nuestro sueldo no nos da para comprar un niño. No podemos, ya lo sabes. Y tú quieres abortar… no lo hagas, Mara, no lo hagas… por favor…

Lupe empezó a llorar, tristemente, frustradamente. Mara encendió el cigarro y dando una larga calada, cruzó las manos sobre la mesa. En su reloj marcaban las 10 y 10.

- Lupe, ese no es mi problema. Tengo cita programada y en dos días todo se acabará. No voy a pasar por esto ni por ti ni por nadie. Sí, con lo de tu cáncer todos lo pasamos mal. Bruno, tus padres, tus amigos… todos! Pero no me pidas eso porque no lo estoy dispuesta a hacer.

Entonces, la cara de Lupe cambió por completo. Sus ojos se volvieron fuego, si mirada ira y su cara se desencajó en un instante. Como poseída por el demonio, se lanzó sobre su amiga chillando:

- ¡No lo vas a hacer, perra, no vas a matarlo! ¡Antes, te mato yo a ti, te mato!

Y en menos de un segundo, Mara cayó al suelo, con unas tijeras de costura clavadas en el cuello, sangrando a borbotones. Con la blusa transparente manchada de sangre y los ojos sorprendidos de quien no espera recibir semejante puñalada.

Fotos de la fiesta fin de curso














jueves, 26 de junio de 2008

Objetivamente

Sentí tres impactos, secos; que me hicieron caer de rodillas. Justo después un frío intenso recorrió mi cuerpo. Le mire a los ojos buscando una respuesta, un motivo del porque ha descargado su ira, y revolver contra de mi. No hubo respuesta a mi pregunta.

Habían pasado casi quince minutos desde que había entrado a por preservativos en esta farmacia, tal vez si me hubiera decidido rápido por cual, no me hubiera pasado esto. Ana, mi novia, estaba decidida a perder su virginidad conmigo, y quería estar más que listo. “¡Mierda como duele!¡Estoy sudando a chorros!” Ana la de los ojos verdes, la de la boquita dulce y las tetas firmes”.

Mis padres no estarían en casa este fin de semana, y ya tenía todo pensado, iría a por ella y nos iríamos a casa, le quitaría ese vestidito rosa, corto y ceñido, que se que se pondría para provocarme y me subiría a ella despacio sobre la cama. “¡Me falta el aliento! ¡Prefiero no seguir imaginándomela! ¡No tiene sentido lo que me esta pasando tío! ¡Tan solo tengo 17 años joder!” La chica de la caja se acerca, me pregunta algo que no logró entender. Sale de nuevo pitando esta vez hacia el teléfono. ¡Ana coño! ¡Quiero vivir para follármela! Empiezo a toser muy fuerte y duele. Un chorro de sangre me corre por el costado y va dibujando un charco inmenso a mi lado. Trato de moverme y no puedo, siento como una fuerza extraña me presiona contra el suelo, me voy, trato de extender los brazos y no los siento, cierro los ojos para concentrar mis fuerzas en ello y antes de irme totalmente solo alcanzo a apretar el puño.

__

Aprieto el puño, pensando en la rabia que me da que Carlos no llame a su hijo. Trabajar de dependienta en esta cutre farmacia no me da para mantenerlo. ¿Dios mío que voy a hacer? Mientras estoy perdida en mis pensamientos entra un chico que se ve nervioso ¡que será lo que quiere! ¡Ya estoy a punto de cerrar!

Suena el teléfono, es el, empezamos a discutir, porque ya no hablamos; discutimos, le grite que su hijo necesita de cosas, que estaba harta de que solo viniera a verle cuando le diera la gana y solo para hablarle mal de mi, mire alrededor, el chico seguía rondando por allí.

¿Qué te vas? ¿A dónde coño te vas? ¡Ahora si es verdad que no contaré contigo para nada! Miro hacia la puerta, entra otro tío, muy alto y desaliñado, no alcanzo a pillar lo que me dice Carlos, le digo que lo mejor en definitiva es que se fuera a otra ciudad, y que se llevara a esa zorra con el, que tanto daño nos había hecho y colgué, dejándolo sin habla. Miro hacia los pasillos, no veo a ninguno de los tipos cerca, me apoyo en la caja, respiro y contengo mis lágrimas. De pronto tengo a ese último tío frente a mí, grita fuerte que le diera el dinero y yo no se como actuar, tengo mucho miedo. Abro la caja registradora por instinto, y cuando estoy tomando el dinero, escucho que decía hacia el chico ¿Quién coño eres tu y de donde saliste? Y acto seguido dispara tres veces contra el. Me quedo de piedra, pongo el dinero sobre la mesa y me agacho rápidamente debajo del mostrador. Espero unos minutos y me levanto, el dinero ya no esta allí y el chico esta tirado sobre el suelo. Corro hacia el y le pregunto ¿Te encuentras bien? Me mira con ojos acuosos sin decir nada y me devuelvo hacia el teléfono para llamar a una ambulancia. Mientras espero que cojan el teléfono, me pregunto a mi misma, muy bajito, casi en susurro, ¿Qué porque coño no era el Carlos quien recibía esos tiros?

__

¡A tiros si es necesario, pero necesito dinero para comprarme la coca! ¡Joder! ¡Mi cuerpo me lo pide! ¡No puedo resistirlo! Voy caminando rápido, muy rápido por las calles de esta cochina ciudad, mirando hacia los lados intentando ver donde está mi oportunidad. Hace años que estoy en esto, ya estoy podrido por dentro. He vendido mi cuerpo, he robado para conseguir drogas. ¡He hecho de todo menos matar! ¡Siempre me han dicho que soy un cagao!

Desde que empecé con un porro, no he sabido parar, me he metido de todo y lo he perdido todo también, a mi familia y mis amigos. Mi madre, que tanto la quería, desde aquel día que la golpee, al verme descubierto robándole sus joyas, no la he vuelto a ver.

Estoy en una calle oscura. El sudor me corre por la frente y el pecho, siento la boca seca y me late el corazón a mil. ¡Mierda! ¡Mierda! Esto tiene que parar, necesito la pasta YA! Hay una farmacia en la esquina, miro a través del cristal, hay una chica, baja y gorda, esta al teléfono y parece una presa fácil. Acaricio la pistola, con este mono que me esta matando pierdo cualquier miedo ¿Qué coño miedo? Tengo que pincharme, conseguir por lo menos para un viaje.

Entro decidido, parecía sola, me detengo en una estantería para disimular ya que ha volteado a verme, no tardo casi nada y cuelga violentamente el teléfono después de lo que se supone es una discusión con alguien. ¡Este es el momento! ¡Se apoya contra repisa! Voy hacia ella y saco la pistola, me tiemblan las manos, me pesa entre los dedos pero le grito con fuerza ¡Dame la pasta ahora! Mientras abre la caja, una sombra aparece a mi derecha, es un tío alto y moreno, me giro hacia el ¿Quién coño eres tu y de donde saliste? alcanzo a decirle, y sin pensarlo le disparo tres veces, cae de rodillas frente a mi, me mira fijamente, como si quisiera preguntarme algo. Miro hacia la caja, el dinero esta sobre el mostrador y la chica ha desaparecido. Tomo el dinero y corro hacia la puerta, giro en la esquina y corro dos o tres cuadras. Logro entrar en un callejón, camino hacia el fondo, me recuesto en la pared y trato de respirar lentamente. Sigo con el arma en la mano, y me doy cuenta que ya no pesa tanto, tengo la pasta en la otra. ¡Fue fácil! ¡Demasiado fácil! ¡He matado a alguien! Me robe una vida, en tres disparos. Ya había tocado el fondo, ya no era un cagao.

martes, 24 de junio de 2008

HIELO

Aire.Buceo.Busco.Miro.
Miro.Busco. ¡Pez!
3...2...1... ¡ya!
Velocidad.Virage.Velocidad.Virage.
Arriba,abajo,izquierda,virage.
Velocidad...Freno...Nada.
¡Aire!Buceo. ¡Arriba! Buceo.
¡Espera! ¡Pez!
3...2...1... ¡ya!
Velocidad.Velocidad.Abajo.Abajo.
¡Velocidad,virage,abajo,velocidad!
¡¡Éxito!! Comida,bueno,rico,pez...
¡Aire! Buceo ¡Arriba,arriba!
¡Aire,aire! ¡Arriba,arriba!
¡¡HIELO!! ...hielo...
¡Aire! ...aire...
¡Angustia! ¡Dolor! ¡Estress! ¡Miedo!
¡¡Aire,aire,aire!!
¡¡Angustia,dolor,tortura,dolor,angustia!!
¡Aire! ...aire...hielo...
...muerte...

Foca.Foca.Foca.


D.G.F.

jueves, 19 de junio de 2008

EL METRO NO TE LLEVA SIEMPRE DONDE QUIERES

Se define como anomalía toda irregularidad que nos muestra una falta de adecuación a lo que debe ser habitual. Los científicos utilizan la palabra cuando se refieren a un punto en el cual las leyes de la física no funcionan, o simplemente desaparecen y con ellas toda lógica que explique la realidad. Existe una probabilidad entre millones de que podamos coincidir en el tiempo y el espacio con una de ellas, pero ahí está en algún lugar.
Todas esas teorías eran absolutamente desconocidas para Anselmo Puertas. Él era un hombre sencillo y poco aficionado a la literatura o la ciencia; sus lecturas consistían en los periódicos deportivos y alguna revista de sociedad que ojeaba mientras esperaba en el dentista o en el barbero. Aquella mañana Anselmo iba con retraso ya que al salir de casa, justo cuando se encontraba en la puerta, una indisposición intestinal repentina le había obligado a retroceder y perder unos minutos en aliviar su organismo; precisamente aquella mañana que tenía que llegar a la oficina más puntual que de costumbre. Caminó presuroso hacia la entrada del metro y descendió por las escaleras ignorando al muchacho que, como cada mañana, le ofrecía el ADN, pasó por la canceladora de tarjetas y se lanzó hacia el andén ya que los pitidos del tren le avisaban de que o se apresuraba o lo perdía. Bajó a la carrera, saltando los escalones de tres en tres con grave peligro para su integridad física y para la del resto de los usuarios que se lo tomaban con bastante más calma. Corrió hacia la puerta más cercana del último vagón, que ya estaba a punto a cerrarse; con un postrer esfuerzo se impulsó con su pierna derecha y saltó hacia el hueco que iba haciéndose cada vez más pequeño. En aquella fracción de segundo se fijó en una mujer quien, de pie dentro del tren, lo miraba con interés, como apostando mentalmente si lo iba a lograr; el resto de los pasajeros simplemente le ignoraban. Fue entonces cuando sintió un golpe durísimo en la cara y en el pecho, cayó al suelo aturdido sin respiración y notó que un líquido pegajoso le nublaba la visión. Se pasó la mano por la cara y al mirarla comprobó que era sangre. Un hombre mayor se le acercó y le habló en una lengua que no entendió. Le miraba con cara de susto y gesticulaba mucho. Al poco rato ya eran cuatro o cinco personas las que le rodeaban hablando entre ellas y mirándole con aprensión, y él sin conseguir comprender nada. A medida que la consciencia iba abriéndose camino en su cerebro se percató de que estaba tumbado en la acera de una calle que ni reconocía ni recordaba, lo que contribuyó a aumentar aún más su confusión. Entonces, fue cuando notó que unas manos le ayudaban a incorporarse, lo que logró con cierta dificultad pues se sentía muy mareado. Tambaleándose, miró a su alrededor, no entendía nada ¿que hacía él allí? Ya de pie pudo observar todo lo que le rodeaba, pero hubo algo en especial que le llamó poderosamente la atención. Ante él, cubriendo gran parte de la pared que flanqueaba la acera, había un inmenso cartel publicitario y lo que en él vio le hizo desplomarse nuevamente al suelo. Ante sus ojos, ocupando todo el cartel, podía verse la foto de un vagón de metro lleno de pasajeros muy felices por viajar en aquel medio de transporte, pero había uno de ellos, en concreto una mujer quien, de pie ante una de las puertas a medio cerrar, parecía mirarle con una sonrisa.

Juan Solsona

martes, 17 de junio de 2008

El último adiós

Mentirosa, falsa, mala y cruel. He tardado en descubrirlo pero finalmente lo he hecho. Todo este tiempo he vivido sumido en un engaño, en una mentira, en una historia que no era real y, aunque ahora sea tarde, prefiero haber conocido a la verdadera Miranda y no a ese espejismo que creía que eras. Ahora que estamos aquí, separados pero frente a frente, siento que aún no es tarde. Quiero que sepas lo que pienso de ti.

Recuerdo tu figura en la barra del bar, con pose de perdedora, aquella noche, en aquel bar donde sólo estabamos unos cuantos hombres jugando al billar y tú, agarrada a una botella de whisky. Recuerdo que me acerqué y que tú llorabas. Me acuerdo que me contaste que estabas triste y desolada, que no tenías dinero, que habías vivido dos tristes historias de amor con final infeliz. Recuerdo que dijiste que la infelicidad eras tú.

Tu primer marido te pegaba unas palizas de muerte y tú callabas, encerrada en la habitación, esperando a que llegara Dios sabe con qué humor. Sentí pena y compasión, lástima y ganas de protegerte. Me contabas que había sido una liberación que un buen día se marchara para no volver, aunque te dejara sin dinero y con muchas facturas por pagar. Decías “desapareció sin más. No dió señales, la policía no le encontró”. Luego, te declararon viuda. Volviste a casarte.No tuviste mucha suerte con tu segundo marido. ¿Qué tienen algunas mujeres que solo van a dar con hombres malos? –pensaba. Este no te pegaba, pero te era infiel y te contagio una enfermedad de transmisión sexual. Pero lo que más te dolía no era eso, era que tampoco llegabas a final de mes. Le amabas, pero él a ti no, y aun así, tuvisteis dos hijas. Él también se fue de repente. El corazón se le paró un frío día de invierno. Viuda por segunda vez y con el alma partida en dos de nuevo.

Y entonces llegué yo, para hacerte compañía, para completar tu vida por primera vez en un sentido positivo, para arreglar tus penas económicas, para ser tu amor, amigo, amante, compañero de piso, paño de lágrimas, padre de tus hijas... yo creía que contigo iba a tocar el cielo.
Creí que lo había hecho, me sentía en la gloria a tu lado. No sabía que, en cambio, me estaba abrasando en el infierno.

Mujer de alma, lengua y manos venenosas, todo en tu forma de ser ha sido un engaño. Pasear contigo era caminar con una serpiente. Dormir contigo era dormir con mi enemigo. Hablar contigo era contarle mis secretos a un mal abogado. Sentarme a comer contigo era comer con el mismo diablo.

Tus malas artes me estaban atrapando y yo no lo veía. Me había vuelto invidente ante tu maldad. Me estaba quedando cada día más ciego.
Hasta que un día me di cuenta de que me habías asfixiado. Tu primer marido no se había marchado. Había muerto. Tu segundo marido no tenía problemas cardíacos, lo habías matado. Envenenados.

Y claro, también querías mi dinero. Mi herencia. Me he dado cuenta, pero no ha sido del todo tarde. No te vas a llevar nada. Ayer cambié mi testamento. No vas a ver ni un céntimo. Te siento riéndote frente a mi ataud, pero ya sabes que quién rie el último, sin duda, rie mejor.

lunes, 16 de junio de 2008

ENRIC


Desesperado corrió bajo un árbol para cubrirse del aguacero que caía. Ya estaba absolutamente calado pero la lluvia estaba tan fría que no podía soportar que cayera sobre su cogote y calva ni un segundo más.
"No llegaré..."pensó.
Parecía muy improbable que Enric realmente llegara. Estaba destinado a no llegar... Este era su fin, probablemente...
Enric, una persona pequeña de estatura y grande de anchura. De belleza fea y cabellera calva. De movimiento lento y nervioso con torpeza como matiz. De vestimenta desfasada, anticuada, apagada y descuidada. Aspecto desordenado, destartalado, abandonado. Una barba desigual en corte y desigual en color. Unos ojos pequeños, casi inexistentes, escudados tras unas telescópicas lentes de por lo menos 8 aumentos, de pasta plástica sobredimensionada y negra.
Enric, persona solitaria por obligación, persona rara por elección, curioso e interesante para la minoría, marginado por la mayoría .Su olor, el de la col cocida .su forma de ser, un desastre. De esas personas que parece que se esfuerzan por hacer las cosas mal y con cuidado de hacer bien el ridículo y que el máximo número de gente pueda ser testigo de ello.
Todos tenemos un Enric en nuestras vidas, incluso puede que nuestro Enric sea uno mismo.¿ Tú eres Enric? ¿Conoces a alguno?
¡¡ Ay Enric, que mala suerte tienes!!¿ por qué la mala suerte se ceba con gente como tú?¿Lo hacéis aposta? Si no, lo parece.
¿Por qué corres bajo la lluvia invernal sin paraguas? Posiblemente porque lo olvidaste en el bar donde te tomaste un café o, mejor dicho, se lo tomó tu jersey, y tú solo te escaldaste el pecho. O posiblemente con el viento se voltease y saliese volando golpeando a unas ancianas que pasaban y tu mismo, persiguiendo el paraguas, las golpeases y luego resbalases cayendo violentamente en medio de la carretera obligando a algún conductor a frenar bruscamente para no matarte de humillación...
¿Por qué no vas a llegar Enric? Sabes que podrías haber salido con tiempo suficiente para llegar.¿ Lo haces adrede? Sabes que este puede ser tu fin,¿verdad? Que puedes acabar aquí literalmente. Enric,¿por qué eres tan Enric?
Parecía que amainaba. Enric se dispuso a salir de la cobertura del árbol no sin antes ponerse en la cabeza, con el estilo que caracteriza a Enric, una bolsa de plástico que tenía en un bolsillo(si, Enric guarda bolsas de plástico en los bolsillos ) para repeler el agua que caía que ahora solo era un chirimiri. ¡Preciosa estampa!
Empezó a caminar con su movimiento de brazos característico(de atrás a delante, en horizontal y con una violencia innecesaria),luego a trotar y acabó cabalgando precariamente por la calle plena de charcos resbaladizos, ahora sujetándose la bolsa de plástico para que no saliera volando. ¡Un bello cuadro!
No habría sido Enric si no hubiera pisado un charco especialmente resbaladizo y caído brutalmente contra el duro y empapado pavimento, resbalando como un pelele (brazos aquí, brazos allá)varios metros, dando seis o siete vueltas de campana y cuatro o cinco sobre su eje con una violencia exagerada muy al estilo Enric, acabando al borde de una alcantarilla con pinta de muerto, bolsa de plástico en la cabeza y todo.
¡ Qué mala suerte tienes Enric! ¡Qué hiciste para merecer esto! ¿Te miró un tuerto? ¿se te cruzo un gato negro? ¿Se te cayó la sal, pasaste por debajo de una escalera , abriste un paraguas en casa, rompiste un espejo? ¿Hiciste varias de estas cosas a la vez? Conociéndote seguro que hiciste la combinación total. La combinación de malos augurios tan perfecta que te aseguraste la mejor mala suerte del mundo.
Enric despierta. Enric despierta o no llegarás. Enric despierta o nunca volverás a no llegar. ¡Eres tremendo Enric!
La imagen era patética: el cuerpo rechoncho de Enric estaba tirado en el suelo . La mitad en la acera, la otra mitad en la carretera (esta siendo la mitad de la cabeza). Un brazo atascado bajo su espalda en una postura dolorosa y de posible fractura y dislocación del hombro, el otro metido en la alcantarilla como si estuviese buscando algo dentro. Las piernas torcidas dolorosamente, una hacia Pinto y la otra hacia Valdemoro .La bolsa de plástico ahora sustituía a la cabeza ya que la había tapado por completo, tapando por completo sus vías respiratorias.
Ahora Enric no podía respirar. La inconsciencia en el que el golpe le había sumido no tenia pinta de pasarse rápido. Ahora Enric se estaba muriendo. Si nadie le despertaba pronto o por lo menos le quitaba la bolsa de la cabeza, aquí se iba a quedar. Segundo a segundo se iba asfixiando y conociendo la mala suerte de nuestro amigo no era muy probable que pasara absolutamente nada.
Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac…
No… No pasa nada. Vaya final. ¡Pobre Enric!
Tic, tac. Tic, tac. Tic, tac…
En fin...Habremos de decir que finalmente Enric... no llegó...


D.G.F.

NATALIE


Siempre me había considerado valiente. Una persona fuerte. Pero ahora se que ésta es una posición dura de mantener y la debilidad acaba por romper tus defensas y conquistarte. Como a mi pobre Natalie.
Mi pobre Natalie era una mujer fuerte. Era valiente a la hora de afrontar adversidades y así lo había demostrado. Pero mi pobre Natalie cambió de la noche al mañana.
Una mañana desperté a su lado (premio que se me había concedido por haber ganado su corazón hacía ya doce años) y su cara angelical pero dura, sus ojos dulces y decididos, su boca suave y magnetizadora, todo, todo había cambiado. Estaba pálida, sudaba, los ojos muy abiertos y con la mirada fijada en la nada. Se mordía nerviosamente el labio inferior y se había provocado una buena herida sangrante. Las manos agarrotadas sujetaban las sábanas con fuerza. Parecía ausente. Parecía como si le hubieran robado el alma.
-Esta noche he visto a Andy­- me había dicho…
Se ha derrumbado, pensé. Había decidido rendirse. Pero, ¿por qué ahora? Con lo fuerte y valiente que había sido estos últimos tres años desde la muerte del pobre y desgraciado Andy…
¡Nuestro pobre Andy! El desconocido síndrome de Sackten había decidido tomar el cuerpo del débil e indefenso Andy y demostrarnos toda su crueldad. Decició deformar sus piernecitas, sus bracitos, su cabecita, lenta y dolorosamente, durante tres años, luego deformandole los órganos internos provocándo así la muerte de un angelito que cualquier mirada inocente habría confundido con un demonio.
A mi pobre Natilie y a mi nos costó el cielo y la tierra superarlo después de todo lo que habíamos luchado por darle una vida medianamente normal. Pero la verdad es que los dos lo superamos, o acaso no teníamos fuerza y valentía…
Natalie la había perdido aquel dia. Tal y como la he perdido yo hoy. La debilidad y la corbadía nos han vencido.


-He visto a Andy- me había dicho…
Ahora se que es verdad. Aquella noche le vió, y por eso se derrumbó.
Él estaba a los pies de la cama , de pie, mirándola fijamente a los ojos , sonriendo dulce pero siniestramente con su boca deformada por el Sackten. Su piel blanca como la de un muerto, sus pupilas blancas como las de un ciego. Sus bracitos torcidos extendidos hacia delante y las manitas abiertas pidiendo un abrazo. Lo se… Lo se con certeza ya que es así como he visto a Natalie estas dos últimas noches…
Ha sido hoy al volver del cementerio de visitar sus tumbas que he tomado esta decisión. La de emular a Natalie.
La mañana que Natalie despertó siendo débil fue al cementerio y ahí pasó todo el día. Por la noche decidió volver casa para abandonar la lucha definitivamente y rendirse sin condiciones… Fue cuando llegue a casa del trabajo que descubrí a mí pobre Natalie, sonriente, tomando un baño caliente en aguas rojas con una nota a su lado pidiéndome perdón…


Llevo una media hora en la bañera y el agua sigue deliciosamente caliente. La intensidad del rojo que me rodea empieza a recordárme a color del agua que rodeaba el cuerpo sin vida de mi pobre Natalie. No debe quedar mucho, ya empiezo a marearme. La verdad es que estoy muy relajado. Ser débil es bastante fácil, no siento dolor. Por eso he optado por esta opción supongo:
es más fácil que luchar y ser un heroe. Solo me da pena que no me quede nadie a quién dejarle una nota de perdón. Es triste, sin embargo, sonrío. Me siento más cerca de mi Natalie.
Ahora comprendo su sonrisa aquel día y también la de la misteriosa figura de Natalie que me visitó estas dos últimas noches.
Siento como pierdo el conocimiento.


Allá voy mi Natalie… Allá voy…



D.G.F.

MIGUELITO


Comencemos con la trágica historia de Miguelito...
Cuando Miguelito era pequeño había vivido una situación traumática.
Fue cuando tenía diez años y vivía con su madre y con su padre en una de esas viviendas de protección oficial al sur de la ciudad. Vivían en un quinto con hermosas vistas al descampado de detrás del edificio seguido de la siempre bulliciosa y ruidosa autovía. El descampado en cuestión estaba lleno de escombros de las obras de los vecinos, basura de todo tipo, una furgoneta abandonada y una ración o dos de la clásica jeringuilla aquí y allá. Cuando llovía aquello se ponía terrible. Se convertía en un barrizal con varios “estanques” en ciertos puntos.
La noche anterior había llovido, y mucho. Naturalmente a Miguelito y a sus amigos del barrio les encantaba esta oportunidad de ponerse perdidos y después poner toda la casa perdida, y no tardaron en ponerse las botas de goma, los chubasqueros y correr al descampado. Los padres de Miguelito no se preocupaban ya que se controlaba a los tres niños chapoteando en los charcos desde la ventana.
Jugaban a ser exploradores explorando un nuevo planeta con ayuda de sus super-trajes anti-agua que les permitía caminar por esa extraña superficie.
De repente a Miguelito se le quedó una bota atascada en el fango y al levantar la pierna sacó solo el pie con el calcetín colgando de la puntera y volvió a meter el pie desnudo en el barro. Oscar y Jaime, sus dos amiguillos se partieron de risa, exagerándola con malicia como hacen los niños, para humillar a Miguelito.
En ese momento se oyó un gran estruendo proveniente de la autovía justo a sus espaldas y cayó del cielo un coche del revés aplastando sin remedio a Oscar y a Jaime, arrastrándose después unos quince metros más dejando un camino rojo sobre el fango y nubes rojas en los charcos.
Miguelito no se movió...El barrio entero no se movió...
Cabezas en las ventanas, cuerpos en los balcones, coches parados en la carretera... Los padres de miguelito también miraban en estado de shock .
Hubo un instante, solo unos segundos, de silencio. El tipo de silencio que paraliza las cosas.
El coche con las ruedas apuntando al cielo empezó a echar humo por el motor y a hacer el ruido de una tetera cuando el agua hierve. Del portón de atrás, bastante dañado, empezó a emanar, muy lentamente, un líquido muy muy espeso de un color blanco impoluto que contrastaba mucho con los colores de aquel cuadro. Lentamente cayendo por los vértices de vehículo y resbalando al suelo juntándose con el rojo pasión, formando pequeños regueros en él.
Parecía que el planeta extraño que exploraban los tres niños se había hecho realidad. La misión iba a tener que abortarse ya que un objeto volador no identificado había causado dos bajas en la compañía. El líquido blanco y espeso bien podía ser la sangre del ser extraterrestre que pilotaba la nave.
Miguelito seguía inmóvil, con los ojos muy abiertos pero con una mirada inexpresiva y con un pie desnudo aún metido en el frío barro.
Ahora corrían todos los que se hallaban en la zona a socorrer al niño y a los accidentados. Iban acercándose a la zona del incidente por todas direcciones de una forma lenta y torpe por culpa del barro y los charcos. Parecían un montón de muertos vivientes arrastrándose hacia su nueva víctima.
Ya se oían las sirenas lejanas de ambulancias, bomberos y policía que venían al rescate.
El líquido blanco y espeso seguía brotando del coche y lentamente se desplazaba por la alfombra roja dispuesta para la ocasión, como si de una celebridad en los Oscar se tratara. Despacito, a trompicones, éste se encontraba ya a unos pasos de los tobillos de Miguelito.
Su padre, que había salido del estado de shock y que ahora se encontraba en estado de ansiedad, era uno de los zombies que corrían, despacito, a trompicones, hacia su hijo. Miró por un instante al coche que había causado la tragedia. Era una extraña visión: un vehículo, claramente de reparto, del revés, algo deformado y echando humo, seguido por una cola roja y blanca asemejándose a alguna bandera desconocida por él.
Se fijó por un instante en el lateral del coche.
Había algo pintado. Una marca y un slogan.
Pudo leer:

CUAJADAS IBÁÑEZ , ¡para quedarse cuajado!





D.G.F.

domingo, 15 de junio de 2008

Phillies

Parecía un lunes como cualquier otro, pero ese lunes iba a ser diferente. Salí del trabajo tarde y como solía hacer a veces, me fui a Phillies a tomar algo antes de ir a casa. Me senté en el taburete frente a la barra y pedí un café. Ni siquiera me quité el abrigo ni el sombrero. El camarero me preguntó si solo o con leche. “Solo”, le dije. Por el ruido de la cafetera me di cuenta que estaba algo estropeada. Aun así, vi como el café salía mientras el camarero aprovechaba esos segundos en los que caía el café para ordenar las tazas recién lavadas. Delante de mí, una pareja discutía acaloradamente. Él era un tipo viejo y parecía enfadado. Ella era rubia y muy sexy, y miraba al viejo con los ojos muy abiertos. No podía oír la conversación, aunque intentaba distinguir algunas palabras entre el ruido de la cafetera. Finalmente, cuando la cafetera dejó de hacer ruido y el camarero ponía la taza en un plato junto al sobre de azúcar, escuché a la rubia decirle al viejo “eres un cerdo”. Se levantó y rápidamente cogió su abrigo y salió del bar. Yo salí detrás suyo.

La mujer caminaba rápido por la acera mojada. Había llovido posiblemente en los escasos 5 minutos en los que había estado en el bar. Yo la seguía, intentando no resbalar con mis zapatos de suela gastada; hacía mucho que no me podía permitir unos nuevos. Nos íbamos alejando del bar por la larga calle, ella haciendo sonar sus tacones, yo tratando de guardar una distancia prudencial. Al final, la rubia se paró en seco y miró atrás. Yo también me paré. Me miró, mientras sacaba un cigarro del bolso y se acercó a mi sin apartar sus ojos de los míos.

- ¿Me da fuego, por favor?
- Sí, claro
Saqué el mechero de mi abrigo y encendí la llama. Ella acercó sus labios carmín hacia mi mano, se colocó el cigarro en la boca y lo encendió dando una larga calada. Exhaló el aire hacia arriba.

- Gracias – dijo.
Asentí con la cabeza.

- ¿Me puede decir por qué me sigue?
- ¿Yo? – balbuceé – Seguirla yo?

Se quedó en silencio.

- No es bueno que una mujer como usted ande sola por este barrio a estas horas.
- ¿Una mujer como yo? ¿A que se refiere? ¿Y qué le hace pensar que no sé donde estoy?
- Me refiero a que es usted joven y… este no es un barrio seguro. ¿Es usted de aquí?
- Tiene razón, no… no sé donde estoy. En realidad, no sé ni a donde voy.
- Si quiere, puedo acercarla a algún lado. Parece que va a volver a llover – dije señalando al cielo oscuro.
- ¿Y como sé si puedo fiarme de usted?
- No puede saberlo. Tendrá que fiarse o desconfiar.
- Me llamo Juliette – dijo tendiéndome la mano.
- Theodor – dije – pero puedes llamarme Theo.
- No tienes cara de llamarte Theo – sonrió.

Caminamos juntos dos calles hasta mi coche. Le abrí la puerta y ella subió de manera delicada, dejando entrever su corto vestido rojo pasión bajo su abrigo, ese vestido que cubría sus largas y perfectas piernas. Subí al coche y encendí el motor. Enfilé la larga calle en dirección al centro.

- ¿Una mala noche? – le pregunté.
- Mala
- ¿A dónde te acerco, Juliette?
- Donde tú vayas.
- Yo iba a mi casa.
- Pues llévame contigo.
- ¿Estás segura? Puedo acercarte donde quieras…
- No tengo donde ir, así que tu casa no me parece una mala opción.

De camino a mi apartamento, me contó quien era el tipo de la cafetería con quien había estado discutiendo. “Mi tío – dijo – mi maldito tío y tutor desde que mi padre murió. Me acababa de decir que se ha dilapidado mi herencia en un negocio. La herencia que mi padre me dejó, mi dinero”. Me contó que acababa de cumplir 21 años y que odiaba desde hacía tiempo a su tío. Ahora que ya podía disponer de su dinero y estaba decidida a largarse de casa, se veía sin blanca. Empezó a llorar. Le acerqué un pañuelo de la guantera, rozándole la rodilla casi sin querer. Ella se secó las lágrimas y permanecimos en silencio hasta que llegamos a mi casa.

En mi desordenado piso, le ofrecí un café que ella aceptó. No tenía azúcar ni leche, así que se lo tomó solo. Yo también me serví otro y fumamos. Mientras, empezamos a hablar de la vida, de mi divorcio, de que tras el juicio con mi ex mujer me había quedado en la ruina… y ella me escuchaba y asentía con la cabeza.
- Somos un par de estafados por nuestra familia- dijo Juliette.
- Yo no tengo familia – le respondí.
- Pero tendrás amigos…
- Un par de compañeros de trabajo. Apenas tomo alguna cerveza con ellos de vez en cuando y poco más
- Bueno, Theo, ahora tienes una amiga.

Se acercó y me cogió la cara entre sus manos. Me besó y me siguió besando. Yo también la besé y la acaricié, pero acabé apartándome de ella.

- Juliette, no creas que no me gustas, pero esto no está bien.
- ¿Por qué? – me preguntó extrañada.
- Míranos – señalé a un viejo espejo que tenía en la pared, justo enfrente nuestro- tú eres joven y guapa y yo… te doblo la edad. El mes que viene cumpliré 54.
- Pero… ¿y eso qué importa?
- ES mejor que nos vayamos a dormir. Yo lo haré en el sofá. Allí está mi habitación. Tranquila, las sábanas están casi limpias.

Juliette no dijo nada más. Con un tono muy seco, me dio las buenas noches y cerró la puerta de mi cuarto de un portazo.

Por la mañana, cuando el sol entraba ya por la ventana, me desperté de un sueño muy profundo. La puerta del cuarto estaba entreabierta. Juliette no estaba dentro. Se había marchado, no supe a qué hora, no la escuché salir. Entré en mi habitación y vi mis cosas revueltas. Entre ellas, sobresalía la foto de Nina, mi hija a la que hacía años que no veía, mi niña de 20 años. Y pude imaginarme a Juliette corriendo escaleras abajo.

Lintontown

Cuenta una leyenda urbana que bajo el suelo de cualquier ciudad se extienden otros cientos de ciudades, tenebrosas, sucias, oscuras, malolientes y llenas de gente a la que es mejor no tratar. Un día, yo descubrí una de ellas. Era miércoles y el metro iba a reventar, como cada día laborable en Unán. Sin que nadie supiera el porqué, el convoy en el que iba, se detuvo en mitad del túnel. Estuvimos allí casi 10 minutos hasta que desde megafonía escuchamos la voz del conductor que nos anunciaba que estaríamos allí al menos una hora más, que había un problema con el motor y que estaban esperando a los bomberos. Recuerdo que también dijo que los pasajeros teníamos dos opciones: quedarnos dentro del metro y esperar la ayuda que vendría más tarde o bajarnos e ir caminando a lo largo de la vía hasta el apeadero de Lintontown.

No había oído jamás hablar de ese apeadero. Ni yo ni ninguna de las 57 personas que íbamos en aquel vagón. Nos mirábamos con cara extrañada. Nadie parecía entender ni mucho menos moverse. Menos una chica de ojos verdes intensos. Me cogió del brazo y me dijo “bajémonos! Aquí no hay mucho que hacer menos esperar”. No sé si fueron los ojos o el tacto de su mano en mi brazo dolorido por un accidente reciente, pero le hice caso sin decir una palabra.

A los dos minutos de andar por la vía que se clavaba en mis viejas zapatillas y por extensión, en mis pies planos, llegué al apeadero. Lo primero que ví fue la oscuridad. No había luz que lo alumbrara salvo un pequeño fluorescente que parpadeaba, con ese efecto que daña la vista y los oidos. BRSSSSSSSSSSSSSS, BRSSSSSSSSSSSSS… También me di cuenta pronto que olía muy mal, a restos de orín y comida que alguien había tirado al suelo. La chica de los ojos verdes cogió una bolsa que había debajo del único banco de madera roñosa que había en el apeadero.

- Una hambuguesa!!! Genial, no me ha dado tiempo a desayunar.Y antes de que yo mismo fuera capaz de ver que realmente era una hamburguesa lo que había dentro de la bolsa de papel, se metió en la boca un trozo de carne.

- ¿Pero qué haces? No te comas eso, no sabes de donde viene.

Era tarde. La chica de los ojos verdes se comió la hamburguesa sin parpadear. Mientras el mal olor penetraba incesantemente en mi nariz, la oscuridad en mis ojos y el zumbido del fluorescente en mis oídos, unas nauseas me hicieron tener unas terribles ganas de vomitar.

- Tranquilo, morenito, que la hamburguesa no estaba mordida. Por cierto, me llamo Nia.Me extendió la mano, la misma que me había rozado instantes antes en el metro. La miré y la estreché con desconfianza. Ella aprovechó para empujarme hacia sí.
- Apuesto a que ésta es la mayor aventura que has corrido en tu vida, eh, morenito?
- No me llamo morenito. Soy James.
- Jim?
- No, Jim no, James.
- Apuesto a que ésta es la mayor aventura que has corrido en tu vida, eh Jim?

Me di cuenta de que no me escuchaba cuando una décima de segundo más tarde corrió hacia una puerta a nuestras espaldas. La empujó hacia adentro y desapareció, dejándome atrás, todavía con nauseas y descolocado. La seguí. Ya que había bajado en ese apeadero y no sabía cuanto tardaría el próximo tren en pasar, no iba a quedarme allí más rato. Además, tenía que salir a la calle para intentar llegar a mi trabajo caminando. Pero no sé por qué, aquello era lo que menos me importaba.

Entré detrás de Nia. La puerta daba a un tenebroso bar en el que apenas distinguía nada. No había nadie, estaba abandonado.

- Jim, ¿quieres un café? – Nia sacó la cabeza de detrás de la barra.- Por dios, qué susto. No, no quiero nada.- Vamos, Jimmy, un cafelito sólo, tomátelo conmigo anda. ¿O acaso tienes algo mejor que hacer?- Tengo que ir a mi trabajo.- ¿A qué te dedicas?
- Soy arquitecto- mentí.- ¿Arquitecto? ¿Y tu maletín? Pensaba que los arquitectos siempre llevaban maletín.- Todo lo que necesito lo tengo en mi despacho.
- Jimmy, Jimmy… no se te da muy bien mentir. Anda, siéntate.

A tientas, alcancé una silla. De pronto, una cegadora luz iluminó la sala.

Una barra enorme, llena de polvo y líquido pastoso, estanterías desprovistas de todo, cajones, sillas, mesas polvorientas, una fregona tirada en medio del suelo, una cafetera antigua, medio oxidada y poco más… Nia había dado la luz y se disponía a preparar un par de cafés.
El ruido de la cafetera era ensordecedor. Nia hablaba a gritos, explicándome cosas que me eran complicadas de descifrar.

- Sé que no eres arquitecto, Jimmy, pero ya me lo contarás cuando quieras. Sabes a que me dedico yo? Soy bailarina. Danza africana. Sí, un día de éstos te haré una exhibición. Te encantará.
Vino a mi lado, con dos cafés en la mano. Yo no era capaz de tomar ni un sorbo, pero ella casi me obligó.

- No he encontrado azúcar, pero está bueno – dijo tomando un sorbo.- No gracias, no… no me gusta el café.- Oh, Jimmy, de nuevo mintiéndome? Pruébalo, va…- No, de verdad.- TOMATE EL CAFÉ! – gritó – por favor – susurró.

Le di un sorbo. Estaba caliente pero no abrasaba, y, pese a que estaba amargo y la taza sucia, no sabía mal del todo. Se podía decir que el café me entró bien al cuerpo, dándome una cierta sensación de tranquilidad. Entonces, Nia me acarició la mano de nuevo y luego el brazo. Volví a sentir la misma sensación escalofriante que en el vagón de metro. Clavó sus ojos verdes en mi mirada oscura.

- Estamos en Lintontown, Jim. No sabes qué hay ahí fuera, verdad? No puedes ni imaginarte lo que hay ahí fuera. No puedes saberlo, tú, un simple peón de la construcción, que sueña con ser algo que jamás será. No, Jimmy no, no sabes qué clase de gente vive ahí fuera. Gente de la peor calaña, ladrones, estafadores, violadores, hombres que pegan a sus hijos, mujeres que prostituyen a sus hijas, asesinos psicópatas y de los que matan por odio… hace mucho frío, las calles están sucias, la comida rancia, el aire está contaminado, el dinero está manchado de sangre y no te puedes fiar de casi nadie. Pero todo lo malo de Lintontown no es importante. En esta ciudad, todas las personas son libres y nadie te hará daño siempre y cuando te mantengas fiel a tus principios y objetivos. ¿Sabes cuales son los míos? Abrir los ojos a gente como tú, muertos en vida en cárceles de cemento como tu ciudad. Decirles lo que necesitan oír aunque me chillen a gritos otra cosa. Descubrirles que pueden ser felices siendo lo que quieren ser y no siendo lo que tienen que ser.

Un ruido me hizo girar la cabeza. Era el sonido de un tren.

- Viene el tren, Jimmy. Tienes dos opciones. Seguirme por Lintontown o subirte en este metro y seguir siendo James.

Dudé unos segundos. Miré su mano extendida que me animaban a seguirla, las luces del metro entrando en el túnel del apeadero. Lintontown, Unán… mi cabeza me dio tres vueltas de campana y cogí su mano para seguirla en la mayor aventura que he corrido en mi vida.

Juego de ojos

Qué contar… ¿la realidad, las fantasías, los sueños, la verdad?
... Un viejo y querido amigo decía: “en la vida he sido muchas cosas: he sido realista, también comunista y socialista, hasta he sido existencialista y soñador. De todo ello lo único que realmente me ha servido para algo, en esta vida, ha sido eso último”. Hoy lo recuerdo mientras camino y recorro las calles de esta ciudad ajena, ensimismado pensando en aquella frase y me pierdo entre ideas, palabras y personas extrañas sin ser conocido o sentido y me pregunto… ¿cuáles son mis sueños?

Soy reportero gráfico de un periódico local y me dirijo al bar de siempre, el suelo está mojado y los brillos de las luces reflejadas en los adoquines me permiten perderme entre pensamientos. Me siento como atascado, inconforme, deforme, incomprendido…. Entro al local como un autómata extraviado entre sus propios textos e imágenes. Tropiezo con alguien al entrar… Mi padre siempre me decía ¡deja de ser tan elevado!… Me despierta un suave olor a rosas que se aleja corriendo tras ella bajo una leve llovizna que dibuja sus pasos que se pierden al voltear la esquina. Ya dentro del bar el ambiente está más templado. Veo rostros desconocidos sumergidos entre el humo de sus cigarros y el café, y pienso este sitio siempre me ha gustado, nunca vienen los mismos, todos están de paso: como las palabras de un texto de revista que se ojea en el metro. Miro alrededor. Las paredes y los objetos están cubiertos de imágenes fotográficas de los visitantes del lugar…. pero son imágenes sin marco, un encuadre se confunde y se funde en el otro, y en el centro de ellas, siempre… la mirada concentrada de quien descubre tarde una foto robada. Una decoración así es inimaginable, es auténtica. Cada día al entrar, me pregunto ¿cómo lo habrán hecho?, ¿cuánto habrá costado? Y que técnica habrán utilizado… Me siento en mi mesa junto a la ventana y ella se acerca sonriente y amable, como pocos en estos días extraños… me saluda con sus ojos mientras pasa con otro pedido – Simón ya te traigo tu cerveza – le devuelvo la sonrisa, el juego de ojos está planteado de nuevo y justo ahora recuerdo aquella maldita frase… ¿cuáles son mis sueños?

… Parece que de ellos regreso y me encuentro atrapado entre paredes visibles e invisibles, inventadas por mis vecinos, para canalizar el ir i venir de las gentes y los coches, dirigir su caminar mientras sueñan despiertos, andando… y por fin he llegado aquel bar imaginado. Me siento en la mesa de siempre, como todos los días, y aquella guapa mecera me trae la cerveza. Ahora puedo pensar tranquilo y sin distracciones, en el que contar… abro la libreta de apuntes, coloco suavemnete la punta mi lapiz en ella y escribo…

Simón es reportero gráfico de un periódico local camina entre pensamientos hacia su bar de siempre, el suelo está mojado y el brillo de las luces reflejadas en los adoquines, parece alimentar su imaginación entregandole imágenes abstractas llenas de contenidos, recuerdos e ideas. Se distrae más a cada paso, se ensimisma, se contrae en un rostro impenetrable. Caen las hojas, es otoño. Cambia de ritmo, mira al cielo, observa sus propios pasos. Choca con un puesto de mercado de la Rambla, pero continúa a pesar de que el dueño del local le indaga: y a ti ¿que te pasa? ¡tio!.... sin detenerse y percatarse de nada, levanta levemente la barbilla y olfatea en el aire el suave olor a rosas que, al ser derramadas en el suelo, son pisoteadas por la gente al pasar marcando los miles de pasos de los paseantes que le siguen. Luego entra en el bar, allí el ambiente es más acogedor. Se sumerge entre el humo de los cigarros y el café. Ahora se le nota agusto su rostro lo advierte, se ha desencogido, mira alrededor, no ve a nadie conocido pero… así es mejor, seguro.

El lugar es maravilloso, las paredes y los objetos están recubiertos de imágenes fotográficas de aquellos que han visitado el lugar. No se percibe claramente donde empiezan y terminan, se confunden y se funden una en la otra, y en el centro siempre la mirada ensimismada de quien mira perdido en sus pensamientos un punto fijo, en un infinito lleno de pensamientos.

Cada día al entrar se sienta en la misma mesa junto a la ventana y ella se acerca sonriente y amable, como pocos en estos días extraños… el le saluda con los ojos mientras escribe en su libreta ¡quién sabe que! … Sofía, la mesera le dice – Simón ya te traigo tu cerveza – el le devuelve la sonrisa, y continúa con sus textos mientras pasa página en aquella vieja libreta en la que apunta todo.

Ahora la cerveza está sobre la mesa y puede verse como las burbujas suben una tras de otra mientras desliza su lápiz capturando sus sueños que uno a uno se dibujan en forma de texto sobre el papel.

Sofía se acerca de nuevo con unas aceitunas y me sirve lo que queda en la botella. Es tan suave su mirada, es tan profunda su sonrisa que el saberla en tal proximidad me vuelve loco y me hace perder el ritmo de todo cuanto hago, escribir, pensar, soñar, y es mejor que ni intente pronunciar palabra. No vaya a ser que diga algo que no me pertenezca. Miro el vaso y justo ahora cae la última gota de cerveza en el, mezclándose y perdiéndose. Levanto la vista y veo dibujada en su rostro aquella sonrisa. Pero sus ojos están sobre el papel y lo que escribo. Y va cambiando el tono de su mirada y sus facciones se extrañan mientras profundizan en el texto. Muevo mi mano sobre la libreta para ocultar mis palabras, pero es tarde.

Sofía quiere ver lo que escribe, a llevado aceitunas a la mesa y ha visto algo allí que no le deja moverse. Es su nombre combinado entre otras palabras y quiere saber la razón por la que ahora ella pertenece a los pensamientos de Simón. Están congelados, estáticos… no se pronuncia palabra, pero ella quiere leer y él tiene la mano sobre la mesa ocultando la realidad, las fantasías, los sueños, la verdad…

Para mi sorpresa Sofía coloca suavemente la botella vacía sobre la mesa, me mira a los ojos con dulzura mientras se sienta a mi lado. Pone su mano derecha sobre mi rostro, acerca el suyo y me da un beso cortito e intenso pero tierno. Luego, mirando fijamente a mis ojos, me pregunta en ese tono que no da posibilidad de evasivas - ¿Simón que escribes en esa libreta? -

Esto si es una pipa

Un destello, un estallido, un golpe y estoy de nuevo en ese lugar al otro lado. Lejos de mi, fuera y dentro de todo… como si estuviera en mi propia mente, me reflejo en mis pensamientos y me dispongo al espacio que me rodea. Ahora no se donde estoy ni donde comienzan y terminan las cosas. Lentamente visualizo mis manos, el fondo no existe todavía, enfoco pero no percibo el entorno.

Es un espacio vacío, pero se que algo me contiene, estoy seguro aunque nada se ve, es una sensación. El lugar está delimitado por paredes y algunos objetos que voy reconociendo con mis manos, pero todavía no veo nada hacia el fondo, solo mis manos que recorren las cosas que toco. ¡Ahh! esto es una mesa estoy seguro, es pesada, no puedo moverla, está suave y fría, debe de ser de metal ¿o tiene un vidrio?… la recorro buscando una silla. Debe estar cerca, necesito sentarme y esperar… no encuentro nada ¿por qué? … me alejo de la mesa pero con miedo, a tientas, no tengo referencia, nada más mis manos. No escucho nada, ¡este maldito silencio!… retrocedo encuentro de nuevo la mesa, la golpeo con los nudillos pero suave, no vaya ser que la rompa. Suena un eco corto y seco, es un espacio amplio, de eso estoy seguro… tampoco debe haber muchas cosas pues no tendría este eco sordo. Definitivamente no me gusta el estado de incertidumbre que me provoca el viajar de esta forma.

La sustancia que me inyectaron está siendo asimilada por mi cuerpo, lo denuncia este sabor amargo y pastoso en mi boca. Poco a poco se me va haciendo visible lo que me rodea. ¡Si, es una mesa! Y tengo traje. La ventana está a mi lado derecho, hay unos documentos en la mesa, parece un salón, un gran salón de esos donde hacen juntas de negocios. Comienzo a escuchar con nitidez. Viene gente… ¡vamos!, manos a la obra. La puerta es grande de dos alas y está a mi lado izquierdo. Estoy a un extremo de la mesa y la silla principal está al frente, en el otro extremo. Sobre ella en la pared un gran cuadro, una pintura de un hombre mayor, con muy buena presencia… me acercaré.

¿Puesdes verlo? Es una pintura al óleo, es un retrato de un hombre ya entrado en años, de unos 70, 75, muy bien vestido. Está sentado en un sillón con un perrito de esos de compañía, de lo más ridículo, echado sobre un cojín de terciopelo rojo con acabados en oro. El señor tiene un gran bigote, ojos profundos, un traje esmoquin y una pipa encendida en su mano derecha… escucho pasos de personas que se acercan es mejor que lo hagamos ahora, ya veré los documentos en cuanto pueda.

Es mejor que transfieran los datos, de inmediato, a mi cerebro. Inicien la transformación de mi interface e ingresen el registro multimedia necesario para expresión externa. Quedan pocos segundos… 5, 4, 3, 2, 1… ¡Argghhh! maldito dolor. ¡Ah, ah ah!

OK, el sistema está cargado. La tengo en mi mano… esto si es una pipa, huelo el tabaco, aspiro y exalo mientras van entrando mis nuevos... ¡ahora socios!
Simulación terminada exitosamente… ejem, ejem, ¡ejem!

¡Bienvenidos! … Señores, hoy es un día muy especial.

viernes, 13 de junio de 2008

El planeta del silencio

Hoy estuve revisando mis escritos viejos, aprovechando la tarde, el cielo, el clima solitario de la casa a la hora de volver del trabajo... mientras mi gata y mi perrita dormían, yo leía y recordaba, el primero que abrí del archivador de la pc, es éste... y quise compartirlo con ustedes porque no lo recordaba, y me recordó mucha belleza, por eso quiero ofrecerles éste escrito, que salió una vez de mi alma, y me trae sonrisas y me recuerdan lo bella que es la vida si uno sabe saborearla y aprender de los errores... para ustedes mis compis de literatura, éste relato viejo pero que me hizo sentir fresca y ver lo que pude crecer desde entonces hasta hoy.

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Cabalgando por el sueño de una mañana que acurruca entre sus sábanas todo el aroma de un beso que nunca saboreó pero que conoce de memoria. Se derriban una tras otra las paredes gruesas que encierran entre sus ladrillos los secretos del alma errante que vagó una vez por esas tierras tan repletas de dibujos que no terminan de comenzar ni terminar, porque son de aire, son de magia, y se transfiguran entre las hojas del libro del sueño. Se quedan entre esos pétalos desordenados las manos blancas de esa muchacha que trata poco a poco de escuchar el silencio y compartirlo, y amarlo, enamorarse del silencio, hacer el amor con el silencio, abrazarlo, darle un beso de buenas noches al mudo sonido que arrastra palabras de un amor que completa el círculo de la paz interior, una brasa del corazón que incendia todo el pecho, que se concreta en unos ojos despeinados, que se pone de rodillas para adorar una boca, que se muda al silencio, porque las palabras ahora no sirven, si no dicen ni la mitad de lo que se siente, que vibra en el alma, que aparece vestido de gala, y se pone su mejor sombrero para bailar con un ángel, el valls del silencio enamorado del silencio enamorado.
Baja desnuda la amante del blanco incapturable animal, está el amante esperando desnudo también, el unicornio se aleja, porque es libre, porque nadie intentó capturarlo, por eso se deja montar. El está ahí, parado, recortado por el sol, mostrando su ombligo de caricias blancas, que se muestra tierno y a la vez asesino, que invita a la blanca muchacha a besarlo, a alimentarse con un beso interminable, a apoyar sus labios sobre ese ombligo y buscar que el beso desde allí llegue al alma, y él que la mira, él que no tiene más nada que decir, porque también ama al silencio, y los besos y el silencio son amigos, siempre están juntos si están los amantes presentes, porque ellos los invitaron a pasear por la morada de las pupilas que no entienden de distancia, que tiran el reloj por la ventana, que se unen en un sólo cuerpo porque ya son una sola alma. Que estorban los poros, y a la vez resucitan los poros desde una caricia que se queda durmiendo sobre las yemas de los dedos de cualquiera de los dos. Y los desnudos se abrazan, desnudos de alma, desnudos los cuerpos, desnudos los ojos. Se acarician buscando, se acarician sin buscar nada, se acarician vagando por la piel, surcándola como un botecito de mar, de un mar de sal y de olas tempestuosas que buscaban estallar en un cuello, en un lugar del cuerpo, en unos cuerpos, como las olas recorren la arena, él recorría su abdomen, él también se quedaba con su ombligo, porque su ombligo también lo amaba, lo amaba más que a nada, y sólo permitía que él se acerque, ese ombligo de blancas células se quedaba pensando en él horas, y lo llamaba cuando dormían. Se besaban, se besaban, se besaban, se aman, y se besaban en el inmenso planeta del unicornio y del silencio. Allí tenían ellos su rincón de paz, eran reyes de su reino de paz, y mordían la fruta del planeta, y mordían la fruta del deseo, y se bañaban con gotas de agua de amor.

sábado, 7 de junio de 2008

Las voces

He estado huyendo de ciudad en ciudad durante años, escapando de mis atrocidades. Me sigue una sombra de sangre y muerte, que cada ciudad ha parecido intuir, porque todas ellas a mi llegada, me han recibido con tempestades y lluvia. Con días grises; gris ceniza, como mi alma podrida.

Esta ciudad no ha sido la excepción, al poner un pie fuera del autobús, las nubes revientan y comienza a llover a cantaros, como un llanto premonitorio. Corro a refugiarme debajo de un tejado que queda a pocos metros, las gotas están heladas y cuando resbalan por mi rostro, un escalofrío recorre mi cuerpo. Meto las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, y juego con las monedas que están dentro. El sonido de ellas contra mi fiel compañera, la navaja de cazador, me relaja un poco.

Justo al frente, hay una cafetería, llena de gente que charla y ríe mientras esperan a que escampe. Miro a mí alrededor, la estación de autobuses es vieja, desolada y fea. Los metales de las ventanas, puertas y escaleras están oxidados, las paredes están llenas de grafittis y hay basura por todos lados.

Sigue lloviendo, pero decido echarme a andar debajo del aguacero, al llegar a la esquina, el semáforo se pone en rojo; no se a donde ir, no se si cruzar y dejarme llevar, nunca he estado aquí y todo me parece tan distinto. Me quedo de pie, tratando de tomar una decisión acertada, mis ojos se pierden recorriendo los perfiles de los edificios, todos casi del mismo tamaño, sin forma y sin atractivo. Una fuerte brisa me sacude, abalanzándome hacia la calle, casi me atropella un coche, que me evita a último momento, el conductor acciona la bocina, hasta que se aleja a varios metros. Decido finalmente girar hacia la izquierda, aún sin rumbo fijo. Hay un olor a hierba mojada, pero no veo ningún jardín cercano. Recordé el jardín trasero de mi casa, donde solíamos celebrar las reuniones familiares y donde cada tarde me sentaba a leer algún libro. Era mi sitio favorito, mi remanso de paz, lejos de los chicos de mi clase, lejos de sus insultos, bromas de mal gusto y desprecios. Siempre fui retraído, nadie podía saber lo que pasaba dentro de mí, porque no lo entenderían.

El sonido de mis pasos sobre los charcos de agua, despiertan a un mendigo resguardado en el portal de un edificio, llega a decir algo que no entiendo y apuro el paso; me dan un asco terrible, sus dientes sucios, sus uñas mugrientas, sus vicios y su total abandono. Mientras me alejo volteo a verle, sus ojos desesperados y vacíos siguen posados en mí. ¡Maldito desgraciado!

Las calles están vacías, en una parada de autobuses cercana, hay una chica de pie; lleva una falda corta, tacones y una blusa color naranja, todo muy ceñido al cuerpo, me parece de pronto una prostituta. Me detengo frente a una tienda de antigüedades, esta cerrada, es la excusa perfecta para observarla en detalle, sin que se de cuenta. Tiene el cabello castaño y liso, un perfil delicado, parece joven; pero lleva un maquillaje exagerado que endurecen sus rasgos y la hacen ver mayor. A pesar de todo este disfraz, puedo notar su inocencia. ¡Es perfecta!

La veo acomodarse, parece estar llegando su autobús. Me dirijo hacia la parada, necesito seguirla, ya ha despertado todos los demonios en mí. No ha notado mi presencia, mi desespero, me apresuro a subir detrás de ella. Puedo oler su perfume, cautivador, me parece haber entrado en un jardín de flores.

Se adelanta mientras yo pido el billete, el conductor; un hombre peludo y malhumorado, recoge los cinco euros y me devuelve el cambio exacto. Me abro paso entre la gente, el bus esta repleto, y con esfuerzo por fin llego hasta donde esta ella. Afuera sigue lloviendo, voy bastante incomodo, pero su perfume encantador me transporta fuera de ese lugar y me tranquiliza. Su piel, es blanca traslucida, puedo ver sus delgadas venas, por el antebrazo, manos y cuellos. ¡Que dulzura! Me acerco, mas y mas, hasta rozarla con mi pecho, acelerando mi corazón sin remedio, ella voltea precipitadamente, sus grandes ojos ovalados me miran, suelto un débil “Perdona” y ella sonríe tímidamente. ¡Es perfecta Robert!

Antes de llegar a esta ciudad, mientras venia en el autobús, pensé que finalmente podría dejar mis pecados atrás, mi conciencia venia azotándome con furia, cada vez más, ¿Cuántas más Robert? ¿Cuándo piensas acabar con esto, monstruo? Pero las voces la acallaban ¡Una más Robert! ¡No puedes evadir tu destino! Ella acciona el botón de parada, ¿Qué hago Dios mío? ¡Vamos tío, mírala, es perfecta! ¡No seas tonto, no dejes escapar esta oportunidad! Me bajo del bus casi sin darme cuenta, sigue lloviendo ahora con más fuerza, saca un paraguas del bolso y se pone en marcha. El cielo se ilumina con un relámpago y escupe casi de inmediato un trueno ensordecedor. Ella suelta un gritito, y a continuación se ríe como apenada.

Camina lentamente, tratando de no resbalar con sus tacones altos. Siento el momento preciso venir, porque mi cuerpo me avisa, mis manos sudan, mi corazón late acelerado, la vista se me nubla y mi saliva se espesa. Acelero el paso, sin hacer ruido, miro hacia todos lados y no veo a nadie. La tomo por el brazo, y tapo sus labios con mi mano para callarla, forcejea un poco, se le cae el bolso y el paraguas. Logro arrastrarla detrás de unos contenedores de basura que hay a unos pocos metros y la pongo delante de mí. Sus ojos, que ahora me doy cuenta son color miel, me observa abiertos, despiertos y suplicantes. Miro de nuevo alrededor, nadie. La lluvia es nuestra única acompañante. Sigue forcejeando y con rabia muerde mi mano, logrando liberarse por un momento. “Por favor señor, no me haga nada, por favor” Vuelvo a callarla, con la misma mano ahora sangrante. No llego a decirle nada, no tengo porque, se que ella lo ha visto en mis ojos, la respuesta a sus preguntas, sabe que es lo que quiero. Ella cierra sus ojos, es el momento, saco la navaja y le apuñalo cinco veces, en el estomago, su cuerpo es tan suave que casi no hago esfuerzo. Noto como cada una, se va robando su alma, su vida. La dejo caer sobre el suelo, ahora mirándome fijamente, acerco mi rostro al suyo buscando ese momento, ese instante perfecto, mi motivo. Y llega como siempre, logro oler su último aliento, un suave olor a canela que provoca en mí el mayor de los placeres. Un premio fugaz, que nunca me parece suficiente.

Todo pasa tan rápido como siempre, limpio la navaja con su falda y la guardo de nuevo en el bolsillo. La sangre; que sale a borbotones de su vientre, se mezcla con la lluvia calle abajo. Decido volver a la parada de buses, la miro por última vez, ya no es tan bella. Mientras camino de vuelta, las voces se van acallando dando pasó a mi conciencia. Veo una iglesia en la esquina que antes no había notado. ¡Oh Dios perdóname! ¡Soy una bestia! Me siento en la acera. Coloco las manos en la cabeza y comienzo arrullarme como un niño. Una presencia repentina a mi lado me rescata de mis pensamientos, es una chica rubia, “Buenas tardes” me dice, y se sonríe mostrándome sus blancos dientes.

¡Es perfecta Robert! Escucho la voz de nuevo… No podré para nunca.

viernes, 6 de junio de 2008

Rehabilitación

Otro día más…
Miro a un lado, miro al otro. Viene un coche…. ¡esperaré!
Avanzo un paso, miro a un lado, miro al otro se ve borroso y pequeño. Miro al frente, camino lo más rápido que puedo, la luz está en verde. Titila voy por la mitad me detengo y miro a mi derecha, está más cerca y seguro estoy importunando... ¡querrá seguir! Levanto la mirada avanzo de nuevo intento que no esté detenido mucho tiempo. Por fin llego al otro extremo, tomo aire, respiro. Me arreglo el cabello y el jersey.
Recorro la acera hasta la entrada de la clínica. Levanto la mirada, en la recepción están Laia y Jordi. Jordi gira su rostro y me ve entrar con otras personas, está al teléfono y baja la mirada para anotar algo… eso parece.
La gente que va a mi lado pasa muy rápido, yo sin prisas…

– ¡Montse!... sin prisas –

Me molesta la espalda, me detengo un momento, tomo aire. Me arreglo el cabello. Camino lentamente hasta el pié del ascensor. Espero… está vacío. ¡Umm! no tiene espejo. Busco en el bolso el pintalabios y el espejito.

– No se para que miro este mísero espejo –

Marco el número tres… espero. Se abre la puerta y está una mujer joven en una silla de ruedas y tras de ella está un hombre de la edad de mi hijo…. que guapo.

– Espera bonita, espera que esta vieja lenta, salga –
– Adelante señora no se apresure, nosotros esperamos –
– ¡que maja! … cuídala bien, guapo cuídala bien –

Camino hasta la recepción… levanto la mirada acerco el reloj a mi cara, entorno los ojos un poco y… son las nueve y trece minutos… me acerco a la puerta que dice: rehabilitación mujeres. La abro, empujo… La taquilla tiene casi todas las puertas cerradas y sin llave. Levanto el brazo muy lento, para alcanzar la llave del número cinco. Debo bajarlo.
Segundo intento… tomo aire. Levanto el brazo y giro la llave y me la quedo. Meto el bolso adentro y cierro de un golpe… bajo el brazo. Tomo aire.

– ¡Montse!... sin prisas. Vamos Montse –

Levanto el brazo con la llave para cerrar y me tiembla, no encaja la llave. Intento ayudarme con el otro brazo y me empino. No consigo meter la llave en la cerradura. Me recuesto contra la taquilla y me empujo hacia la cerradura… por fin.

– ¡Ufff!... respira Montse, respira –

Voy a la puerta del fondo, paso a paso. Abro la puerta, allí están. Creo reconocer sus figuras. Están con sus batas blancas… la delgada es Claudia, la rubita es Cristina, el joven es Juan. Al resto ni los conozco. Siempre hay gente nueva.

– Hola Montse - me saluda Cristina que está muy cerca.
– Hola Bonita - contesto.

Mientras espero que me atiendan. Camino un poco para sentarme en una butaca contra la pared que está justo al entrar. Pero en el mometo en que voy a dejarme caer sobre la silla…

– No Montse, llegas tarde. Lávate las manos y ya te pongo la parafina – me señala Claudia
Digo – Es que no queria molestar. Estaban todos en sus cosas tan… – interrumpe Claudia diciendo:
– ¡Ya sabes la rutina!... ¿cuantas veces debo decirlo? –
– ¡Hay guapa!... los años – digo

Me dirijo hacia el lavabo, enjuago las manos y Claudia abre la olla de la parafina. Sumerjo la mano derecha una vez, dejo enfriar, otra vez, dejo enfriar, otra… ya está.

– Son cinco veces – me dice
– ¿en cual voy? – pregunto
– ¡No sabes!... vas por la tercera, creo.
– Disculpa bonita – le digo

Me dejan con la mano envuelta en plástico y una tohalla. Mientras, puedo sentarme junto a una de las mesas y allí está un joven nuevo en la rehabilitación, tiene la mano igual que la mia envuelta en la tohalla y lee un libro. Tiene el cabello largo y lo sostiene con una cinta para el pelo. Levanta la mirada y pregunta:

– ¿qué le ha pasado a usted?
– Mira me he caido y lo particular es que me duele más esta otra mano – le digo
– ¿Y a usted que le ha pasado? – pregunto
– Me caí en una bicicleta, pero no fue muy grave, solo me rompí un dedo
– Yo me rompí tres, estos tres – le muestro en la otra mano
– Espero que se alivie rápido
– A mis años no es tan facil, también me duele la rodilla y la espalda y mire como tengo esta mano, y es la buena – le digo

Pasados unos cuantos minutos Claudia me retira la tohalla, la parafina y me dice:

– Señora, va a hacer esto… coloca estas pinzas de ropa en la canastilla y luego los retira de nuevo así hasta que le diga. ¿Me entiende?
– Si, pero me dolerá… no tengo fuerza – le digo
– Si le va a doler… pero tiene que hacerlo y depués haremos otras cosas más complicadas

Cojo una pinza roja y la intento colocar en la canastilla, bien. Luego una azul y luego otra y la siguiente. Se me caen.

– ¡Señora!... muestre como lo está haciendo – dijo Claudia mientras se acercaba
– Mire es que no puedo – dije
– Señora… usted tiene artrosis en las manos, su enfermedad está muy avanzada. A usted la lesión ya no le duele, lo que le duele es por la artrosis. El problema ahora es su enfermedad. Me comprende – me explicó Claudia.
Le contesté – hay bonita, si yo tuviera tu edad si que podría hacerlo pero ya tengo 84 años y mis manos no son lo que eran antes –
– Está bien, pero si no lo hace correctamente no mejorará. Mire le muestro. ¡Ponga atención! … vamos a mover este dedo hacia aquí, intentando hacer pinza con cada dedo. Uno a uno. Haber yo lo veo… ¡Noooo! … esto no va a funcionar – dijo ella

Yo ni le miro, ya se como es su cara y no quiero ni mirarla.

– Mejor intente hacer esto otro. Va a coger esta plastilina y la pellizca, llevando la muñeca hacia arriba… pero sin mover el brazo, solo mueve la muñeca – me indicó.
–¡Hay me duele! ¿Cómo espera que haga esto? – le pregunté
– Hágalo despacio y descanse… despacio y descanse… yo ya regreso, para ver como va – dijo ella y se alejó.

Mientras se iba alcancé a escuchar que decía: “no la soporto”.
En cuanto se fue pasé de instrucciones, ¡me dolía tanto!... pellizqué la plastilina, una y otra vez, hablé de cosas y conté historias a los que estaban alrededor. Que juventud, que hermosa es la juventud. Hablé tanto que ni me acuerdo, ¡dije tantas cosas!…

Ahora, es otro día más…
Y tengo de nuevo al frente la clínica. Paso la calle, paso a paso. Entro por la puerta y veo a Jordi y a Laia en la recepción. Siguen es sus cosas. Hace días que no me saludan. Subo por el ascensor sin espejo y camino hasta la puerta que dice: Rehabilitación mujeres.
Luego la lucha diaria con la taquilla, el bolso y la llave. Abro la puerta del fondo. Distingo las batas blancas… la rubita es Cristina, el joven es Juan, al resto ni les conozco… ¿dónde está Claudia?

– Hola Montse – me saluda Cristina
– Hola bonita, ¿dónde está Claudia hoy? – le pregunto
– Hoy estarás conmigo… Claudia ya no trabaja más aquí – me contesta

Camino hacia la silla junto a la entrada y me siento… levanto la mirada, acerco el reloj a mi cara, entorno mis ojos un poco húmedos y… se me escapa una lágrima mientras leo que son las nueve y catorce minutos…
Miro alrededor y siempre veo gente nueva. Todos hacen lo suyo, unos recostados sobre las camillas, otros en las mesas con objetos, otro en las colchonetas…
Levanto la mirada, acerco el reloj y miro la hora… son las nueve y cuarenta. Nadie me dice nada.

La intrusión

La mañana siguiente a la fiesta me despierto en el sofá de mi casa, tarde y un poco aturdido. Mientras me desperezo contemplo la panorámica que se abre desde el salón hacia el valle. La mía es la única unidad residencial entre estas montañas. Aún no me aburre el paisaje de alta montaña, a más de tres mil metros sobre el mar, en el que pedí, hace algún tiempo, que situaran mi casa. El momento en que me canse de verlo tal vez esté acercándose; cuando llegue, simplemente solicitaré al sistema una nueva ubicación, quizás al lado del mar, en una playa larga y tranquila, tal vez unos metros mar adentro o en la propia orilla con el salón orientado hacia la línea de la espuma de las olas.
Me sorprende el suave sonido de la presurización de la puerta, mientras me estoy tomando el desayuno, aún sentado en el sofá. Al volverme hacía el vestíbulo me veo de pie, allí en la entrada, y entiendo al instante que algo va mal. ¿Qué pasa?, me pregunto. No sé, me contesto.
Me conectan al sistema de forma automática. Hay un problema, en efecto; y muy grave. La duplicidad de una persona sólo es un síntoma, algo que el sistema puede arreglar por sí mismo. La causa es algo más alarmante y peligroso.
El sistema, de forma excepcional, restablece mi estado a normal, limpia la resaca y desintoxica mi organismo para que pueda ponerme en marcha desde ese preciso instante. Subo a la terraza superior y encuentro a punto y programado mi transporte personal. En cuanto me acomodo en la butaca de control y la nave despega.

Ahora soy un rastreador y reparador. Mi nombre no es importante. Mi función actual consiste en ubicar, analizar y eliminar la excepción, el elemento extraño. El sistema es perfecto, casi perfecto, pero como todo modelo global registra a veces algún pequeño error. En teoría no es posible, pero está comprobado de forma empírica que resulta una necesidad del modelo. La posibilidad del error se revela como el único camino ineludible para conseguir la estructura completa. El sistema todavía lo está estudiando. Mientras llega a una conclusión actúa de forma puntual sobre el problema y lo elimina. El procedimiento habitual consiste en escoger como agente reparador a alguien cercano o implicado en la intrusión. Desde el instante en que me vi entrar por la puerta fui integrado por un tiempo en el sistema y voy a ejercer de agente ejecutor hasta que pueda ser solucionado el problema. Después lo olvidaré y seré tan sólo yo de nuevo. Es imposible saber si es la primera vez que esto me ocurre. En circunstancias normales nadie es consciente del sistema, ha estado siempre allí; somos nosotros o más bien la parte sensible de nosotros; el universo pensado y estructurado para la vida que queremos. Lo demás no nos importa, y ha sido olvidado hace tiempo.
El panel de control señala como destino el lugar de la fiesta, allí ha surgido el problema. Allí me conduce la nave.

Lisa es monocroma y ayer había cumplido veintidós años. La fiesta consistió en una reunión de amigos y desconocidos, en igual proporción, escogidos al azar en la Red Universal. Lisa estaba encantadora con su vestido fractal de rayas negras sobre blanco, piel desaturada y ojos grises moteados. Se movía entre los invitados, como buena anfitriona, ofreciendo sustancias, juegos y encanto. Yo me introduje entre los desconocidos con la esperanza de conocer a alguien interesante. A esta categoría aspiró durante un buen rato Selo, que se configuraba física y sexualmente en la medida de las preferencias más intimas de su interlocutor. Para mí fue una chica menuda de preciosos rasgos orientales y formas elegantes con la que debatí sobre la idoneidad de las configuraciones zoomórficas. Después la vi alejarse con Adela convertida en un chico joven, casi andrógino, de piel dorada. Adela es soñadora. Para ella la vigilia es el estado excepcional. Su vida transcurre entre sueños y es allí donde encuentra su libertad. Lo más seguro es que acabaran durmiendo juntos.
También recuerdo que estuve con Haleo, el gemelo. En realidad es sólo una persona, pero se muestra como dos; uno es elegante, amable y simpático mientras que el otro, su gemelo, es grosero y agresivo. Me alegro de que hayas venido, me dijo dándome un abrazo, va a ser una gran fiesta. ¿Porque no te pierdes?, monstruo, asustas al personal, replicó acto seguido su eco, mientras me daba patadas en la pierna. No vi en toda la noche nada que indicara la existencia de un problema.

La última vez había sido una silla, exactamente igual a las cuatrocientas cincuenta y tres que había en la platea del teatro polaco donde apareció. En el registro del sistema, al que tenía acceso mientras duraba la emergencia, también constaba un episodio con una pluma estilográfica en Nueva Zelanda, y otro anterior, con un banco en un parque de Chicago.
Cuando llego de nuevo a casa de Lisa a nadie le sorprende mi regreso. Saben que ahora no soy sólo yo, que soy algo más, aunque eso no reduce su alarma. Los invitados que quedan en la fiesta, se hallan reunidos en una de las salas más alejada de la zona de la intrusión. El pánico que producen estos incidentes hace estragos en la mente. He recibido instrucciones claras de no interactuar con ellos, ni intentar calmarles. No obstante, de refilón, puedo ver algo a lo que no estoy acostumbrado; personas paralizadas, gestos incoherentes, un volador sentado, los soñadores despiertos con ojos como platos; puedo ver su miedo, sus miradas desquiciadas. Da igual, después no recordarán nada.
El sistema me transmite las coordenadas exactas. Entro en la cocina, nada parece fuera de lugar, no veo nada extraño; sólo botellas medio vacías de todo tipo de bebidas, recipientes con comida y botes con todo tipo de sustancias. Las coordenadas señalan con precisión el rincón opuesto de la sala, debajo de una gran mesa de cristal. Cruzo la cocina hasta situarme donde pueda verlo. Es una caja de cartón, parecida a todas las demás apiladas allí debajo. Son las cajas donde venía empaquetada la comida, bebidas y demás cosas compradas para la fiesta. Concretamente es la segunda a partir del rincón, en la primera hilera; una caja vacía sin más información que la etiqueta en su lateral: zumo de pomelo y ambarina, doce unidades. A través de mí el sistema recaba todo tipo de datos sobre el objeto para su análisis; después y tan sólo durante una minúscula fracción de tiempo, hace que confluya en mí todo el poder necesario para su destrucción. Un fogonazo, un ligero mareo y todo ha terminado: la caja ya no está allí. Al cabo de unos instantes recibo los resultados del análisis que confirman el origen de la intrusión. Ningún componente era normal, no contenía ningún código, ninguna pauta ni estructura digital originada en el sistema. Su composición provenía de un orden aberrante, desconocido. Era materia orgánica de procedencia vegetal, minerales, estructuras moleculares, átomos. En definitiva: era real. Por suerte, dentro de unos segundos, lo habré olvidado todo.
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La sentencia

Soy un asesino en serie, el mejor. Nunca me han cogido. Nadie puede sospechar de mí. Nadie conoce mis intenciones; no parezco un asesino; no visto como un asesino; no me comporto como un asesino. Elijo bien a mis víctimas; tengo cuidado; nadie sospecha de mí. Soy un asesino en serie, el mejor, nunca me han cogido porque nunca he matado a nadie. Todavía. Tú eres la persona elegida.

Lo primero que deberías hacer es preguntarte cómo ha llegado a tus manos la hoja que estás leyendo. No sabes quién te la ha mandado, la has encontrado en el suelo debajo de tu silla o tal vez alguien la ha deslizado debajo de la puerta de tu casa sin llamar. Da igual, el caso es que ya la tienes y que la estás leyendo. Al principio no te la tomarás en serio, eso es normal, pero al ir avanzando en su lectura una especie de intranquilidad empezará a dominarte, poco a poco te pondrás alerta. Eso es lo que pretendo; que estés alerta. Es un aviso: vas a morir.

Por cierto, ¿has disfrutado alguna vez de la sensación de tener miles de hormigas correteando por tu cuerpo desnudo y maniatado; introduciéndose por tus orificios vitales, picando tus partes más tiernas, paseándose por tus ojos, abiertos como platos? No grites, o también te entraran por la boca.

Te estarás preguntando por qué lo hago, pero en realidad ésa no es la pregunta que más te interesa. ¡Piensa! Lo que tú quieres saber en realidad es por qué te lo haré a ti. Respecto a lo primero podríamos dejarlo en que simplemente me he vuelto loco. No es tan raro; el mundo está lleno de locos. ¿Crees que tú no lo estás?¿Ni siquiera un poquito? Tanto como para matar no ,¿verdad? Bueno. Piensa lo que quieras sobre mis motivos: que mis padres me pegaban o abusaban de mí, o que me volví loco en un trabajo de jornadas de doce horas en una fábrica apretando los mismos tornillos de las mismas piezas hora tras hora. ¡Qué falta de imaginación! En realidad son cosas mucho más sutiles las que tienen el poder de romper nuestro precario equilibrio mental: el ruido del cortaúñas, la manera de mirar de las palomas o la espera del ascensor en casa, veinte segundos de vacío cuatro veces cada día, cada día del mes, todos los días del año.

Hablando de camas ¿qué tal es la tuya? Porque estamos hablando de camas y de juegos, de juegos con cuerdas, cinta aislante y herramientas Por cierto, ¿dónde las guardas? Da igual, ya las encontraré, no tendremos prisa. Espero que tengas unas tenazas por ahí. Te sorprendería saber todo lo que puede hacerse con un taladro y un poco de paciencia.

Te advierto que no deberías estar leyendo este texto sin despegar tus ojos de él, aunque supongo que no puedes evitarlo. Podría haberme quedado al acecho después de hacértelo llegar, podría estar sentado a tu lado, o esperándote cerca, muy cerca. Quizás me conoces, quizás no. Quizás soy tu mejor amigo. ¿Crees que los asesinos lo parecen? Cuando llegue el momento saldrán mis vecinos por la tele y juraran que nunca habrían pensado que alguien como yo, que parecía tan normal, pudiera hacer algo así. Siempre cometéis el mismo error.

Ahora voy responder a tu pregunta “¿por que tú?”; y voy a hacerlo con otra pregunta “¿y por qué no?” Tal vez deje que me demuestres que no mereces morir aunque dudo que lo consigas. ¿Qué significa merecer la vida? Imagínate un bosque solitario donde sólo estamos tú y yo. ¿Qué significan ahora las palabras “merecer” y “vida”? Aquí importan más estas otras: correr, gritar, tropezar, caerse, atrapar, machacar, introducir. Sí, he dicho introducir.

Te queda poco tiempo. En realidad unos instantes. Los que te hacen falta para acabar de leer esta nota. Serán unos cinco segundos: cinco, cuatro, tres, dos, uno. ¿Estamos preparados? Yo sí, pero tú seguro que no. Te dejaré un poco más de tiempo; unos minutos o quizás unos días, o hasta unas semanas. Tendrás noticias mías. Seguro que la vida adquiere un nuevo significado para ti durante este tiempo. Es una propina, una pequeña prórroga, un regalo. Disfrútalo.
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jueves, 5 de junio de 2008

La Maternidad



Faltan 3 minutos para las nueve de la mañana y como siempre llegamos tarde al colegio.


- Toni, por Dios, date prisa – le ordeno con un tono parecido a un grito ahogado.


El niño se coloca la chaqueta con un mohín y cuelga su mochila en su espalda. Cierro la puerta de casa, le agarro de la mano y empezamos a bajar las escaleras del viejo edificio. El niño da un pequeño traspiés.


- Toni! Cariño! Ten cuidado!! – le regaño mientras le aprieto más fuerte de la mano y yo misma me agarro del pasamanos metálico.


Llegamos al coche y le hago entrar rápidamente en él. Meto también la mochila, mi bolso, mi maletín, un par de bolsas de plástico y su mochila de extraescolares. El cinturón no se lo abrocho, el colegio está a dos calles y tardaré más tiempo en asegurarlo que en llegar a la puerta.


Arranco el coche y giro la esquina rápido, he podido saltarme el semáforo en ámbar. Miro un segundo a Toni por el retrovisor.


- Cariño, ¿llevas todos los libros que necesitas? ¿no te habrás dejado los deberes en casa, eh? – le digo con una sonrisa cómplice pero con un amago de desdén en la mirada.


- Lo llevo todo, mamá.


- Qué serio estás, cariño!, venga sonríe un poquito a tu mami, que te quiere mucho – a lo que el niño responde con una mirada de ausencia hacia la ventana.


Me concentro de nuevo en la conducción. Intento aparcar en segunda fila mientras las madres que ya salen cruzan por el paso de cebra sin ninguna prisa.


- Y encima dirán que van estresadas, ya les daba yo trabajo... – pienso mientras bajamos del coche y corremos hacia la puerta del colegio.


El conserje está esperando a los rezagados con la puerta en la mano y me juzga con ésa mirada de impaciencia y superioridad de casi todos los días, mientras beso distraídamente la mejilla de Toni y éste sale corriendo hacia su clase.


A partir de aquí el ritmo del día se ralentiza para ir cogiendo la velocidad de la rutina normal: la caravana de la autopista, el trabajo, los jefes, el almuerzo rápido, otra vez el trabajo y sin dejar de respirar me veo otra vez en el coche, lanzada en dirección al colegio de Toni.


- ¿qué tal el día, mi amor?


- Bien, tengo hambre mamá, ¿qué me has traído?


- Nada, no me ha dado tiempo. Vamos a la panaderia y te compro un zumo y un croissant, si? ¿quieres que vayamos al parque?


- ¿de verdad, mamá? Qué bien.


Dejo el coche aparcado y caminamos lentamente en silencio hacia el parque mientras a nuestro alrededor otros niños corretean alegres y sus madres caminan unos pasos más atrás en pequeños grupos.


Veo los primeros árboles y el camino de tierro que lleva a los columpios y juegos infantiles.


- Mamá ¿puedo ir a jugar? – me dice Toni.


- No cariño. Ven, vamos a sentarnos en aquél banco y te acabas la merienda.


- Bueno... pero ¿ cuando acabe vendrás a jugar conmigo?


- Vale, cuando termines. – vaya, se dice a sí misma - ¿ y ahora que me invento? Estoy rendida, no tengo ganas de levantarme y además tengo que leerme éste informe.


- ¿Te han puesto deberes?


- Algo – dice el niño mirándose las puntas de los zapatos.


- Pues entonces nos iremos pronto, eh?


- Toni! Toni! Vente a jugar! – es Alex, un amigo suyo.


Suspiro aliviada y le sonrío, diciéndole que ya puede ir a jugar. Abro el maletín, saco una carpeta con el informe y empiezo a leer.


Pasan unos minutos y levanto la vista. Veo a Toni corriendo hacia el tobogán, todo va bien. Me vuelvo a concentrar y pasan lo que yo creo que son varios minutos más. Una gota de lluvia cae sobre el papel. Levanto la vista al cielo: está tormentoso, y caen algunas gotas.


Miro hacia el parque, pero veo menos niños de los que espero, la verdad es que bastantes menos y sólo unas pocas madres que se apresuran a recoger sus cosas para no mojarse con la lluvia que amenaza con caer.


Busco a Toni con la mirada, no lo veo. Recojo distraída los papeles y mi bolso sin parar de mirar a todos los lados.


Empiezo a gritar: Tonii!!


Cuando aparezca me va a oír éste niño, siempre tan despistado, le he dicho que nunca se aleje de mí.



Me levanto y camino sin darme cuenta cada vez más rápido. No veo a Toni por ningún lado, ni a Alex, ni a su madre. Noto cómo se me acelera el corazón: Tonii!!, Tonii!!


Recorro todo el parque, todos los columpios. Nada.


Me acerco a una madre que conozco de vista y le pregunto por mi hijo pero dice que hace rato que no lo ve, que cree que estaba jugando con Alex.


La lluvia hace un rato que cayendo y ya empapa mi blusa, mi chaqueta y mi pelo pegándolo a mis mejillas.


Me paro en seco y miro a mi alrededor. Noto un calor muy intenso en mi pecho y es cómo si no oyera los ruidos de la ciudad. Sólo el silencio y mi voz: Tonii!!, Tonii!!


La respiración se me acelera y a la vez noto que me falta el aire. Veo el rostro de mi hijo en mi cabeza, supongo que deseando verlo aparecer por cualquier sitio.


Entonces empiezo a correr. Al principio no sé hacia dónde pero ni me paro a pensarlo, me da igual, sólo corro. Después me dirijo hacia la parte de atrás del parque donde hay un pequeño bosque. Todos los rincones me parecen iguales y respiro con la boca abierta mientras grito el nombre de mi hijo, que a fuerza de repetirlo de repente parece que mi cerebro no lo reconoce.... Toni, Toni....


Los latidos de mi corazón palpitan en mis sienes y no paro de ver imágenes que se suceden: Toni raptado o atropellado por un coche, herido por alguna caída... y se intercambian con Toni merendando a mi lado, cuando no fui a jugar con él cuando me lo pidió, Toni cuando iba de mi mano ésta mañana en silencio mientras yo le gritaba nerviosa....


Cierro los ojos un momento – Toniii, ven aquí, grito – el agua corre por mi pelo, por mi cara y por toda mi ropa. La ira me invade, todo esto está fuera de mi control.


Una sonrisa irónica aparece en mis labios. Ya sabía yo que no debería haber tenido un hijo, todo es demasiado impredecible, cansado.


- Seré idiotaaa!!! Ja, ja, ja, ja – empiezo a mascullar, a reir de forma extraña, gutural, profunda. Me quiero ir de aquí, estoy cansada.


- Me voy!! – grito. Abro los ojos y vuelvo sobre mis pasos.


Y entonces... veo en el claro delante de mí una rama de árbol caída en el suelo y un pequeño cuerpo interte en el suelo.


El tiempo se detiene hasta que me arrodillo a su lado y agarro a mi hijo en mis brazos. Tiene una gran brecha en la cabeza, los ojos abiertos y aún está caliente pero sé que él ya no está conmigo.


Lo abrazo muy fuerte contra mi pecho, mis uñas se clavan en su carne y su cabeza cae hacia atrás. Una lágrima se confunde con la lluvia, rueda por mi mejilla y cae al suelo. Cierro los ojos muy fuerte y un alarido sale de mi garganta.


Hinco aún más fuerte mis uñas en su espalda hasta que atravieso su piel. No sé cuanto tiempo estoy así.


Me levanto poco a poco y le propino varios azotes a la vez que grito....


- !Cuántas veces he de decirte que no te alejes de mi lado!!!!


Entonces me pongo en pie, lo dejo caer con violencia y corro hacia mi coche bajo la lluvia.