domingo, 30 de noviembre de 2008

Débil

Aquí voy de nuevo, abro la puerta y me dirijo a la máquina de tabaco, mientras introduzco las monedas, Magdalena grita desde la barra del bar, ¿te pongo algo para comer, guapa?, trato de resistir, ¿podré esta vez?,cuando volteo a mirarla, no puedo evitar detallar su dentadura amarilla y escasa, sus ojos saltones bajo el flequillo desordenado, su bigote ralo, y esas tetas enormes apretadas bajo el sucio delantal… comienzo a temblar. Aunque dudo unos segundos, como siempre, termino respondiendo con un tímido: “vaale"


¡Puta máquina de tabaco! ¡Es increíble creer que sea la única en metros a la redonda! El maldito bar es horrendo, ruidoso y sucio. La comida es grasienta y maloliente, pero nunca puedo decir que no, y así ando desde hace meses. De todas formas, ¿quién podría atreverse a negarse? Correr el riesgo de que Magdalena le coja del cabello, le empuje entre sus tetas y le deje allí hasta asfixiarle. Yo no quiero morir de esa forma.


La máquina de café no para de hacer ruido, un crac crac infernal rebota dentro de mi cabeza, sale el chico de la cocina gritando !Lomo con queso! ¡Huevos con bacon! Ohh Dios, ¡que estrés! Los obreros de la barra hablan fuerte y ríen a todo gañote, uno de ellos golpea la máquina de juegos mientras grita ¡eh pepe, pideme otra cerveza! Me traen el primer plato, callos, burbújas de aceite emergen entre los pedazos enormes de cerdo, ¡uf! Cojo la cucharilla sin ánimo, mecánicamente, ¡venga va!, pruebo un poco, ¡mierda, está frío! Miro alrededor, Magdalena detrás de la barra pregunta ¡Qué guapa!, ¿A que esta bueno? Se ríe, dejando ver sus dientes y el fondo de su garganta, ¡que grotesco! Una, dos, tres cucharillas y trago ¡qué asco! Una, dos, tres cucharillas ¡jodeeeer!


Gente entra y sale, la decoración es espantosa, cuadros mal colgados en cada columna, propagandas de coca-cola, colacao y café puestas con celo en cada esquina, flores de plástico llenas de polvo, olor a fritanga por todas partes, la silla se tambalea de un lado, la mesa esta llena de migas, el suelo lleno de basura ¡puta máquina de tabaco!


Me traen el segundo, lomo con patatas, sobre un charco de grasa, refrita. Trato de cortarlo, pero se escurre el cuchillo y golpea el plato con fuerza, todos voltean a mirarme. Este lomo parece una chancla, duro y elástico a la vez, con fuerza llego a cortar un trozo, ¡venga va!, uno de los obreros me mira desde la barra, se sonríe maliciosamente, ¡Dios lo que me faltaba!, le comenta algo a su amigo, se ríen, volteo la cara hacia otro lado, tratando de evitar las provocaciones que no existen, aún así se enoja, ¡en cuatro patas tampoco me verías la cara, putón! , trago haciendo un ruido entrecortado, la pelota de carne casi me ahoga, se me escapa una lágrima, ¡jodeeer! Necesito salir de aquí.


De fondo se escucha una canción de Albert Pla, ¡no podía ser más bizarro!, un sabor a aceite de girasol recorre mi garganta, ¿Postre y café, cariño? Esta vez se para al lado de la mesa, aquel par de bolas gigantes rozan mi hombro derecho, resignada y mirando al suelo contesto: ¡vaaale! Colocan el café sobre la mesa a lo bestia, una gota gorda rebota y mitad de ella va a parar a mi camisa, ¡mieeerda!, una caña de chocolate sobre el plato, blanco y astillado, ¡Venga va! Bebo del café, que parece agua sucia, es insípido y está hirviendo. ¡jodeeer! ¡no me lo puedo creer! ¡Esto es el colmo! Un pelo, negro y enroscado, se asoma por debajo de la caña, siento un leve mareo, todo empieza a girar en mi cabeza, la gente, Magdalena y su bigote empapado de sudor, el bar se hace grande y pequeño, el ruido… me levanto bruscamente y camino deprisa hacia la caja.


_ ¿Qué te debo?
_ ¿ya te vas, guapa?
_ si, si, ¿Qué te debo?
_ Doce con treinta, corazón.


Pongo 20 euros sobre el mostrador y camino apresurada hacia la puerta.


_ El cambio, guapa.
_ Quédatelo, gracias.


Afuera, enciendo un cigarrillo, aspiro con fuerza y libero una gran nube de humo, repito el proceso 3 veces y lo tiro al suelo, lo piso con fuerza. Mientras regreso al trabajo voy pensando en ese horrendo bar, no puedo quitarme la canción del Pla de la cabeza, el obrero cachondo, todo. ¡Esto no tiene lógica! Me repito convencida, entrar, coger el tabaco y salir, es todo lo que tengo que hacer. ¿Cómo es posible que no pueda superar este miedo irracional? Ella vuelve a mi cabeza, esa dentadura, esos ojos, esas tetas asesinas. ¿a quien engaño? De repente la solución viene a mi cabeza, metí la mano en mi chaqueta, corrí hacia el basurero y tire la caja de cigarrillos. ¡Desde hoy dejaré de fumar! Ya no tendría razones para volver allí.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Saludo de bienvenida

...Hola a todos

Ya estoy por aquí!!!

Sebas, recuérdame el título please!

Un abrazo,

Laura

domingo, 23 de noviembre de 2008

Dos cositas

Hola, feliz domingo.

He encontrado un sitio nuevo en Internet sobre intercambio de libros usados, aún no he probado el servicio pero espero comenzar pronto, de hecho ya subí alguno de los libros que quiero intercambiar.

http://www.booktobook.net/index.php

Y esta otra página, ya la pruebo desde hace tiempo, me gusta mucho porque encuentras desde cuentos, foros, talleres virtuales gratis, hasta recursos para el escritor.

http://www.ciudadseva.com/

Pues eso, espero que las recomendaciones las encontréis bastante útil.

Besitos

viernes, 21 de noviembre de 2008

HAY QUE SABER DECIR QUE NO

La mañana amaneció tranquila para el inspector Juan Casado, o esa era la impresión que tenía. No había recibido ninguna llamada a medianoche, lo cual era bueno. Ningún caso urgente le esperaba sobre su mesa de trabajo. Hacía un día soleado, se sentía relajado y de buen humor. Se le ocurrió que estaría bien acercarse hasta la casa de su exmujer, aún era temprano y no habría marchado al trabajo, recogería a su hijo y le acompañaría al colegio, algo que pocas veces podía hacer. Con estos buenos propósitos se dirigía hacia el aparcamiento a recoger su coche cuando le sobresaltó el sonido de su teléfono. Arrugó la nariz y esperó lo peor. Se llevó el aparato al oído y escucho la voz de Daniel, su compañero de trabajo, que en tono impaciente le preguntaba
– ¿Por dónde andas?, tenemos un 180 y es urgente
- Había pensado en llevar mi hijo al colegio antes de pasar por comisaría -, comentó sin esperanza de que aquello fuera ya posible.
- Lo lamento amigo mio, parece un asunto grave, te envío la dirección al GPS de tu coche, allá nos vemos.
Se cortó la comunicación, cerró su teléfono y lo colocó en el bolsillo. Bien, otro día será se dijo a si mismo, mientras se apresuraba.

Llegó a la dirección indicada en menos de diez minutos, había muy poco tráfico a aquella hora de la mañana. Le extrañó no ver ningún coche de policía aparcado ante la puerta de la finca. Se trataba de un edificio viejo y descuidado que daba la impresión de estar abandonado. Las ventanas de los pisos estaban cerradas y por los excrementos de paloma acumulados, debía hacer mucho tiempo que nadie las abría. Aparcó en frente mismo de la puerta, bajó del coche y se dispuso a esperar la llegada de alguien más. No había pasado ni un minuto cuando oyó un estrépito que parecía venir del primer piso. Dudó por un momento que hacer. Empujo la puerta de la finca, que estaba abierta, y entró en el vestíbulo. A simple vista, se veía que el ascensor no funcionaba, el cuadro de mandos estaba colgando completamente destrozado. Se acercó hasta la escalera mirando hacia arriba por el hueco. Entonces fue cuando sonó un grito y ruido de pasos que provenía de la planta superior. Se puso en guardia, desenfundó su pistola y subió los escalones de dos en dos hasta llegar al primer rellano. Observó que la puerta de uno de los apartamentos estaba abierta, había sido destrozada. Sujeto con fuerza la pistola y se encaminó hacia el umbral mientras gritaba: - ¡Es la policía, quien hay aquí! nadie respondió. El interior se hallaba a oscuras, por un instante dudo de entrar. Buscó con la mano un interruptor en la pared y entonces fue cuando noto como alguien o algo le golpeaba y le hacía caer con fuerza contra una superficie blanda. Mientras braceaba intentando mantener el equilibrio escuchó un estampido breve y seco y a continuación perdió por completo el conocimiento.

Despertó sintiéndose confuso y desorientado. Estaba tumbado sobre una butaca sucia y destartalada, notaba como los muelles de la misma sobresalían por la tela y se le clavaban en la espalda. Le costaba moverse y pensar, su mente estaba envuelta en una densa niebla de la que parecía no poder escapar. Se encontraba en una habitación pequeña y mal iluminada. Una bombilla manchada de pintura que colgaba del techo era toda la luz que tenía, suficiente para darse cuenta de que no estaba solo. Allí en el suelo apenas a dos metros de donde se encontraba había el cuerpo de un hombre. Yacía inerte boca abajo, sobre un charco de sangre que le sobresalía del pecho y se extendía hasta casi llegarle a las rodillas, no había ninguna duda de que estaba muerto. Iba vestido con una sudadera de color azul marino y unos pantalones de lona negra. Calzaba zapatillas deportivas, una de las cuales estaba medio salida de su pie. Una capucha le cubría la cabeza y su mejilla izquierda estaba apoyada sobre una de sus manos. Daba la impresión como si en el momento final hubiera querido acomodarse antes de morir. “Dios, cuanta sangre puede haber en un cuerpo humano” atinó a murmurar al tiempo que tambaleándose se levantó del sillón y se puso en pie. Al incorporarse notó que un objeto pesado caía junto a sus pies. Miró hacia la sucia moqueta verde que cubría el suelo de toda la estancia y se percató de que era una pistola, la reconoció en el acto, pues era la suya. Se agachó y tras coger el arma y ponerla ante sus ojos su mente pareció despertar del letargo y en una fracción de segundo recordar todo lo ocurrido.

Mientras la consciencia se abría paso en su mente, se percató de lo delicado de su situación. Estaba allí solo en una lúgubre habitación de una finca abandonada. Había el cadáver de un desconocido allí frente a él. El arma que parecía haberle matado era la suya, aún con el cañón caliente, pero no recordaba haberla disparado. Su cerebro comenzó a pensar con rapidez, era raro que no hubiese llegado aún la policía, no era normal. Inmerso estaba en estos pensamientos cuando sonó el teléfono desde algún bolsillo de su chaqueta y le hizo dar un respingo pues sonaba muy fuerte en medio de aquel profundo silencio. Sin moverse ni un solo centímetro de donde se encontraba tomó el móvil, vio en la pantalla que la llamada era de Daniel. Respondió sin saber muy bien que decir, pero no le dejaron pasar de un
– Dime - antes de que desde el otro lado le espetaran
- Juan, ¿se puede saber dónde te has metido?… estamos ya todos aquí. - -- ¿Dónde? respondió él sorprendido.
- Donde va a ser… aquí en la calle Prim, si esta a cinco minutos de tu casa.
Se quedo sin saber que decir solo se le ocurrió
– Dame unos minutos y te cuento, y a continuación colgó.
Donde demonios estaba, que era aquel lugar, se repetía mientras salía del apartamento y bajaba por la escalera hasta la calle. Miró en una y otra dirección, no se veía a nadie. Abrió la puerta de su coche y se agacho para mirar la pantalla de su GPS. Allí en gruesas letras de color verde leyó la dirección que le había enviado Daniel. Era cierto estaba apenas a cinco minutos de su casa. Como había llegado pues hasta aquel lugar. Encendió un cigarrillo mientras intentaba calmarse y pensar.

Juan Casado era persona de carácter tranquilo poseía una mente fría y analítica que hasta la fecha le había sido muy útil para desempeñar su trabajo. En tantos años de servicio las había visto de todos los colores y siempre había sabido que hacer. Sus compañeros le apreciaban y se había ganado un merecido prestigio y autoridad moral dentro del departamento de policía. Todas estas virtudes profesionales no le habían sido muy útiles en su vida familiar. Dos divorcios en quince años daban el perfil de alguien que no sabía compaginar su trabajo con el matrimonio. Pero, eso si, había tenido un hijo con su segunda esposa al que adoraba. Un niño que ahora tenía 8 años y a quien intentaba ver siempre que podía y su trabajo se lo permitía. Su exmujer nunca le había puesto problema alguno, su relación seguía siendo amistosa, en el fondo se seguían queriendo, pero ambos eran conscientes de la imposibilidad de llevar una vida familiar normal. Ahora de pie en aquella solitaria y desconocida calle pensó en su hijo. No sabía explicar porque pero la imagen del niño le vino a la mente con fuerza y una claridad deslumbrante.

Volvió a centrarse en la citación, tomo el teléfono y marco el número de su compañero. No ocurrió nada, era como si no hubiera cobertura. Miró a su alrededor, estaba solo en la acera, no parecía que hubiese un alma. Probó de llamar alguna de las puertas de las fincas colindantes, pero o no había nadie o es que nadie quería abrirle. Al final tomó una decisión. Tenía que salir de allí, buscar a sus colegas, contarles todo lo que había ocurrido y regresar de nuevo con un equipo con el que poder procesar los hechos y averiguar que es lo que había sucedido. Se subió a su coche, arrancó y enfiló la calzada hasta el primer cruce. Giro a la derecha y tomo la primera calle en dirección hacía lo que parecía una avenida principal. Durante unos minutos condujo por calles desiertas y ruinosas, que no recordaba haber visto jamás. Donde estaba..., de pronto se sorprendió parado en el mismo lugar del que había salido hacia escasos minutos. Soltó una maldición y volvió a consultar el GPS.. - maldito trasto.... te estas burlando de mi- Desconecto el instrumento y volvió a darle al contacto, esta vez iba a guiarse por su sentido de orientación. Tomo otra vez la calle en sentido contrario y al llegar a un cruce esta vez giró a la izquierda, continuó en línea recta durante un par de calles y volvió a girar a la izquierda. Miraba fijamente por si podía ver algo que significase una salida de aquel siniestro lugar. Tomo por una avenida que le pareció no haber visto hasta entonces pero solo entrar en ella se quedo helado, ante su mirada desesperada aparecía otra vez aquel portal oscuro y destartalado del cual parecía no poderse alejar.

Permaneció sentado allí dentro del coche, sus manos sujetando con fuerza el volante, la mirada perdida en algún punto de aquel siniestro horizonte. Sus pensamientos volvieron a focalizarse en su hijo. Vio el día de su nacimiento, el momento en que lo tuvo en sus manos, sucio aún de la placenta de su madre, los ojos cerrados y la boca abierta esforzándose por llorar. Recordó como su carita se iluminaba con una sonrisa cuando le iba a buscar o se lo llevaba de paseo. - Dios.. que me está pasando -. Movió la cabeza con fuerza intentado disipar sus miedos. Una certeza se iba abriendo camino dentro suyo. Abrió la puerta y bajo del coche. Había tomado una decisión, la respuesta a todo aquello estaba allí arriba, en aquella habitación, aquel lugar del que parecía no poder separarse. Allí debía de regresar. Entro en el edificio y su silueta se fue difuminando en la oscuridad.

La prensa y la televisión de aquel jueves amaneció con la noticia de la muerte del inspector Juan Casado por causa de los disparos recibidos cuando iba a detener a unos delincuentes, uno de los cuales fue abatido en el mismo momento por el policía. Sus compañeros que llegaron poco después que él al lugar de lo hechos, le encontraron ya cadáver. Según explicaron a los periodistas, había quedado caído sobre un sillón tras recibir el impacto de una bala. A pocos metros suyos, tumbado en el suelo, el cadáver del delincuente yacía sobre un charco de sangre. El sargento Daniel Cabezas compañero y amigo del inspector explicó, aun profundamente consternado, que cuando llegaron a la dirección, vieron el coche de Casado y ni rastro suyo, les pareció extraño y por ello le llamó a su teléfono . No podía sacarse de la cabeza las últimas palabras que le oyó decir cuando seguramente agonizaba a pocos metros de ellos. – Dame unos minutos Daniel, y te cuento-

Juan Solsona

miércoles, 12 de noviembre de 2008

En la ciudad pequeña

Lo primero que recuerdo es la luz clara, casi brillante y el calor húmedo que se pegaba. La tarde en que llegué a la ciudad yo estaba sentada en un banco en medio de la plaza y entonces lo vi, de pie, apoyado en la farola y con un gesto serio, no pude evitar reír y le hice señas: "¡pareces un payaso!". Se rió él también aunque no sabía lo que le estaba diciendo, se pasó primero la lengua y luego terminó de limpiarse con la mano el helado de fresa.
Él es uno de mis recuerdos más tiernos en la ciudad. Un mechón muy rubio le caía sobre el ojo derecho, fumaba y se pasaba continuamente la mano por el pelo. Venía de muy lejos, me dijo que de un país con mucho hielo. Tenía una forma de pararse con las manos en las caderas que me recordaba al principito, de repente se echaba a andar como si llevara una capa azul que lo protegiera de la gente. Le llamaba mi petit prince, le gustaba pasar el dedo por una pequeña cicatriz que llevo en el hombro, mientras, yo intentaba explicarle que viajar es peligroso, que pueden ocurrir terribles accidentes, que te puedes quedar varado en el desierto con un zorro y una rosa.
Volví a verlo varias veces, tomábamos helados en la plaza, yo acariciaba su cara mientras él decía cosas ininteligibles para mí. En esa plaza hay muchas flores y las cambian a menudo, combinan los colores, las riegan por la noche. Yo suelo echarme allí, hay una manera de hacerlo en que el campo visual queda recortado entre un pino y la cúpula de la catedral. Si de alguna manera logra no escuchar el bullicio de la gente puede transportarse a otro siglo.
Cuando llegué a la ciudad pensé ¡qué pequeña! Y no pensé en nada más porque estuve ocupada en deshacerme de estúpidas obligaciones. No vale la pena que se las diga en detalle, sólo que mi familia me exige un mínimo de presencia y buenos modales para no desheredarme. Pero hoy pienso en que esta ciudad es un buen lugar para esconderse. Hay uno en especial con una fuente de piedra y con escalones de piedra donde el único verde es el del musgo. Los portales son tranquilos, puede estar allí toda la siesta sin que nadie le moleste. Hay otro rincón, me gusta por el morbo, es la Plaza de los Ciegos. Seguro que en la edad media llevaban hasta allí a los ciegos de la aldea para que hablaran entre sí (perdón, ¿sabe usted de qué hablan los ciegos?) El suelo es viejo, muy antiguo, con los pasos cortos marcados en la piedra gastada. Casi se puede ver a los ciegos chocándose todo el tiempo, hablando a gritos, saludándose al reconocer una voz aunque no se pudieran encontrar.
Hay en un muro de la plaza una cueva pequeñita, alguien le pone velas. A veces me quedo esperando a que aparezca el ratón que vive allí, porque supongo que vive un ratón, para ver que tan místico es. Claro, nunca he visto nada. Una vez, sí, encontré un guante. Estaba al lado de la cueva. Tal vez alguien se lo puso para encender las velas. Tal vez era una ofrenda. No lo sé. Quizás el ratón es un protector de ladrones.
Recuerdo que compré en esos días un pequeño aparato para oír música, desde entonces es lo que más hago, no tiene peso, no ocupa espacio y si le puede cargar juegos es mejor que nadie en este mundo. El ratón debe de tener uno porque sale poco. Yo, en cambio lo uso para poder estar fuera, expuesta pero ausente. Casi invisible. Y yo también dejo de verlos. Sólo cuando quiero estiro la mano y aparece alguien del otro lado. Como atravesando un mar. Ya sé que es una ilusión. Pero a veces es compartida. A veces el otro también cree que yo estoy aquí, entonces nos reímos. Damos vueltas en círculo por la ciudad pequeña y nos reímos. A veces, incluso, hago promesas muy serias: te escribiré, nunca olvidaré tu nombre, ya no fumaré más. Entonces pienso en ponerle una vela al ratón, pero enseguida lo olvido y voy por otro barrio.
Recuerdo una conversación con alguien que una noche me interrumpió en mi vagabundeo, me dijo serio, cogiéndome de un brazo:
-Tú, ¿cuántos años tienes?
- …
- ¿Y que haces por aquí?
- …
- ¡Quítate eso para que te pueda hablar! Ven, te invito algo, tengo algo importante que contar.
He visto por la calle unos siameses. No, gatos no, estúpida, siameses, ¿sabes lo que son? Dos personas unidas, pegadas. Aunque para estas estaba bien, sí, bastante bien, compartían del hombro al codo del brazo derecho de una, y del hombro al codo del brazo izquierdo de la otra, bastante bien. Es decir que podían caminar mirando al frente, vestir correctamente y hasta hubieran podido quitarse el sombrero con el brazo pegado al mismo tiempo, si lo hubieran usado, claro. Iban así, pegados por la vida, seguro que fotografiándose con los transeúntes, apareciendo en programas de televisión, y ya me imagino que estarán intentando romper alguna clase de récord para cobrar los derechos por aparecer en el libro de los Guiness.
- Deberían filmar una película porno- sugerí, creo que bastante acertadamente.
- ¿No te parece increíble dos personas viviendo juntas, pegadas, todo el tiempo, para siempre?
- Se les hace fácil cruzar las calles, una mira para cada lado…
- No sé, no sé, sí, muchas cosas deben hacerse más fáciles. Pero ¿no es fantástico? ¿No es una buena historia?
- No, esos dos que viste deben de haber cosido el traje.
-¿Pero no crees que existen esa clase de gentes?
- ¿A que mito te refieres?
- No es un mito, es un sueño. Bueno, está bien, me pillaste, es el nombre de un álbum que compré esta tarde, "Siamese Dream". Es que te pareces a la niña de la portada. Ando buscando similitudes en el mundo, que una cosa se corresponda con otra, que una tenga la parte de la otra que le falta o que le complementa, o sino que se le oponga necesariamente.
-No es lo mismo, no es igual.
- Bueno, pero es algo, luego juntos podrán buscar los opuestos, incluso como espejos, hasta puede ser un efecto amplificador.
- Creo que es tonto lo que estás diciendo.
- ¿No te gustan los dobles?
- ¡No! Me espantan.
- A mí lo doble, lo bi, lo reversible, me excita.
- A mí, lo uno, lo singular. Sólo veo individuos alrededor. No me es fácil encontrar la relación entre uno y otro miembro del conjunto.
- ¿Pero las ves?
- A veces.
- No deberías poder hablar.
- Pero hablo igual.
- Sí, pero hablamos porque una cosa se parece a la otra, por eso las podemos nombrar. En la diferencia absoluta no hay nadie.
- ¿Nunca has estado allí?
- Ni tú, allí no hay nadie, no hay nada, es la muerte.
- Puede ser, puede que en este punto tengas razón.
Se fue poco después. Tal vez sólo quería confirmar su teoría. Smashing Pumpkins seguía sonando, también mentía aquí, no debe haber comprado ningún álbum, sus similitudes no eran mejores que mis diferencias. Yo voy saltando de una en una, de una a otra y de ahí a las demás y se me viene la imagen de los zapatitos rojo brillante saltando en zigzag sobre el empedrado de oro (¿recuerda la película?).
No encontré nada más interesante en esa semana, creo que me fui a dormir temprano por esos días. Mis padres me dejaron un mensaje en el móvil, harían un breve viaje al extranjero, una vez más no se tomaron la molestia de decírmelo personalmente. Igual, para mí era una buena noticia. Siempre tuve en casa esta sensación de impersonalidad. Una vez que la maquinaria se echa a andar da igual que yo pedalee o no, el desayuno siempre está listo, la ropa finalmente limpia y en su lugar. Fueron días de mucha paz. Coincidió con que Max llegó de Londres y trajo muchas cosas, y muy buenas. También llegó el tiempo cálido, las primeras flores, las que dan alergia (por suerte a mí no). En el parque del río hay unas pequeñas, de un rosa muy intenso que son de mis favoritas. Solía ir a leer allí, o a escuchar música o simplemente a estar. Una tarde ella estaba sentada a unos pocos metros de mí. O llegó y se sentó después que yo, no lo sé. Se abanicaba, el pelo se le movía apenas, supongo que sudaba. Yo llevaba una camiseta blanca, de tirantes, y estaba descalza así que no sentía calor. Lo primero que me sorprendió es que ni sonriera ni nada. Me senté cerca y le pregunté de qué iba el libro que leía. Me lo explicó. Sonaba interesante pero no le creí mucho, me parece que no lo estaba entendiendo muy bien. Quizá le intrigara porqué era tan famoso, porqué hace tantos años, siglos que ese libro era tan famoso. La mirada se le ponía lejana cuando hablaba de lo que leía. Y cercana, casi luminosa, cuando me miraba y me preguntaba cualquier otra cosa. Cuando se movía se le abría el cuello de la camisa y se le veía la piel clara con pequitas. Caminábamos mucho, casi desde el principio y sin ponernos de acuerdo. "Las peripatéticas", ella lo dijo. Una vez vimos una película china. De unos barcos de piratas, tenían grandes velas y navegaban en unos mares como cielos. Unos chinitos pobres, con túnicas marrones, vivían en unas colinas de un verde muy suave que estaban rodeadas de pantanos donde cultivaban arroz. Cuando desde la colina que dominaba el golfo veían aparecer los barcos corrían y corrían, y los piratas saqueaban el pueblito y se llevaban unas pobres gallinas y así toda la película, velas rojas y naranjas de barcos piratas, mares azules, colinas verdes, y ninguna historia, o al menos que yo me enterara. Pero a ella le gustó, salió hablando de sublimes metáforas y yo la escuché un rato pero pronto me perdí. Por un instante sentí la melancolía de mi ratón y fue entonces que la besé. Las manos pequeñas, los pechos y los pies pequeños y cinco lunares en la espalda. -Nadie sabe cómo es su propia espalda- me dijo una vez, ¡vaya estupidez!. Entonces yo le conté los lunares presionándolos para que los sintiera y también le dibujé la nuca. Reía mucho y hablaba de los viajes que quería hacer, nunca supe de dónde venía realmente. Intentó explicármelo, me mostró una herida que tenía en la mano. Me habló de un país en el que no hay árboles ni edificios, sólo campos largos. Me pareció interesante. Como por aquella época tenía poco dinero tuve que volver a decir mentiras. Mi familia se hartó bien pronto de mí y otra vez quedé libre. Las cosas mejoraron para nosotras y adoptamos un gato blanco. Pasamos así todo el verano. Una noche desperté en el bar al que habíamos ido juntas, pero ella ya no estaba. –Normal- me dijeron. No la fui a buscar, se quedó con el gato y unas fotos que una vez hicimos en un fotomatón. Me sentí muy pesada e increíblemente vieja, me estiré y no pude tocarme la punta de los pies. Volví a casa y no había nadie, supe entonces que tenía que tomar una decisión. Siempre he admirado mi instinto de supervivencia, mi capacidad de flotar sobre los remolinos. Me pareció que todo lo que había pasado era bueno y me fijé en que aún llevaba en el bolsillo los boletos de un viaje que nunca hicimos. Era un viaje hasta unas montañas muy cerca de aquí, busqué en el google.map adónde deberíamos haber ido y encontré este lugar. Entonces lo supe. Durante el viaje en tren he llegado a la conclusión que lo que he observado detenidamente fuera, esta todo en mi interior. Que lo importante viene aquí conmigo. Que lo que tengo que hacer ahora es quedarme observándolo, repetirlo en mi memoria, y fijarlo de algún modo, con algún medio, para que no desaparezca. He venido aquí para hacer eso. Ya encontraré la manera de relatarlo. Por eso le pido, madre superiora, que me acepte en el convento, quiero iniciarme, quiero ser monja.

sábado, 8 de noviembre de 2008

FOXEY LADY


¡Zorra!
¡Zorra, zorra, zorra, zorra!
No puedo creer lo que está pasando por culpa de esa zorra. Es de locos. No deberían estar pasándome estas desgracias, soy una persona normal y corriente, no me merezco toda esta mierda…
Me tengo que calmar. No puedo ir de esta manera a la Policía…
¡Zorra!

Todo empezó cuando me dijo que estaba embarazada. La muy zorra me había dicho que tomaba la píldora. Puta mentirosa, hay que estar mal de la cabeza para ser así de falsa. Lo que empeoró todo fue cuando me dijo que quería tenerlo. ¡Quería tener al puto niño! Había perdido el norte, se había vuelto loca. ¡Como iba la muy zorra tener un hijo mío!
Por mucho que intenté convencerla de que era una locura, ella me dijo que, con mi consentimiento o sin él, tendría a nuestro hijo y aquí se plantó. Esto me hizo valorar la situación y tomé una decisión. Esto no podía ser, esto no podía continuar.

Laxatin 400, dos cajas. Dormipharm cápsulas, una caja. 12,36€.
Internet es un invento abominable donde un cualquiera como yo puede aprender como producir artificialmente un aborto. Hay gente que está realmente enferma de la cabeza que te aconseja sobre el asunto en repugnantes foros y chats sobre la muerte y la decadencia humana. Es muy triste.
Una pastilla del laxante diluida en una bebida, una vez por la mañana y otra por la noche. Una cápsula del somnífero mezclada entre la comida en cada cena. Así durante dos semanas y el feto en gestación moriría silenciosamente produciendo en ese momento dolores fuertes y agudos al vientre de la madre hasta que ésta expulsase el pequeño cadáver como quién escupe un chicle al que se le ha ido el sabor.
Pero la muy zorra estuvo dos semanas con el tratamiento, ¡y nada! Y hasta tres, ¡y nada! La rutina del veneno fetal no servía de nada. Putos freaks de internet, además de estar enfermos no tienen ni puta idea…
Perdí los nervios. Una noce, La Noche, decidí aumentar la dosis y acabar con esto de una puta vez. Ocho pastillas de Laxatín dosificadas entre el vino, agua y té que tomó acompañando su ensalada de pasta fría con el contenido de tres cápsulas de Dormipharm entre macarrón y macarrón.
En la sobremesa se empezó a sentir mal. Por esto mismo se fue a la cama antes de tiempo, “a ver si se le pasaba”. Me quedé en el salón mirando la tele y esperando nerviosamente a que pasase algo. “¡Aborta zorra, aborta zorra!” era lo único que podía pensar en esos momentos.
Oí un ruido. Ella salió disparada de la habitación hacia el baño. Ahora me tocaba actuar: “¿Te pasa algo cariño?” y salí tras ella. Recibí como contestación un gran pedo de camionero seguido de otros menos potentes síntoma de una gran diarrea. Ella gemía del dolor. Estaba pálida, tanto como el mismo wáter y le caían gotas de sudor de la nariz, barbilla y orejas. El pelo pegado a la empapada cara y solo gemía y gemía. Entre flatulencia y flatulencia le preguntaba si estaba bien. Flatulencias ronroneantes cargadas de excremento líquido, gases que solo salían acompañadas de ruido y residuo, pedos que ametrallaban la mierda por todos lados… Olía a podrido y eso me hizo pensar en el feto ya muerto. “Escúpelo zorra, expúlsalo ya.” Luego pegó un gran chillido y se llevó las manos al vientre. Se dobló de dolor. Gimió y siguió gimiendo. “Escúpelo zorra…” Luego dejó de gemir. Se quedó doblada con la cabeza entre las rodillas y las manos en el vientre. Los pedos siguieron durante un minuto más y perdiendo fuerza. Había perdido el conocimiento. La levanté y la metí en la bañera para lavarla. Luego miré en el wáter. Vi ahí, flotando, justo en el centro de toda la mierda que teñía de marrón todo el interior de la taza, a mi hijo. Tan pequeño como un haba. Lo miré durante unos minutos. Luego tiré de la cadena. Miré a la desmejorada madre. Me sentí tristemente aliviado.
Empecé a ducharle con agua fría para lavarla y despertarla. Habría que llevarla al médico. Me di cuenta de que algo iba terriblemente mal. Ella no respiraba.¡La muy zorra no respiraba! Le puse la mano sobre el pecho. No le latía el corazón. ¡La muy zorra se me había muetro! Se me había cagado hasta la muerte. Vaya forma tan glamorosa de morir… ¿Cómo podía hacerme algo así? Siempre tenía que tener la última palabra, siempre tenía que joderme en todo. ¡Zorra, zorra, zorra, zorra!
No podía acudir a un hospital o a la Policía, me culparían a mi de su muerte y me encerrarían de por vida. La sociedad me consideraría un monstruo. Pensé en Papá y Mamá. ¿Qué pensarían de mi si pudieran levantar la cabeza de sus tumbas? Me sentí avergonzado de la vida que había llevado hasta ese momento. Derramé unas lágrimas de tristeza y otras de rabia. Esto tenía que ser un secreto que llevase a la tumba.
Pensé en frío. Tenía que deshacerme del cadáver. Lo tenía que hacer sin levantar sospechas. La mal nacida solo me proporcionaba un problema tras otro, menuda puta. Pensé que después de deshacerme del cadáver, esperaría cuatro días y luego denunciaría su desaparición a la Policía, este sería mi plan.
No me vi con el valor de llevarla en el coche hasta un bosque y enterrarla. Trocearla y tirarla metida en bolsas de basura en varios contenedores de basura distintos me parecó muy arriesgado. Pensé en la picadora de carne que me había regalado Papá. No lo dudé más. Encendí el cacharro del infierno. Siempre me había dado mucha grima su sonido. “Ten cuidado con los dedos” me decía ella siempre que yo picaba carne. Por esta razón decidí comenzar por sus manos. Me sorprendió la facilidad con la que trituraba tanto carne como uñas y huesos. Pronto me di cuenta que tendría que cortar su cuerpo en pedacitos pequeños para que cupiesen en la picadora. Esto lo hice en la bañera y con los cuchillos que me regaló Mamá. “Papá, Mamá, ahora no miréis.”
Cuando la hube picada entera la separé en raciones de 250gramos envueltos en film transparente. 156 paquetes individuales que guardé uno a uno en el congelador y de las que me iría deshaciendo poco a poco, sin levantar sospechas. Luego tuve que limpiar toda la sangre de la bañera y cocina. La zorra sangró como una puta cerda. Me costó la vida limpiarlo todo bien, para no dejar marca. Cuando terminé ya había amanecido. “Cuatro días” pensé. Cuatro días e iría a la poli a denunciar su triste desaparición sin rastro…

Cuatro días… ¡Ya han pasado ocho y aún no he tenido los cojones de ir. Si no voy ya se me podría considerar sospechoso de su desaparición. Pero estoy demasiado nervioso, al fin y al cabo soy una persona normal y corriente. La muy zorra siempre me causa problemas, uno tras otro… Zorra… Tengo que controlar mi rabia hacia ella. No pueden notar que odio a esa zorra por lo que me ha hecho… Creo que estoy listo.
Bueno. Aquí estoy, frente a la comisaría. Tres… Dos… Uno…
¡Allá voy!

-Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?- me pregunta un policía detrás de la ventanilla.
-Vera agente… Esto… Como le diría yo esto… Yo creo… Creo que…
-Tranquilícese señor,¿qué me quiere contar?
- … que la muy zorra de mi hermana, ha desaparecido …



D.G.F.

domingo, 2 de noviembre de 2008

HABITACIÓN 999

He llegado... Sin darme cuenta, pero he llegado.

Que, ¿A dónde he llegado?
Pues escuchadme amigos míos porque he llegado a un lugar que a todos nos interesa. Un lugar que nadie puede despreciar. Un lugar con el que todo el mundo sueña…
Amigos, he llegado al Paraíso.
Y mentiría si digo que es la primera vez que lo visito, pero el primer punto que os quiero remarcar sobre el Paraíso es que nunca es igual, o sea siempre es diferente, cada vez que lo visitas.
Yo mismo he estado aquí en numerosas ocasiones y en todas ellas he vivido geniales sensaciones, visto increíbles paisajes, escuchado preciosas melodías y olido deliciosos aromas… Pero en cada ocasión han sido diferentes sensaciones, paisajes, melodías y aromas.

En cualquier caso amigos, os puedo contar por experiencia propia que hoy, en el Paraíso, la tierra respira.
Es como si el suelo que pisas fuera parte de un ente súper mega gigante al que se le nota cada inspiración y cada expiración, dándote la sensación de andar sobre el mar o a ir en barco o incluso de pisar cojines, si gustáis.
También las nubes se organizan de tal modo que crean asombrosas formas tridimensionales de algodón en el cielo del Paraíso.
Si ahora miro al cielo puedo corroborar esto que acabo de decir.
Bien… Puedo ver una locomotora de vapor, conducido por un ciervo con sombrero, que suelta humo por su chimenea y tira de dos vagones de principios de siglo, dos tanques alemanes de la segunda guerra mundial y una banana gigante de esas que se arrastran por al agua y llevan a turistas extranjeros en las playas de moda.
Veo también que el convoy ha sido adelantado por un submarino nuclear ruso que, a su vez, está echándole una carrera al mismísimo Submarino Amarillo de los Beatles.
He de apuntar que el juego de luces que desprende ese enorme y gigantesco Sol es frenético. Luz, sombra, luz, sombra. Luz blanca, luz amarilla, luz blanca, luz roja, luz azul, luz blanca. De los tonos cálidos a los fríos de segundo a segundo. Del amanecer al mediodía al ocaso de momento a momento. Del verano al invierno al otoño a la primavera…

Si miro al frente y continúo mi camino no tardo en perder la línea recta e incluso el equilibrio. Esto se debe a lo que ya os comenté:
Inspira… Expira…
Aquí sientes el poder de la gravedad actuar sobre todo tu cuerpo. Notas la presión que ejerce todo el aire de este mundo sobre tu piel. Notas las suaves brisas provocadas por la respiración de los seres vivos que la habitan.
Ésta es una sensación abrumadora que hemos de denominar éxtasis… El bienestar total.
Amigos, llevados por esta sensación suspiraremos, quizás sonriamos, y seguiremos nuestro camino.

Al frente se me presenta un camino de tierra sobre el cual, haciendo gala de gran organización y creatividad, las piedrecillas y los cantos de la misma, se han puesto de acuerdo para formar mosaicos romanos representando cacerías, batallas y escenas de la vida cotidiana del romano “bien” en la época del emperador César Augusto.

El camino transcurre por un arbolado que se encuentra a los dos lados de éste.
Estos árboles son de troncos multicolor y de hojas de colores fluorescentes. Verde, amarillo, rojo, naranja, rosa fosforitos a intervalos regulares e irregulares creando fascinación al ojo humano.
Estos árboles tienen la faceta de ser árboles bailarines y se menean de un lado al otro, se retuercen sobre si mismos y se agarran de las ramas creando, a su vez, una música celestial que me engloba totalmente y se alía con el sonido de mis pisadas sobre los mosaicos romanos, haciéndome partícipe del espectáculo musical.

En un desequilibrio de los míos casi caigo al suelo pero ha salvado mi caída un amistoso árbol al que al tocar con mis manos desnudas he notado, que por muy rugosa y dura que parezca su corteza, es de una suavidad remarcable. Tal es su suavidad que siento ganas de quitarme la ropa y restregar mi cuerpo contra este tronco.
Pero no lo haré. Me contentaré con un abrazo en el cual siento la energía vital del árbol e incluso puedo notar el oxígeno puro que expira por sus poros.

"¡¡Ay!!"
Vaya amigos. Parece que este árbol me ha hecho un regalo. Ha dejado caer sobre mi cabeza un gran melocotón de colores y brillos cambiantes, suave y delicioso aroma y suavidad superior a la del tronco.
Dejadme deciros que comer en el Paraíso es una empresa delicada. Puede entrañar complicación por la pérdida total del apetito. Pero en mi caso hoy amigos míos, siento la necesidad de morder este manjar que me ha ofrecido la madre naturaleza.
¡Mmmm! Lo estoy disfrutando tanto como aquellas noches locas con Samantha.
Su jugosidad, su textura, su sabor… Que recuerdos…
Es totalmente indescriptible. Comería solo melocotones como este para el resto de mi vida. Melocotones a la Samantha. Samantones. O melocomanthas…

Permitidme que me siente para comentaros un punto que nunca se os ha de escapar cuando queráis viajar al Paraíso.
Dejadme que os advierta de un peligro: la increíble cercanía al Paraíso del, respetado y temido, Infierno.
Me veo en la obligación de deciros que la llave del Paraíso es inebitablemente también la llave del Infierno.

Imaginaros amigos que vais aun hotel y pedís una habitación. Se os entrega la llave de la habitación 999...
O… ¡espera un momento! ¡Quizás sea la llave de la habitación 666!
La verdad es, amigos míos, que esta llave abrirá tanto la 999 como la 666 y depende de nosotros mismos(nuestro estado de ánimo, nuestro entorno)elegir bien la habitación en la que acabaremos… Paraíso o Infierno.

Hoy tras la puerta 999 he llegado al Paraíso…

Hoy la llave que he utilizado para viajar al Paraíso ha sido psilocybe cubensis colombiana fresca. Unos quince gramos.
Alucinante amigos. Alucinante…

Niños no intentéis esto en casa.




D.G.F.