lunes, 2 de noviembre de 2009

Último Asalto


La lona lo llamaba. Tiraba de él, como si de un gran imán se tratara. Era el último asalto. El último. El timbre de la campana fue casi inaudible, solo una sutil y distante llamada por encima de un zumbido agudo constante en su cabeza que le dificultaba la concentración. Sin duda el oído estaba tocado. Pero a estas alturas a quién le importaba. A nadie. Diez segundos entrados en el asalto, recibió un fuertísimo gancho de derechas del campeón. El cerebro se agitó en su cráneo y la lona volvió a tirar de él. Las cosas se le tornaron borrosas y comenzó a sucumbir a la llamada de aquella superficie azul. Solo veía el azul mientras caía lentamente hacia delante. ¿Qué tenía el azul, que todas las lonas de los cuadriláteros del mundo eran de ese color? El azul le recordaba al mar que bañaba su pueblo natal donde había tenido una infancia tan feliz. Y había decidido tomarse un último chapuzón en ese mar azul y recordar la ternura e inocencia de su corta etapa allí. Y entró de cabeza y le rodearon las burbujas. Cuando éstas le dejaron ver pudo observar un banco de pececillos junto al pilar de madera sumergido del embarcadero. Subió para coger aire. El aire era puro y limpio. Subió por la escalera del embarcadero como había hecho tantas veces. Caminó por él observando el pequeño pueblo pesquero que le había hecho. Caminó por sus calles estrechas llenas de color. Todo seguía igual. Notó una mano en su hombro.
- Hola chico.
- Hola señor Smith. Ha pasado mucho tiempo.
- Si Dylan, pero nunca me olvidaría de mi mejor alumno. No debiste dejar el colegio pequeño. Habrías llegado lejos.
- No lo dejé por gusto Sr. Smith. Mi madre, mis hermanitos, me necesitaban…
- Lo sé. Siento lo de tu padre chico. Tuvo que ser muy duro. Que el mar se lleve a un compañero pescador es duro para todos nosotros.
- No les podía dejar. Yo me convertía en el hombre de la casa con todas sus obligaciones. Por eso comencé a trabajar de mozo en el puerto.
- Sólo tenías trece años.
- No se preocupe por mi sr. Smith, míreme ahora. Soy un buen luchador, tengo fama, dinero, una mujer y un hijo…
- Si chico, pero no eres feliz. ¿Por qué si no vuelves por aquí?
- Adios Sr. Smith.
- Hasta siempre chico.
Escuchó como el árbitro contaba “¡ Cuatro, cinco, seis…!” Abrió los ojos. Primero vio el azul de la lona. Luego los pies de su contrincante. Luego miró al público. Todos en pie gritando que se levantase, pero ya no oía nada más que el zumbido en su cabeza y los números gritados al oído por el árbitro “… siete …”.
Y una vez más se vio en pie frente al campeón y el público se volvía loco.
Almacenó fuerzas y lanzó sendos crochets con la izquierda y la derecha respectivamente que hicieron adoptar una postura defensiva al campeón. El público no dejaba de rugir y animar a su favorito. El campeón devolvió un golpe en los abdominales que dobló a Dylan y le hizo retroceder. El campeón se lanzó hacia él con jabs, directos y todo su listado de técnicas. Le llovían los golpes por todas direcciones y no hacía más que defenderse y retroceder. Finalmente topó con las cuerdas. Unas cuerdas que no eran ásperas como las que había conocido al principio. Unas cuerdas limpias y suaves. El campeón levantó el puño derecho, apuntó a la cara de Dylan y lo disparó contra él. En ese momento Dylan cerró los ojos, y cuando los abrió… vio a Rob, su primer entrenador, lanzándole un directo con la diestra que consiguió esquivar con soltura. Ya no había público. Ya no estaba el campeón. Estaba en el viejo gimnasio donde había comenzado a entrenar en serio. Le había traído a la gran ciudad Rob, una vieja gloria del boxeo local que ahora se dedicaba a sacar a niños pobres de la miseria enseñándoles una profesión como luchador. No cualquier niño era apto. Rob había ojeado a Dylan en las peleas clandestinas que se montaban en el puerto pesquero donde éste trabajaba. El niño era un fenómeno con los puños y de esta manera sacaba un dinero extra para su malparada familia.
- Ya esta bien por hoy Mula. - Rob llamaba Mula a Dylan por los trabajos que éste desempeñaba, tanto en el pueblo como ahora, en la gran ciudad. Decía que no era más que una mula de carga y a Dylan no le importaba.
- ¿Cómo estás Rob?
- Estoy contento Mula. Te has convertido en un gran luchador. Estoy muy orgulloso de ti.
- Es todo gracias a ti.
- No chico. Tu lo valías desde el principio. Yo solo te enseñé los trucos.
- Me los enseñaste muy bien.
- Debe ser verdad, mírate ahora, luchando por el cinturón de campeón. Es increíble.
- Pero creo que no soy feliz Rob.
- Ya lo sé Mula. Lo he notado.
- Cada vez que consigo algo, pierdo otra cosa. No puedo compartir mis triunfos con la gente que amo. Tú por ejemplo, ¿Por qué te fuiste? Por qué tuviste que morirte. Tenías que verme triunfar.
- Era viejo Mula. Los viejos, morimos…
- ¿Y papá? ¿Y mamá? ¿Eran viejos? ¿Y la pequeña Betrys y el pequeño Owen? ¿Acaso eran viejos ellos?
- Calma Mula. Ya sabes que a tu padre nunca le conocí. Y que sentí tanto como tú la muerte por cáncer de tu madre, fue una pérdida trágica. Pero no tenía ni idea de lo de Betrys y Owen. Dios bendito, ¿que les pasó a las pobres criaturas?
- Pasó después de tu muerte. Caminaban por la ciudad con la niñera que había contratado para cuidarles. Caminando por la ciudad tranquilamente. Venían al combate que me proclamó campeón del condado. Era solo un paseo desde casa. Un coche descontrolado chocó con una farola que golpeó a varios viandantes cercanos. Hubo dos muertos…
- Lo siento Mula. No tenía ni idea. Pero no te machaques por ello. Piensa en tu mujer y tu hijo.
- Mi mujer me ha pedido el divorcio. Dice que mi depresión junto al mundo del boxeo no es bueno para nuestro pequeño.
- ¡Zorra asquerosa!
- No Rob, está bien, ella tiene razón. Creo que es mejor que se alejen de mí antes de que les ocurra algo a ellos también.
- Muy bien Mula, como tu digas. Pero ahora concéntrate en el combate, tienes que ganarte un cinturón de campeón del mundo chico. Ponte recto, reacciona, dale fuerte, por los tuyos…
Por ti Rob…
Echó una última mirada a aquella sala sucia que olía a humanidad, con ese cuadrilátero de madera, lona desgastada y cuerdas ásperas y cortantes que dejaban marca cuando rebotabas contra ellas. Cerró los ojos y cuando volvió a abrirlos pudo ver el puño derecho del campeón directo hacia su cara. Una esquiva efectiva, de aquellas que le había enseñado el viejo Rob, y un buen gancho de izquierdas, marca de la casa, desestabilizaba al campeón que cayó al suelo. Pero rápidamente se puso en pie de nuevo y frente a él. El público explotó. “Éste es el último asalto… Mamá, papá, Betrys, Owen, Rob. Melinda mi amor, Owen jr, ,mi pequeño, observad todos esto. Voy a ser campeón del mundo.”


DGF