lunes, 20 de julio de 2009

Soledad



Aquélla que se hace llamar amiga mía se acerca sonriente con mi pastel de cumpleaños, con un verdadero infierno de velas encendidas encima, en su papel de perfecta anfitriona de la fiesta sorpresa que han preparado todos éstos extraños para mí.

Intento dibujar una sonrisa, mantenerla, dominar la situación. Al fín y al cabo ha sido un detalle que se hayan tomado todas éstas molestias, ¿no?. No debo hacer caso a la idea que me ronda desde que ha empezado todo éste teatro: en realidad la fiesta no es exclusiva para mí, sino que se celebra otro cumpleaños más. Jamás dedicaron un evento a mi persona en particular, pero éste año lo tenían muy bien organizado... “así matamos dos pájaros de un tiro jaja”, aún oigo las palabras en mis oídos.

Soplo las 40 velas un poco ruborizada y una veintena de personas rompe a aplaudir. Me siento un poco incómoda, observada. ¿Será porque todas las miradas están cargadas de educación o aburrimiento en vez de sinceridad?.

Las recorro una a una cuando brindamos con cava: los divido por grupos imaginarios y en primer lugar me fijo en mis amigos, en aquéllos que hace muchos años me hacían sentir cómoda, acompañada en el viaje de la vida, que tenían una palabra de apoyo y que conocían mis reacciones igual que yo misma. A día de hoy no conocen a la mujer en que me he convertido, no me aceptan tal y como soy y cada vez están más lejanos, pero bueno, es una sensación recíproca, pienso fríamente mientras trago un sorbo de cava.

Luego están los agregados, los conocidos, los amigos indirectos se podrían denominar.... los maridos, mujeres, o nuevas adquisiciones de los últimos tiempos para los cuales eres únicamente una pieza más del mobiliario, alguien de quién poder criticar sus aventuras vitales en las reuniones sociales. Realmente... ¿qué hacen todas éstas personas celebrando algo mío?

He terminado un par de copas respondiendo vanas preguntas, tan superficiales que ya ni las recuerdo, así que relleno un vaso con whisky y paseo por la terraza. Me apoyo en la baranda y miro las luces de la ciudad, hace una noche perfecta. Corre una ligera brisa que me alborota el pelo y mece mi vestido. Me doy media vuelta y mi mirada se posa en mi pareja.

Mi pareja.... ésa solución a medias para evitar la soledad y que me ha traído una soledad más dolorosa, la que sientes en compañía, ya conocida otras veces por mí. ¿qué es lo que me hace estar al lado de ésa persona?.... en su día no fué una pasión desbordante, no me conoce en profundidad, no es el compañero que yo necesito y pienso si no seremos la mentira recíproca que nos hemos buscado.

Vuelvo a mirar a la ciudad. Hoy cumplo 40 años y no tengo a nadie a quién realmente le importe para celebrarlo. Llevo un rato aquí apartada y ni se han percatado de mi ausencia. Es lógico, mi presencia es totalmente prescindible.

Un ruido me saca de mis pensamientos, ha llegado un coche y ha aparcado justo ahí abajo, en la puerta del edificio. Es un coche rojo, desde aquí no puedo ver qué tipo de vehículo es pero hay algo que me atrae en él.
Un coche rojo... siempre quise tener uno de ése color. Empiezo a imaginar lo que sería cogerlo ahora y marcharme conduciendo sin rumbo fijo, sin prisas, sin itinerarios, sólos él y yo alejándonos en la noche.
El color me llama como un punto en mi retina, no puedo apartar mi mirada de él, ni siquiera cuando trepo al balcón y me quedo allí de pie, tan sólo un instante. Primero tengo algo de vértigo, luego miedo a caerme, pero.... ¿miedo a qué? ¿a aquéllo rojo de ahí abajo que es lo más real que he vivido en toda la noche?.

El viaje ha sido realmente rápido... no me ha dado tiempo a oír los gritos procedentes de la terraza, ni alguna carrera para impedir la mía, sólo he notado brevemente cómo el aire ha rozado mis mejillas antes de que el coche haya parado mi caída y yo haya llegado a mi destino.

martes, 14 de julio de 2009

Marla y su niña interior

La vi deambulando por la oscuridad de la ciudad sola, con las lágrimas cosidas a la piel. A sus 22 años conectaba únicamente con una cosa, la filosofía. Marla vivía sola en una pequeña buhardilla que alquiló en París cuando decidió separarse de los suyos y recorrer su propio camino. Así pues, su mamá estaba algo lejos, aunque no tanto como ella hubiera deseado, y su papá las abandonó cuando ella contaba con 4 años.
La escuché hablar con ella misma en voz alta; decía que la tristeza estaba instaurada en su alma; el frío, clavado en todo su cuerpo. Confesaba... como hablando al viento:
Siento otra vez ese regosto metálico en mi boca; es similar a la sensación de tener sed, pero no se calma con agua. Ese sabor de vacío me recorre hasta el estómago y me retuerce con fuerza en mi centro. ¿Qué me está pasando?
El estado del abandono contestó alguna otra voz dentro de su cabeza.
Esto es demasiado gris, me estoy ahogando continuó con un tono más aniñado su misma voz, que seguía conversando al mundo en voz alta, vayámonos de aquí a un mundo donde podamos estar libres.
¿Crees que no podemos estar libres y desarrollarnos aquí? prosiguió el tono adulto.
No sé... ¿Por qué cada vez jugamos menos? ¿Por qué las personas parecen tristes?
Hubo un silencio por un momento. Yo la seguía de cerca, y al pararse, creí que me había descubierto, pero no. Al cabo de unos segundos, prosiguió.
Tampoco entiendo este mundo, ¿sabes? se contestó más grave. Me faltan respuestas para tantas preguntas...
¿Y...por qué lo piensas todo tanto? ¿Dónde se fue la magia? ¿Y los sueños, por qué los quieres enterrar?
No los quiero enterrar, inquirió molesta la voz más matriarcal, lo que sucede, es que ya casi no sueño. Todo se marchita, se apaga como el color de una acuarela expuesta durante meses al sol.
Ya tampoco ríes a carcajadas replicó la voz de niña, ni disfrutamos del momento como antes. Vives buscando razones para todo, incluso para sentirte bien. Eres un aburrimiento...
¿Tú crees? preguntó humildemente la voz adulta.
¿De verdad te importa lo que creo? dijo la parte niña. Pues lo que creo es que me tienes abandonada en un rincón, me siento sola y desarraigada; me pregunto si todavía me sientes, si aún me recuerdas, si aún crees que formo parte de ti o piensas desterrarme al olvido, si memoras nuestra vitalidad, nuestros juegos, el mundo fantasía...
Marla se quedó en silencio de nuevo. El diálogo cesó, como cesó de nuevo su caminar. Volvió a tomar conciencia del escenario por el que pasaba; reconoció la calle, los árboles cercanos a su casa y decidió ir hasta ella. Subió los cinco pisos de las desgastadas escaleras; al abrir la puerta, escuchó sonar el teléfono, pero no atendió. Su cuerpo seguía frío y tembloroso.
Debemos hacer un pacto dijo la voz algo más calmada ya a su niña.
¿Qué clase de pacto?
Una alianza para estar bien las dos.
Pero a mi no me gusta así este mundo, ni tu forma de vivirlo. Yo deseo vivir de otra manera y parece que no quieres. Yo creo que todo es un juego, una aventura; tú, te lo tomas todo demasiado en serio. Ya nunca tienes tiempo, siempre estás ocupada en esas cosas que crees “de mayores”. Me siento abandonada, como desconectada de ti.
Marla fue a echarse sobre su dura cama, con sus zapatitos negros todavía puestos.
Seguía llorando, ahora más descontrolada que hacía unos minutos. Cogió su diario y empezó a escribir: “No sé qué hacer, ni a quién acudir; estoy triste, necesito ayuda...” Entonces, una voz nueva, surgió de su interior para decir algo que Marla simplemente transcribiría:
Nadie dice todo esto para que lloremos más, aunque debemos llorar todo lo que necesitemos. Vivir con conciencia da miedo, lo sé; también sé que morir no tanto. La vida es dura, y a veces, pesa la ciclotimia y las continuas contradicciones del todo: El día y la noche, el sol y la tormenta, el viento, la nieve, el invierno, el verano, el negro, el rosa...
Puedes irte cuando lo desees, lo sabes, pero mejor sería que te despidas de este mundo un día en el que estés plena y feliz con tu recorrido. Hoy no me parece un día indicado para arrojarte.
Te invito a recordar la luna llena. El tacto del silencio. El cielo índigo rebosante de estrellas. El sabor del aire. El olor de la vainilla. F. Nietzsche. La eternidad del instante. El café por la mañana en la soledad y el sigilo de tu hogar. La inmensidad del mundo, los viajes, las culturas. Tu imaginación. El baño en el mar muerto, desnuda, envuelta en arcilla. El crepúsculo. Las sombras en el bosque. Los rayos de sol en tu cara. La sonrisa que eso te produce. El estornudo. Los espejismos. El agua caliente. La química del vaho. La cascada. Las hadas, los elfos. La abeja alimentándose de la flor. El color de la libélula. El violín. Pachelbel. El conocimiento. La curiosidad y la libertad para crear tu vida en cada momento. El poder auténtico. El ser que eres. La madurez y la integridad a la que te asomas. La belleza de tu alma. La cama caliente. El dormir. El despertar...

De Marc para Carlota (Dónde quiera que estés)

Mi querida Carlota, sigues aquí... todavía. Sentí miedo.
Intenté comunicarme contigo. ¿Te lo han dicho, verdad? Estás hermosa, tan bonita como siempre. Tenía muchas ganas de hablar contigo, te he anhelado tanto estos últimos días...
Toqué Londres el día previsto, aunque ese viaje estaba condenado al fracaso desde el comienzo, desde que mi secretaria compró un billete con 2 escalas y llegada a la ciudad inglesa el mismo día de la reunión, tan sólo 2 horas antes.
Aterricé con retraso y, para colmo, mi equipaje se había extraviado. Los grandes jefes no esperan más de 10 min., y yo aparecí 2 horas tarde, sin mi equipaje, por supuesto. Cuando comparecí, estresado, a la sala de conferencias, la recepcionista me dijo que la presentación se realizaría al día siguiente, como imaginé. Me fui dando un paseo bajo el gris y frío londinense hasta el hotel en el que me hospedé; era un pequeño y acogedor edificio elegante, estilo victoriano. A ti te hubiera encantado. Te imaginaba conmigo en esa cama de hierro forjada, bailando sobre el colchón con tu pequeño camisón de puntilla blanca y riéndote a carcajadas. Intenté hablar contigo, pero no pude. ¿Me crees, verdad?
Telefonee también a la oficina para informar a mi secretaria de su desastroso trabajo y para que avisara a Javier de lo sucedido. Luego bajé a cenar algo; mientras pensaba lo que tú pedirías llegó el camarero y pedí lo que creía que hubieras pedido tú, y escogí tu vino favorito. De nuevo volví a marcarte al llegar a la habitación, pero aún nada, y no me decían cómo encontrarte.
Al día siguiente llegó mi equipaje. Me preparé y me fui a la presentación, que resultó un desastre. No lograba concentrarme, y, de esos treinta ojos que me observaban, algunos tranquilos, otros desconfiados y altivos, había un señor que me miraba de un modo extraño, provocaba en mí una innombrable sensación. Durante la exposición me topaba con su mirada continuamente, como si estuviera justificándome ante él; un él de unos 40 años, impávido, arrogante, con un bigote rígido, tanto, como su postura.
¡Cómo hubiera necesitado que estuvieras en esa puerta al salir!
De la reunión me fui sin respuesta, me dijeron que en dos días nos darían contestación. ¡Dos días! ¿Sabes lo que significaba eso? Yo ya debía estar en Australia para entonces. Todo volvía a complicarse. Marqué a la oficina para hablar con Javier. Me dijo que eran gajes del oficio, pero en realidad, lo que era, era una gran putada. Necesitábamos firmar ese contrato; la agencia no pasaba por su mejor momento y habíamos estado trabajando mucho en ese spot. Sin embargo, tenía razón, desesperándome no lograría nada.
Volé a Australia. La pieza, supuestamente, llegaría casi al tiempo que yo. Aterricé a la hora prevista, tomé un taxi hasta el hotel y telefonee para cerciorarme de la hora de llegada de la obra. Sentí miedo Carlota. ¿Y si se hubiera extraviado, o se hubiera roto alguno de los cristales? ¿Qué sería de mí? Tú, más que nadie, sabe cuánto he trabajado en este proyecto, mi proyecto, mi gran obra. Me ha costado tanto llegar hasta aquí. Contestaron al auricular y me dijeron que el paquete estaba por llegar a su destino en unos minutos. Y así fue.
Cuando la tuve entre mis manos, después de desenvolverla con sumo cuidado y comprobar que estaba perfecta, volví a telefonearte, pero tampoco logré comunicarme contigo. Me di un baño de agua caliente y salí de la habitación, y del hotel. Decidí pasear. Hacía frío. Te imaginaba gélida proponiendo ir a algún bar a tomar vino caliente. Te veía con tu naricita roja y tus frágiles manos congeladas. Seguí paseando y en un escaparate, vi este collar.
Ven, déjame que te lo ponga. ¡Sabía que era para ti! ¿Te gusta?
Después de adquirirlo fui a tomar algo a un bar que tú hubieras escogido; tenía un sofisticado estilo barroco, sin llegar a ser ostentoso. Tomé dos vinos mientras te escribía una carta. No la has recibido todavía, supongo. Luego me marché para reunirme con el secretario de la exposición. Otra vez anhelé que estuvieras conmigo; aunque sabía que eso no era posible, lo desee con todas mis fuerzas mientras escuchaba de fondo al atento caballero, que me contaba los últimos detalles para la muestra.
De ahí, regresé a mi habitación, puse música clásica, me lié un cigarrillo sentado sobre un cómodo sofá esmeralda de los años 70, acerqué una mesita con ruedas sobre la cual coloqué el mac y releí de nuevo información sobre los sólidos platónicos.
¡Cómo te necesitaba en esos momentos! Me serví un coñac y sonó el teléfono, corrí a atenderlo, pensé que serías tú, pero no...
Con el señor Marcus.
Yo mismo. Mi corazón se alteró repentinamente, no supe el por qué.
Buenas tardes señor, le llamo de la agencia de chóferes. ¿A qué hora debemos recogerle mañana por la mañana?
Ah! Era eso.
¿Cómo dice?
No, nada, no tiene importancia... A ver, déjeme pensar. A las 08.30h.
De acuerdo, señor. Tendrá un chofer en la puerta de su hotel a la hora acordada. ¡Qué tenga un buen día!
¡Gracias! Igualmente.
Tomé otro sorbo de mi coñac. Pensé en volver a llamarte, pero no lo hice; volví a sentarme frente al mac y repasé toda mi presentación: Los sólidos, los cristales, el juego de la luz en su interior, las formas... Me serví otro coñac, miré el reloj. Sólo eran las 20.30h. Pensé en conectarme a Internet y revisar si había alguna respuesta de Londres o Javier, pero decidí posponerlo hasta mañana, no quería que nada me alterase. Me eché en la cama con el traje todavía puesto. ¿Por qué no contestabas mis llamadas? No podía entenderlo. Empecé a pensar que quizá te habría ocurrido algo; pero no, no podía ser, a ti no podía sucederte nada malo. Me levanté para desnudarme, y lo hice como si lo hicieras tú, pensando en tus manos recorriendo mi cuerpo. Me excité... terminé en el baño y me metí en la cama pensando en tu sexo hasta que me quedé dormido.
Desperté emocionado antes de que me llamaran de recepción. Hoy era el gran día.
Carlota, cómo me hubiera gustado que me vieras, que me escucharas en mi momento de plenitud. Te hubieras sentido tan orgullosa de mí. La sala estaba repleta de gente, gente importante ¿sabes?, y en el centro, yo, con mi gran obra.

La voz de Marc quedó interrumpida. Se abrió, tras una vuelta de llave, una chirriante puerta cerca de su espalda blanca atada. Lo que en realidad había era una sala cuadrada con las paredes blancas y desoladas, una mesa redondeada y un par de sillas; una ocupada por Marc, con camisa de fuerza, y la otra, vacía.
Su monólogo cesó. Su irrealidad cobró otra forma.
Marc, vamos, se terminó la hora de visita.
No, todavía no, tengo que contarle a Carlota acerca de mi presentación. Y también quiero pedirle que se case conmigo... ¡Aún no le he entregado el anillo!
Marc, puedes seguir en otro momento, es hora de cenar.
¡Todavía no, he dicho! Esto es importante ¿entiendes? Déjame, es sólo un momento.
Marc, por favor, no te resistas volvió a repetir la curtida enfermera acercándose a él. Mañana, si quieres, puedes volver con Carlota; ahora vamos o entrarán los chicos, y tú no quieres eso ¿verdad? Ya sabes que si vienen no podrás verla en unos días. Venga Marc, será mejor así le dijo levantándole de la silla y guiándole hacia la puerta.
¡No!!!!!!!!!! gritó desesperado ¡Carlota! ¡Quiero estar con Carlota! ¡Bruja, déjame con ella!

Salieron ambos de la blanca sala cuadrada, dejándola otra vez cerrada... y deshabitada.




domingo, 12 de julio de 2009

Soledad

Carlos estuvo retrasando todo lo que pudo el regresar a casa. Había dejado esa mañana su ordenador a reparar en el servicio técnico. Cuándo ya no soportó más el frío, no tuvo más opción que ir hacia su destartalado edificio en una zona de calles amplias y desoladas de la ciudad. Entró en su apartamento de apenas veinte metros cuadrados. Escasa decoración. Las paredes mostraban rastros de humedad y moho. Ninguna ventana. La única mesa del lugar estaba vacía. Completamente vacía. Se sentó en el suelo y encendió un cigarrillo. La noche se le antojó infinita.

Comando Tempus

Les gustaba flipar a la gente, eso es lo que hacían para vivir y la verdad es que no les iba muy mal.
Baltazar caminaba por la estación de metro poniéndose un casco plateado, a su lado Felipe avanzaba con una especie de radar en la mano, vestido con algo que parecía ser un traje de buceo de color blanco, unos guantes plateados igual que su casco y unas gafas espejadas, detrás Candelaria vestida igual y con un paraguas en una mano, también plateado y una especie de transmisor en la otra. Así entraron al metro y comenzaron a correr por los vagones observando hacia todos lados mientras Baltazar gritaba:-Busquen la raja en el tiempo, busquen la entrada.-
La gente les observaba perpleja, algo atónita, siempre había alguien que reaccionaba mal, en especial los ancianos. Un joven se acercó y le preguntó a Candelaria que quienes eran. Ella respondió:-venimos del futuro, somos el comando especial Tempus y buscamos una falla en el espacio tiempo para regresar.- Tras esto continuaron corriendo y buscando algo que casi todos los pasajeros terminaron buscando también, aunque claro que todos lo hacían de forma disimulada. Nadie tenía claro qué pasaba ni qué hacían esos tres así vestidos buscando una rotura en el tiempo dentro del metro. Antes de llegar a la siguiente estación Felipe se sacó el casco, hizo una gran reverencia a la gente y comenzó a pasar el sombrero mientras Candelaria agradecía que les den una donación para continuar en su búsqueda del túnel del tiempo, tras esto bajaron del vagón.
Les encantaba armar diferentes actos surreales con los que hacer que la gente salga de su realidad para creer que existía otra paralela a ésta al menos por un segundo, y ellos tres las vivían todas de forma protagónica.
Esa tarde tras varias presentaciones se fueron a casa, vivían en un camping, iban y volvían en motocicleta y allí al aire libre diseñaban sus nuevas ideas para el día siguiente. Siempre juntos los tres, nunca se habían separado, habían crecido juntos en un orfanato y nadie les había adoptado porque siempre que les separaban comenzaban a actuar como desquiciados hasta que los devolvían al hogar de niños, la culpa de su forma de ser la tenían sus dos maestros, que siempre habían estimulado sus personalidades bohemias comprendiendo que ellos ya tenían familia porque se tenían mutuamente. Al terminar su estancia allí viajaron durante un tiempo vendiendo artesanías hasta que descubrieron que vivir era mucho más fácil que lo que la gente de traje y corbata creía, se sentían enjaulados en la ciudad viviendo dentro de una oficina, alguna vez intentaron adaptarse, pero finalmente crearon su propia realidad feliz y cotidiana, y era la que vivían desde entonces.
Habían hecho casi todo lo que se les había cruzado por la mente, una vez entraron al metro corriendo en ropa interior y bata, enjabonados como recién salidos de la ducha mientras insistían en que si alguien podía prestarles el baño porque les habían cortado el agua por impago. Con lo que ganaron en esa actuación se pudieron comprar una carpa más grande donde vivir. En otra ocasión Candelaria actuó de novia fugitiva mientras los chicos corrían tras ella exigiendo que vuelva al altar con ellos y que elija a uno de los dos. Y así sucedieron muchísimas otras situaciones surrealistas que para quien viaja en metro a las 8 de la mañana para ir al trabajo pueden llegar a ser incluso creíbles. Ellos estaban convencidos de que la gente estaba dormida y necesitaba ser despertada al menos un momento por un sacudón, pero nunca hasta ahora lo habían conseguido más que por un mínimo espacio de unos segundos, y en cada mirada era posible descubrir que de alguna forma los pasajeros anhelaban esa libertad y ese desapego desvergonzado que los tres actores demostraban tener hacia la sociedad convencional.
Baltazar propuso esa noche hacer algo en plan matrix, y pelear en el metro con seres invisibles, aunque Felipe quiso agregarle a ésto espadas láser o algo así ya que era bastante fanático de Star Wars, pero Candelaria mostrándose ahorrativa insistió en que podrían reciclar algunos disfraces y que comprar espadas láser sería algo inaccesible para ellos. Así entraron al metro, vestidos de negro y haciendo piruetas y coreografías tan dignas de un mimo profesional que parecía que luchaban realmente contra seres invisibles. Al abrirse la puerta del vagón Candelaria entró gritando “¡No conquistarán nuestro mundo malditos monstruos capitalistas!” mientras luchaba entre patadas karatekas contra alguien que de alguna forma terminó por estrangularla, así cayó al suelo. Detrás Baltazar se daba a la fuga de un ser invisible que lo cogió por el hombro y lo tiró al suelo. Mientras ellos dos luchaban de forma histérica entró Felipe y pateó a quien atacaba a Candelaria salvándole el cuello pero en medio alguien lo cogió por detrás y comenzaron a pelear frente a un anciano que se mostró indignado y sorprendido a la vez. Tras ello una mujer intentó ayudar a Candelaria que volvía a ser estrangulada por el maldito monstruo capitalista. Felipe grió “¡Son muy fuertes, ésto es muy raro, vámonos, huyamos!!!!”. Pero ni Candelaria ni Baltazar que en ese momento estaba tirado en el suelo con alguien encima que le hacía una llave le respondieron. Pasaron así luchando de vagón en vagón tres estaciones y ninguno se detenía a pasar el gorro y pedir la colaboración. Una mujer que los seguía de cerca comenzó a comentar que el morenito se estaba poniendo pálido, la gente los observaba sorprendidos y nadie comprendía la situación. Candelaria cogió a un hombre por el brazo y le pidió ayuda, pero éste sacudió su hombro para liberarse de ella y se limpió luego la camisa, tras ésto en un gesto incómodo se acomodó la corbata. A él esas chorradas no le iban, él estaba listo para ir a su reunión de empresa y esos jóvenes raritos obstaculizaban su concentración.
Felipe chocó contra una pared lastimándose de verdad, pero la gente continuaba estupefacta y sin reacción, la mujer comenzó a alterarse más y más diciendo que quizá iban drogados y había que ayudarles. De repente una anciana chilló y saltó sangre de su cara, pero no tenía a nadie cerca, y una niña señalándola dijo que el señor invisible le había dado a la vieja, mientras su madre cabreada la corregía por llamar a la mujer mayor de esa manera. Con Felipe desmayado y Baltazar azul porque una llave lo ahogaba sólo quedaba Candelaria sobreviviendo al monstruo capitalista, y ella no se daba por vencida mientras luchaba sin cesar, se estiró en un intento de ayudar a Baltazar pero entonces dos hombres invisibles más la cogieron por los brazos y el tercero le destrozaba el estómago a golpes. La gente comenzó a reaccionar cuando una mujer gritó que uno de los chicos no tenía pulso. Entonces casi todos entraron en pánico mientras la sangre brotaba a borbotones de la boca de Candelaria que se mantenía en el aire como sostenida por dos matones. En la siguiente estación las puertas se abrieron y al mismo tiempo en que toda la gente bajaba corriendo en pánico, los guardias de seguridad del metro intentaban entrar vanamente porque las puertas se cerraron, dentro del vagón los cuerpos sin vida de Felipe, Baltazar y Candelaria yacían en el suelo retorcidos entre manchas de sangre. La empresa de transporte prefirió mantener en secreto el caso, que trascendió como una pelea callejera entre tres jóvenes en las noticias de las nueve. Tras una semana nadie más habló del asunto.

Tiempo

Estaba esa noche Dalí en su estudio de Cadaqués. Estaba solo y parecía meditar frente a su cuaderno. Garabateaba sin sentido aparente hasta que surgió la forma de un reloj blando que parecía resbalar.

Burbujas pinchadas


La primera vez que vi a Melancton me enamoré de él. Creo que fue por sus facciones reptilíneas, sus exóticos ojos verdes y su mirada de loco. Era de noche. Yo andaba sola por la ciudad, buscando no sé qué. Estaba sentada en un banco, escribiendo algo, cuándo pasó él con un abrigo largo de franela negro. Me pareció un tipo interesante, así que me levanté y decidí seguirle. Él también iba solo, como buscando algo con su mirada. Percibí que notó mi presencia ya en el banco y que también se percató de que le seguía, pero no hizo nada, al menos, al principio. Caminábamos por el gótico, entre multitudes cargadas con cervezas y otras sustancias. Cogió la calle Avinyó y luego giró para ir hacia la plaza del Tripi; ahí me encontré con Ángel, un viejo amigo, vagabundo. Él, al ver que me paraba, se detuvo también a escasos metros. Esto empezaba a convertirse en un juego y eso me gustaba. Me despedí de Ángel y cuándo volví a mirarle, había empezado ya a caminar. Entró en un bar, y yo, detrás de él. El local estaba decorado básicamente en verde y rojo, incluso la luz era de dichos colores. Se sentó en la barra. Observé de sus educadas formas cuándo se quitó la galera solo con pasar el umbral. Su pelo, de un castaño ceniza, estaba cortado con personalidad; me recordaba a Egon Schiele. Pidió una cerveza. Yo otra. Nos separaban unas siete personas. En un momento dado, se levantó del taburete para ir al baño. Cuando volví a mirar en mi reloj, y vi que habían pasado unos diez minutos desde que se fue, me pregunté qué estaría haciendo. Pasaron unos largos minutos más y seguía sin aparecer por el pasillo rojo. Empecé a preocuparme, así que salté del banquillo. La puerta blanca del baño de los chicos estaba cerrada. La golpee, pero nadie me contestaba. Golpee con más insistencia, preguntándole si estaba bien. De repente la puerta se abrió y me lo encontré echado en el suelo, demasiado pálido, incluso para alguien de piel tan clara.
Estoy mareado me dijo.
Miré el minúsculo espacio y vi una aguja sobre la tapa del inodoro.
Al ver mi cara de asombro, replicó: No es lo que parece… soy yonqui desde niño, pero por la diabetes.
Le ayudé a inyectarse con sus indicaciones mientras pensaba en la profundidad de su voz, y cuándo pudimos, salimos de aquel club. Me ofrecí a acompañarle a casa aunque ya se sentía mejor. Caminamos por callejuelas estrechas, con bolsas de basura por el suelo y olor a orín, hasta llegar a su puerta; un edificio antiguo que no tenía ascensor. No hicimos comentario alguno sobre los cuatro pisos que deberíamos subir. Él iba delante de mí, en silencio. Al llegar a su pequeño y descuidado apartamento descubrí que era pintor. Si en ese momento me hubieran dicho que todo terminaría como acabó, nunca lo hubiera creído. La sala que tenía destinada a ello estaba repleta con cubos de pinturas; pigmentos en rojo, índigo, prusia, blanco…; telas, sábanas arrugadas por el suelo… Un enorme foco de luz con una bombilla negra me llamó la atención. Vi todo esto por la luz que entraba en dicha sala a través del comedor. Mientras, él, que me ofreció algo para beber, descorchaba un vino tinto. Le pregunté por esa habitación y me invitó a entrar mientras me hablaba de su trabajo; usaba pigmentos que se veían sólo con luz negra.
¿Quieres verlo?
Yo estaba postrada ante un óleo de fondo rosado al que enfocaba la luz, apagada de momento.
Me gustaría le dije, aun sin acabar de entender su pregunta.
Lo que en un principio no era más que un fondo rosado, al encender el foco, y cambiar la luz a negra, se convirtió en una figura. Un esqueleto humano nació, creándose como de la nada; surgió inesperada y claramente del rosado, como si éste lo expulsara hacia fuera. Sentí una especie de admiración mezclada con terror. Terror que provocó el cuerpo humano sin piel, sin ojos, y pómulos extremadamente salientes.
La mayoría de los artistas incluso a veces anhelan más horas de luz natural, sin embargo, él, pintaba en la oscuridad, viendo a través de una bombilla negra.
No quería irme de ahí, quería conocerle más… Descubrí que había nacido en Viena, aunque siendo niño se trasladó a Francia y luego España; provenía de una familia adinerada que no llevaba demasiado bien su modo de vivir. Tenía 33 años y necesitaba que la gente recordara la fecha de su cumpleaños. Vivía entre Barcelona, París, y Australia. Bebía bastante. Le gustaba Bauhaus y no soportaba las sandalias ni ir a la playa.
Cuando amaneció estábamos ambos borrachos, hablando sin parar. Se oía el ir y venir del mar. Me preguntó si tenia sueño, le dije que no. Temí que él sí, pero no. Me propuso bajar, me dio unas gafas negras parecidas a las que él llevaba, y salimos. Caminamos sin rumbo fijo y ninguno de los dos preguntó al otro que qué quería hacer, sólo íbamos. Hablábamos y estábamos juntos de una forma muy natural; creo que era porque los dos compartíamos el sueño de vivir con la creación de la belleza y ambos podíamos ver bella incluso la muerte.
Cogimos el metro para adentrarnos en el parque del laberinto. Melancton era un gran observador, buscaba siempre nuevas formas de vida y muerte. Inspeccionó de manera minuciosa entre el musgo y los rosales. Yo me estiré un rato sobre el césped, al lado de un rosal de flores escarlata. Creo que debí quedarme dormida porque cuándo abrí los ojos tenía una rosa a mi lado, sellada con un beso en la mejilla. Me desperecé. Con un abrazo me levantó y salimos del parque. Deambulamos durante horas, observando y/o haciendo observar al otro: Las sombras góticas en el suelo, la cara picassiana de un señor, la curva de ese cuerpo, la forma de una mancha en el banco de piedra, el efecto de unos zapatos abandonados, colocados en medio de una calle...
Entré un una cafetería y pedí dos solos para llevar. Él estaba fuera, fumando en la sombra, mirando hacia el suelo. Lo miré y me pregunté en qué pensaría, parecía absorto.
¿Te gustaría venir a casa a pintar? me preguntó mientras le ofrecía el vaso.
Ninguno de los dos quería que aquello terminara y, aunque sabíamos (o sabía), que en algún momento deberíamos cortar el cordón umbilical para seguir con la realidad de la vida, lo alargamos todo lo que pudimos.
En la ruta hacia su casa, paramos en un restaurante italiano. Ensalada, pasta casera y vino tinto. Pocas palabras. Ambos concentrados en la comida. Café y limonccello. Salimos con una alegría rojiza bañada por el sol hacia su apartamento. Al llegar, yo necesitaba agua, y él, su dosis, que me permitió que se la inyectara nuevamente.
Fumamos un cigarrillo en silencio y luego me dio una bata para que me cambiara. Salí de la habitación al comedor y él ya estaba en la sala, con el foco negro encendido. Había puesto un óleo de unos sesenta por noventa centímetros sobre el caballete. De ese momento surgió, Elogio en negro, así lo titulamos. Un cuadro espontáneo en negro, blanco y carmín. Abstracto, claro. Lo pintamos básicamente con el cuerpo, todo empezó con los dedos de las manos. Fue toda una experiencia pintar enfocada con luz negra.
No hablamos de la obra más que para decidir el título al final.
Después nos pusimos a dormir, agotados y abrazados.
El sol entraba ya a través de sus ventanas. Dormimos más de diez horas seguidas. No quería irme. Él no quería que lo dejara. Pero tuve que hacerlo, como tantas otras veces.
Cuando estábamos juntos era como vivir en una burbuja hasta que yo la pinchaba de nuevo para volver a la realidad. Él no podía comprender por qué me iba, yo no sabía cómo hacerle entender que debía hacerlo. Todas mis justificaciones: el trabajo, el dinero, la casa… le parecían banalidades absurdas. Yo le decía que su manera de enfocar nuestra vida era pura fantasía. Esto era lo único que provocaba discusiones entre nosotros. No soportábamos el dolor punzante que provocaba la aguijada en nuestro espacio.
Luego se trasladó a París. No le acompañé. Nuestro contacto se redujo a escasas y cada vez menos palabras.

Todo esto fue hace ya algún tiempo, sin embargo, a menudo todavía me pregunto, que hubiera ocurrido si no me hubiera ido.

Te pienso.


Danae y la rata

La rata le comería la boca, vaticinó Didac. Aunque ya hacía unas horas que había amanecido, Danae seguía arriba, estirada en su cama, absorta, con la lámpara encendida y sus profundos ojos negros clavados en el techo, donde circulaban los delfines. Era una mañana soleada de finales de octubre, sábado, con lo cual, la niña, que contaba ya con siete años, y su hermano Didac, dos años mayor, estaban solos en la casa que la familia había alquilado recientemente a las afueras de la ciudad. Sofía, la madre de los niños, una mujer atractiva y con talento para las finanzas, trabajaba mucho para sacar sola a sus hijos adelante. El papá nunca existió, los concibió mediante inseminación artificial, algo muy corriente de esta era en las mujeres que son independientes.
Los pájaros se oían fuertes y cercanos en toda la casa, siendo el único sonido que podía escucharse en ese imperioso y desacostumbrado silencio. Vivían en una casa domótica, con máquinas que se encargaban de hacer casi todo el trabajo de manera estrictamente programada. Los robots pasaron a ser los ayudantes y juguetes de las familias que poseían cierto nivel adquisitivo, como era el caso de los Bernat. Rabot era la mascota de los niños; un robot que era una rata, de mediana estatura, color gris, unos ojos verdes redondos, algo maquiavélicos y una boca completamente dentada.
El teléfono empezó a moverse en el piso de arriba buscando a alguien que le atendiera, pero fue inútil, así que contestó por sí mismo.
-Buenos días, residencia de los Bertrán. ¿Con quién desea hablar?
-Teléfono, soy Sofía. ¿Puedes pasarme con los chicos?
-Hola Sofía. Fui a la habitación de Didac, pero no estaba allí; le llamé pero no contesta. Danae está en su habitación, echada en la cama, tampoco me atendió.
-Teléfono, vuelve a la habitación de Danae y dile que te atienda, que habla mamá.
-De acuerdo.
El teléfono color marfil volvió a dirigirse con sus ruedas por el largo pasillo hasta la habitación infantil, propia de una princesa de cuento.
-Danae, es tu mamá, desea hablar contigo.
Pero el cuerpo menudo y frágil de la niña seguía inmóvil, estático y enmudecido.
-Sofía, no me atiende. -Teléfono, ¿está dormida?
-No, tiene los ojos abiertos.
-Bien, dime qué ves -dijo Sofía, que empezaba a inquietarse.
-Danae está estirada en su cama boca arriba con las sábanas revueltas. La lámpara de luz está encendida todavía...
“Qué raro, por qué no se habrá apagado ya la lámpara”, se preguntó Sofía, intuyendo que algo no marchaba bien.
-Teléfono, ¿ves algo fuera de lugar en la habitación? ¿Algo anormal en Danae?
El teléfono recorrió la habitación con sus luces rojas parpadeando.
-Sofía, Didac está detrás del biombo echado en el suelo. Tiene los ojos cerrados, parece inconsciente. La mascota de los niños está a su lado.
-Bien, pásame con Rabot -dictó Sofía preocupada.
-No va a poder ser, señora. Tiene la cabeza fuera de su cuerpo, no creo que pueda hablar. En cuánto a Danae, tiene algo rojo en su boca que cae hasta su cuello.
Sofía colgó inmediatamente el teléfono. Salió a toda prisa de su oficina. Bajó las escaleras de tres en tres. Se metió en su potente coche y arrancó. La circulación estaba densa pero era una hábil conductora y llegó a su casa en menos de quince minutos.
Dejó el coche fuera con las llaves puestas y corrió hasta la puerta que no se abría con el sensor. Buscó las llaves en su bolso, abrió y subió sofocada a toda prisa las escaleras. Llegó hasta Danae, la tocó, le habló, y entonces, ambos chicos se levantaron disparando en carcajadas, saltos y gritos, abrazando a la madre.
-¿Pero, qué significa esto? -exclamó Sofía desconcertada.
-Era un plan, mamá -anunció Danae agitada y feliz.
-Para que vinieras a pasar este bonito sábado con nosotros -prosiguió Didac-, simulamos que la rata, le mordió la boca.

EL MUNDO EN UNA MARIPOSA


El mundo en una mariposa trata de un huevo que sólo tenía cabeza; aunque en realidad, más que cabeza, lo que tenía eran partes; para ser más exactos, tres: para el pensamiento, para el sentir y para la otra dimensión. Todas con su correspondiente simetría asimétrica. Derecho-izquierdo, dos; arriba-abajo, uno.
Empezó a rodar _pues alguien quería comprobar si ya estaba hecho_ y empezó a sentir una intensa y prolongada contrición; aguda como una punzada, tenaz como un tenedor.
_¡Más agua! _gritaba el huevo, pero nadie le escuchaba_ ¿Es qué todo el mundo se ha vuelto sordo?, ¿el juego no iba de no poder dejar de escuchar (aunque lo deseáramos)? ¡Ah! Claro, aquí, no + no, podría ser, igual a sí. ¡Tremenda estupidez! Faltan sentidos, faltan parte de los sentidos, o quizá… de la cabeza _pensaba.
Este lugar _prosiguió_, es parecido a estar postrado o topando con una lámina de aluminio, tan o más alta que tú, y tan delgada, que se agita como las velas de un velero; ¿es a causa de los pocos milímetros que la componen o será por el efecto que produce el agua? Esto debe ser eso que llaman límites _se decía, intentando comprender el formato cazo en el que estaba inmerso.
Al fin llegó el agua, con limón esta vez, y hielo. Aunque no era para el huevo, sino para alguien que escribía en una cocina cualquiera. Desde esa cocina, a través de un pequeño televisor, Eleica veía la otra cocina, desde donde se cocía el huevo.
Más agua, ahora sí, para nuestro protagonista. Al cabo de un rato, surgieron unas burbujas blancas locamente enchispadas que empezaron a conversar de manera tan aleatoria y disparatada como lo eran sus ágiles movimientos. Decían:
Los soldados han llegado a la ciudad. ¡Endemoniados, con los ojos fuera de órbita! El guerrero lo acompaña. La sangre les viste. El ansia por sobrevivir, aniquila. Amarillo 2259 con Coral A-6 de la Blythe en el cielo. Humo de bombas. Los misiles provenientes de Israel han empezado a bombardear el Líbano. Los países empiezan a juzgar. ¡Malditos hipócritas, charlatanes todos! Empiezan a invertir energía en el suceso. ¡Jodido entretenimiento! ¿Estará llegando ya? ¿La tercera? ¡Esto es una verdadera mierda! ¡Un asco! Puto mundo egoísta. Con, o sin ese estúpido Manifiesto*.
*Léase Manifiesto de Egoism.
_¡Dejen de darme vueltas, aún no estoy listo! _replicó el huevo malhumorado, gritando más que las burbujas_. ¿Dónde se habrá guardado el efecto del agua en ebullición? Este lugar es una locura absurda _divagaba_; el tal señor Karlos Arguiñano empeñado y orgulloso en mostrar a los espectadores el truco para saber cuándo un huevo está cocido. Y las futuras mariposas, mientras tanto, intentando cuajar, patinando por el Olimpo.
_Frederic Riechnamank _escribía Eleica en su diario cuando dejó de mirar el televisor_, anda loco por encontrar una musa que llegue de un escenario propio de Shakespeare. Quizá debería viajar hasta Verona y sentarse bajo el balcón de la casa de Julieta, aniquilar a Romeo y engatusarla con aroma de vainilla, sangre y almizcle. ¿Sería usted capaz, Sr. Riechnamank? Sepa que aturde con caramelo pegajoso y hace demasiado calor como para embadurnarse en esas sustancias tan viscosas, ¿me comprende usted?
El caso es que conocí a alguien muy distinto al Sr. Riechnamank; estaba muy acostumbrado a mirarse al espejo, tanto, que podía mantener tu mirada durante largos minutos penetrando hasta el centro, provocando un estado de nerviosismo incómodo-placentero en la parte derecha de la cabeza, manifestándose con temblores en el párpado inferior izquierdo. Le hablo de los huevos y de la nada. “¿Existirá?”, le pregunté. A lo que me respondió al día siguiente con una planta, un libro y unas líneas que decían: “Mientras la tristeza se apodera de nosotros, la vida deja de tomar sentido… y entonces, no importa estar en cualquier sitio, ni desear ir a ningún lugar.”
De nuevo, Eleica miró hacia la pequeña pantalla y vio el movimiento chispeante de las burbujas en la cocina de Arguiñano que alternábanse diciendo:
Qué difícil debe resultar ser humano. Manejar la mente. Y la polla, ¡no te jode! Coordinar con los sentimientos y manifestar con los sentidos. Vivir la realidad con los ideales. Esta vida está maldita. ¡Yo no quiero ser una puta burbuja! Callaos de una jodida vez; me duele la cabeza de escucharos, dando sentido a tremendas gilipolleces.

_Qué difícil discernir si habla la intuición o lo hace el tirano _prosiguió Eleica en su hoja de papel_. ¿Qué necesitamos para estar conectados y que las tres partes se integren y unifiquen? ¿Cuánto tiempo tarda el huevo en estar preparado?
La mariposa está en gestación. El huevo, sigue siendo un huevo. Después, gusano.
Mientras, el agua se evapora.