miércoles, 3 de junio de 2009

Buenos días

— No puedo hacerlo.
— ¿Por qué no?
— Sería una traición. Sería alimentar a la bestia que llevo dentro y nunca me podré salvar…
— No has de salvarte. Claro que puedes. Si tú quieres, hazlo.
— Nadie me volverá a mirar…
— Eso no es verdad. Has de ser como eres, no lo que los demás quieren que seas. De esta manera solo te mirarán los que se merecen mirarte.
— ¡Nadie! Nadie querrá acercarse a mí. Soy un monstruo. No puedo hacerlo, no puedo seguir haciendo esto, tengo que cambiar.
— Mira, esto no tiene sentido. Si no disfrutas de tu vida y eres feliz, espantarás a todos los que si disfrutan de tu compañía y no te quedará nadie de verdad. ¿Y yo, no estoy aquí contigo? ¿Acaso no te comprendo?
— Me comprendes porque eres como yo…
— ¿Un monstruo?
— ¡No! Nunca. No eres un monstruo. Eres una persona estupenda. Eres… eres mi mejor amiga.
— Y soy feliz como soy. Y tú deberías aprender de mí, solo así aprenderás a valorarte.
— Tienes razón Loli. ¡Lo voy a hacer! No puedo vivir amargada por lo que los demás puedan pensar. Si quiero hacerlo y hacerlo me hace feliz, lo haré. Así es como soy y a quien no le guste que no mire. ¡Camarero! ¡Los dos cafés, con azúcar por favor! ¡Métase la sacarina por…
— ¡Nena, nena! No te pases con el camarero. Creo que el muy picarón me ha guiñado antes el ojo. Creo que le he gustado, he visto como me mira el pecho y…
— Pero qué dices nena, ¡si estas gorda!

Eso en la mesa número cinco. Carmen y Loli, las gordas solteronas. Siempre tenían el mismo debate todos los días después de tomarse sus churros con chocolate. ¿Sacarina o azúcar? ¡Ay señor! ¿Qué podemos hacerle?, “¡marchando dos cortados con azúcar!”
En la mesa dos está sentada Laura, como todas las mañanas.

— Mira Perico… Últimamente te estás portando de una manera muy extraña. Ya no te veo casi nada y estás más irascible que nunca. Te cabreas con nada y la tomas conmigo, y luego me haces regalos que no te puedes permitir para pedirme perdón. Has de saber una cosa. Una relación no se mantiene con regalos caros. Esto… hay que estar en todo momento, ¡no!… has de estar ahí cuando te necesito, ¡no!… eh… tenemos que vernos más a menudo y… ¡bueno! Que lo quiero dejar. Y punto.
— Como lo hagas así Laura, te va a denunciar por malos tratos.
— ¡Ay, Juan! No te había visto. Perdona, esta mañana estoy un poco atacada de los nervios. Voy a dejar a Perico.
— Pobre Perico. Pero no me da pena. El Chaval no está metido en nada bueno. Se dicen cosas en el barrio, ¿sabes?
— Ya lo sé Juan. Por eso mismo lo quiero dejar.
— Bien por ti Laura. Ahora, ¿qué te pongo? ¿Lo de siempre?
— Si por favor. Y Juan, gracias por escuchar mis tonterías.
— Las tonterías de mis clientes son mis tonterías. ¡Marchando un croissant a la plancha y café con leche!

En la barra el viejo Eustaquio, hablando con un joven trajeado y peinado con demasiada gomina y la raya a un lado.
— Recuerdo que tenía una mano de pena, un tres de bastos, sota de oros, cuatro de copas y dos de espadas. Le hice las señas correspondientes a Eusebio, mi pareja. Teníamos unas señas especiales, ¿sabe? Un código entre él y yo que nadie más entendería. Pero, vamos, a lo que iba. Tenía una mano de pena y se lo dije con señas a Eusebio…
— ¿Y?
— Y el muy bribón corta mus. ¡Corta mus! O tenía la mejor mano del mundo o se había vuelto loco. Pero lo que más me extrañó fue que no me había hecho ninguna de nuestras señas especiales para decirme que tenía una buena mano…
— ¿Y?
— Y nos pusimos a jugar y en seguida Eusebio lanzó órdago a chica, el muy bribón, no me había dicho nada. Querría darme una sorpresa, él es así, ¿sabe? ¡Y ganamos! No mostrará afecto de ningún otro modo que no sea con el Mus. Está muy viejo el jodido, pero por el otro lado, se conserva estupendamente…
— ¿Y qué más me da a mí, abuelo? No le conozco de nada, ¡Déjeme tranquilo!
— Lo siento joven. No pretendía molestarle. Es que había quedado aquí, como todas las mañanas, con Eusebio, ¿sabe?, y como no llegaba pensaba que hablaría con alguien para pasar el rato…
— Pues elija a otro, señor. Soy una persona muy ocupada y tengo mis cosas en las que pensar.
Escuchando esto acudí al rescate de Eustaquio
— Su carajillo de coñac don Eustaquio.
— Gracias Juan, siempre me quedarás tú.
— Claro que si, que no se diga. — le dije con mi mejor sonrisa profesional.

A su lado, también apoyados contra la barra, el Capitán Martínez y el Agente Almansa, de la policía local, comentando sobre el estado del barrio, de lo seguro que es ahora con ellos aquí de policía. El Capìtán Martínez comentando, el agente Almansa escuchando, como siempre.

— ¿Y qué se le ofrece a la autoridad?
— Corta el rollo Juan, lo de siempre. —espeta el Capitán Martínez.
— ¿“Lo de siempre” cuando estáis de servicio o “lo de siempre” cuando no?
— ¿No ves los uniformes?
— Si.
— Pues eso Juan, pues eso, ¿estamos perdiendo facultades o que? Juan, Juan… yo le pensaba más…
— Mi Capitán, tengo que…
— ¡Usted se calla Almansa! Estoy hablando yo. Perdona Juan. Si, estamos de servicio. Ponnos unos cárajillos anda.
— ¡Marchando! — y les dejé continuar, mejor dicho, dejé al Capitán Martínez continuar con su monólogo fantasioso sobre el estado del barrio, y al sumiso Agente Almansa escuchando a su superior con el gesto facial del aburrimiento.

En ese momento se abre la puerta con mucho ruido y entra una persona con un pasamontañas en la cabeza, una escopeta en una mano y un saco de espárto en la otra. Cierra con fuerza y desde ahí mismo grita
— ¡Esto es un atraco! ¡Que nadie intente nada estúpido!
El Capitán Martínez y el Agente Almansa intentan alcanzar sus pistolas.
— ¡Ni se os ocurra! ¡Al suelo, tirádlas al suelo! — grita el personaje enmascarado a los policias por los cuales el barrio era un sitio tan seguro. Y mientras hacen lo que les ha mandado, el hombre del saco echa una mirada a su alrededor y, acto seguido, pasa algo inesperado.

— ¿Dónde estoy? — dice, dejandonos a todos perplejos— ¿Dónde están las cajeras y las mesas, y las ventanillas?
— Esto es una cafetería, el banco es al lado —le dice la gorda Loli, añadiendo— .Si quiere puede llevarme de rehén con usted al banco. —El problema de Loli no es la comida, son los hombres.
— ¡Cállese gorda! — suelta nuestro ladrón despistado y nos reímos todos disimuladamente. Todos menos Loli que levanta la barbilla y mira hacia otro lado con aires de marquesa.
— ¿Perico? ¿Eres tú? — suelta de repente Laura— ¡He reconocido tu voz, sé que eres tú! ¡Pedro Gonzalez Prieto, ¿se puede saber que diablos estas haciendo?!
Nuestro Ladrón mira repentinamente hacia Laura y se pone tremendamente nervioso.
— No soy quien usted dice señorita. — dice cambiando claramente la voz a una pobre imitación de persona gorda.
— Perico… Quiero que sepas que te dejo en este mismo instante. Sa ha acabado. No vuelvas a llamarme nunca más. Qué decepción. ¡Eres un delincuente! No te merezco. —le dice Laura dolida de verdad.
Nuestro delincuente ahora tiembla tanto por la extraña situación que se le cae al suelo la escopeta. Todos miramos como cae el arma en cámara lenta y, cuando toca las baldosas del suelo, se dispara solo. Veo como los perdigones vienen en mi dirección. En el silencio que se crea en el siguiente instante empiezo a sentirme mojado por todas partes. Los perdigones han hecho blanco en la sección de aguardientes justo encima de mi cabeza, todas las botellas rotas y su contenido vertido sobre un humilde servidor.
El encapuchado se agacha a coger la escopeta cuando de repente se abre la puerta a sus espaldas que le golpea en el trasero y cae de morros contra el suelo, empujando sin querer el arma, que se desliza por el suelo hasta que se frena a los pies del Agente Almansa. Éste se agacha y lo coge.
— ¡Buenos días familia! Hooombre Eustaquio, ¿ya estas aquí? ¿No habíamos quedado a las nueve? ¡Uy! Qué cara tenéis todos, y eso que soy yo el viejo. ¡Juan! Un sol y sombra por favor…

Y así un día más en el barrio. Las gordas busca-hombres Carmen y Loli comerán huevos fritos con bacon, migas con chistorra de segundo, un trozo de pastel de chocolate de postre y ¿para beber? Coca-cola light. Eusebio es un héroe popular en el barrio. Perico tiene dos años de cárcel y una exnovia muy enfadada. Y el Capitán Martínez y el Agente Almansa de la policía local, se creen los verdaderos salvadores del barrio, bueno, sólo el Capitán Martínez.

— ¡Marchando un sol y sombra!






D.G.F.