sábado, 21 de febrero de 2009

Pedrito o Pedro


Son las doce de la noche y ya no queda nadie en el edificio del Ayuntamiento. Me he quedado con la excusa de terminar unos papeles urgentes, así que el conserje me ha dado las llaves con una sonrisa para que me encargue yo de cerrar. En éste pequeño pueblo de la provincia de Soria las cosas funcionan así: todos nos conocemos y nadie sospecha de nadie ni de nada.
Estoy en el despacho que pertenece a mi partido, paseándome impaciente arriba y abajo... no llegará el maldito informe – pienso. Me paro delante del ventanal y miro hacia fuera. Las calles empedradas brillan bajo la luz de las farolas y sólo se ven un par de gatos peleándose algo más allá. La alcaldía tiene que ser mía, he de ganar – murmuro – y nadie me la va a arrebatar.
El ruido inconfundible de que está llegando un fax me lleva corriendo hasta la máquina. Espero mientras sale el papel con la respiración contenida. Agarro los 4 folios que se han impreso y empiezo a leerlos.... una sonrisa cada vez más amplia y oscura cruza por mi cara....
- Por fin, por fin te tengo en mis manos – digo en voz alta. Meto el informe con cuidado en un sobre, lo guardo en mi americana y me marcho sin ser descubierto.
Todo había empezado hace unos años. O quizás no, quizás siempre había sido así, Javier y yo siempre habíamos estado juntos en todo: en el colegio, en el equipo de fútbol,... en todo... aunque la palabra exacta no es juntos, sino más bien, Javier por delante y yo dos pasos atrás. El siempre había sido el más educado, el más simpático, el más abierto, el más inteligente, el chico con mejores notas, el mejor deportista.... y después venía Pedro, o Pedrito, como me llamaban todos en el pueblo.
Estudiamos los dos Derecho en la capital pero él aún tenía tiempo para hacer otras cosas, como empezar a moverse por el mundo de la política. Una vez terminamos y volvimos al pueblo, su padre le apoyó para que abriera un bufete y en pocos años se había convertido en el abogado de confianza de todos los vecinos, a la vez que ya se relacionaba con los cargos de poder de la localidad. Yo en cambio no corrí tanta suerte. Mi padre no tenía tantos recursos ni tantas esperanzas depositadas en mí, así que acabé trabajando cómo no a las órdenes de Javier.
El cree que somos amigos, es de ésas personas que confían en la bondad por naturaleza de las personas, y cómo no, de una persona como yo, Pedrito, su compañero de juegos silencioso y tímido. Así que cuando se metió en el partido yo lo apoyé y lo seguí.Los compañeros enseguida se dieron cuenta del potencial que tenía Javier y empezaron a apoyarlo, así fuimos subiendo en la jerarquía de cargos públicos, él por méritos propios y yo por arrimarme al buen árbol, como suele decirse.
Hasta llegar al año pasado. El alcalde decidió jubilarse y cómo no, apoyó con gran alegría y esperanza a Javier. Javier, a su vez, pensó que el segundo en lista debía ser su amigo Pedrito. Aún recuerdo cómo me lo anunció:
- ¿sabes Pedrito? Creo que siempre has sido un gran compañero y qué mejor apoyo puedo tener que el tuyo para ser mi segundo en éstas elecciones.
- Por supuesto!! ¿quién va a hacer mejor de segundón que yo? – pensaba – Pero llegará un día que las cosas cambiarán, la alcaldía será para mí. Y me llamo Pedro!!!
Aquél mismo día Javier dio un pequeño discurso en la sede del partido. Todo el mundo lo escuchaba alegre y embelesado, menos yo que lo examinaba atentamente, con aquella mezcla de querer aprender y a la vez de querer encontrar algún error en la perfección. Y vaya si lo encontré.Para todo el mundo pasó inadvertido, pero para la persona que llevaba tantos años observándolo tan de cerca, estaba claro que había algo diferente. Hablaba más lentamente, temblaba ligeramente y miraba el papel escrito más que de costumbre.Desde entonces lo seguía al salir del trabajo si decía que no se encontraba muy bien, o si iba al médico, hasta que por fin ésta noche mis investigaciones han dado resultado.
Salgo del Ayuntamiento y me dirijo a casa de Javier. Llamo a la puerta y tarda en abrir, pero el semblante de él es relajado al ver que soy yo.
- ¿qué haces aquí a éstas horas, Pedrito?
- Tengo que hablar contigo urgentemente.
- ¿Pero qué pasa? Pasa y hablemos.
- Javier, me acaban de dejar éste sobre en casa, lo han colado por debajo de la puerta.
Javier lo abre y lee el informe médico. Su cara se pone pálida y levanta la vista lentamente.
- ¿no has visto quién lo ha podido dejar?
- Pero, Javier, ¿es cierto? ¿por qué no me lo habías contado? Somos amigos.
- Sí, es cierto, me han diagnosticado Alzheimer en estado avanzado.
- Por el amor de Dios, Javier. ¿cómo te encuentras? Sabes que me tendrás aquí para lo que sea, pero... ¿quién ha podido dejarme éste informe? ¿serán los de la oposición? ¿Y tu salud? Así no te puedes presentar a la alcaldía.
- Tienes razón. Si esto ha llegado a tus manos también pueden saberlo los demás. Creo que la mejor solución será que... tú ocupes mi puesto.
- Pero... yo no podré hacerlo sin ti. Estoy destrozado. Tú eres el alma de nuestro equipo.
- No te preocupes, ya inventaremos algo para mi renuncia. Yo te apoyaré y tú serás nuestro nuevo alcalde. No podría pensar en otro amigo mejor que tú para el cargo.
Nos abrazamos emocionados y me acompaña hasta la puerta. Nos despedimos estrechándonos las manos y Javier cierra la puerta. Camino hacia mi casa lentamente, mirando las calles silenciosas...
- Vecinos, aquí tenéis al señor Pedro, vuestro nuevo Alcalde – digo mientras guardo cuidadosamente los trozos del informe para deshacerme de ellos más tarde en la chimenea de casa.

viernes, 20 de febrero de 2009

SAÚL Y EL BAÚL


Serás el hombre más rico pero no podrás disfrutar de tu poder. Tu maldición es tu riqueza. Guardarás con celo tu riqueza eternamente. Solo el día que cedas todo tu tesoro volverás a ser libre.” La maldición del pirata egoísta. ¡Arrrr! Bienvenido al Caribe.

En una isla del Caribe, una de esas pequeñas de las que nadie se sabe el nombre, se encuentra Saúl con su familia veraneando como verdaderos y orgullosos nuevos ricos.
Playa, sol y playa. No hay más. Eso, mojitos, caipiriñas y piñas coladas servidas en piñas y cocos con sombrillitas made in china. Espléndido.
Pero Saúl se aburre. El solo tiene diez años. ¿Arena? Para un rato no está mal. ¿El mar? Según mamá hay tantos tiburones, barracudas, cocodrilos y merluzas asesinas que mejor no meterse más que hasta la rodilla y “como se te ocurra meterte más cobras”. Pues ando listo, piensa Saúl. Al rato Saúl “cobra” cuando su madre le pilla pidiéndole al camarero de unos trece años un mojito “con mucha menta, me gusta la menta”.
“Pues me voy a dar una vuelta” le dice a mamá y a papá y les deja dormitando borrachos en su tumbona a las cuatro de la tarde bajo un sol tan grande que parece que si le tirases una piedra, llegaría a darle.
La arena quema. Saúl camina por la orilla del mar, refrescando sus pies y observando que no se acerque algún monstruo marino de los que habla su mamá. Al final de la playa encuentra una gruta. La entrada de la cueva es muy grande. Algo brilla en la arena justo delante. Saúl se acerca y coge el objeto brillante. No se lo puede creer. Acaba de encontrar un antiguo doblón de oro. Un nuevo destello más adentro de la cueva. ¡Otro doblón! Pronto se da cuenta que las monedas siguen apareciendo cuanto más se adentra en la gruta. Cada vez hay menos luz y da más miedo pero ha visto otro destello más allá y corre hacia él. Corriendo tropieza con algo y cae revolcándose en la arena. Se ha hecho daño. Observa que ha tropezado con un palo de madera que sobresale de la arena. Se agacha y tira de éste. Al principio cuesta moverlo pero, al rato de tirar, sale el resto del palo que es un esqueleto humano unido a este por la rodilla. Saúl chilla y sale corriendo por donde había venido pero en seguida se da cuenta que la marea ha subido y la cueva está inundada por el Mar Caribe y, con él, los monstruos marinos de mamá. Saúl sigue chillando para que le oigan sus padres alcoholizados ahora disfrutando de un masaje sabayano, sea lo que sea eso. La marea sigue subiendo y empuja a Saúl cada vez más hacia las entrañas de la isla y hacia el muerto. ¿Sería un pirata? Cuando llega a la zona donde estaba el esqueleto con la pata de palo se da cuenta de algo horrible. Ya no está. Está paralizado por el miedo cuando escucha un ruidito, probablemente su propia imaginación, y sale disparado hacia dentro de la cueva para escapar de… su ruidito. O de un pirata esqueleto sanguinario o de una merluza asesina con patas de palo y doblones de oro como ojos. Todo podía ser. “No tendría que haber tocado nada, mama, papa, por favor haced algo”. Mama y papa están ahora cubiertos de excrementos de murciélago mezclado con leche de coco, pieles de mango y fango caribeño, ¿el masaje sabayano?
Saúl ya no ve nada, de un momento a otro va a pasar algo. Se golpeará la cabeza con una roca, tropezará con una roca o alguna otra cosa relacionada con rocas. Finalmente cae por un hueco en la roca. Una caída larga y oscura. Cierra los ojos. Cae sobre agua. Abre los ojos. Fantástico. Una gran gruta inundada, iluminada por una antorcha al fondo junto a, nada más y nada menos, que un baúl, un cofre del tesoro con todo su oro destellante gracias a la fluctuación de la llama.
“¡Arrrr! ¡A popa marinero! ¡El Viejo John viene a por ti, arrr!” es lo siguiente que oye y lo siguiente que ve es la aleta dorsal de un tiburón a toda velocidad nadando hacia él. Algo terrible va a volver a ocurrir. “¡Nada hacia aquí marinero!” oye. Lo siguiente que ve es a un tipo vestido con harapos y una pierna ortopédica, digamos pata de palo, junto al tesoro haciéndole gestos nerviosos. Saúl nada con todas sus fuerzas hacia la orilla donde se encuentra el nuevo personaje misterioso, que por lo menos da menos miedo que el viejo John. Los dos estiran los brazo y consiguen agarrarse de la mano pero el Viejo John ha estirado las mandíbulas y ha cogido con fuerza la pierna de Saúl. El agua se tiñe de ese rojo brillante de las batas de seda roja. Saúl chilla de dolor. El personaje misterioso coge de una estirada la antorcha de la pared de la cueva y golpea al Viejo John en el morro con todas sus fuerzas el cual pega un último mordisco y recula hacia el agua desapareciendo tan rápido como apareció.
Saúl sale del agua vivo, por ahora, pero ha perdido la pierna derecha de rodilla para abajo y sangra como un gorrino en el matadero. Mira al hombre misterioso a los ojos y se desmaya. En sueños ve al hombre que le salvó del tiburón, sabe que el esqueleto que encontró antes era suyo, sabe que no debería de haber cogido nada que no fuera suyo, sabe que de esta no sale. Cuando despierta se encuentra tumbado en el mismo sitio donde había perdido el conocimiento. La antorcha sigue iluminando la gruta. El pirata misterioso ya no está. Su pierna ya no está. En su lugar un palo de madera. Detrás suya, el tesoro que, a efectos prácticos es ahora suyo. Pero delante suya solo hay agua. Agua, solo agua. Y el Viejo John.
"Papá, mamá… somos ricos."





DGF

lunes, 16 de febrero de 2009

Velocidad variable

Aparece como un punto en el infinito de la planicie; una pequeña esfera de polvo que resplandece al sol de la mañana; una mancha que aumenta de tamaño a medida que se acerca. De su alargado cuerpo metálico, aun lejano, un aullido surge anunciando su llegada. El brazo de la barrera tiembla levemente y comienza a girar descendiendo desde su posición vertical. Se detiene cuando su extremo descansa apoyado, en el soporte, al otro lado del camino. Permanece tendida, cortando el paso, con sus franjas rojas y blancas midiendo el tránsito de la gran locomotora.

 Podríamos estar hablando del ruido ensordecedor y del vapor que brota de la chimenea y corre por sus mecanismos internos para conseguir empujar, con esfuerzo, las grandes ruedas de hierro que chirrían contra el metal de los raíles; pero nos puede su peso, nos intimida el tamaño de esa mole de hierro, el viento provocado por todo el aire que desaloja la gran máquina; el movimiento, el vértigo que aísla el exterior del murmullo de vida que proviene de su mundo interno formado por bancos de madera, maletas y pasajeros, que se desplazan por la llanura.

A su paso a la altura de la barrera, los cristales de las ventanillas dejan de reflejar el cielo y permiten observar su interior, una mirada cada vez, una rápida impresión de lo que sucede dentro antes de ser sustituida por la imagen siguiente.

A través de la primera ventanilla vemos al Sr. T, un hombre joven, quizás  no debiéramos llamarle señor, se trata más bien de un muchacho. A su lado una chica, pongamos que se llama A, pongamos que es su novia o más bien que lo era. En un arranque de furia abofetea al chico y acto seguido coge su bolsa de viaje y la lanza hacia el pasillo. T se levanta enseguida y mientras se lleva la mano a la mejilla recoge sus cosas y comienza a avanzar por entre las butacas en dirección a la cola del convoy. Por un momento su cuerpo desplazándose en dirección contraria al movimiento del tren se mantiene en el mismo lugar en el aire; sólo por un instante después la velocidad del tren lo vence y aparentemente se desplaza en sentido contrario a sus pasos y avanza retrocediendo.

En la siguiente fila hay un niño, podríamos llamarle U si este fuera un nombre adecuado para un niño. Está sentado, solo, en el banco mientras  juega con su pequeña locomotora de juguete casi igual a la que arrastra el tren. Ha oído un ruido desde el asiento delantero y por un momento levanta la vista olvidándose de sus juguetes. Reconoce ese sonido, es el ruido de una mano al impactar contra un rostro, como cuando su madre se enfada mucho, pero más fuerte. Se sorprende al observar que quién se levanta frotándose la mejilla no es un niño sino un mayor, y que no llora sino que simplemente se marcha. Un poco avergonzado deja de mirar y sigue jugando. Pasea su pequeño tren por el marco de la ventanilla. Antes de que se pierda de vista, nos da tiempo a preguntarnos si, en el tren de juguete del niño, habrá en una ventana un niño con un tren de juguete y si en este minúsculo tren hay un niño en la ventanilla con un tren infinitesimal y si en este... ¡Basta! El tren sigue avanzando a velocidad regular superando la barrera.

Otra ventanilla, otro banco, otros viajeros. V, el estudiante de ingeniería teclea frenéticamente los botones de su teléfono móvil; a su lado una chica, sería B, lee los mensajes que llegan a su terminal. Creyéndose observada toquetea nerviosamente su minifalda. Pasará algún tiempo antes de que se de cuenta que es el chico llamado V quién se los envía. No se conocen, nunca han hablado; pero lo harán. Gracias al Bluetooth.

Una cortina de color burdeos, opaca e inmóvil, cubre toda la extensión de la siguiente ventanilla y oculta a los viajeros que puedan hallarse tras ella. Nos permite imaginar innumerables posibilidades para la escena que oculta. ¿Quién viaja protegido del sol detrás de la tela? ¿Un hombre solo? ¿Una mujer sola? ¿Dos hombres? ¿Dos mujeres? Infinitas posibilidades. Un hombre y una mujer que se abrazan, escondidos de miradas tras la tela color vino del vagón de un tren que corre por la llanura. Todo esto ocurre en ese momento, justo en ese momento.

Y otra ventana sucede a la anterior, otro agujero de cristal curvado sobre la lisa superficie brillante del vagón; sin marco, sin relieve. Ahora observamos a la señora D y la Sra.  D coge de la mano a su marido mientras se queda medio dormida y a su lado el Sr. Y, su marido, con su cabello cano y la cabeza inclinada hacia el periódico se acuerda de pronto de su hijo y estira el cuello hacia arriba para comprobar si sigue tranquilo su pequeño que está sentado unas filas más adelante, jugando con su pequeña locomotora antigua de juguete.

La velocidad acelera las visiones y las imágenes son cada vez más fugaces, sólo quedan impresiones mientras el tren, veloz, continúa su paso. Una fila vacía ocupa, ahora, el espacio dejado por la anterior; una hilera libre de butacas en número par: cuatro, dos a cada lado del pasillo. Simetría perfecta y la doble transparencia de las ventanillas a cada lado del vagón que nos permite observar el paisaje al otro lado de los raíles a razón de una imagen por ventanilla, una especie de cinematógrafo ralentizado.

Un anciano encorvado va sentado en la siguiente hilera, quieto y sereno, muy quieto y muy sereno. En su boca se dibuja una sonrisa mientras rememora historias de otra época. Recuerda que su abuelo era un ferviente seguidor de la creencia popular que aseguraba que la velocidad, más allá del galope del caballo, producía la desintegración del cuerpo humano, vaporizándolo en sus más elementales partículas: los átomos y como la primera vez que montaron en un tren, el abuelo y la abuela, pensaba que iban a morir los dos y cómo descubrió, con asombro, que no se había desintegrado, para su sorpresa, ni él ni su señora. El Sr. Z apoya su peso en un bastón para poder incorporar su cuerpo hacia la ventanilla. Intenta mirar hacia el exterior con la cabeza muy cerca del cristal para poder observar más lejos, más lejos hacia adelante, hacia el futuro. 

Se diría que el tren no acabará nunca de pasar, que los vagones se funden en uno sólo. En la última fila de butacas del vagón volvemos a ver a un chico, deberíamos llamarle T otra vez,  y está allí, solo, sentado al fondo con su bolsa de viaje en el regazo, la mirada triste y el rostro enrojecido. De pronto se levanta y comienza a avanzar hacia las primeras filas. Su velocidad se suma a la del tren y se proyecta como lanzado por alguna fuerza primaria hacia adelante perdiéndose enseguida de vista, desapareciendo. Y con él se marcha el tren, termina su paso, llevándoselos a todos. 

Pasan unos segundos mientras el ruido se apaga y el polvo se vuelve a posar. El aire desplazado por la gran máquina se calma y vuelve a ocupar su espacio encima de los raíles. Cerca de las vías, donde hace siglos había una barrera metálica con franjas rojas y blancas, vemos tan sólo un pequeño dispositivo electrónico que emite un pequeño zumbido, como para dar por acabado el asunto, y muestra unos datos en su pequeña pantalla. Vibración: normal. Peso: normal.  Velocidad: 400 Km/h.

miércoles, 11 de febrero de 2009

JOAN BARRIL
Se le llama civilización, cultura, a veces religión o una mezcla de ambas. Pero el disco duro de la humanidad se basa en creencias y prácticas que jamás son cuestionables. Así se entiende que nadie, cuando aprietan las tripas, se ponga a defecar en la vía pública. Así se comprende que ningún padre pueda asistir al sufrimiento de un hijo. Así se explica que admitamos que la Tierra es redonda y es un planeta más.Cuando se nos dice que en Italia hay un gran debate sobre la muerte de Eluana Englaro no es verdad. Un debate intenta dar argumentos al contrario para que abandone los suyos. No es este el caso de la desconexión de Eluana. Sus padres, los primeros que han asistido al sufrimiento de su hija, han aceptado el diag- nóstico de los médicos, han acudido a la justicia, han esperado y solo cuando la justicia les ha dado la razón, han procedido a una carrera inhumana para encontrar un establecimiento donde su hija pudiera ser concebida como un cadáver más. Difícilmente, los partidarios de esta solución habrán dudado a lo largo de esos largos años. Para ellos, la desconexión de Eluana no era una cuestión opinable. Esos padres no pretendían invadir las conciencias de los que estaban en contra de su decisión. Simplemente estaban esperando que la justicia hablara para hacer las cosas bien.Enfrente tenían a otras personas para las que la idea de la vida tampoco era opinable. Esa gente tiene todo el derecho a creer que la vida depende de Dios y que, si Dios ha decidido encarnizarse con Eluana, lo único que pueden hacer los padres es aguantarse y esperar a que se produzca un hecho milagroso. La actitud vaticana también es comprensible. Nadie en su sano juicio aspira a que el Papa actúe contra su propio manual de instrucciones. Pero ahí está Silvio Berlusconi, un hombre que ha violentado las leyes para evitar la cárcel, dispuesto una vez más a violentar las leyes para llegar desde el Gobierno italiano allí donde no se llegaba desde el Estado vaticano.No es un debate: es la libertad individual contra el totalitarismo. Es el sufrimiento de las personas contra la exaltación de una idea. No es un debate, porque no hay nada que debatir. A un lado, los ciudadanos se han dotado de un sistema político para las cosas del común. Al otro, los creyentes se han dotado de unos valores que les dan esperanza y convicción. Que esos ámbitos no se mezclen sería lo deseable para que la política no se degrade y la religión se ennoblezca.

viernes, 6 de febrero de 2009

00:43:39

Adrián esta sentado en el sofá de su pequeño estudio, frente a su pequeña televisión, con su pequeña polla, arrugada y desinflada, aun agarrada por su mano izquierda, su mano buena. La mano goteando, parcialmente cubierta por el semen de su reciente corrida. Sus ojos abiertos como platos. Su boca entreabierta. La cinta que estaba visionando ya ha legado a su fin y en la pantalla negra solo unos números en la esquina inferior derecha: 00:43:39. Se encuentra en estado de shock después de presenciar lo que había grabado en aquella cinta.
“Luisa…”piensa.
Al rato sale de su parálisis, coge el clínex del sofá a su izquierda, se limpia la mano. Se intenta limpiar la camiseta pero solo se extiende la mancha blanca. Saca la cinta de la videocámara y, junto al clínex empapado, lo tira al cubo de basura junto a los retos de su cena menú nº2 de Kentucky Fried Chicken “con cerveza por favor”.
“Luisa. Luisita…” se dice en voz baja Adrián.
Dos días atrás Luisa está en el bar donde ha quedado con Rafa, su actual rollo. Rafa es muy bueno y atento con Luisa. Le lleva al cine, le lleva a bailar, le invita a cenar a restaurantes post-modernos, y le come el coño como no lo ha hecho nadie. Es alto, rubio, fuerte, guapo y bisexual. Luisa está muy contenta con Rafa y cuando él llega veinte minutos tarde ella no le dice nada, solo le besa.
Tengo una sorpresa para esta noche le dice él a ella. Es perfecto, yo otra le contesta ella.
Rafa, consciente de que tiene a Luisa en el bote, llevaba semanas contando fantásticas historias sobre tríos sexuales, seductores relatos erótico-pornográficos a tres y sensuales recuerdos sobre experiencias personales con dos mujeres o con una mujer y un hombre. El cerebro de Luisa reaccionó tal y como esperaba Rafa. Ella deseaba hacer un trío con él y(ésta fue su única condición) otro hombre. A Rafa le pareció una idea excelente y le prometió que viviría una experiencia que no olvidaría en la vida. Cuánta razón tenía.
Pablo entra en escena. Rafa le ve entrando en el bar y le hace una seña para localizar su posición. Le pregunta a Luisa si se acuerda de su sorpresa, que aquí llega. Se levanta y saluda a pablo con un abrazo.
Rafa y Pablo se llevan viendo unas semanas. Pensó que le encantaría a Luisa. Le comentó lo del trío. A Pablo le entusiasmó la idea, para él también sería la primera vez. Insistió en solo practicar sexo propiamente dicho con la chica, no le gustaban los hombres. “El morbo de la situación es suficiente para mi” le contestó Rafa.
Le presenta a Luisa. Luisa se sorprende mucho. Parece que le ha gustado piensa Rafa antes de disculparse e ir al servicio.
Orinando en el meadero anclado en la pared mira a izquierda y a derecha. Comprueba que no hay nadie, mete la mano bajo los huevos por dentro del slip y saca una bolsita con seis pirulas, Mitsubishis, buena mierda. Al salir del servicio pide tres Jack Daniels con coca-cola e introduce en cada una de ellas una pastillita.
“Perdonad la tardanza chicos” les dice a Luisa y a Pablo entregándoles su copas. Un par de copas más tarde la droga ya está haciendo efecto y al notar esto Rafa les lleva al 3x1.
Están bailando en la discoteca dejándose llevar. El Trance inunda sus cerebros, la droga los exprime y el alcohol corre en cada vez más cantidad por sus venas. Rafa repite la jugada del bar: mear, coger rulas bajo huevos, comprar alcohol, dopar la coca-cola dopada, etc.
Felicidad, bienestar, éxtasis, frenesí. Luces de colores, flashes y láser. Humo, calor y ritmos progresivos. Bailes que salen de dentro. Rafa está volando. Se acerca de Luisa y la besa con pasión. Luego acerca la boca de Pablo a la de Luisa. Se basan con pasión. Perfecto piensa.
Dos copas más tarde y numerosos bailes eróticos a tres, salen del 3x1 rumbo a casa de Luisa, ya que su sorpresa se encontraba ahí, le había dicho en voz baja y sensual a Rafa. “Está agradecida” pensó éste.
El salón de Luisa es en realidad el salón de su padre. Cuernos de ciervo, rebeco, muflón y, la pieza estrella, la cabeza disecada de un jabalí con grandes colmillos cuelgan de la pared. A Rafa le dan escalofríos.
Es al entrar cuando se da cuenta de la videocámara sobre un trípode que ha montado Luisa. La cámara se la prestado Adrián, su mejor amigo. Rafa y Luisa habían hablado de filmarse mientras practicaban sexo. “¡Sorpresa!” gritó ella. Es la noche de las fantasías pensó él. Luisa encendió la cámara y la televisión, que dejaba ver lo que veía el objetivo del aparato.
¿Después? Follaron claro.
Rafa se extasía mirando a Luisa chupándole el miembro, primero a él, luego a Pablo, luego a los dos a la vez. Disfruta lamiendo los pezones de Luisa mientras es penetrada estilo misionero por Pablo. Se muerde los labios al follarla por detrás mientras ella le acaricia y le lame la polla a Pablo. El éxtasis es general. Los tres se encuentran en una burbuja creada por el alcohol, la droga , la dopamina, la cámara…
Algo inesperado ocurre. Mientras Pablo penetra el ano de Luisa, Rafa ha besado a éste en el cuello. Los dos acaban besándose apasionadamente. Rafa acaba penetrando el ano de Pablo. Después Luisa le sujeta la polla a Rafa y entre ella y Pablo le humedecen aun más el miembro con la lengua, con los labios, con la campanilla. Rafa está llegando. Cuando llega el orgasmo la leche le llueve toda a Pablo en el pelo, en los ojos, la nariz, los labios… Hay un momento corto para asimilarlo todo. Luego Pablo sale corriendo a la cocina. Entra corriendo hacia Rafa con un cuchillo grande en su mano derecha, su mano buena. Rafa, sin tiempo para asimilarlo solo mira. Pablo le asesta uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis puñaladas en el pecho. Los dos están en el suelo. Rafa, muerto, Pablo, jadeando. Pasa un minuto. Luisa había salido del salón y ahora vuelve con la escopeta de caza de su padre y se planta frente a la videocámara. Apunta a la cara cubierta de sangre y semen de Pablo. Dispara una y dos veces. Ahora los dos están en el suelo. Rafa, muerto, Pablo, también. Rafa, tan rubio, tan guapo, tan bisexual. Pablo, tan homófobo, tan loco…
En realidad el pobre de Pablo estaba obsesionado. Obsesionado con Luisa, su ex. Él no había superado la separación después de cinco años de relación. Sabía que Luisa se veía con otros hombres y había conseguido, sin que ella se enterase, que éstos dejaran de verla uno a uno. Sabía que se enrollaba con Rafa. Siguiendo su táctica tradicional se hizo amigo de éste. Le odiaba como había odiado a todos y cuando le propuso lo del trío le odió incluso más que al resto. Pero aceptó para volver a acercarse a Luisa y, con suerte, volver a follársela “oh dulce Luisa”.
Quedó con Rafa en un bar popular de la city. Antes de entrar vió por la cristalera del garito a Rafa y Luisa besándose con pasión, abrazándose con pasión, “qué asco” pensó mientras le hervía la sangre del odio. Entró, saludó a Rafa y sorprendió a Luisa. Rafa se fue al baño. Luisa le dijo que se fuera, que no se metiera donde no le llamaban. Él le prometió que venía en calidad de amigo de Rafa, que él tampoco sabía nada. “vamos a pasarlo bien un rato y luego yo a mi casa y vosotros a donde os venga en gana” le dijo. A ella no le dio tiempo a responder ya que llegó Rafa con copas para todos. Más tarde la hostilidad de Luisa hacia él disminuyó.
Se fueron a bailar. Pablo siempre intentó meter su cuerpo entre el de Luisa y Rafa pero conseguían constantemente esquivarle entre risas y besarse o abrazarse. Cada vez que esto pasaba le recorría un calambre de asco por toda la columna y un choro de odio salía de su corazón. Más copas, menos odio. Más sensualidad entre él y Luisa. En un momento dado se olvidó de Rafa y acabó basando a Luisa y, algo mejor, Luisa a él.
Fueron a la casa de ella. Él disgustado por la presencia de Rafa pero tremendamente contento por la de Luisa. Llegaron volando sobre una nube. Entró en aquella casa en la que había entrado tantas veces . Todo estaba igual menos una cosa, una videocámara conectada a la tele en el centro del salón. Pensó que la inocente Luisa ya no era tan inocente, ¿cuántas pelis porno caseras habrá hecho y con cuantos hombres distintos? Una mezcla de Odio, asco y morbo le sobrevino.
Se encendió la cámara y la tele.
Lo siguiente que recuerda es a Luisa haciendo una doble felación con una polla en cada mano y las caras, de gozo la de Rafa, de susto la suya, en la pantalla de la televisión del salón. Después follaron. Primero él y Luisa mientras el cerdo de Rafa le chupaba las tetas y le besaba. Odio, rabia, morbo. Después Rafa y ella. Le miró a la cara y cada mueca de placer traía cada vez menos odio y más morbo. Ella se colgó de los colmillos del jabalí, Pablo por delante, Rafa hizo lo propio por detrás. Luego le tocó a él probar las delicias anales. Se sentía drogado. Se sentía genial, en el séptimo cielo. Luego Rafa le besó y él se dejó. Después probó otro tipo de delicias anales a los cuales se estremeció del placer. El éxtasis iba en aumento. Entre Luisa y él decidieron llevar a Pablo al Nirvana. Entrelazando sus lenguas con el glande de Pablo, acariciaban toda la longitud de su sexo con sus labios húmedos y se besaban y lamían apasionados. Luego Rafa se corrió en su cara.
Pasaron unos segundos de morbo que dieron paso a unos de desconcierto que a su vez pasaron a otros de asco, rabia y odio. Miró a la pantalla del televisor y pudo verse arrodillado ante un hombre, la cara repleta del espeso y pegajoso material genético de su enemigo, Rafa. En ese momento se odió a si mismo más que a nadie. Se levantó y se fue a la cocina a buscar la solución de todo. Primero acabaría con Rafa y luego consigo mismo. Lo primero lo hizo. A lo segundo le hecho una mano la pobre Luisa que, acto seguido, paró la grabación del video porno-snuff casero en el minuto 00:43:39, en una noche que jamás olvidaría.
D.G.F.