lunes, 16 de marzo de 2009

La primera misión

Debíamos entrar en esas ruinas. La orden era eliminar al enemigo por completo y desactivar su señal de radio. Nuestro batallón estaba conformado por tres células independientes, que podían brindar apoyo en la lucha en cualquier momento. Yo era el único francotirador. Mi nombre es Javier Martínez y soy imprescindible para la misión.
Teníamos en frente la puerta principal de lo que parecía una antigua ciudad amurallada, sabíamos de antemano que nos enfrentábamos a unos 35 hombres localizados en todo el perímetro, de los cuales sólo 10 eran blancos fijos, algunos de los cuales estaban encargados de proteger la radio y otros en su descanso de guardia. El resto hacían una estricta ronda. La orden era que debíamos atacar de inmediato. La misión se indicaba como de alta prioridad y no podíamos esperar más.
Junto a la puerta puedo ver el primer blanco. Un hombre con pasamontañas, que fuma un cigarro. Yo me encuentro un poco nervioso, es mi primera misión. La tarde es fría y mis manos están heladas. No debo fallar. Todos los hombres que pueda eliminar sin hacer ruido, sin que disparen sus armas y pongan sobre aviso a todos los demás es lo mejor para la misión y eso depende de mí. Tengo su cabeza en la mirilla. Me cubren dos hombres más. Con mi disparo se iniciará la batalla y todas las unidades avanzarán a mis instrucciones. Lo sigo con la mirilla hacia su derecha mientras camina y se acerca a la puerta principal. Veo su cabeza de nuevo en lo que puede ser un disparo limpio y aprieto el gatillo. Cae despacio. Está muerto, es seguro, pero disparó su ametralladora.
Miro rápidamente a la izquierda y a la derecha de las murallas. Debo cerciorarme de que nadie haya escuchado. Justo al mirar a mi derecha veo cómo se acerca sigilosamente otro hombre, miro su gorra, apunto a su cabeza y aunque es un disparo más difícil que el anterior, por la distancia, disparo de nuevo. Éste cae rápido y sin hacer ruido.
A la izquierda debe estar el tercer centinela. Me desplazo rápidamente para superar la pendiente que no me deja ver con claridad el otro extremo de la muralla. Miro al frente y a la puerta principal, de forma sucesiva, mientras corro hacia el árbol que me servirá de barrera para los próximos disparos. Justo antes de llegar. Veo que está saliendo un hombre por la puerta principal en actitud descuidada, sin cubrirse, no parece haber escuchado los disparos pero se acerca demasiado. Este vigilante puede verme desde donde está y me lanzo al suelo rápidamente, me giro, busco su cabeza y disparo. No ha tenido tiempo de nada, cayó fulminado.
Me levanto de nuevo, me recuesto en el árbol y miro al fondo hacia la izquierda de la muralla y veo una silueta entre la suave niebla. Está muy lejos pero está quieto y me da la espalda. Parece estar orinando contra las rocas de la muralla. Un disparo limpio, no hay problema. Miro atento a mi alrededor buscando los demás blancos. Hago una señal a mi equipo, que se atrinchera justo enfrente de la puerta principal.
Ahora nos debemos desplazar hacia el interior, por esta misma entrada, sin dejarnos ver. El silencio es mi responsabilidad, sólo mi responsabilidad y estuve a punto de destruir toda la misión. Ya he resuelto el problema inicial. No debo hacer más ruido. Ahora que tengo controlado el perímetro indico a mi equipo que se levante y nos ponemos en marcha hacia la puerta. Debemos controlar la entrada. Avanzamos hacia ella y justo cuando estamos cruzando el umbral suena un disparo. Cae uno de mis compañeros. El otro dispara su arma desesperado buscando al objetivo pero es silenciado de un disparo limpio y su cuerpo cae justo a mi lado. Está muy claro, es un francotirador. Me lanzo al suelo y reviso el terreno. No puedo ver desde dónde nos disparan. Se escuchan disparos a lo lejos. Me informan que están cayendo todos los frentes al mismo tiempo. Nos estaban esperando, era una emboscada. Recibo un disparo en mi pierna, mientras me arrastro hacia los cadáveres de mis compañeros. Trato de girarme para ver dónde puede estar el francotirador pero no lo localizo. Trato de escurrirme entre algunos matorrales y rocas desperdigadas en las ruinas junto a la muralla, pero recibo otro disparo por la espalda. Debe estar arriba de mí, me giro de un golpe para verle y en ese instante una ráfaga de luz intensa lo cubre todo. Se repite el estallido y la pantalla se llena de color rojo sangre, luego más luz. Un inmenso letrero que dice “Game Over” lo deja claro. ¡Estoy muerto!

domingo, 15 de marzo de 2009

Cindy

Madamme, puta y doble puta. Si. Ésa es mi familia. Yo digo que tengo una familia de puta madre y es verdad. Muy verdad. Yo respeto la elección profesional de mi madre y mis hermanas pero ellas no respetan que yo no me haga puta. Que ironía. Eso las hace, además de putas, zorras irrespetuosas. Somos una camada de puta madre…
Chulo, agresivo e irracional. Si. Ése es mi padre. Ya no vive con nosotras. Llegó a pegar a las mujeres por las que ejercía el proxenetismo, mi madre, mi hermana y mi otra hermana. La poli le echó de casa y el juez le impuso una orden de alejamiento. Mamá heredó entonces el negocio familiar. Podría contar que mi abuelo también fue chulo, como lo fue su propio padre. Pero eso es otra historia. Cosas de familia. Mi padre no quería que yo ejerciera la prostitución. “A ti te quiero salvar” solía decirme. Y me defendió frente a las zorras irrespetuosas. Y les acabó pegando. Y acabó en la calle, por mí. También espantó a más de un rollete con el que me veía por las discotecas, pero yo sabía que era para protegerme. Le quiero en el fondo. Le seguía viendo a escondidas ya que la orden de alejamiento también me afectaba a mí. Ahora le iba bien en un pisito en las afueras con tres señoritas a su cargo. “Como se te acerquen, las mato” me decía siempre. La verdad es que ya no me hacían la vida imposible como antes, ahora sólo me puteaban puntualmente, cosa que, dosificado debidamente, aguantaba sin problemas.
Pero la última putada no se la perdonaré. Me dejaron al cargo de la casa para decirles a los clientes que las señoritas estaban de tour, que hoy no mojaban vaya. No habría importado si no hubiese sido esa noche. La noche. La noche que Maximilian Park pinchaba en el Heaven. ¡Maximilian Park por dios! Mi Maximilian… Chulazo holandés, multimillonario, depilado hasta el ojo del culo. El mejor trance psicodélico del mundo. ¡Dios como me pone!
“Limpia, friega, tiende, cambia las sábanas” ñeñé ñeñeñé ñeñé, me dice mi puta madre, “que hoy vamos de tour para publicitarnos”. Y,¿a dónde? Al Heaven claro. ¡Putas zorras irrespetuosas!
Lo hacen adrede. Lo sé. Pero yo no tenía intención de quedarme toda la noche en casa mientras mi madre y hermanas se lo pasaban en grande con mi Maximilian y posiblemente le chuparan el rabo, “para publicitarnos, que siempre viene bien tener clientes multimillonarios”. Pero, para que mi Max le pague a mamá para que se la mame, mejor se lo hago yo, gratis.
Decidí marchar al Heaven. Fue entonces que me di cuenta que mami-madamme había cogido las llaves de mi coche, mi dinero y mis tarjetas para evitar esto mismo. Muy propio de mamá. Me inundó la rabia y después, la resignación.
“¡Ding-dong!”, sonó el timbre. Abrí la puerta resignada mientras decía “lo siento Madamme Mamen está de tou-” y antes de que pudiera acabar vi frente a mi a un morenazo con músculos de acero, ojos color esmeralda con mirada de malo de película y una boca hecha para comer fresas. Había alternativas. “¿Quiere pasar y ponerse cómodo?, enseguida estoy con usted”. ¿Qué queréis que le haga? No tenía dinero ni coche. ¿Qué mal haría una mamadita rápida? Además, me viene de familia. Necesitaba esa pasta y el tipo estaba bueno.
Lo único malo fue que nada de mamadita rápida, completo completísimo, diría yo. Y peor aun, el tío tenía la polla como un camión, nunca había entrado en mi nada tan grande, y no volverá a hacerlo, lo aseguro. Para rizar el rizo el tipo este era gimnasta profesional, con un fondo físico y resistencia que no conocía hasta el momento. Me había dejado escocida para todo un mes, pero pagó lo habitual y se despidió cordialmente hasta la próxima, como si de la peluquería se tratara.
“¡Taxi! A la discoteca Heaven por favor, cuanto más rápido, mejor.”
Una vez allí localicé a las zorras irrespetuosas para poder evitarlas en todo momento y para saber cuando salir pitando a casa y llegar antes que ellas y quitar el cartel de “Madamme Mamen está on tour, sentimos las molestias, lo compensaremos como mejor sabemos” de la puerta de entrada.
Mi Maximilian pinchaba Night Tiger, uno de mis temas favoritos y comencé a dejarme llevar. Una copa, dos copas, tres copas. Miradas como rayos láser dirigidos hacia los ojos de iris azul celeste y pupila omnipresente de mi Max. Una, dos, tres miradas, uno, dos, tres sonrisas de mi Max hacia mi. Lost in hyperspace, el tema de los temas. Maximilian Park dejó el vinilo girando solo, la multitud había cerrado los ojos, el éxtasis era general. Maximilian apareció a mi lado. Mis rayos láser hicieron blanco y él decidió sacar la artillería pesada. ¿Habéis oido hablar de la expresión morreador de las pistas? Eso es mi Max: me morreó, en la pista. Y yo me dejé sin dudarlo ni un instante. Flechazo total, y sin éxtasis por medio, o eso creo. Sin duda, amor a primera vista. Al rato de besuquearnos como adolescentes me dijo que tenía que cambiar el tema, que no me escapara, que no había terminado conmigo y corrió a la cabina. Mariposas en la tripa, una gota de agua helada por la espalda, una pluma acariciándome el cuello, tras las orejas… O me había enamorado o me habían metido droga en la copa.
El tipo a mis espaldas me agarró de la cintura y me susurró al oido que si tenía fuego “bombón”. Al girarme vi, en una fracción de segundo, y en cámara lenta:
1- a las zorras irrespetuosas marchándose por la puerta con cara de preocupación
2- a mi padre, mi querido padre, con cara de loco andando en mi dirección
3- al tipo que me había pedido fuego mirándome fijamente el canalillo con cara de baboso
4- a las zorras irrespetuosas desaparecer del todo por la puerta
5- a mi padre acercándose cada vez más y cada vez con más cara de loco
6- al tipo del fuego dejando caer una babilla del lado derecho de su labio inferior
7- a mi padre acercándose más y la gente a su alrededor asustándose por la navaja que lleva en la mano
8- la puerta del garito cerrándose del todo
9- a mi padre apuñalando al tipo del fuego
10- al tipo del fuego siendo apuñalado por mi padre.

Después fue todo desconcierto. Cundió el pánico y reinó el caos. Gente corría por todos lados, se tropezaban entre ellos mismos, se empujaban y gritaban por encima de Fast and furious, el último single en la calle de mi Max. Miré un segundo a la cabina y ahí estaba Max como un dios mirándolo todo desde los cielos, testigo de todo pero no comprendiendo nada. Si supiera la suerte que tuvo. Lo único que le salvó de mi padre fue que el espectáculo tenía que continuar. Le salvó su profesionalidad. Mi padre me cogió del brazo y me sacó a tirones del Heaven, mi mirada clavada en la de Maximilian que decía “se fuerte nena. Te salvaré, lo juro y estaremos juntos para siempre” o algo parecido en neerlandés.
Ya en la calle me zafé del fuerte agarre de mi padre. Le di una bofetada. Se me quedó mirando con una mirada de perplejidad. “Yo… Nena. Lo, lo siento. No pude evitarlo. Sus sucias manos sobre ti, el muy cerdo te miraba como si fueras un cacho carne…” me dijo mi querido y protector padre. Pero esta vez se había sido demasiado. Su proteccionismo se había pasado de la raya. Esta gota había colmado el vaso. Suficiente padre. “No vuelvas a hablarme en tu vida, no quiero verte ni una sola vez más. Aléjate de mí. Espero que te cojan y te pudras en la cárcel” le dije yo. Me había separado de mi sueño, de lo que más deseaba en este mundo, de mi Max.
Me marché corriendo, confundiéndome entre toda la asustada multitud que seguía tropezando, cayendo y chillando. No le volví a ver más. A mi padre me refiero.
A mi Max le volví a ver dos días después del suceso. La policía vino a mi casa y nos invitó a mi madre, a mis hermanas y a mí, deprimida con el corazón roto, a acompañarles a la comisaría por ser sospechosas de asesinato, unas de tantos. 537 sospechosos y sospechosas. “Estaba oscuro, no se podía distinguir bien a la gente” les había dicho un testigo que luego conoceríamos, “estaba drogado y no habría distinguido a un heavy de un skin-head” se dijo la policía. Y por ésta razón, el eficaz cuerpo de policía metropolitana formalizó 537 detenciones. Suavemente, quinientos treinta y siete. En la comisaría nos tomaron los datos, fotos, huellas digitales y nos ficharon. Mi madre y hermanas no pararon de saludar sonrientes y provocativas a clientes habituales esparcidos por todas las plantas de la comisaría por donde nos llevaron. No pararon de reír como quinceañeras, lanzar besos por los aires y pasarse la lengua por los labios como… bueno… putas. Qué vergüenza. Sentí como los agentes me miraban, como se excitaban con la novedad: la hermana modosita. Miradas del tipo “la próxima vez te follo a ti”. Un clásico.
Un testigo lo pudo ver todo. El asesinato. Estaba allí en la comisaría. Nos metieron en un cuartito blanco con mucha luz y un gran espejo en uno de sus paredes y nos dispusieron a todas frente a éste. El testigo, que había tenido una situación privilegiada en el momento del asesinato y lo había visto todo, llevaba toda la mañana haciendo ruedas de reconocimiento con prácticamente todas las personas que aquel día estuvieron bailando en la discoteca Heaven. Nos tocaba a nosotras. Ahí estábamos, de pie ante el espejo. Pasaron unos segundos. Mi madre, mi hermana, mi otra hermana y yo frente a mi madre, mi hermana, mi otra hermana y yo. Juntas en la comisaría por algo que había hecho papá. Si me preguntaran por una imagen familiar que nos describiese perfectamente, sin duda, esa sería.
Oímos unos fuertes golpes sobre el espejo que provenían del otro lado. El testigo,¿podía ser él? Mi corazón se disparó. Segundos después se abrió la puerta del cuartito y entró disparado mi Max y se abalanzó sobre mí. Me abrazó con fuerza y cuando sus labios tocaron los míos mi corazón se aceleró casi al punto del colapso coronario. Otra vez las mariposas… Pero nada me dio más placer que ver a mi querida familia, las zorras irrespetuosas, mirando con envidia. Envidia de la cochina.
Mi bonita vida.

Hola, me llamo Cindy. Vivo en Holanda en un caserón con piscina, jacuzzi y cuatro coches en el garaje. Mi madre es puta. Mi hermana es puta. Mi otra hermana es puta. Mi padre está en la cárcel. Chulo, maltratador y asesino. Y yo, podrida de pasta. Tengo más millones de los que podría gastar en dos o tres vidas. Y a un chulazo holandés, guapo, famoso y depilado hasta el ojo del culo.



D.G.F.

viernes, 6 de marzo de 2009

EL TIRADOR

El tirador llevaba muchas horas al acecho. Tumbado boca abajo, con las piernas entreabiertas, sus manos sujetaban con fuerza un rifle de precisión con mira telescópica. El cañón del arma apoyado sobre un pequeño trípode. La cabeza levantada lo justo para encajar su ojo derecho en la lente de la mirilla. Su respiración era pausada, los latidos de su corazón bajos. Ningún movimiento que pudiera hacer oscilar la capa que le cubría toda la espalda. El equipo de camuflaje le convertía en invisible a cualquiera que mirase en su dirección.

El sol ya estaba alto en el cielo y el calor comenzaba a apretar. Soplaba una leve brisa que apenas aliviaba la temperatura. No había sombra alguna que proporcionara un cierto frescor. El lugar en el que se hallaba era un pedregal de tierra color ocre. Había llegado hasta allí amparado por la noche y aprovechando la oscuridad había cavado un agujero lo suficientemente profundo para poder esconder su cuerpo, cubrirlo con su capa y diluirse en el paisaje.

El tirador se encontraba en aquel lugar y en aquel momento porque tenía que matar a alguien. Pero ese alguien era completamente desconocido para él. Carecía de cualquier información que le permitiera identificarlo. El Mando Central le había informado de que se trataba de otro tirador como él. Alguien entrenado para matar sin ser descubierto. Esta vez se trataba de cazar sin ser cazado lo que añadía un plus de emoción a la misión. Notó como la excitación recorría todo su cuerpo. Los músculos en tensión, los sentidos alerta.

El lugar tampoco había sido elegido al azar. A poco más de un kilómetro de su posición había una pequeña aldea. Según los servicios de inteligencia era muy probable que el francotirador estuviera allí o de que en algún momento pudiera aparecer por la zona. De aquí en adelante ya quedaba en sus manos y en su experiencia, identificarle y eliminarle. Hasta podía equivocarse. Nadie le pediría ninguna explicación ni exigiría responsabilidad alguna

Se trataba de una aldea igual a tantas otras que había visto en diferentes ocasiones, en distintos lugares. Siempre era lo mismo. Casas pobres de paredes desconchadas con tejados de paja. Estancias oscuras y miserables apenas iluminadas por estrechas ventanas. Calles sucias y polvorientas en las que grupos de niños jugaban ajenos a la miseria que les rodeaba. Mujeres sentadas a las puertas de sus casas absortas en sus labores. Unos ancianos dormitando sobre un viejo banco de madera a la sombra de un retorcido olivo.

Este era el escenario que el tirador podía observar detenidamente a través de la lente de su arma. Veía perfectamente las caras de todas y cada una de las personas que estaban a la vista, y hasta podía leerles los labios a cualquiera de ellos, aunque no le sirviera de nada pues no entendía su idioma. Mientras observaba cualquier indicio que le permitiera localizar a su presa se fijó en las mujeres. Alguna de ellas dejaba adivinar sus formas a través de sus amplios vestidos. Eran jóvenes. La miseria y las penalidades no habían mermado aún su cuerpo. Una de ellas llamó poderosamente su atención. Era una muchacha realmente hermosa, aparentaba tener menos de 18 años. El pañuelo tradicional que llevaba puesto sobre la cabeza le hacía parecer mayor. Estaba sentada a la puerta de una de las casas con la espalda apoyada en la pared. Sus manos de dedos largos y finos se movían con agilidad desgranando unas vainas que parecían judías. Tenía la cabeza tirada hacia atrás, los ojos cerrados y en su rostro tranquilo de líneas perfectas se reflejaba el sol de aquella mañana.

El tirador se había quedado extasiado por lo que estaba viendo. De pronto de algún rincón oscuro de su mente, afloraron recuerdos del pasado. Era otra guerra, de otro país, de otras personas viviendo también en lugares asolados por la destrucción. Era una ciudad. Una ciudad pequeña con sus calles y plazas por las que la gente solía pasear tranquilamente disfrutando de sus momentos de ocio, hasta que el horror se instaló entre ellos. A continuación fue llegando gente, que como él, empezó a dispararles desde ventanas y terrazas.

Recordó aquella tarde de invierno. Hacía mucho frío en la calle pero él estaba instalado confortablemente en una habitación donde tenía todas las comodidades. Comida, bebida, alcohol, mujeres, y drogas.. todo lo que quisiera. Estaba sentado en una butaca frente la ventana, donde se pasaba las horas mirando a la calle con sus binoculares. El fusil lo sostenía entre las piernas para tenerlo a mano en caso de tener que utilizarlo. Desde aquella posición dominaba la calle principal de la ciudad. Era una avenida amplia y arbolada en ambos lados por la que siempre pasaba gente en algún momento del día. Pese a las muchas protecciones que habían colocado, siempre había una oportunidad para los especialistas como él. Siempre habría una victima para cumplir su cupo diario. Fue cuando empezaba a anochecer que las vio. Eran dos chicas jóvenes enfundadas en sus abrigos, con su pañuelo en la cabeza que les cubría el cabello y el cuello. Miraban asustadas en todas direcciones, querían pasar. Se acordaba aún de sus caras. Las pudo ver bien. Sabía que de un momento a otro iban a cruzar. Solo podría acertarle a una de ellas. Tenía la vida de aquellas dos muchachas en sus manos y fue él quien eligió quien de las dos iba a vivir y quien a morir. Era lo que mas le gustaba de su trabajo. Jugar a ser Dios. Las estuvo observando mientras se asomaban. Veía como sus ojos muy abiertos, intentaban abarcar todas las direcciones para adivinar de qué lado podía llegarles la muerte. Al final tras unos minutos de indecisión empezaron a correr. Sólo una de ellas llegó al otro lado. Tras el disparo volvió a coger los binoculares y estuvo un rato contemplando la agonía de la muchacha. No sentía absolutamente nada, solo curiosidad. Le había disparado a la que le pareció más bella de las dos. Quería comprobar si el rictus de la muerte podía llegar a alterar su hermosura. Habían pasado muchos años, y nunca mas había pensado en ello hasta aquel momento..


Absorto en estos recuerdos había dejado por unos instantes de buscar su objetivo. Cuando volvió a centrarse y a mirar por el visor, se dio cuenta de que la muchacha que tanto le había llamado la atención ya no estaba. Había desaparecido de su vista. Sorprendido movió el arma barriendo toda la zona en un acto instintivo por localizarla Fue al volver a mirar en la dirección de la casa, donde la había visto al principio, que se dio cuenta de su error. Allí en una de las ventanas vio un leve reflejo. Fue apenas un instante. La bala que le penetró por su ojo derecho tras destrozarle la lente, se incrusto en su cerebro, cortando en seco sus pensamientos.

La tiradora depositó el arma en el suelo del interior de la casa. No era necesario confirmar si había dado en el blanco. Estaba absolutamente segura de que si. Jamás fallaba. Se volvió a colocar el pañuelo en la cabeza, se recogió con cuidado el cabello que le asomaba aún. Se arreglo la falda y salió al exterior. Nadie parecía haberse dado cuenta de nada, y si lo habían hecho seguían con su vida sin inmutarse. Volvió a sentarse en el suelo y a apoyarse en la pared. El destello había desaparecido allí a lo lejos. Reclinó su cabeza contra el muro y medio cerró los ojos dejando que los rayos del sol volvíeran a acariciar su rostro.

domingo, 1 de marzo de 2009

Zheni

La han matado. La han dejado tendida en el centro del salón en medio de un charco de sangre. Los rizos de su melena descansan sobre la alfombra gris formando una corona de bronce alrededor de su cabeza. Dos impactos en su pecho, dos agujeros por los que mana la sangre manchando su ropa. La ventana rota atestigua que dispararon desde el exterior, con un arma de proyectiles de larga distancia. Nunca sabré de quien era la mano ejecutora pero sé perfectamente quién dio la orden. Quién la ha matado. Me arrodillo junto a ella y hundo mi rostro en su cabello; inhalo su fragancia para recordarla, ahora que aún la desprende, por última vez. No quiero respirar más; quiero retenerla en mi interior, su vida en mi aliento, para que no se me olvide.

La conocí hace apenas unos meses. Zheni trabajaba en mi residencia en tareas de mantenimiento. En circunstancias normales nunca hubiera llegado a conocerla, en realidad nunca vemos a los operarios. Vienen durante las horas en que las casas están vacías; cuando los residentes de la colonia están en la Ciudad. Llegan desde los suburbios, desde los bloques de los trabajadores en las afueras; hileras interminables de edificios repetidos y grises.

No les es permitido mezclarse con nosotros, los ciudadanos, y raramente nos cruzamos con ellos a menos que estén efectuando alguna reparación de emergencia. Tenemos horarios diferentes en ciudades separadas. Yo no estoy de acuerdo con eso, pero así son las cosas. Así han sido siempre.

Soy un Técnico y trabajo para el canal estatal de televisión. En estos momentos estamos haciendo muchos cambios. Las nuevas tecnologías permiten reemplazar a las personas que trabajan delante de las cámaras por copias digitales. Da menos trabajo, menos gasto. A partir de ahora el locutor de las noticias, el chico del tiempo, el emblemático presentador del show de medianoche; todos ellos serán sustituidos por sus gemelos digitalizados. Ya no tendrán que repetir más sus papeles aprendidos; sus rostros, sus gestos, sus sonrisas y hasta sus tics serán recreados. Nadie notará la diferencia y a nadie le importará. A eso me dedico.

Deambulo por la casa sin saber que hacer, evito el salón. En mi aturdimiento sólo pienso en volver a ver las grabaciones donde la vi por primera vez. Fue en un día cualquiera al volver a casa; noté que los aparatos de mi pequeño estudio habían sido movidos; extrañado revise las cintas de seguridad: allí la descubrí. Había estado trabajando en mi casa, limpieza, mantenimiento, etc. Tenía una gracia especial, la observé mientras se movía por la casa haciendo su tarea con una mezcla de timidez y desenvoltura. En un momento determinado, se la puede ver abriendo la puerta de servicio, sorprendida. En la escena posterior es evidente que las tres chicas que entran son sus amigas. Asustada les dice que no deberían estar allí, que está prohibido. Ellas riéndose se van quitando los monos de trabajo y poco a poco la van calmando. Parece que deben saber quién soy y a que me dedico. Se reúnen alrededor de los aparatos de mi estudio y comienzan a jugar con ellos. Graban sus cuerpos con el escáner y se divierten vistiéndolos con los más variados conjuntos de ropa que encuentran en la base de datos. Los proyectan en la pared y se ríen como locas. Es un juego ingenuo pero divertido; inocente y peligroso. Ella se mantiene siempre con un semblante entre asustado e incomodo. Una de sus amigas, la más descarada y resuelta tiene que empujarla para que se deje grabar. Ella consiente sólo ante la insistencia de su amiga. Sólo en un momento, al probar un vestido blanco, sencillo pero elegante, se la puede ver sonriendo mientras observa su propia imagen en la pared. Esta preciosa, delicada y dulce. A las doce de la noche, justo diez minutos antes de que yo llegara a la casa, recogieron sus cosas, ordenaron las mías y se marcharon.

Después de descubrir aquella grabación decidí que tenía que conocerla. No había forma de saber donde estaba ahora, probablemente trabajaba ya en cualquier otra casa. La única información que tenía de ella era el registro ocular de acceso de ese día. Para encontrarla tuve que recurrir a mis contactos y pedir algunos favores. Con el mapa de su iris logré encontrarla en la base de datos de la empresa de mantenimiento y volver a destinarla a mi residencia. A partir de allí no fue fácil. Simule un error en los horarios y me quedé en casa escondido en lugar de ir a la Ciudad. Al principio se sorprendió mucho y se asustó bastante. Me costó ganarme su confianza pero poco a poco lo logré; conseguí que se sintiera más relajada, a gusto, como en su casa. Intentaba coincidir con ella unas horas antes o después del trabajo manipulando el registro de horarios. Notaba que le gustaba pero no acababa de vencer su miedo. Finalmente un día conseguí que se quedara conmigo a cenar.

¿Por qué quieres estar conmigo? Somos de mundos diferentes, me preguntó incrédula sonriendo tímidamente. Por eso mismo, le dije yo. ¿Por que? repitió. Por que en mi mundo no hay tu risa.

Me vestí con su mono y le hice la cena. Ella me miraba divertida. Después cogí el mono, salí al porche y allí mismo lo quemé. ¿Por qué haces eso? preguntó alarmada. Por qué no quiero que te vistas más para ellos.

Un día se quedó y ya no volvió más con los suyos. La dieron por desaparecida y las autoridades no investigaban demasiado la desaparición de un trabajador. A partir de ese día juro que fui el hombre más feliz en la tierra. Ella era diferente, dulce. Descubría la vida cada día. Pero a pesar de todas las precauciones que tomamos alguien debió descubrirla: la policía de la colonia, la comisión de ética, la agencia contra infiltrados, quizás la denunció algún vecino. No lo sé, da igual. Hijos de puta. Seguro que pronto vendrán también a por mí para acusarme de unas cuantas infracciones a su ética.

No importa, a mi ya no me importa. Ahora su cuerpo está en mi salón, tendido en el suelo, allí donde la quise viva. Juro que me las pagaran. Ahogo mi pena y salgo precipitadamente de casa. Me voy a la ciudad, a los estudios de televisión. Todos me conocen, nadie va a sospechar nada, hago unos cambios donde sólo yo puedo hacerlos.

Salgo de allí y voy a la colina que separa la Ciudad, nuestra ciudad, de sus barrios. Desde la ladera puedo ver las hileras de bloques grises iluminados por la retícula de farolas, regular, triste y monótona. Dos ciudades separadas, dos vidas diferentes, un solo canal de televisión. Y esta noche la verán todos por que así lo he preparado. Será siempre ella, presentando todos los programas; con su vestido blanco, su sonrisa tímida y sus gestos. Tan solo por esta noche los culpables pagaran viendo el objetivo de su ira mostrándose en sus salones, tan pura como era, tan inocente. Y la verán sus esposas, la verán sus hijos y sus amigos y parientes. Solo por esta noche su rostro les perseguirá y les señalará para que recuerden su belleza; para que la recuerden a ella y se avergüencen.

En el frío de la madrugada contemplo la negra noche mientras se libera mi venganza por el aire en forma de ondas hacía sus antenas. Y exhalo por fin de mis pulmones la fragancia rescatada de su pelo y vuelvo a respirar de nuevo.

xavims