domingo, 30 de noviembre de 2008

Débil

Aquí voy de nuevo, abro la puerta y me dirijo a la máquina de tabaco, mientras introduzco las monedas, Magdalena grita desde la barra del bar, ¿te pongo algo para comer, guapa?, trato de resistir, ¿podré esta vez?,cuando volteo a mirarla, no puedo evitar detallar su dentadura amarilla y escasa, sus ojos saltones bajo el flequillo desordenado, su bigote ralo, y esas tetas enormes apretadas bajo el sucio delantal… comienzo a temblar. Aunque dudo unos segundos, como siempre, termino respondiendo con un tímido: “vaale"


¡Puta máquina de tabaco! ¡Es increíble creer que sea la única en metros a la redonda! El maldito bar es horrendo, ruidoso y sucio. La comida es grasienta y maloliente, pero nunca puedo decir que no, y así ando desde hace meses. De todas formas, ¿quién podría atreverse a negarse? Correr el riesgo de que Magdalena le coja del cabello, le empuje entre sus tetas y le deje allí hasta asfixiarle. Yo no quiero morir de esa forma.


La máquina de café no para de hacer ruido, un crac crac infernal rebota dentro de mi cabeza, sale el chico de la cocina gritando !Lomo con queso! ¡Huevos con bacon! Ohh Dios, ¡que estrés! Los obreros de la barra hablan fuerte y ríen a todo gañote, uno de ellos golpea la máquina de juegos mientras grita ¡eh pepe, pideme otra cerveza! Me traen el primer plato, callos, burbújas de aceite emergen entre los pedazos enormes de cerdo, ¡uf! Cojo la cucharilla sin ánimo, mecánicamente, ¡venga va!, pruebo un poco, ¡mierda, está frío! Miro alrededor, Magdalena detrás de la barra pregunta ¡Qué guapa!, ¿A que esta bueno? Se ríe, dejando ver sus dientes y el fondo de su garganta, ¡que grotesco! Una, dos, tres cucharillas y trago ¡qué asco! Una, dos, tres cucharillas ¡jodeeeer!


Gente entra y sale, la decoración es espantosa, cuadros mal colgados en cada columna, propagandas de coca-cola, colacao y café puestas con celo en cada esquina, flores de plástico llenas de polvo, olor a fritanga por todas partes, la silla se tambalea de un lado, la mesa esta llena de migas, el suelo lleno de basura ¡puta máquina de tabaco!


Me traen el segundo, lomo con patatas, sobre un charco de grasa, refrita. Trato de cortarlo, pero se escurre el cuchillo y golpea el plato con fuerza, todos voltean a mirarme. Este lomo parece una chancla, duro y elástico a la vez, con fuerza llego a cortar un trozo, ¡venga va!, uno de los obreros me mira desde la barra, se sonríe maliciosamente, ¡Dios lo que me faltaba!, le comenta algo a su amigo, se ríen, volteo la cara hacia otro lado, tratando de evitar las provocaciones que no existen, aún así se enoja, ¡en cuatro patas tampoco me verías la cara, putón! , trago haciendo un ruido entrecortado, la pelota de carne casi me ahoga, se me escapa una lágrima, ¡jodeeer! Necesito salir de aquí.


De fondo se escucha una canción de Albert Pla, ¡no podía ser más bizarro!, un sabor a aceite de girasol recorre mi garganta, ¿Postre y café, cariño? Esta vez se para al lado de la mesa, aquel par de bolas gigantes rozan mi hombro derecho, resignada y mirando al suelo contesto: ¡vaaale! Colocan el café sobre la mesa a lo bestia, una gota gorda rebota y mitad de ella va a parar a mi camisa, ¡mieeerda!, una caña de chocolate sobre el plato, blanco y astillado, ¡Venga va! Bebo del café, que parece agua sucia, es insípido y está hirviendo. ¡jodeeer! ¡no me lo puedo creer! ¡Esto es el colmo! Un pelo, negro y enroscado, se asoma por debajo de la caña, siento un leve mareo, todo empieza a girar en mi cabeza, la gente, Magdalena y su bigote empapado de sudor, el bar se hace grande y pequeño, el ruido… me levanto bruscamente y camino deprisa hacia la caja.


_ ¿Qué te debo?
_ ¿ya te vas, guapa?
_ si, si, ¿Qué te debo?
_ Doce con treinta, corazón.


Pongo 20 euros sobre el mostrador y camino apresurada hacia la puerta.


_ El cambio, guapa.
_ Quédatelo, gracias.


Afuera, enciendo un cigarrillo, aspiro con fuerza y libero una gran nube de humo, repito el proceso 3 veces y lo tiro al suelo, lo piso con fuerza. Mientras regreso al trabajo voy pensando en ese horrendo bar, no puedo quitarme la canción del Pla de la cabeza, el obrero cachondo, todo. ¡Esto no tiene lógica! Me repito convencida, entrar, coger el tabaco y salir, es todo lo que tengo que hacer. ¿Cómo es posible que no pueda superar este miedo irracional? Ella vuelve a mi cabeza, esa dentadura, esos ojos, esas tetas asesinas. ¿a quien engaño? De repente la solución viene a mi cabeza, metí la mano en mi chaqueta, corrí hacia el basurero y tire la caja de cigarrillos. ¡Desde hoy dejaré de fumar! Ya no tendría razones para volver allí.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Saludo de bienvenida

...Hola a todos

Ya estoy por aquí!!!

Sebas, recuérdame el título please!

Un abrazo,

Laura

domingo, 23 de noviembre de 2008

Dos cositas

Hola, feliz domingo.

He encontrado un sitio nuevo en Internet sobre intercambio de libros usados, aún no he probado el servicio pero espero comenzar pronto, de hecho ya subí alguno de los libros que quiero intercambiar.

http://www.booktobook.net/index.php

Y esta otra página, ya la pruebo desde hace tiempo, me gusta mucho porque encuentras desde cuentos, foros, talleres virtuales gratis, hasta recursos para el escritor.

http://www.ciudadseva.com/

Pues eso, espero que las recomendaciones las encontréis bastante útil.

Besitos

viernes, 21 de noviembre de 2008

HAY QUE SABER DECIR QUE NO

La mañana amaneció tranquila para el inspector Juan Casado, o esa era la impresión que tenía. No había recibido ninguna llamada a medianoche, lo cual era bueno. Ningún caso urgente le esperaba sobre su mesa de trabajo. Hacía un día soleado, se sentía relajado y de buen humor. Se le ocurrió que estaría bien acercarse hasta la casa de su exmujer, aún era temprano y no habría marchado al trabajo, recogería a su hijo y le acompañaría al colegio, algo que pocas veces podía hacer. Con estos buenos propósitos se dirigía hacia el aparcamiento a recoger su coche cuando le sobresaltó el sonido de su teléfono. Arrugó la nariz y esperó lo peor. Se llevó el aparato al oído y escucho la voz de Daniel, su compañero de trabajo, que en tono impaciente le preguntaba
– ¿Por dónde andas?, tenemos un 180 y es urgente
- Había pensado en llevar mi hijo al colegio antes de pasar por comisaría -, comentó sin esperanza de que aquello fuera ya posible.
- Lo lamento amigo mio, parece un asunto grave, te envío la dirección al GPS de tu coche, allá nos vemos.
Se cortó la comunicación, cerró su teléfono y lo colocó en el bolsillo. Bien, otro día será se dijo a si mismo, mientras se apresuraba.

Llegó a la dirección indicada en menos de diez minutos, había muy poco tráfico a aquella hora de la mañana. Le extrañó no ver ningún coche de policía aparcado ante la puerta de la finca. Se trataba de un edificio viejo y descuidado que daba la impresión de estar abandonado. Las ventanas de los pisos estaban cerradas y por los excrementos de paloma acumulados, debía hacer mucho tiempo que nadie las abría. Aparcó en frente mismo de la puerta, bajó del coche y se dispuso a esperar la llegada de alguien más. No había pasado ni un minuto cuando oyó un estrépito que parecía venir del primer piso. Dudó por un momento que hacer. Empujo la puerta de la finca, que estaba abierta, y entró en el vestíbulo. A simple vista, se veía que el ascensor no funcionaba, el cuadro de mandos estaba colgando completamente destrozado. Se acercó hasta la escalera mirando hacia arriba por el hueco. Entonces fue cuando sonó un grito y ruido de pasos que provenía de la planta superior. Se puso en guardia, desenfundó su pistola y subió los escalones de dos en dos hasta llegar al primer rellano. Observó que la puerta de uno de los apartamentos estaba abierta, había sido destrozada. Sujeto con fuerza la pistola y se encaminó hacia el umbral mientras gritaba: - ¡Es la policía, quien hay aquí! nadie respondió. El interior se hallaba a oscuras, por un instante dudo de entrar. Buscó con la mano un interruptor en la pared y entonces fue cuando noto como alguien o algo le golpeaba y le hacía caer con fuerza contra una superficie blanda. Mientras braceaba intentando mantener el equilibrio escuchó un estampido breve y seco y a continuación perdió por completo el conocimiento.

Despertó sintiéndose confuso y desorientado. Estaba tumbado sobre una butaca sucia y destartalada, notaba como los muelles de la misma sobresalían por la tela y se le clavaban en la espalda. Le costaba moverse y pensar, su mente estaba envuelta en una densa niebla de la que parecía no poder escapar. Se encontraba en una habitación pequeña y mal iluminada. Una bombilla manchada de pintura que colgaba del techo era toda la luz que tenía, suficiente para darse cuenta de que no estaba solo. Allí en el suelo apenas a dos metros de donde se encontraba había el cuerpo de un hombre. Yacía inerte boca abajo, sobre un charco de sangre que le sobresalía del pecho y se extendía hasta casi llegarle a las rodillas, no había ninguna duda de que estaba muerto. Iba vestido con una sudadera de color azul marino y unos pantalones de lona negra. Calzaba zapatillas deportivas, una de las cuales estaba medio salida de su pie. Una capucha le cubría la cabeza y su mejilla izquierda estaba apoyada sobre una de sus manos. Daba la impresión como si en el momento final hubiera querido acomodarse antes de morir. “Dios, cuanta sangre puede haber en un cuerpo humano” atinó a murmurar al tiempo que tambaleándose se levantó del sillón y se puso en pie. Al incorporarse notó que un objeto pesado caía junto a sus pies. Miró hacia la sucia moqueta verde que cubría el suelo de toda la estancia y se percató de que era una pistola, la reconoció en el acto, pues era la suya. Se agachó y tras coger el arma y ponerla ante sus ojos su mente pareció despertar del letargo y en una fracción de segundo recordar todo lo ocurrido.

Mientras la consciencia se abría paso en su mente, se percató de lo delicado de su situación. Estaba allí solo en una lúgubre habitación de una finca abandonada. Había el cadáver de un desconocido allí frente a él. El arma que parecía haberle matado era la suya, aún con el cañón caliente, pero no recordaba haberla disparado. Su cerebro comenzó a pensar con rapidez, era raro que no hubiese llegado aún la policía, no era normal. Inmerso estaba en estos pensamientos cuando sonó el teléfono desde algún bolsillo de su chaqueta y le hizo dar un respingo pues sonaba muy fuerte en medio de aquel profundo silencio. Sin moverse ni un solo centímetro de donde se encontraba tomó el móvil, vio en la pantalla que la llamada era de Daniel. Respondió sin saber muy bien que decir, pero no le dejaron pasar de un
– Dime - antes de que desde el otro lado le espetaran
- Juan, ¿se puede saber dónde te has metido?… estamos ya todos aquí. - -- ¿Dónde? respondió él sorprendido.
- Donde va a ser… aquí en la calle Prim, si esta a cinco minutos de tu casa.
Se quedo sin saber que decir solo se le ocurrió
– Dame unos minutos y te cuento, y a continuación colgó.
Donde demonios estaba, que era aquel lugar, se repetía mientras salía del apartamento y bajaba por la escalera hasta la calle. Miró en una y otra dirección, no se veía a nadie. Abrió la puerta de su coche y se agacho para mirar la pantalla de su GPS. Allí en gruesas letras de color verde leyó la dirección que le había enviado Daniel. Era cierto estaba apenas a cinco minutos de su casa. Como había llegado pues hasta aquel lugar. Encendió un cigarrillo mientras intentaba calmarse y pensar.

Juan Casado era persona de carácter tranquilo poseía una mente fría y analítica que hasta la fecha le había sido muy útil para desempeñar su trabajo. En tantos años de servicio las había visto de todos los colores y siempre había sabido que hacer. Sus compañeros le apreciaban y se había ganado un merecido prestigio y autoridad moral dentro del departamento de policía. Todas estas virtudes profesionales no le habían sido muy útiles en su vida familiar. Dos divorcios en quince años daban el perfil de alguien que no sabía compaginar su trabajo con el matrimonio. Pero, eso si, había tenido un hijo con su segunda esposa al que adoraba. Un niño que ahora tenía 8 años y a quien intentaba ver siempre que podía y su trabajo se lo permitía. Su exmujer nunca le había puesto problema alguno, su relación seguía siendo amistosa, en el fondo se seguían queriendo, pero ambos eran conscientes de la imposibilidad de llevar una vida familiar normal. Ahora de pie en aquella solitaria y desconocida calle pensó en su hijo. No sabía explicar porque pero la imagen del niño le vino a la mente con fuerza y una claridad deslumbrante.

Volvió a centrarse en la citación, tomo el teléfono y marco el número de su compañero. No ocurrió nada, era como si no hubiera cobertura. Miró a su alrededor, estaba solo en la acera, no parecía que hubiese un alma. Probó de llamar alguna de las puertas de las fincas colindantes, pero o no había nadie o es que nadie quería abrirle. Al final tomó una decisión. Tenía que salir de allí, buscar a sus colegas, contarles todo lo que había ocurrido y regresar de nuevo con un equipo con el que poder procesar los hechos y averiguar que es lo que había sucedido. Se subió a su coche, arrancó y enfiló la calzada hasta el primer cruce. Giro a la derecha y tomo la primera calle en dirección hacía lo que parecía una avenida principal. Durante unos minutos condujo por calles desiertas y ruinosas, que no recordaba haber visto jamás. Donde estaba..., de pronto se sorprendió parado en el mismo lugar del que había salido hacia escasos minutos. Soltó una maldición y volvió a consultar el GPS.. - maldito trasto.... te estas burlando de mi- Desconecto el instrumento y volvió a darle al contacto, esta vez iba a guiarse por su sentido de orientación. Tomo otra vez la calle en sentido contrario y al llegar a un cruce esta vez giró a la izquierda, continuó en línea recta durante un par de calles y volvió a girar a la izquierda. Miraba fijamente por si podía ver algo que significase una salida de aquel siniestro lugar. Tomo por una avenida que le pareció no haber visto hasta entonces pero solo entrar en ella se quedo helado, ante su mirada desesperada aparecía otra vez aquel portal oscuro y destartalado del cual parecía no poderse alejar.

Permaneció sentado allí dentro del coche, sus manos sujetando con fuerza el volante, la mirada perdida en algún punto de aquel siniestro horizonte. Sus pensamientos volvieron a focalizarse en su hijo. Vio el día de su nacimiento, el momento en que lo tuvo en sus manos, sucio aún de la placenta de su madre, los ojos cerrados y la boca abierta esforzándose por llorar. Recordó como su carita se iluminaba con una sonrisa cuando le iba a buscar o se lo llevaba de paseo. - Dios.. que me está pasando -. Movió la cabeza con fuerza intentado disipar sus miedos. Una certeza se iba abriendo camino dentro suyo. Abrió la puerta y bajo del coche. Había tomado una decisión, la respuesta a todo aquello estaba allí arriba, en aquella habitación, aquel lugar del que parecía no poder separarse. Allí debía de regresar. Entro en el edificio y su silueta se fue difuminando en la oscuridad.

La prensa y la televisión de aquel jueves amaneció con la noticia de la muerte del inspector Juan Casado por causa de los disparos recibidos cuando iba a detener a unos delincuentes, uno de los cuales fue abatido en el mismo momento por el policía. Sus compañeros que llegaron poco después que él al lugar de lo hechos, le encontraron ya cadáver. Según explicaron a los periodistas, había quedado caído sobre un sillón tras recibir el impacto de una bala. A pocos metros suyos, tumbado en el suelo, el cadáver del delincuente yacía sobre un charco de sangre. El sargento Daniel Cabezas compañero y amigo del inspector explicó, aun profundamente consternado, que cuando llegaron a la dirección, vieron el coche de Casado y ni rastro suyo, les pareció extraño y por ello le llamó a su teléfono . No podía sacarse de la cabeza las últimas palabras que le oyó decir cuando seguramente agonizaba a pocos metros de ellos. – Dame unos minutos Daniel, y te cuento-

Juan Solsona

miércoles, 12 de noviembre de 2008

En la ciudad pequeña

Lo primero que recuerdo es la luz clara, casi brillante y el calor húmedo que se pegaba. La tarde en que llegué a la ciudad yo estaba sentada en un banco en medio de la plaza y entonces lo vi, de pie, apoyado en la farola y con un gesto serio, no pude evitar reír y le hice señas: "¡pareces un payaso!". Se rió él también aunque no sabía lo que le estaba diciendo, se pasó primero la lengua y luego terminó de limpiarse con la mano el helado de fresa.
Él es uno de mis recuerdos más tiernos en la ciudad. Un mechón muy rubio le caía sobre el ojo derecho, fumaba y se pasaba continuamente la mano por el pelo. Venía de muy lejos, me dijo que de un país con mucho hielo. Tenía una forma de pararse con las manos en las caderas que me recordaba al principito, de repente se echaba a andar como si llevara una capa azul que lo protegiera de la gente. Le llamaba mi petit prince, le gustaba pasar el dedo por una pequeña cicatriz que llevo en el hombro, mientras, yo intentaba explicarle que viajar es peligroso, que pueden ocurrir terribles accidentes, que te puedes quedar varado en el desierto con un zorro y una rosa.
Volví a verlo varias veces, tomábamos helados en la plaza, yo acariciaba su cara mientras él decía cosas ininteligibles para mí. En esa plaza hay muchas flores y las cambian a menudo, combinan los colores, las riegan por la noche. Yo suelo echarme allí, hay una manera de hacerlo en que el campo visual queda recortado entre un pino y la cúpula de la catedral. Si de alguna manera logra no escuchar el bullicio de la gente puede transportarse a otro siglo.
Cuando llegué a la ciudad pensé ¡qué pequeña! Y no pensé en nada más porque estuve ocupada en deshacerme de estúpidas obligaciones. No vale la pena que se las diga en detalle, sólo que mi familia me exige un mínimo de presencia y buenos modales para no desheredarme. Pero hoy pienso en que esta ciudad es un buen lugar para esconderse. Hay uno en especial con una fuente de piedra y con escalones de piedra donde el único verde es el del musgo. Los portales son tranquilos, puede estar allí toda la siesta sin que nadie le moleste. Hay otro rincón, me gusta por el morbo, es la Plaza de los Ciegos. Seguro que en la edad media llevaban hasta allí a los ciegos de la aldea para que hablaran entre sí (perdón, ¿sabe usted de qué hablan los ciegos?) El suelo es viejo, muy antiguo, con los pasos cortos marcados en la piedra gastada. Casi se puede ver a los ciegos chocándose todo el tiempo, hablando a gritos, saludándose al reconocer una voz aunque no se pudieran encontrar.
Hay en un muro de la plaza una cueva pequeñita, alguien le pone velas. A veces me quedo esperando a que aparezca el ratón que vive allí, porque supongo que vive un ratón, para ver que tan místico es. Claro, nunca he visto nada. Una vez, sí, encontré un guante. Estaba al lado de la cueva. Tal vez alguien se lo puso para encender las velas. Tal vez era una ofrenda. No lo sé. Quizás el ratón es un protector de ladrones.
Recuerdo que compré en esos días un pequeño aparato para oír música, desde entonces es lo que más hago, no tiene peso, no ocupa espacio y si le puede cargar juegos es mejor que nadie en este mundo. El ratón debe de tener uno porque sale poco. Yo, en cambio lo uso para poder estar fuera, expuesta pero ausente. Casi invisible. Y yo también dejo de verlos. Sólo cuando quiero estiro la mano y aparece alguien del otro lado. Como atravesando un mar. Ya sé que es una ilusión. Pero a veces es compartida. A veces el otro también cree que yo estoy aquí, entonces nos reímos. Damos vueltas en círculo por la ciudad pequeña y nos reímos. A veces, incluso, hago promesas muy serias: te escribiré, nunca olvidaré tu nombre, ya no fumaré más. Entonces pienso en ponerle una vela al ratón, pero enseguida lo olvido y voy por otro barrio.
Recuerdo una conversación con alguien que una noche me interrumpió en mi vagabundeo, me dijo serio, cogiéndome de un brazo:
-Tú, ¿cuántos años tienes?
- …
- ¿Y que haces por aquí?
- …
- ¡Quítate eso para que te pueda hablar! Ven, te invito algo, tengo algo importante que contar.
He visto por la calle unos siameses. No, gatos no, estúpida, siameses, ¿sabes lo que son? Dos personas unidas, pegadas. Aunque para estas estaba bien, sí, bastante bien, compartían del hombro al codo del brazo derecho de una, y del hombro al codo del brazo izquierdo de la otra, bastante bien. Es decir que podían caminar mirando al frente, vestir correctamente y hasta hubieran podido quitarse el sombrero con el brazo pegado al mismo tiempo, si lo hubieran usado, claro. Iban así, pegados por la vida, seguro que fotografiándose con los transeúntes, apareciendo en programas de televisión, y ya me imagino que estarán intentando romper alguna clase de récord para cobrar los derechos por aparecer en el libro de los Guiness.
- Deberían filmar una película porno- sugerí, creo que bastante acertadamente.
- ¿No te parece increíble dos personas viviendo juntas, pegadas, todo el tiempo, para siempre?
- Se les hace fácil cruzar las calles, una mira para cada lado…
- No sé, no sé, sí, muchas cosas deben hacerse más fáciles. Pero ¿no es fantástico? ¿No es una buena historia?
- No, esos dos que viste deben de haber cosido el traje.
-¿Pero no crees que existen esa clase de gentes?
- ¿A que mito te refieres?
- No es un mito, es un sueño. Bueno, está bien, me pillaste, es el nombre de un álbum que compré esta tarde, "Siamese Dream". Es que te pareces a la niña de la portada. Ando buscando similitudes en el mundo, que una cosa se corresponda con otra, que una tenga la parte de la otra que le falta o que le complementa, o sino que se le oponga necesariamente.
-No es lo mismo, no es igual.
- Bueno, pero es algo, luego juntos podrán buscar los opuestos, incluso como espejos, hasta puede ser un efecto amplificador.
- Creo que es tonto lo que estás diciendo.
- ¿No te gustan los dobles?
- ¡No! Me espantan.
- A mí lo doble, lo bi, lo reversible, me excita.
- A mí, lo uno, lo singular. Sólo veo individuos alrededor. No me es fácil encontrar la relación entre uno y otro miembro del conjunto.
- ¿Pero las ves?
- A veces.
- No deberías poder hablar.
- Pero hablo igual.
- Sí, pero hablamos porque una cosa se parece a la otra, por eso las podemos nombrar. En la diferencia absoluta no hay nadie.
- ¿Nunca has estado allí?
- Ni tú, allí no hay nadie, no hay nada, es la muerte.
- Puede ser, puede que en este punto tengas razón.
Se fue poco después. Tal vez sólo quería confirmar su teoría. Smashing Pumpkins seguía sonando, también mentía aquí, no debe haber comprado ningún álbum, sus similitudes no eran mejores que mis diferencias. Yo voy saltando de una en una, de una a otra y de ahí a las demás y se me viene la imagen de los zapatitos rojo brillante saltando en zigzag sobre el empedrado de oro (¿recuerda la película?).
No encontré nada más interesante en esa semana, creo que me fui a dormir temprano por esos días. Mis padres me dejaron un mensaje en el móvil, harían un breve viaje al extranjero, una vez más no se tomaron la molestia de decírmelo personalmente. Igual, para mí era una buena noticia. Siempre tuve en casa esta sensación de impersonalidad. Una vez que la maquinaria se echa a andar da igual que yo pedalee o no, el desayuno siempre está listo, la ropa finalmente limpia y en su lugar. Fueron días de mucha paz. Coincidió con que Max llegó de Londres y trajo muchas cosas, y muy buenas. También llegó el tiempo cálido, las primeras flores, las que dan alergia (por suerte a mí no). En el parque del río hay unas pequeñas, de un rosa muy intenso que son de mis favoritas. Solía ir a leer allí, o a escuchar música o simplemente a estar. Una tarde ella estaba sentada a unos pocos metros de mí. O llegó y se sentó después que yo, no lo sé. Se abanicaba, el pelo se le movía apenas, supongo que sudaba. Yo llevaba una camiseta blanca, de tirantes, y estaba descalza así que no sentía calor. Lo primero que me sorprendió es que ni sonriera ni nada. Me senté cerca y le pregunté de qué iba el libro que leía. Me lo explicó. Sonaba interesante pero no le creí mucho, me parece que no lo estaba entendiendo muy bien. Quizá le intrigara porqué era tan famoso, porqué hace tantos años, siglos que ese libro era tan famoso. La mirada se le ponía lejana cuando hablaba de lo que leía. Y cercana, casi luminosa, cuando me miraba y me preguntaba cualquier otra cosa. Cuando se movía se le abría el cuello de la camisa y se le veía la piel clara con pequitas. Caminábamos mucho, casi desde el principio y sin ponernos de acuerdo. "Las peripatéticas", ella lo dijo. Una vez vimos una película china. De unos barcos de piratas, tenían grandes velas y navegaban en unos mares como cielos. Unos chinitos pobres, con túnicas marrones, vivían en unas colinas de un verde muy suave que estaban rodeadas de pantanos donde cultivaban arroz. Cuando desde la colina que dominaba el golfo veían aparecer los barcos corrían y corrían, y los piratas saqueaban el pueblito y se llevaban unas pobres gallinas y así toda la película, velas rojas y naranjas de barcos piratas, mares azules, colinas verdes, y ninguna historia, o al menos que yo me enterara. Pero a ella le gustó, salió hablando de sublimes metáforas y yo la escuché un rato pero pronto me perdí. Por un instante sentí la melancolía de mi ratón y fue entonces que la besé. Las manos pequeñas, los pechos y los pies pequeños y cinco lunares en la espalda. -Nadie sabe cómo es su propia espalda- me dijo una vez, ¡vaya estupidez!. Entonces yo le conté los lunares presionándolos para que los sintiera y también le dibujé la nuca. Reía mucho y hablaba de los viajes que quería hacer, nunca supe de dónde venía realmente. Intentó explicármelo, me mostró una herida que tenía en la mano. Me habló de un país en el que no hay árboles ni edificios, sólo campos largos. Me pareció interesante. Como por aquella época tenía poco dinero tuve que volver a decir mentiras. Mi familia se hartó bien pronto de mí y otra vez quedé libre. Las cosas mejoraron para nosotras y adoptamos un gato blanco. Pasamos así todo el verano. Una noche desperté en el bar al que habíamos ido juntas, pero ella ya no estaba. –Normal- me dijeron. No la fui a buscar, se quedó con el gato y unas fotos que una vez hicimos en un fotomatón. Me sentí muy pesada e increíblemente vieja, me estiré y no pude tocarme la punta de los pies. Volví a casa y no había nadie, supe entonces que tenía que tomar una decisión. Siempre he admirado mi instinto de supervivencia, mi capacidad de flotar sobre los remolinos. Me pareció que todo lo que había pasado era bueno y me fijé en que aún llevaba en el bolsillo los boletos de un viaje que nunca hicimos. Era un viaje hasta unas montañas muy cerca de aquí, busqué en el google.map adónde deberíamos haber ido y encontré este lugar. Entonces lo supe. Durante el viaje en tren he llegado a la conclusión que lo que he observado detenidamente fuera, esta todo en mi interior. Que lo importante viene aquí conmigo. Que lo que tengo que hacer ahora es quedarme observándolo, repetirlo en mi memoria, y fijarlo de algún modo, con algún medio, para que no desaparezca. He venido aquí para hacer eso. Ya encontraré la manera de relatarlo. Por eso le pido, madre superiora, que me acepte en el convento, quiero iniciarme, quiero ser monja.

sábado, 8 de noviembre de 2008

FOXEY LADY


¡Zorra!
¡Zorra, zorra, zorra, zorra!
No puedo creer lo que está pasando por culpa de esa zorra. Es de locos. No deberían estar pasándome estas desgracias, soy una persona normal y corriente, no me merezco toda esta mierda…
Me tengo que calmar. No puedo ir de esta manera a la Policía…
¡Zorra!

Todo empezó cuando me dijo que estaba embarazada. La muy zorra me había dicho que tomaba la píldora. Puta mentirosa, hay que estar mal de la cabeza para ser así de falsa. Lo que empeoró todo fue cuando me dijo que quería tenerlo. ¡Quería tener al puto niño! Había perdido el norte, se había vuelto loca. ¡Como iba la muy zorra tener un hijo mío!
Por mucho que intenté convencerla de que era una locura, ella me dijo que, con mi consentimiento o sin él, tendría a nuestro hijo y aquí se plantó. Esto me hizo valorar la situación y tomé una decisión. Esto no podía ser, esto no podía continuar.

Laxatin 400, dos cajas. Dormipharm cápsulas, una caja. 12,36€.
Internet es un invento abominable donde un cualquiera como yo puede aprender como producir artificialmente un aborto. Hay gente que está realmente enferma de la cabeza que te aconseja sobre el asunto en repugnantes foros y chats sobre la muerte y la decadencia humana. Es muy triste.
Una pastilla del laxante diluida en una bebida, una vez por la mañana y otra por la noche. Una cápsula del somnífero mezclada entre la comida en cada cena. Así durante dos semanas y el feto en gestación moriría silenciosamente produciendo en ese momento dolores fuertes y agudos al vientre de la madre hasta que ésta expulsase el pequeño cadáver como quién escupe un chicle al que se le ha ido el sabor.
Pero la muy zorra estuvo dos semanas con el tratamiento, ¡y nada! Y hasta tres, ¡y nada! La rutina del veneno fetal no servía de nada. Putos freaks de internet, además de estar enfermos no tienen ni puta idea…
Perdí los nervios. Una noce, La Noche, decidí aumentar la dosis y acabar con esto de una puta vez. Ocho pastillas de Laxatín dosificadas entre el vino, agua y té que tomó acompañando su ensalada de pasta fría con el contenido de tres cápsulas de Dormipharm entre macarrón y macarrón.
En la sobremesa se empezó a sentir mal. Por esto mismo se fue a la cama antes de tiempo, “a ver si se le pasaba”. Me quedé en el salón mirando la tele y esperando nerviosamente a que pasase algo. “¡Aborta zorra, aborta zorra!” era lo único que podía pensar en esos momentos.
Oí un ruido. Ella salió disparada de la habitación hacia el baño. Ahora me tocaba actuar: “¿Te pasa algo cariño?” y salí tras ella. Recibí como contestación un gran pedo de camionero seguido de otros menos potentes síntoma de una gran diarrea. Ella gemía del dolor. Estaba pálida, tanto como el mismo wáter y le caían gotas de sudor de la nariz, barbilla y orejas. El pelo pegado a la empapada cara y solo gemía y gemía. Entre flatulencia y flatulencia le preguntaba si estaba bien. Flatulencias ronroneantes cargadas de excremento líquido, gases que solo salían acompañadas de ruido y residuo, pedos que ametrallaban la mierda por todos lados… Olía a podrido y eso me hizo pensar en el feto ya muerto. “Escúpelo zorra, expúlsalo ya.” Luego pegó un gran chillido y se llevó las manos al vientre. Se dobló de dolor. Gimió y siguió gimiendo. “Escúpelo zorra…” Luego dejó de gemir. Se quedó doblada con la cabeza entre las rodillas y las manos en el vientre. Los pedos siguieron durante un minuto más y perdiendo fuerza. Había perdido el conocimiento. La levanté y la metí en la bañera para lavarla. Luego miré en el wáter. Vi ahí, flotando, justo en el centro de toda la mierda que teñía de marrón todo el interior de la taza, a mi hijo. Tan pequeño como un haba. Lo miré durante unos minutos. Luego tiré de la cadena. Miré a la desmejorada madre. Me sentí tristemente aliviado.
Empecé a ducharle con agua fría para lavarla y despertarla. Habría que llevarla al médico. Me di cuenta de que algo iba terriblemente mal. Ella no respiraba.¡La muy zorra no respiraba! Le puse la mano sobre el pecho. No le latía el corazón. ¡La muy zorra se me había muetro! Se me había cagado hasta la muerte. Vaya forma tan glamorosa de morir… ¿Cómo podía hacerme algo así? Siempre tenía que tener la última palabra, siempre tenía que joderme en todo. ¡Zorra, zorra, zorra, zorra!
No podía acudir a un hospital o a la Policía, me culparían a mi de su muerte y me encerrarían de por vida. La sociedad me consideraría un monstruo. Pensé en Papá y Mamá. ¿Qué pensarían de mi si pudieran levantar la cabeza de sus tumbas? Me sentí avergonzado de la vida que había llevado hasta ese momento. Derramé unas lágrimas de tristeza y otras de rabia. Esto tenía que ser un secreto que llevase a la tumba.
Pensé en frío. Tenía que deshacerme del cadáver. Lo tenía que hacer sin levantar sospechas. La mal nacida solo me proporcionaba un problema tras otro, menuda puta. Pensé que después de deshacerme del cadáver, esperaría cuatro días y luego denunciaría su desaparición a la Policía, este sería mi plan.
No me vi con el valor de llevarla en el coche hasta un bosque y enterrarla. Trocearla y tirarla metida en bolsas de basura en varios contenedores de basura distintos me parecó muy arriesgado. Pensé en la picadora de carne que me había regalado Papá. No lo dudé más. Encendí el cacharro del infierno. Siempre me había dado mucha grima su sonido. “Ten cuidado con los dedos” me decía ella siempre que yo picaba carne. Por esta razón decidí comenzar por sus manos. Me sorprendió la facilidad con la que trituraba tanto carne como uñas y huesos. Pronto me di cuenta que tendría que cortar su cuerpo en pedacitos pequeños para que cupiesen en la picadora. Esto lo hice en la bañera y con los cuchillos que me regaló Mamá. “Papá, Mamá, ahora no miréis.”
Cuando la hube picada entera la separé en raciones de 250gramos envueltos en film transparente. 156 paquetes individuales que guardé uno a uno en el congelador y de las que me iría deshaciendo poco a poco, sin levantar sospechas. Luego tuve que limpiar toda la sangre de la bañera y cocina. La zorra sangró como una puta cerda. Me costó la vida limpiarlo todo bien, para no dejar marca. Cuando terminé ya había amanecido. “Cuatro días” pensé. Cuatro días e iría a la poli a denunciar su triste desaparición sin rastro…

Cuatro días… ¡Ya han pasado ocho y aún no he tenido los cojones de ir. Si no voy ya se me podría considerar sospechoso de su desaparición. Pero estoy demasiado nervioso, al fin y al cabo soy una persona normal y corriente. La muy zorra siempre me causa problemas, uno tras otro… Zorra… Tengo que controlar mi rabia hacia ella. No pueden notar que odio a esa zorra por lo que me ha hecho… Creo que estoy listo.
Bueno. Aquí estoy, frente a la comisaría. Tres… Dos… Uno…
¡Allá voy!

-Buenos días, ¿en qué le puedo ayudar?- me pregunta un policía detrás de la ventanilla.
-Vera agente… Esto… Como le diría yo esto… Yo creo… Creo que…
-Tranquilícese señor,¿qué me quiere contar?
- … que la muy zorra de mi hermana, ha desaparecido …



D.G.F.

domingo, 2 de noviembre de 2008

HABITACIÓN 999

He llegado... Sin darme cuenta, pero he llegado.

Que, ¿A dónde he llegado?
Pues escuchadme amigos míos porque he llegado a un lugar que a todos nos interesa. Un lugar que nadie puede despreciar. Un lugar con el que todo el mundo sueña…
Amigos, he llegado al Paraíso.
Y mentiría si digo que es la primera vez que lo visito, pero el primer punto que os quiero remarcar sobre el Paraíso es que nunca es igual, o sea siempre es diferente, cada vez que lo visitas.
Yo mismo he estado aquí en numerosas ocasiones y en todas ellas he vivido geniales sensaciones, visto increíbles paisajes, escuchado preciosas melodías y olido deliciosos aromas… Pero en cada ocasión han sido diferentes sensaciones, paisajes, melodías y aromas.

En cualquier caso amigos, os puedo contar por experiencia propia que hoy, en el Paraíso, la tierra respira.
Es como si el suelo que pisas fuera parte de un ente súper mega gigante al que se le nota cada inspiración y cada expiración, dándote la sensación de andar sobre el mar o a ir en barco o incluso de pisar cojines, si gustáis.
También las nubes se organizan de tal modo que crean asombrosas formas tridimensionales de algodón en el cielo del Paraíso.
Si ahora miro al cielo puedo corroborar esto que acabo de decir.
Bien… Puedo ver una locomotora de vapor, conducido por un ciervo con sombrero, que suelta humo por su chimenea y tira de dos vagones de principios de siglo, dos tanques alemanes de la segunda guerra mundial y una banana gigante de esas que se arrastran por al agua y llevan a turistas extranjeros en las playas de moda.
Veo también que el convoy ha sido adelantado por un submarino nuclear ruso que, a su vez, está echándole una carrera al mismísimo Submarino Amarillo de los Beatles.
He de apuntar que el juego de luces que desprende ese enorme y gigantesco Sol es frenético. Luz, sombra, luz, sombra. Luz blanca, luz amarilla, luz blanca, luz roja, luz azul, luz blanca. De los tonos cálidos a los fríos de segundo a segundo. Del amanecer al mediodía al ocaso de momento a momento. Del verano al invierno al otoño a la primavera…

Si miro al frente y continúo mi camino no tardo en perder la línea recta e incluso el equilibrio. Esto se debe a lo que ya os comenté:
Inspira… Expira…
Aquí sientes el poder de la gravedad actuar sobre todo tu cuerpo. Notas la presión que ejerce todo el aire de este mundo sobre tu piel. Notas las suaves brisas provocadas por la respiración de los seres vivos que la habitan.
Ésta es una sensación abrumadora que hemos de denominar éxtasis… El bienestar total.
Amigos, llevados por esta sensación suspiraremos, quizás sonriamos, y seguiremos nuestro camino.

Al frente se me presenta un camino de tierra sobre el cual, haciendo gala de gran organización y creatividad, las piedrecillas y los cantos de la misma, se han puesto de acuerdo para formar mosaicos romanos representando cacerías, batallas y escenas de la vida cotidiana del romano “bien” en la época del emperador César Augusto.

El camino transcurre por un arbolado que se encuentra a los dos lados de éste.
Estos árboles son de troncos multicolor y de hojas de colores fluorescentes. Verde, amarillo, rojo, naranja, rosa fosforitos a intervalos regulares e irregulares creando fascinación al ojo humano.
Estos árboles tienen la faceta de ser árboles bailarines y se menean de un lado al otro, se retuercen sobre si mismos y se agarran de las ramas creando, a su vez, una música celestial que me engloba totalmente y se alía con el sonido de mis pisadas sobre los mosaicos romanos, haciéndome partícipe del espectáculo musical.

En un desequilibrio de los míos casi caigo al suelo pero ha salvado mi caída un amistoso árbol al que al tocar con mis manos desnudas he notado, que por muy rugosa y dura que parezca su corteza, es de una suavidad remarcable. Tal es su suavidad que siento ganas de quitarme la ropa y restregar mi cuerpo contra este tronco.
Pero no lo haré. Me contentaré con un abrazo en el cual siento la energía vital del árbol e incluso puedo notar el oxígeno puro que expira por sus poros.

"¡¡Ay!!"
Vaya amigos. Parece que este árbol me ha hecho un regalo. Ha dejado caer sobre mi cabeza un gran melocotón de colores y brillos cambiantes, suave y delicioso aroma y suavidad superior a la del tronco.
Dejadme deciros que comer en el Paraíso es una empresa delicada. Puede entrañar complicación por la pérdida total del apetito. Pero en mi caso hoy amigos míos, siento la necesidad de morder este manjar que me ha ofrecido la madre naturaleza.
¡Mmmm! Lo estoy disfrutando tanto como aquellas noches locas con Samantha.
Su jugosidad, su textura, su sabor… Que recuerdos…
Es totalmente indescriptible. Comería solo melocotones como este para el resto de mi vida. Melocotones a la Samantha. Samantones. O melocomanthas…

Permitidme que me siente para comentaros un punto que nunca se os ha de escapar cuando queráis viajar al Paraíso.
Dejadme que os advierta de un peligro: la increíble cercanía al Paraíso del, respetado y temido, Infierno.
Me veo en la obligación de deciros que la llave del Paraíso es inebitablemente también la llave del Infierno.

Imaginaros amigos que vais aun hotel y pedís una habitación. Se os entrega la llave de la habitación 999...
O… ¡espera un momento! ¡Quizás sea la llave de la habitación 666!
La verdad es, amigos míos, que esta llave abrirá tanto la 999 como la 666 y depende de nosotros mismos(nuestro estado de ánimo, nuestro entorno)elegir bien la habitación en la que acabaremos… Paraíso o Infierno.

Hoy tras la puerta 999 he llegado al Paraíso…

Hoy la llave que he utilizado para viajar al Paraíso ha sido psilocybe cubensis colombiana fresca. Unos quince gramos.
Alucinante amigos. Alucinante…

Niños no intentéis esto en casa.




D.G.F.

lunes, 27 de octubre de 2008

El confesionario

Las campanas de la iglesia tocan el último aviso para la misa de las ocho mientras en la sacristía el Padre Rafael se abrocha los últimos botones de la sotana, se coloca bien el alzacuellos y pasa alrededor de sus hombros la estola morada delante del espejo. La imagen que le devuelve es la de un hombre de mediana edad, algo canoso, delgado y de semblante relajado.

Al salir a la iglesia se encuentra con Antonia, una de las feligresas que le ayudan en las tareas diarias, en la ayuda a los pobres y en las liturgias.
- Antonia, ¿está todo ya preparado para la misa?
- Si, padre.

El Padre Rafael va hacia el altar, prepara el cáliz y las bandejas y después va hacia las puertas de la iglesia. Siempre le ha gustado ir al encuentro de los fieles como si los recibiera en su propia casa. Se coloca en el primer escalón y va saludando a cada uno de ellos: todos aquellos ancianos, parejas jóvenes, hombres y mujeres que forman todo aquél pueblo de provincias en el que le ha tocado ejercer su oficio. Conoce a todos y cada uno de ellos, su nombre, su historia, su vida ... Manolo, su mujer y sus siete hijos, Margarita con su hija minusválida, Tomás que se quedó viudo hace un año, o Ana, sola desde que murió su madre hace 6 meses y que parece que ha encontrado refugio en la iglesia.

Cierra la puerta una vez han entrado todos ellos y camina lentamente hacia el altar. Empieza la misa, que se alterna entre oraciones, alguna homilía, un pequeño trozo del evangelio leído por Antonia, Eva o Ursula, y algunos cantos de la pequeña coral que han montado algunas de las feligresas. Desde su silla oye emocionado la entonación de todas ella, y especialmente de Ana, que además toca melodiosamente el órgano, creando una bella música.

Prepara el ritual de la comunión y todo el pueblo forma una larga cola delante de él para tomar el santo pan. Se siente orgulloso de aquellos niños que desde hace poco se acercan a él y se emociona con los ancianos que caminan a duras penas. Los mira a todos a los ojos, hasta que se encuentra con unos ojos intensos, tan emocionados como los de él, los de Ana.Se acerca a él un paso más, se inclina un poco y entreabre los labios. El le ofrece la comunión y al retirar sus dedos los roza por unos segundos con la piel de ella. Se entrecruzan una última mirada y un escalofrío le recorre el cuerpo. Siente turbado que se le desvía la mirada hacia la dirección que ha tomado ella, pero rápidamente reacciona.

Diez minutos más tarde acaba el ritual, todo el mundo se marcha poco a poco y él se retira al confesionario como hace después de cada misa. Ya hay alguna viejecita esperando y sonríe para sí mismo pensando qué pecados habrá creído cometer aquella pobre mujer.Escucha silencioso un par de voces ancianas que piden más un consejo cotidiano que la absolución a sus pecados, hasta que oye una voz familiar que le saluda a través de la reja: es una voz femenina, joven y armoniosa. La reconoce al instante y su piel se eriza sin poder remediarlo. Su oído se agudiza y no puede reprimir un pequeño carraspeo:
- ¿en qué puedo ayudarte, hija mía?
- Padre, he cometido un gran pecado.
- Cuéntame, hija.
- Padre, me ha costado mucho reunir la fuerza suficiente para poder venir a hablar con usted, pero la vida se me ha hecho insoportable. Usted es para mí... una luz, mi única ilusión, padre.
- Hija mía, la fe es un gran apoyo para todos nosotros – dice el padre Rafael con un hilo de voz.
- No, padre, no se trata de eso. No sé cómo decirlo .... padre, yo le quiero, estoy enamorada de usted y siento que necesito estar a su lado como necesito el aire para respirar.
- Pero, hija... – y en ése mismo momento, y sin tiempo a reaccionar, oye levantarse a Ana al otro lado y el eco de sus pisadas apresuradas por el pasillo de la iglesia en dirección a la calle.

El sacerdote sale a toda prisa del confesionario, no hay nadie en toda la iglesia, y logra atrapar a Ana justo antes de que salga. Su corazón late a toda prisa, su mente está nublada y la única imagen que le invade ahora es la de sus dedos rozando levemente los labios de Ana hace un rato.La agarra del brazo, la chica se gira ruborizada y sin pensar un instante, se abrazan y se unen en un largo beso. El tiempo parece detenerse hasta que se unen en uno solo en la habitación de él. El sacerdote siente que su mundo se ha empequeñecido para reducirse a ésos ojos, a sus mejillas arreboladas, a su respiración entrecortada, a la unión de sus cuerpos y el tacto de la piel de Ana y cuando todo acaba, él cae rendido en un profundo sueño abrazado a ella.

Horas más tarde, el padre Rafael se despierta empapado en sudor a causa de terribles pesadillas. Ana ya no está allí. Mira a su alrededor y por un momento no reconoce nada. No puede creer lo que ha sucedido. Siente que su mundo, sus principios, su fe, todo se tambalea.
Se pone la sotana y los primeros rayos de luz que se cuelan por las vidrieras de la iglesia lo encuentran rezando de rodillas delante del altar con su rosario entrelazado entre los dedos.No es consciente de lo que pasa a su alrededor hasta que Antonia le toca levemente el hombro:
- Padre, debo prepararlo todo para la liturgia, pero no encuentro el cáliz ni la bandeja de plata.
- ¿Cómo? ¿Has mirado en la sacristía y en el otro armario?
- Si, Padre.
- Bueno, no te preocupes... luego lo buscaré yo más tranquilamente. No te pongas nerviosa. Coge los de la otra colección.

La siguiente misa la lleva a cabo maquinalmente, sin darse cuenta de nada, lo único que hace es recorrer la mirada entre la gente, intentando ver entre aquellas caras la de Ana, pero sin éxito. A la vez, siente una presión en el pecho y una incertidumbre que le llena el corazón.

Una vez acabada la misa, se dirige al confesionario, pero se detiene en seco antes de sentarse. Encuentra un sobre cerrado en el asiento. Lo abre y encuentra la siguiente nota:"Perdóneme Padre, por los pecados que he cometido. Hace tiempo que rondaban malos pensamientos por mi cabeza y hoy le he hecho incurrir a usted en un pecado infame que jamás me podré perdonar.No sé si habrá salvación para mí, ya que además de todo ésto, he robado a la santa Iglesia objetos sagrados, pero son quizás mi única oportunidad de poder escapar del pueblo y de la deshonra tan grande en la que he caído.Perdóneme, Padre, por los pecados que he cometido".

El sacerdote cierra los ojos. Siente a la vez como si parte de su alma muriera y otra renaciera con más fuerza y fe. Rompe la nota y la guarda en el bolsillo de la sotana mientras abre la portezuela del confesionario. Maria, una viejecita que se confiesa todos los martes, le dice....
- Perdóneme, Padre, porque he pecado.

sábado, 4 de octubre de 2008

EL BUSCADOR

Cada cierto tiempo alguien en el mundo enloquece. Lógico, demasiada información almacenada en nuestras cabezas. Cada cierto tiempo alguien coge su cordura, lía un cigarro con ella, y se lo fuma lanzando absurdos anillos de humo al enrarecido aire del universo. Ha llegado mí turno, intuyo.

Recogió sus cosas y se marchó sin más. Esta mañana. Hacía tiempo que las cosas no iban bien entre nosotros. La culpa es mía, supongo. Se levantó, hizo la cama, se metió en el baño y permaneció diez minutos delante del espejo sin cerrar la puerta, sin moverse. Después salió y comenzó a recoger sus cosas mientras yo permanecía de pie en medio del pasillo sin decir nada. Al abrir la puerta para marcharse acompañó el gesto con una mirada muda y se fue.

Más tarde pensé que debí haberla acompañado al taxi, pero lo cierto es que no lo hice. Permanecí de pie en medio del pasillo unos segundos, unos minutos, un rato. De repente volví a andar como si fuera la primera vez que lo hacía y me dirigí a la cocina. Me serví un café y fui al estudio a sentarme delante del ordenador.

La pantalla negra del monitor estaba en reposo, hecho señalado sólo por la luz intermitente del botón de encendido. Zarandeé el ratón y, tras una espera de menos de un segundo, se iluminó la pantalla y apareció el navegador.

Hace semanas o quizás meses, no recuerdo ya cuándo, hice un descubrimiento, un gran hallazgo. Las cosas todavía iban bien en aquel tiempo. Llevaba varios meses enfrascado en dar los últimos retoques a mi tesis sobre sistemas planetarios extrasolares para obtener el doctorado en astrofísica. La tesis se centraba, concretamente, en el estudio de los planetas que orbitan alrededor de estrellas de neutrones conocidos también como planetas púlsar.

Cuando en julio de 1967 los científicos, de la universidad de Cambridge, Jocelyn Bell y Antony Hewish, detectaron por vez primera las radiaciones de onda corta intermitentes, que provenían de una de esas estrellas, creyeron que habían entrado en contacto con una civilización extraterrestre. Ahora sabemos que se trata de un fenómeno natural, un parpadeo en las ondas emitidas por las estrellas de neutrones debido a su intenso campo magnético y a la gran velocidad que alcanzan al girar sobre sí mismas. Por esa razón este tipo de estrellas fueron denominadas púlsares. 

Los procesos matemáticos de los ensayos dan cuerpo a mi trabajo son bastante complejos y los tiempos de cálculo largos.

Era tarde ese día, y estaba sentado esperando frente al ordenador. Me había acostumbrado a ocupar esos tiempos muertos haciendo consultas en la red, búsquedas absurdas de los conceptos más peregrinos que se me pudieran ocurrir de forma casi inconsciente. Siempre hay algún resultado. Siempre hay alguna ciencia, algún grupo o asociación, blog o artículo, dedicado a la palabra buscada. Era una especie de escritura inconsciente: elegía las palabras que brotaban de forma espontánea en mi cabeza, sin ninguna razón aparente, y después analizaba los resultados. Mircea, insomne como todos los gatos, andaba dando vueltas por el estudio preguntándose por qué no era el único habitante de la casa despierto a esas horas. Era un gato color calabaza, delgado y cariñoso. Lo cogí y lo tumbé en mi regazo. Al poco dormía plácidamente entre ronroneos. Consulté la aplicación que procesaba el cálculo. Una hora y treinta y cuatro minutos para la conclusión. Debería haberme ido a la cama, pero no lo hice. Volví al navegador.

Un buscador consiste, en esencia, en un pequeño rectángulo donde el usuario escribe una o varias palabras. Basta apretar en botón o simplemente presionar la tecla enter para que empiece la búsqueda. El resto de elementos mostrados en la pantalla, son prescindibles. Sólo el rectángulo tiene relevancia.

En algún momento durante esa madrugada, mientras transcurría lentamente la hora y media de espera, recuerdo haberme acercado al monitor para verlo más de cerca. El rectángulo está dibujado sobre el fondo blanco con una fina línea oscura. Un marco negro sobre blanco que encierra un espacio también blanco con una pequeña señal vertical que parpadea mostrando el lugar donde empezaran a aparecer las letras tecleadas. Blanco sobre blanco. Eso es importante. ¿Es posible que nadie lo haya notado? Esos dos blancos no son iguales o por decirlo de otra manera no están al mismo nivel. El primero forma parte de la página, está limitado por el navegador y éste a su vez por el monitor; el otro es más profundo, no tiene límite y lo vemos a través de la pequeña ventana dibujada por el recuadro. Detrás no hay nada. Un inmenso espacio en blanco donde caben todas las palabras que puedan pronunciarse en alguna lengua.

Me di cuenta de que ese pequeño agujero nos permite echar una ojeada al infinito. Mucho más allá de las estrellas de neutrones. Un telescopio al universo. Sólo hay que estar en sincronía con ese gran espacio en blanco para hallar las respuestas. Lentamente, tecleé lo primero que me pasó por la cabeza. Letra a letra, con suavidad, en un estado de alta concentración. Tecleé  g a t o  y apreté el botón. Cero coma diecisiete segundos más tarde surgieron en la pantalla los primeros de los cuarenta millones setecientos mil resultados. Empecé a buscar entre líneas algo especial, algún título o descripción que diera consistencia a mis deducciones.

De pronto me di cuenta, el resultado no estaba en la pantalla. Mircea, despierto ahora, miraba el monitor con los ojos entrecerrados, concentrado, con el pelo de la cabeza erizado y las orejas en guardia. Emitió un maullido uniforme, largo y sereno.  Me quedé paralizado, aquello no podía estar pasando. Después de unos momentos en blanco logré sobreponerme.

Me levanté y fui al baño a refrescarme la cara. Era tarde y estaba cansado; pensé en irme a dormir y olvidarlo. Un minuto más tarde volvía a estar sentado delante del ordenador. Respiré hondo y escribí silla. Tecleé la palabra concentrado en el concepto, en su significado, en su forma, buscando su verdadero significado, esa forma grabada en el infinito de ese espacio en blanco que contiene el universo, que acumula todo lo dicho o escrito. Los resultados de la pantalla no mostraban nada especial. Me levanté y miré mi silla. Su aspecto era el habitual, no logré apreciar ningún cambio. De pronto, tuve una extraña sensación. Miraba la silla y era como si la viera por primera vez. Era un objeto hecho por el hombre, un lugar para sentarse. Era mi silla y a la vez era todas las sillas: con patas o con ruedas, de madera o metal, con respaldo, con el asiento de tela, de cuero o de esparto. No parecía ni vieja ni nueva. Y había algo más. Me agaché para mirar de cerca. No había duda: medio centímetro de aire separaba el extremo de las patas del suelo de la habitación. La silla flotaba en el aire.

Poco a poco fui perdiendo la noción de la realidad, supongo. Empecé a pasar horas y horas delante del ordenador buscando más y más palabras. Aparqué la tesis  y me encerré en el estudio, solo, con mi ordenador. Ella lo comenzó a notar y las cosas empezaron a torcerse entre nosotros. Sus quejas y reproches eran tiernos al principio, con el tiempo se transformaron en ira y desesperación. No la culpo; nunca se lo conté.

En este tiempo he realizado centenares de pruebas, de búsquedas sistemáticas. Siempre hay una relación entre lo buscado y el resultado. A veces es muy sutil: tecleé cuadro y llamó un viejo amigo pintor aficionado. Otras es más oscuro: no volveré a buscar tristeza. Y otras es más claro: un temblor o hasta un movimiento. Vi por la ventana que alguien se caía por la calle cuando introduje desfallecer. Hubo una respuesta suave y cálida cuando escribí amanecer.

Ya no me interesa la  astrofísica, mi objetivo ahora es más global: de lo pequeño a lo más grande, de lo más común a lo específico. No es el saber lo que me atrae. No es nada a lo que podamos llamar información. Son los datos, las palabras. Hago pares de datos. Emparejo conceptos. Y siempre hay una respuesta. Soy el único que posee este conocimiento. Hemos encontrado la llave y no lo sabemos. Traspasadas las puertas del nuevo milenio, nos sentimos confiados y arropados por todo cuanto nos permite la tecnología. Pero no hemos entendido nada. Tenemos televisores digitales y portátiles, reproductores de mp3, sistemas operativos…

Suena mi móvil.

…compresión digital…

Mi móvil vuelve a sonar.

…información globalizada…

Oigo otra vez la maldita canción de Coldplay.

…información organizada para nosotros por potentes motores de búsqueda…

Se activa el buzón de voz.

…sofisticados algoritmos especializados en rastrear la información. Conjuntos de dígitos domesticados. Rebaños de datos.

Esta mañana ella se ha ido y yo sigo aquí encallado. Escribo comida y como. Escribo tiempo y envejezco. En la penumbra de la noche tecleo dormir y se enciende la tele. Escribo ver y se apaga. Paso la noche sin dormir; sin apenas pensar.

En las primeras horas del alba introduzco mi nombre y no ocurre nada. Paso un tiempo descansando; un tiempo dormitando. Suena el timbre de la puerta. ¿Cuál es el suceso que se define por la palabra placer? ¿Qué palabra hará que recupere la cordura?

En el amanecer de un día cualquiera escribo sueño y llora un bebé a lo lejos. Alguien llama con insistencia a la puerta y empiezo a ponerme nervioso. ¿Qué concepto se asocia con vida? ¿Cuál será su resultado? Busco la palabra que liga al hombre con el cosmos y lo convierte en algo superior.

Ella entra empujando la puerta con un ademán furioso. Veo en su rostro manchas de maquillaje. Por las mejillas enrojecidas resbalan nuestros días pasados. Veo su tristeza, ordeno mi cabeza.

En la mañana de un frío día de otoño, mientras ella se abraza a mi espalda susurrando aquello que da calor y da descanso, escribo mundo y aprieto el botón.

 

miércoles, 10 de septiembre de 2008

NO JUGUEMOS CON LA MATERIA

El vehículo se iba desplazándo lentamente por una carretera ya apenas perceptible. Era una máquina de gran tamaño y peso, y aún así, no podía evitar aquellas fuertes vibraciones que hacían temblar toda su estructura y le obligaban a mantener aquella velocidad. Dentro de su espacioso cubículo, cuatro tripulantes seguían atentamente las indicaciones que les facilitaban unos monitores instalados sobre varios paneles; números y gráficos aparecían y desaparecían en monótona regularidad, nadie hablaba, solo se escuchaba el lejano ronroneo del motor que hacía mover aquella máquina hacia su destino. Un hombre de mediana edad con una barba de varios días y unas gruesas lentes de pasta estaba sentado en una amplia butaca en la parte de atrás y no le quitaba ojo a la información que provenía de una voluminosa máquina en forma de cubo, sujeta fuertemente al suelo. Un panel transparente permitía observar unos campos electromagnéticos que se desarrollaban en su interior creando filamentos luminosos que se entrecruzaban entre si como si de una danza se tratara; mirarlo mucho rato podía llegar a crear un efecto hipnótico, pero no era el caso para Oscar Hole, el lo había construido paso a paso, conocía cada filamento de sus sistemas y era el único que podía entender el lenguaje que aquellos relámpagos de luz transmitían.
- Arthur, aumenta la velocidad a 20 y mantengala hasta que le avise Ordenó a un hombre corpulento, cabello cortado a cepillo, que estaba sentado ante lo que padecían los mandos del vehículo
- Muy bien profesor – contestó mientras tecleaba en su monitor los nuevos parámetros de desplazamiento. – Cuanto cree usted que van a durar estas nuevas vibraciones,

Tras meditar un par de segundos le respondió – No creo que nos dejen ya, estamos entrando en la zona crítica y ahora eso solo puede ir a peor-

Volvió el silencio, los otros dos tripulantes no realizaron comentario alguno, ni tan solo apartaron la mirada de sus equipos. Oscar Hole se inclinó hacia atrás apoyándose en el respaldo de su butaca y miró por la pequeña ventana que daba el exterior, allá afuera pudo observar aquel mundo desenfocado, esta podría ser la mejor descripción para lo que iba pasando ante sus ojos. Había muy poca luz, el cielo estaba cubierto de un manto oscuro en continuo movimiento, sabía en que lugar se encontraba, pero le era imposible identificarlo, eran los Pirineos, sin duda, la situación en el mapa así lo decía, pero aquellas montañas que en aquel momento estaban cruzando parecían moverse con unos desplazamientos bruscos que le recodaban mucho a los saltos que se producen en la imagen de una televisión cuando la señal sufre interferéncias, pero ahora no se trataba de ninguna emisión lejana, estaba viendo algo que sucedía en aquel mismo momento y lugar.

Busco en el bolsillo de su cazadora y saco una foto, al mirarla se vio a él mismo, aún un niño, sentado junto a un hombre alto y delgado de aspecto desaliñado que le rodeaba con su brazo y sonreía mientras saludaba a la cámara. Su madre le había sacado aquella foto junto a su padre, durante su estancia en Toulouse; se les veía felices, quedaban lejos aún los hechos que habían desencadenado la desgracia a su familia y posteriormente la tragedia mundial que en aquel mismo momento estaba intentando evitar. Su padre era un Físico muy famoso y en aquellos tiempo formaba parte de un selecto equipo de científicos que estaban construyendo en el sur de Francia un acelerador de partículas, una inmensa máquina que tenía que permitir al mundo de la ciencia lograr grandes avances en el descubrimiento de una nueva energía limpia e inagotable. Estas fueron siempre las premisas para aquel impresionante proyecto, y en el se volcaron medios y dinero de muchos países, pero cuando estaban ya en la fase mas avanzada de su construcción, comenzaron a suceder extraños suceso que hicieron dudar a algunos de su viabilidad. Fue su padre uno de los que mas dudas empezaron a tener sobre las consecuencias del experimento y así lo hizo notar a los demás, pero las presiones eran muy fuertes y sus teorías solo eran compartidas por muy pocos miembros del equipo y aún así consideraron que las posibilidades de riesgo eran tan insignificantes que no valía la pena tenerlas en cuenta. Pero su padre Pilippe Hole, si que las tuvo en cuenta y su insistencia en ello le hizo ser despedido del “proyecto” y que le convirtieran en un paria para la comunidad científica; le desprestigiaron cruelmente con el objetivo de que nadie quisiera escuchar sus opiniones ni teorías.

Recordaba los años posteriores, el tenía 16 años y había acabado ya el bachillerato Su padre se había empeñado que siguiera estudiando aunque tuvo que hacer grandes sacrificios pero al fin pudo conseguirle una beca en una Universidad, gracias a algunas argucias y a un buen amigo que les ayudó con la condición que nadie lo pudiera saber. Fueron tiempo duros para toda la familia, nadie le quiso dar trabajo, ninguna universidad quiso tenerlo entre su profesorado y no lo supero, dos años mas tarde moría de un infarto fulminante mientras estaban en casa mirando la televisión, curiosamente en el mismo momento en que las noticias informaban de una serie de accidentes inexplicables que se estaban produciendo cerca de la ciudad de Toulusse; recordaba como se giro hacia su madre y a él, que estaban en la mesa leyendo ,y les grito “ Tenía razón, Dios mio, ya ha empezado”, no pudo pronunciar nada mas, su cara se volvió violácea, boqueo unos instantes y murió.
- Profesor Hole, mire eso - La voz de Michelle, una de los otros tripulantes, le hizo regresar de sus recuerdos. Se levanto de su butaca y fue hacia la de la mujer que le había llamado.

-Fíjese estamos solo a unos diez kilómetros de entrar en la zona oscura- Pronunció estas palabras con un ligero temblor en su voz. - Como vamos a orientarnos a partir de ahora?.

Oscar volvió a su asiento y dijo - Arthur haz detener este trasto”

Cuando el transportador se hubo detenido se volvieron los tres hacia él esperando instrucciones, se podía notar la tensión en sus rostros, eran conscientes de lo que les esperaba allí enfrente

- Bien amigos, hemos llegado al punto crítico, desde este momento el “estabilizador” va a tomar el control del vehículo, ahora nuestra obligación es controlar que nada falle y podamos llegar hasta la zona X, una vez allí ya sabéis lo que hacer

Todos movieron la cabeza en silencio.

Se que estáis entrenados para esta misión pero de ahora en adelante las cosas se van a acelerar y todo va a ser nuevo, no debemos intentar comprender lo que vamos a ver ni que ocurrir a nuestro alrededor, nuestra mente no debe dejarse llevar por la confusión, eso sería terrible, solo fijarnos en lo que nos indica nuestro guía, funcionar como una máquina y poner nuestras vidas en su manos, perdón, mas bien en sus circuitos

Forzó una sonrisa en los rostros serios que le estaban escuchando antes de que volvieran a concentrarse en sus instrumentos y en sus pensamientos. El vehículo inició otra vez su lenta y pesada marcha, pero ahora ya no era Arthur quien llevaba los mandos. Solo observaba como una mano invisible iba moviendo los mandos de control.

Fueron avanzando por un espacio cada vez mas confuso que parecía desplazarse hacia una misma dirección, todos los objetos parecían realizar este movimiento, cambiando constantemente de forma y girando como si se tratara de un inmenso tornado de centenares de kilómetros de diámetro. Oscar Hole era consciente de que era el poder de la energía de su máquina lo que les mantenía estables. Pensó en su padre, le gustaría saber lo que estaba a punto de realizar en aquel momento. Fue su padre quién vaticinó que aquel acelerador de partículas podía acabar provocando lo contrario a lo que se pretendía, se buscaba el origen de la materia, pero se habían desatado las fuerzas de la anti-materia, y se había escapado al control de los seres humanos, ahora se encontraban ante un diminuto agujero negro que poco a poco iba tragándose la tierra y todo lo que en ella habitaba

-Michele.., cuanto queda para entrar en el núcleo - Alzo la voz pues el ruido era ya tremendo
- En un minuto entramos profesor… creo que voy a rezar… poco podemos hacer ya

Solo quedaba un minuto, apenas sesenta segundos para pasar al otro lado; si sus teorías eran ciertas en un momento cruzarían hacia un espacio desconocido, a otra dimensión tal vez? Si era así encontrarían el mismo efecto pero al contrario, y allí era donde su alterador de campos magnéticos tenía que demostrar su capacidad para cerrar el agujero; si fracasaban desaparecerían sin mas, si tenían éxito nunca podrían volver.

Cuando se inició el proceso final, Oscar Hole dejó de prestarle atención a lo que le rodeaba, apretó con fuerza la foto de su padre en su mano y se pregunto a si mismo que verían sus ojos cuando volviese a mirar por la ventana del pesado y voluminoso vehículo que ya parecía flotar en un mar de materia que iba desapareciendo engullida en un oscuro abismo

sábado, 2 de agosto de 2008

BENITO SCOLARI


En el mundo del vicio, la perversión y el crimen organizado Benito Scolari no tenía igual. Los demás capos mafiosos de la nación no le hacían sombra y le respetaban por diversas razones. Había conseguido una especie de paz entre bandas y organizado el mundo criminal de tal forma que todas las bandas se llevaban su parte, por eso muchos de sus antiguos enemigos encarnizados ahora redían culto a Don Benito.

Pero Don Benito había muerto y el mundo paralelo de las mafias se vio conmocionado. Los Jefes de las demás bandas se vieron en una tesitura difícil: con Don Benito muerto, ¿quién mantendría la paz, la unión y el respeto entre camaradas criminales?

Quizás la respuesta fuera Fionna Marcesani, viuda del fallecido Don Benito. Conocida como La Artificiera por las bombas que hizo explotar matando a varios representantes del antiguo gobierno de Mussolini , allá en los años de la dictadura.
Se había convertido en madre de los hijos de Don Benito, cocinera personal de Don Benito, y asesora criminal de su banda.
Muchos le atribuían los logros de Don Benito, pero muchos le culpaban por su muerte.
Versión oficial de su muerte: mala caída patinando sobre hielo… Cuanto menos, sospechoso.

La situación que se planteaba era la siguiente:
Cinco y veinte de la tarde. Se había preparado una gran recepción en la mansión de la familia Scolari para rendir los últimos respetos al capo más pacífico, unificador y respetado que jamás hubiese pisado la nación.
Todos los demás jefes habían venido con sus mujeres e hijos para demostrar el verdadero respeto que sentían por el gran Benito Scolari.
Su cuerpo, vestido con un traje blanco tumbado en un ataúd también blanco(lo cual le daba un aspecto divino) al frente de una gran sala de la mansión, que usaba regularmente para sus estilosas fiestas y cocktails que nunca más disfrutaría.
Fionna, la viuda artificiera, vestida de negro al pie del ataúd hablaba silenciosamente con el cadáver…


-Benito… Benito, Benito…
No es justo Benito.
Éste no era el plan Benito. Te has adelantado al plan estúpido patán.
Con todo lo que hemos construido con sudor, sangre, tiempo y paciencia.
La gente te respetaba. Te creían y hasta te querían. Esa gente realmente pensaba que eras su dios.
Todos ya me conocían y muchos me habían empezado a respetar. Me habían empezado a considerar su reina así como tú eras su rey. ¡Pero no todos, y muchos no es suficiente!
Solo te pedía tiempo Benito. Tiempo en que habrías vivido feliz, habrías comido bien y todo hubiera sido como hubieras querido. Habría sido como vivir en el paraíso, amado…

Con el tiempo habrías caído enfermo y ningún médico hubiera sabido qué tenías, solo que era grave y terminal.
Te habrían dado seis meses de vida en los que te habrías dedicado a organizarlo todo perfectamente para tu sucesión.
Es aquí cuando, gracias a tus palabras, yo hubiera ganado popularidad, respeto y confianza. Todos te creen a ti Benito querido.
Después de seis meses habrías muerto con una sonrisa en la cara y en la cama, una muerte de lo más dulce, sabiendo con seguridad que el castillo de naipes que habías construido con tanto esfuerzo no se desplomaba irremediablemente sino que, gracias a tu amada esposa, Fionna Marcesani, tu imperio seguiría en pie.
Pero noooo, no podía ser así… Estornudaste y cayeron todos los naipes uno a uno y amontonados en la mesa quedaron las barajas que habías utilizado, las barajas que los dos habíamos utilizado.
¡Teníamos que rememorar tu infancia en el dichoso lago donde patinabas de niño! ¡Lo que nunca me dijiste era que nunca habías aprendido a patinar estúpido patán!
Diez segundos duraste recordando tu infancia:
Allá voy, a ver si me acuerdo de esto, mírame soy una bailarina olímpica fueron tus últimas y patéticas palabras…
¿Ahora qué, inútil? ¿Qué voy a hacer? Nunca me aceptarán como te aceptaron a ti, como controlador todopoderoso de las bandas criminales de la nación. Incluso hay muchos de ellos que realmente piensan que yo te maté. Seguro que los muy estúpidos nunca lo hubieran sospechado si todo hubiese sido como planeado y si te hubiese matado, querido. Esos estúpidos cabeza huecas no soportarían que una mujer les mandase, así, tan de repente.

¡Solo hacía falta tiempo Benito, solo insignificante tiempo, de lo que hasta el más pobre de entre los pobres dispone!
No me dejas otra opción esposo mío…
Nunca me ha gustado improvisar, me gusta la buena organización, como a ti, pero la reina del crimen ha de saber de todo y creo que te lo voy a demostrar.

Francesco, Rino, Giussepe, Marcello… Han venido todos…
Han venido todos amado. Todos te respetan tanto que como muestra han venido con sus mujeres e hijos. Esto representa el poder que tenías; el poder que tendré…

Se acerca el momento Benito…

En exactamente dos minutos y medio me iré apenada de este lugar y cogeré un coche para alejarme de mi pasado rumbo a un futuro mejor como la reina todopoderosa del imperio Scolari.
En exactamente cinco minutos y medio el temporizador que llevas en el bolsillo del pantalón accionará una chispa que reaccionará con los 40kg de Trinitrotolueno que hay embutidos en tu cuerpo sustituyendo tus órganos blandos, y saltaras por los aires, llevándote contigo al cielo a todos tus amígueles y a sus familias.

La verdad es que es un plan perfecto; y me has quedado muy bien… Soy una artista. No puedo negarte que hoy, Benito mío, estás más guapo que nunca.
En fin Benito, éste es nuestro adiós. Todo podría haber sido diferente y más fácil pero que se le va a hacer, la vida está llena de improvistos.
Solo espero que ahí arriba patines como una verdadera bailarina olímpica y todos te alaben…

Es la hora…

¡Ah! ¡Y no te confundas Benito mío! ¡yo siempre te he querido y siempre te querré…!
¡Ciao amore!


D.G.F.

PARADISSO 2.0



Era la primera vez que montaba en un cacharro de esos. Son increíbles. Todos esos botoncillos, esas palanquillas y esas lucecillas… Es como estar en una de esas películas de ciencia ficción de los años setenta.

-En breves momentos aterrizaremos en la base lunar de Paradisso 2.0. Por favor, permenezcan sentados y con sus cinturones de seguridad abrochados hasta que la nave se detenga por completo.- dijo una suave voz femenina por la megafonía de la nave.

¡Ya estaba cerca! Nunca pensé que acabaría viniendo, pero la verdad es que encontrar trabajo en la Tierra era cada vez más complicado y, cundo lo encontrabas, los sueldos eran tan míseros que rara era la vez que llegabas a fin de mes sin sufrir lo insufrible.

Hubo un ligero meneo de la nave. Sonó un “¡ping!” y se apagaron unas lucecillas en el techo del transbordador.

-Bienvenidos a Paradisso 2.0, capital del Estado Lunar. La hora local es de las 12:05 del mediodía, la temperatura exterior es de -158ºC y disfrutamos de un sol excelente típico de esta cara de la Luna. Esperamos que el viaje haya sido de su agrado y deseamos volver a verle a bordo. En nombre de toda la tripulación de la nave les deseamos una buena estancia en Paradisso 2.0.

Me habían hablado mucho de la Luna y nunca pensé que finalmente viajaría aquí en busca de una vida mejor.
Salimos por la puerta delantera y avanzamos por un pasillo hasta llegar a una Terminal donde recogimos nuestras maletas. Luego una azafata de muy buen ver nos guió hasta un trenecillo que nos llevaría a la ciudad en sí. Me senté en un sitio con ventana. Al salir de la Terminal, el tren circuló por un túnel de cristal en la superficie lunar.
Quedé absolutamente asombrado al ver ese desierto gris tan inmenso. Era sobrecogedor. Solo se veía arena gris, rocas grises, cráteres grises y, en el horizonte, montañas grises. Aquí el cielo era totalmente negro y, aunque pegaba un sol de justicia, se podían ver más estrellas de las que jamás había visto. Alucinante pensé. Absolutamente alucinante.
El tren empezó a girar bordeando una montaña en forma de trapecio y, como no, gris. Detrás de la montaña, de forma repentina, apareció majestuosa, una semiesfera de cristal de un tamaño titánico que albergaba en su interior una modernísima ciudad de color gris metálico y blanco, con numerosos rascacielos con luces de todos los colores imaginables en sus vértices… Paradisso 2.0.
Era como uno de esos souvenir a los que das la vuelta y nieva sobre una pequeña Torre Eiffel o Big Ben pero de dimensiones absolutamente sobrecogedoras.
A medida que se iba acercando el tren a la gran burbuja de cristal pude diferenciar una primera fila de edificios blancos en forma de iglú con pequeños huertos a sus lados. Sin duda esta era la zona residencial. Había oído que en la Luna el problema de abastecimiento de comida se había solucionado con cultivos urbanos en los jardines personales de los residentes. Pasradisso 2.0 era autosuficiente.¡Viva la Luna!
Detrás de estos edificios bajos, otros bastante más altos en forma de pirámide con múltiples ventanas en todas sus caras y luces fluorescentes en sus esquinas. Los talleres lunares.¡Cuánto había oído hablar de ellos!
Detrás de éstos se levantaban otros edificios de entre unos treinta y cincuenta pisos, unos blancos y otros de cristal. Los blancos no tenían paredes entre piso y piso. Parecían más bien los esqueletos de rascacielos. Entre piso y piso pude diferenciar el color verde. Esto se debería al cultivo de las planta madereras, ornamentales y comestibles que me habían contado que cultivaban también,¡seguro! Las de cristal dejaban ver en su interior la infraestructura de lo sería un invernadero en la Tierra. No dejaba de alucinar. Todos estos edificios con sus correspondientes luces multicolor en sus vértices.
A sus espaldas se erguían majestuosos unos altísimos rascacielos de muy diversas formas. El más habitual era el de platillo volante gris sujetado por un gran cilindro del mismo color cubierto de ventanas y luces en toda su superficie. Estaba también el de forma de chupa-chups, el de forma de vela de barco, llama de fuego, gota de agua, palmera, orquídea y petaca. Todas con sus luces psicodélicas, ventanas gigantes, pinturas brillantes y un aura eléctrico a su alrededor que les hacía parecer edificios divinos. Este sería el centro neurálgico de la ciudad. El complejo administrativo, económico y comercial de Paradisso 2.0.

Cuanto más se acercaba el pequeño convoy a la gran burbuja pude ver diversos carteles publicitarios llenos de neones de colorines y pantallas de plasma por varias zonas. Incluso pude distinguir anuncios donde salían personas vestidas con ese estilo tan de moda ahora en la Tierra:
poca ropa, ésta de colores blanco, azul y rojo, con cortes angulosos pero serenos. Grandes lazos o capas de color azul eléctrico a las espaldas y sombreros, gorras y peinados también angulosos y también azules. Esto si que era estilo y no su imitación en la Tierra.¡No podía esperar para comprarme mi primer conjunto!
Pero lo primero era conseguir casa y trabajo. Esto no iba a ser un problema ya que me habían informado que en Paradisso 2.0 había empleo total y que todos sus habitantes recibían una casa-huerto como parte de su sueldo. Esto sonaba totalmente como el paraíso. Una nueva vida en el paraíso, el sueño de cualquier persona de la Tierra. Y allí iba yo…

Todo habría sido perfecto. Yo habría sido un buen lunático. Habría sido feliz. Muy feliz.
Es terrible haber tenido la felicidad tan cerca y no disfrutarla. Me han puesto la miel en los labios, pero no estoy rabioso. La falta de oxígeno no me permite sentir rabia.
Los niños y los ancianos ya han caído. Solo quedamos unos pocos infelices demasiado agotados como para movernos ni tan siquiera para hablar. Solo nos acompañan nuestros pensamientos mientras nos asfixiamos en este minúsculo vagón de tren descarrilado postrado en la inmensidad del desierto gris frente a Paradisso 2.0.
Al menos puedo decir que la vista es maravillosa…

lunes, 28 de julio de 2008

ESTO NO ES UN RELATO ES SOLO UNA OPINION

Me gustaría abrir un pequeño y modesto espacio de opinión sobre el tan traído y llevado tema del “Manifiesto por la defensa del castellano”. No me cabe la menor duda de que estáis al tanto del asunto, y cada uno de vosotros tenga una idea sobre ello, o no. Posiblemente este no sea el lugar adecuado para abrir un debate sobre este tema, pero que queréis que os diga, esta gente se definen como intelectuales y postulan sobre temas que nos atañen directa o indirectamente. Acaso no somos nosotros escritores?. No somos individuos que hemos decidido utilizar la lengua castellana para expresar nuestros sentimientos, e intentar plasmar con él nuestras historias?. Por ello todos y cada uno tenemos algo que decir al respecto.
En mi opinión si algo saco en claro de este debate es de que debemos saber desligar nuestra admiración por la obra, de la que sintamos hacia el autor. Entre los firmantes figuran personas de prestigio literario sobre las cuales me hago cruces que se hayan podido prestar a colaborar con individuos puros trepas que lo único que buscan es un lugar en el sol de la política. Esto es así porque parto de la base de que mienten y que son conscientes de que lo hacen. Se ha de ser muy cretino al decir que el castellano es una lengua perseguida y en peligro, cuando la hablan centenares de millones de personas en todo el mundo. Cuando en nuestro país la utiliza la inmensa mayoría de los ciudadanos para comunicarse entre ellos. Cuando aquí en Barcelona si te das un paseo por cualquier librería solo encuentras títulos en castellano en su gran mayoría. Por todo ello, me resulta tan evidente que su objetivo no es la defensa de una lengua, sino el afán por destruir las demás. Es el eterno debate.... potenciar una cultura a costa de destruir otras?? Yo no me apunto a ello y me entristece que gente a quien siempre he admirado como Fernando Sabate o Alvaro Pombo, por citar dos, puedan defender esta idea sobre la cultura propia , basada en destruir a las demás.
Posiblemente como catalán que ya lleva unos cuantos años de vida, esta historia no me suena a nueva ni original. Hay que recordar una vez mas que durante muchos, muchos años estuvo prohibido utilizar otra lengua que no fuese el castellano, y que mucha gente sufrió vejaciones cuando de forma inconsciente utilizaba su lengua materna. La expresión “no me ladre usted” o la de “hablen en cristiano” la hemos sufrido mucha gente que tenemos memoria y por esto nos cabrea mucho mas leer semejante sarta de mentiras.
Lamento haberos dado la paliza pero aquí queda mi opinión.
Salud a todos
Juan

viernes, 25 de julio de 2008

Las Chabolas

Todo funcionaba como es debido. La Ciudad estaba orgullosa de su centro de negocios, poblado con rascacielos de oficinas, elegantes y funcionales; y de su zona residencial trazado con casitas en hilera; cada una con su pequeño patio con dos metros cuadrados de césped y su sistema de riego por aspersión. La gran biblioteca exhalaba por sus puertas grandes dosis de conocimientos multiculturales. El metro había emergido del subsuelo y se enrollaba por las esquinas y por las estrechas calles recogiendo con cariño a los peatones. Las bicicletas tenían su espacio. Los pobres también.
En las afueras de la Ciudad, justo al lado de la autopista, debajo y a su alrededor, se hallaba el barrio de las chabolas, construidas con toda suerte de materiales, desordenadas entre las pequeñas calles sin asfaltar llenas de niños que jugaban en el barro. La gente del barrio tendía la ropa en cables que iban de una chabola a otra como guirnaldas de banderas multicolores. La ropa volaba, a la luz del sol, en cables colgados entre chabola y chabola; entre las chabolas y los arboles que daban sombra al barrio y también entre los árboles y las farolas, viejas y rotas, que no daban luz ni sombra.
En un generoso acto de solidaridad se buscaron y se pactaron donaciones para la mejora del barrio pobre. Las grandes empresas de la ciudad se reunieron y se comprometieron a sufragar la construcción de un nuevo barrio para que todo el mundo en la ciudad alcanzara el estándar regulado de calidad de vida cotidiano.
Industrias P. presupuestó, proyectó y subvencionó la construcción de un sistema de alcantarillado moderno y eficaz. T. Corporation construyó unos muros gruesos y resistentes para las nuevas casas. M. Computers suministró y colocó instalaciones de agua, gas, electricidad y unas persianas que subían y bajaban con sólo apretar un botón. K. Grupo Empresarial compró unos preciosos muebles de diseño y unos electrodomésticos de última generación con conexión a Internet y actualización automática de stock.
Debido a un cambio en el equipo directivo, derivado de la mala gestión de la directiva saliente y al empuje juvenil de los ejecutivos de la directiva entrante la empresa F. traspapeló su proyecto para dotar a las nuevas casas de unos tejados sólidos e impermeables y olvidó su compromiso.
Y llegaron las lluvias de primavera. Y los nuevos sofás de las nuevas casas se empaparon y se pudrieron. Las lavadoras, las secadoras y los sofisticados mecanismos de las persianas se empaparon y se fundieron sus placas electrónicas. Y las estrechas calles se empaparon, también, y el barro se volvió a formar entre las casas del nuevo barrio.
Al ver sus casas inundadas los habitantes del barrio echaron de menos sus viejas chabolas con sus viejos tejados que, aunque precarios y extraños, impedían que la lluvia calara el interior. Tiraron los muebles podridos y rotos. Quitaron los electrodomésticos y la conexión a internet. Pusieron correas en las persianas. Fabricaron unos tejados nuevos como sabían: con viejos somieres, trozos de planchas metálicas, tablas de madera y todo lo que fueron encontrando entre los restos de sus viejas chabolas demolidas que permanecían almacenados en un rincón del barrio.
Volvieron a colgar la ropa entre casa y casa, entre las casas y los árboles, entre los árboles y las viejas farolas que seguían sin dar ni luz ni sombra. Y salieron a las calles sin asfaltar que había delante de sus casas y encendieron fogatas en los viejos barriles de las esquinas. Y cantaron y bailaron durante toda la primavera.
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domingo, 20 de julio de 2008

Autoengaño

Todos son iguales, pensó mientras corría buscando el suyo...

jueves, 17 de julio de 2008

El cuadro

Mis tías me besaban las mejillas entre las dos en la estación de San Justo, yo iba vestido con mis pantalones de fiesta marrones, mis zapatos recién lustrados y una camisa blanca, escuchaba cada consejo de mis tías como si fuesen éstos y no otros los pasos a seguir en la vida para tener éxito. Iría a pasar mis vacaciones a la capital en casa de abuela Isabel. Mis padres fueron personas que nunca conocí, pero ésta es otra historia. La estación se veía tranquila y los únicos que estabámos allí éramos nosotros y unos hombres comiendo un bocadillo junto al andén. Cuando comenzó a oírse el tren, mis tías se agitaron aún más (sí, esto era posible) y fueron soltando por turnos todo tipo de consejos y a veces alguna lágrima. Al llegar la hora de partir abracé a mis tías como un hombre que va hacia su destino, cogí mi maleta y subí al vagón más cercano.
El viaje fue bastante bueno, salvo porque no estaba acostumbrado con mis ocho años a ir sólo por ahí, y me sentía fuera de lugar, como un intruso, y a su vez como un adulto que debe controlar su situación, estaba orgulloso de mí, iría a la capital.

Al llegar a la estación del barrio de la Paternal, en Buenos Aires, vi a mi abuela sentada en un banco, bajé al andén y corrí hacia ella arrastrando la maleta torpemente. Estuvimos unos momentos abrazados mientras ella me decía lo grande y guapo que me encontraba.

La capital era inmensa, desde el taxi podía ver algunos edificios de, al menos, nueve pisos de altura, había humo, coches, muchísimos comercios, pensé que allí podría conseguir lo que se me ocurriese comprar sin caminar más de diez minutos, a pesar de que lo que buscase resultase en mi mente imposible de conseguir. Allí había mucho que explorar.

Al llegar a casa de abuela Isabel atravesamos un pasillo que se compartía con otros vecinos, era un pasillo largo y descubierto que lindaba con un edificio altísimo, al mirar hacia arriba uno sólo veía una pared amarilla interminable, y hacia el otro lado estaban las fachadas con sus plantas y puertas de vidrio de los propietarios de cada departamento de la vecindad.
La casa de abuela era la última, y la puerta de entrada era de hierro forjado color verde, al cruzarla había un patio grande por el cual podía accederse de forma separada a la cocina, el lavabo, un comedor y dos habitaciones; luego una escalera comunicaba al piso de arriba donde antaño había una terraza según mi abuela y ahora era la habitación de invitados con cocina propia y todo, aunque ella me cocinaría y yo no tendría nada de qué preocuparme.
Subimos las escaleras, me mostró el lugar correspondiente de cada cosa en el lavabo de mi habitación y acomodó mi maleta junto a la cama, tras ello me indicó que baje al comedor a tomar la merienda. Obedecí alegre, ya que tenía hambre, y pronto me encontré entrando en el salón, al principio nada obtuvo especialmente mi atención en ese lugar, la gran mesa de madera de cerezo junto a las sillas haciendo juego con sus fundas color rojo, un gran espejo que ocupaba toda una pared y que en sus marcos tenía grandes flores labradas, un mueble con muchísimas puertas que estaba por debajo del espejo y sostenía sobre él una cantidad importante de platos con dibujos, estatuitas de porcelana y algunas fotos antiguas. En una esquina el televisor sobre una mesita marrón y verde. Y al girar lo vi, un cuadro en la pared derecha del comedor, no tenía nada especial y sin embargo no podía dejar de mirarlo, la pintura no era realmente elaborada, tampoco parecía caro y ni siquiera tenía marco, en él había un niño retratado, con grandes ojos verdes y una mueca en el rostro que no lograba descifrar, éste niño estaba sentado sobre la rama de un árbol, de un árbol seco y sin hojas, por detrás era de noche, y la luna brillaba pequeña en el cielo, un río separaba el lugar donde estaba el árbol de una loma donde había una especie de mansión con algunas ventanas iluminadas. Eso era todo, ninguna escena interesante, nada que sea raro, y sin embargo pensé que ningún adulto permitiría a un niño ir a trepar árboles por la noche.
El olor a café con leche me arrancó de mis pensamientos, mi abuela había traído una bandeja repleta de magdalenas y dos grandes tazas pintadas con flores. Merendamos y hablamos mucho, mi abuela era experta en hacer preguntas sin parar. Más tarde fuimos a dar un paseo por el parque, recuerdo que ese primer día en casa de abuela Isabel me sentí muy a gusto.

Al día siguiente por la mañana abuela me llevó a conocer el centro de la capital, los enormes edificios llenos de paredes espejadas, los coches y las avenidas eran para mí como salidos de una historia futurista y fantástica. Comimos pizza en un lugar llamado “Babieca” que tenía un caballo dibujado en la puerta, y luego volvimos a la casa. Cerca de las tres de la tarde hacía demasiado calor como para hacer algo más que dormir la siesta, y así lo hicimos. Desperté un par de horas después con algo de hambre, al mirar mi reloj noté que ya era la hora de la merienda y bajé apurado las escaleras esperando mis magdalenas, pero al llegar al patio noté que no había nadie en casa, fui al comedor y vi una nota sobre la mesa, abuela había salido de compras y tardaría cerca de una hora en volver. Encendí el televisor en el salón y rebusqué en la nevera, encontré un poco de queso y zumo, y me senté a comer y a mirar dibujos animados. El televisor de repente comenzó a hacer interferencias y sentí un escalofrío en la espalda. Sin saber por qué giré hacia el cuadro y me quedé mirándolo, me di cuenta de que no quería darle la espalda pero no me explicaba la razón. El televisor recuperó su imagen de golpe, y tras ésto se apagó sólo. Tuve una sensación de miedo, y retrocedí hacia la puerta que daba al patio sin dejar de mirar el cuadro, repentinamente un golpe seco y metálico me sobresaltó, el televisor se encendió en el canal que estaba mirando y escuché a mi abuela diciendo “ya estoy en casa”.

Esa tarde luego de la merienda pedí un vaso más de leche y subí las escaleras feliz, la noche anterior había descubierto un gato negro que vagaba por los tejados que se había dejado acariciar, al subir me asomé por el ventanal que había en mi habitación y que daba a los techos del pulmón de la manzana. El gato seguía por ahí y se acercó a mí nuevamente, entonces le ofrecí el vaso de leche y bebió todo en menos de un minuto. Después se dejó coger en brazos y lo metí en la habitación hasta que escuché a la abuela anunciando la cena, entonces lo devolví a los tejados y bajé a comer. Si abuela se enteraba de que había metido un gato en casa probablemente se enfadaría ya que les tenía mucho miedo, aunque no lograba entender el por qué de su temor a los gatos y también a las tortugas.

En la tarde del día siguiente abuela me dijo que debía salir a ver a una amiga y que regresaría a casa para la cena. Me indicó que la merienda estaba en la cocina lista para ser devorada, y me preguntó si me encontraría bien, a lo que respondí que sí, aunque la verdad no me hacía mucha gracia quedarme sólo de nuevo en el caserón de abuela.
Subí a ver si estaba el gato y no lo encontré, así que le dejé leche y la ventana abierta para que se sienta invitado a pasar. Cogí mis dinosaurios de plástico y bajé al patio a jugar, era un combate difícil, los herbívoros contra los carnívoros en un duelo a muerte, los carnívoros tenían sus grandes dientes y garras, pero los herbívoros era más listos y tenían muchos trucos bajo la manga. Yo estaba absorto en la guerra que se había desatado en el patio mientras las horas pasaban e iba anocheciendo sin que me entere siquiera. En un momento dado escuché un sonido extraño proveniente de la casa, como una queja. Me paré y agudicé el oído, era un llanto y provenía del salón. Primero pensé que era el sonido de una casa vecina que se había colado y decidí que mejor no entraba a investigar, pero el quejido continuaba. De pronto recordé que había dejado la ventana abierta, seguro que era el gato que había entrado, y abuela estaba al llegar, si lo veía se liaría una gorda. Entré a buscarlo, en el salón no estaba y ya no se escuchaba el sollozo. Sentí como si me observaran, y me di cuenta de que la casa estaba a oscuras. Avancé llamando al gato, nadie respondía, al salir al patio escuché el sollozo nuevamente, pero al entrar al salón ya no se escuchaba nada. Subí a mi habitación corriendo y llamé al gatito, no respondió. Tenía miedo, encendí las luces de mi cuarto y me senté a esperar a que llegue mi abuela. Observé que la comida de “negrito” (así había bautizado al gato) estaba intacta, lo que significaba que no había ido por allí. Estaba preocupado y asustado. Decidí que lo mejor era distraerme, así que cogí mis legos y me puse a jugar con ellos. Escuché el llanto aún más fuerte que estando en el patio y me paré de un salto. Justo en ese momento apareció negrito en la ventana, me alegré muchísimo al verle y lo cogí en brazos, le conté lo que estaba sucediendo y sin soltarlo bajamos a investigar, ahora éramos dos, nada podía vencernos. Bajamos uno a uno los escalones sin dejar de escuchar la queja, que ya era obvio provenía del salón. Al llegar al patio “negrito” comenzó a erizar los pelos de su lomo, yo por mi parte tenía piel de pollo, y cuando intenté encender la luz no pude, parecía que se hubiese fundido la bombilla. El gato bufó como defendiéndose de algo y subió corriendo las escaleras, me sentí realmente vulnerable y temeroso. El llanto era cada vez más sonoro. Estaba a punto de explotar en llanto también mientras avanzaba hacia el salón a ver qué sucedía. Detrás de mí las luces del patio se encendieron repentinamente, giré agitado dando un salto, mi abuela había llegado, corrí aliviado a recibirla con un abrazo.

Esa noche subí a mi habitación, y dormí bastante, pero no descansé mucho, para empezar me había costado mucho conciliar el sueño y llegué a utilizar la vieja y desesperada táctica de contar ovejas que nunca funciona. Estaba prácticamente prensado bajo las sábanas y sentía muchísimo calor pero no quería destaparme, así me sentía más protegido. Esa noche soñé con una vecina de abuela que había conocido un día o dos después de llegar, ésta señora tenía muchos gatos y perros en casa, la llamaban Doña Ana y vivía junto a su esposo en una casa cercana que también visité el día en que la conocí mientras ella me decía que me había sostenido en brazos cuando era sólo un bebé. El sueño había sido más o menos así, ella lloraba junto a una mecedora que se movía sola bajo una luna llena y sus gatos estaban merodeando alrededor. Me desperté sudando y nervioso. En la oscuridad pude distinguir una silueta que reía muy bajito. En pánico encendí la luz, no había nadie, pero mis dinosaurios estaban todos desparramados por el suelo. Pasé el resto de la noche en vela.
Por la mañana, le conté a mi abuela lo sucedido mientras tomábamos el desayuno, incluyendo el raro sueño. Ella adjudicó todo a una mala digestión de la cena, y por unos instantes me interrogó sobre si había cogido dulces en su ausencia. Luego dijo que no me preocupase, que a mi edad ella también tenía mucha imaginación.

Ese verano fue muy caluroso, y abuela había puesto una piscina donde podía bañarme siempre y cuando hubiesen transcurrido al menos dos horas desde mi última comida. Durante la siesta de la abuela decidí bucear en busca de cuevas inexploradas bajo el agua. Y así me sumergí en la piscina con mi snorkel y mis antiparras, el sol se colaba a través del toldo verde manchando el agua con sus rayos aquí y allá, yo salía y entraba del agua entre algunos juguetes que iba arrojando para recogerlos del fondo y volver a comenzar, así de tranquilo me encontraba hasta que de un momento a otro el agua se heló, bajé al fondo de la piscina a buscar un juguete más cuando vi un niño flotando conmigo en el agua, un niño que parecía ahogado, su rostro estaba hinchado y verdoso, y su piel se veía tirante y gelatinosa, lanzé un grito de horror que sólo yo conseguí escuchar porque estaba aún bajo el agua y salí a la superficie respirando agitadamente, al mirar de nuevo comprobé no había nadie conmigo en la piscina. De todas formas salí de allí y me dirigí hacia mi habitación. Me sentía sólo y quería volver a casa, abuela no me creía y yo no me sentía seguro en ese lugar.

Al día siguiente pasamos todo el día fuera de la casa, fuimos a un jardín llamado “jardín botánico” que estaba repleto de plantas exóticas y a otro que quedaba muy cerca llamado “jardín japonés” en donde me quedé maravillado viendo peces del tamaño de mi brazo y de colores fortísimos sacando la cabeza del agua para coger la comida que la gente les arrojaba, ese lugar era hermoso, lleno de pequeños puentecitos de madera y lagos con más y más peces de colores. Comimos bocadillos, y abuela me compró un tiranousario enorme en una juguetería preciosa y llena de curiosidades que estaba cerca del puerto. Por la tarde recorrimos una feria de artesanos que se reunía todos los fines de semana en un parque. También cenamos fuera, en casa de la amiga de mi abuela con quien había soñado. Era una mujer muy amable y además de gatos tenía palomas, loros, dos perros y cotorras. Mi abuela procuró tomar todos los recaudos para que al comedor no entrase ningún gato, y lo consiguió. El esposo de doña Ana era un señor muy callado y jugó conmigo a las damas mientras se preparaba la cena. Luego de cenar salí a jugar a la galería con los animales, los perros me divertían mucho.
Cuando volvimos a casa me sentía más confiado y tranquilo, aunque esa noche tampoco dormí bien y volví a soñar con Doña Ana llorando junto a una silla mecedora de noche con sus gatos alrededor. El sueño me incomodaba mucho y me ponía nervioso. Bajé al comedor a buscar un vaso de leche, cosa que siempre me ayudaba a dormir. La casa estaba oscura, y atravesar el patio me dió bastante miedo, sentí un escalofrío en la espalda y giré, en la oscuridad distinguí una figura, me asusté mucho al ver que me saludaba. Quise gritar pero el temor me impidió hacerlo, en cambio un sonido ahogado salió de mi boca. La silueta comenzó a caminar hacia el salón y la perseguí cansado de asustarme. Al entrar no había nadie allí. No me animé a volver a mi habitación, fui a la cama de abuela y le dije que tenía pesadillas, ella me dejó dormir a su lado.

Por la mañana fui a investigar al salón, observé todo, revisé puertas y bajo los muebles, miré también en la habitación contigua, que antaño pertenecía a mi bisabuela y ahora era una especie de trastero. Nada. Volví al salón, ahora me detuve en el cuadro, observé el retrato y noté algo diferente en la cara del niño, una sonrisa que inspiraba desconfianza, una mueca mezcla de maldad y dolor en él. Pensé que ahora sí abuela me creería, pero cuando se lo dije, me pidió que dejase ya el tema, que el cuadro estaba igual, y a pesar de que insistí no conseguí que lo observe ni que se quede en casa en lugar de ir a hacer la compra.
Desayunaba cuando abuela entró a casa llorando, me explicó que se iría a ver a doña Ana, que su esposo había caído de una silla mecedora rompiéndose la cadera y había muerto. Le pedí que me llevase con ella pero en cambio me indicó que tenía una película de dibujos animados sobre el televisor y me explicó que era demasiado pequeño para ir a un lugar así. Luego de dejarme la comida lista salió diciéndome que volvería lo antes posible. El día estaba lluvioso y una tormenta se desató poco después de que abuela se vaya, parecía de noche a pesar de que era temprano, eso se debía al cielo encapotado. Me metí al comedor a ver la película, cogí unas magdalenas y mientras escuchaba caer la lluvia, traté de no pensar en lo ocurrido, en mis sueños raros, en el cuadro ni en nada más, y me esforcé en disfrutar viendo Peter Pan. Al cabo de unos momentos la tele comenzó a hacer interferencias otra vez, apagándose luego al mismo tiempo que las luces. Escuché unas risas que provenían del patio y se mezclaban con el sonido de la lluvia. Me puse las zapatillas y me levanté a espiar a través del ventanal de la puerta pero no se veía nada. Busqué el interruptor de la luz y lo presioné repetidas veces pero no funcionaba. Decidí atravesar el patio y salir de la casa, me daba igual estar en pijamas o que estuviese lloviendo a mares, ya no quería pasar un momento más en ese caserón. Escuché una risa detrás de mí y volteé a ver qué sucedía entre asustado y enfadado ya. En la oscuridad vi de nuevo la silueta que me saludaba, ésta vez se podía observar todo con más claridad y distinguí un niño parecido al del cuadro, cosa que me aterrorizó. Abrí la puerta y atravesé el patio corriendo pero caí debido a lo húmedo que estaba el suelo, me golpeé fuertemente la cabeza perdiendo el conocimiento. Desperté tirado en el patio bajo la lluvia y me incorporé lleno de terror mientras miraba confundido hacia los lados, de repente sentí una mano en mi hombro, sólo me atreví a mirar hacia el costado donde sentía que me tocaban, eran los dedos de un niño, luego escuché:- pudiste haber sido tú, pudo haber sido cualquiera. Tras ello perdí nuevamente el conocimiento.
Al despertar, miré hacia atrás de forma instintiva, vi un río que atravesaba un valle y detrás una casa con algunas luces encendidas, era de noche, temí lo peor, y al mirar hacia abajo noté que estaba sentado sobre la rama de un árbol, al levantar la vista me horrorizó verme a mí mismo mirando Peter Pan en el comedor de mi abuela, entendí lo que había sucedido en ese mismo instante, ahora era yo quién estaba encerrado en ese cuadro para siempre, podía ver todo desde lo alto del árbol, grité pero nadie respondió. El niño que miraba televisión giró hacia mí y sonrió.
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Muchos años más tarde abuela entregó el cuadro a una asociación de búsqueda de gente desaparecida durante la dictadura militar argentina tras ver la noticia de que por cada niño que habían asesinado se había pintado un cuadro como el que ella tenía en su salón. Ahora lo único que puedo hacer es esperar a que algún día suceda algo que cambie mi suerte, tal vez haciéndose justicia por lo que sucedió, para quizá de esa forma recuperar la vida que perdí.

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Durante la dictadura militar argentina (1976-1983) hubo 30000 personas desaparecidas de las cuales 500 eran niños, miles y miles de personas fueron asesinadas tras torturas y abusos, siendo enterradas en fosas como no identificados o sedados y arrojados al río dulce (Río de la plata). Muchos niños nacieron en el cautiverio de sus madres que fueron secuestradas embarazadas. Por testimonios de sobrevivientes, de médicos y de parteras, se sabe que las embarazadas secuestradas daban a luz amordazadas, con los ojos vendados, atadas de pies y manos, se les inducía el parto o se les practicaba cesáreas innecesarias. Luego del parto el bebé era separado de su madre y apropiado en la propia familia de los secuestradores, abandonados en casas de vecinos de los secuestrados o abandonados en orfanatos. Los que eran un poco mayores y podían conservar el recuerdo de sus familias eran separados inmediatamente de sus padres tras el secuestro y luego eran asesinados. Se tenía a las personas secuestradas por subversivas, y se creía que ésta condición se heredaba a través de la sangre, de padres a hijos. De todos esos niños sólo se han recuperado al día de hoy 86 jóvenes que ahora viven con sus verdaderos familiares. Aún hoy siguen sin ser juzgadas las personas que participaron de la dictadura torturando, matando y secuestrando personas inocentes.