viernes, 21 de noviembre de 2008

HAY QUE SABER DECIR QUE NO

La mañana amaneció tranquila para el inspector Juan Casado, o esa era la impresión que tenía. No había recibido ninguna llamada a medianoche, lo cual era bueno. Ningún caso urgente le esperaba sobre su mesa de trabajo. Hacía un día soleado, se sentía relajado y de buen humor. Se le ocurrió que estaría bien acercarse hasta la casa de su exmujer, aún era temprano y no habría marchado al trabajo, recogería a su hijo y le acompañaría al colegio, algo que pocas veces podía hacer. Con estos buenos propósitos se dirigía hacia el aparcamiento a recoger su coche cuando le sobresaltó el sonido de su teléfono. Arrugó la nariz y esperó lo peor. Se llevó el aparato al oído y escucho la voz de Daniel, su compañero de trabajo, que en tono impaciente le preguntaba
– ¿Por dónde andas?, tenemos un 180 y es urgente
- Había pensado en llevar mi hijo al colegio antes de pasar por comisaría -, comentó sin esperanza de que aquello fuera ya posible.
- Lo lamento amigo mio, parece un asunto grave, te envío la dirección al GPS de tu coche, allá nos vemos.
Se cortó la comunicación, cerró su teléfono y lo colocó en el bolsillo. Bien, otro día será se dijo a si mismo, mientras se apresuraba.

Llegó a la dirección indicada en menos de diez minutos, había muy poco tráfico a aquella hora de la mañana. Le extrañó no ver ningún coche de policía aparcado ante la puerta de la finca. Se trataba de un edificio viejo y descuidado que daba la impresión de estar abandonado. Las ventanas de los pisos estaban cerradas y por los excrementos de paloma acumulados, debía hacer mucho tiempo que nadie las abría. Aparcó en frente mismo de la puerta, bajó del coche y se dispuso a esperar la llegada de alguien más. No había pasado ni un minuto cuando oyó un estrépito que parecía venir del primer piso. Dudó por un momento que hacer. Empujo la puerta de la finca, que estaba abierta, y entró en el vestíbulo. A simple vista, se veía que el ascensor no funcionaba, el cuadro de mandos estaba colgando completamente destrozado. Se acercó hasta la escalera mirando hacia arriba por el hueco. Entonces fue cuando sonó un grito y ruido de pasos que provenía de la planta superior. Se puso en guardia, desenfundó su pistola y subió los escalones de dos en dos hasta llegar al primer rellano. Observó que la puerta de uno de los apartamentos estaba abierta, había sido destrozada. Sujeto con fuerza la pistola y se encaminó hacia el umbral mientras gritaba: - ¡Es la policía, quien hay aquí! nadie respondió. El interior se hallaba a oscuras, por un instante dudo de entrar. Buscó con la mano un interruptor en la pared y entonces fue cuando noto como alguien o algo le golpeaba y le hacía caer con fuerza contra una superficie blanda. Mientras braceaba intentando mantener el equilibrio escuchó un estampido breve y seco y a continuación perdió por completo el conocimiento.

Despertó sintiéndose confuso y desorientado. Estaba tumbado sobre una butaca sucia y destartalada, notaba como los muelles de la misma sobresalían por la tela y se le clavaban en la espalda. Le costaba moverse y pensar, su mente estaba envuelta en una densa niebla de la que parecía no poder escapar. Se encontraba en una habitación pequeña y mal iluminada. Una bombilla manchada de pintura que colgaba del techo era toda la luz que tenía, suficiente para darse cuenta de que no estaba solo. Allí en el suelo apenas a dos metros de donde se encontraba había el cuerpo de un hombre. Yacía inerte boca abajo, sobre un charco de sangre que le sobresalía del pecho y se extendía hasta casi llegarle a las rodillas, no había ninguna duda de que estaba muerto. Iba vestido con una sudadera de color azul marino y unos pantalones de lona negra. Calzaba zapatillas deportivas, una de las cuales estaba medio salida de su pie. Una capucha le cubría la cabeza y su mejilla izquierda estaba apoyada sobre una de sus manos. Daba la impresión como si en el momento final hubiera querido acomodarse antes de morir. “Dios, cuanta sangre puede haber en un cuerpo humano” atinó a murmurar al tiempo que tambaleándose se levantó del sillón y se puso en pie. Al incorporarse notó que un objeto pesado caía junto a sus pies. Miró hacia la sucia moqueta verde que cubría el suelo de toda la estancia y se percató de que era una pistola, la reconoció en el acto, pues era la suya. Se agachó y tras coger el arma y ponerla ante sus ojos su mente pareció despertar del letargo y en una fracción de segundo recordar todo lo ocurrido.

Mientras la consciencia se abría paso en su mente, se percató de lo delicado de su situación. Estaba allí solo en una lúgubre habitación de una finca abandonada. Había el cadáver de un desconocido allí frente a él. El arma que parecía haberle matado era la suya, aún con el cañón caliente, pero no recordaba haberla disparado. Su cerebro comenzó a pensar con rapidez, era raro que no hubiese llegado aún la policía, no era normal. Inmerso estaba en estos pensamientos cuando sonó el teléfono desde algún bolsillo de su chaqueta y le hizo dar un respingo pues sonaba muy fuerte en medio de aquel profundo silencio. Sin moverse ni un solo centímetro de donde se encontraba tomó el móvil, vio en la pantalla que la llamada era de Daniel. Respondió sin saber muy bien que decir, pero no le dejaron pasar de un
– Dime - antes de que desde el otro lado le espetaran
- Juan, ¿se puede saber dónde te has metido?… estamos ya todos aquí. - -- ¿Dónde? respondió él sorprendido.
- Donde va a ser… aquí en la calle Prim, si esta a cinco minutos de tu casa.
Se quedo sin saber que decir solo se le ocurrió
– Dame unos minutos y te cuento, y a continuación colgó.
Donde demonios estaba, que era aquel lugar, se repetía mientras salía del apartamento y bajaba por la escalera hasta la calle. Miró en una y otra dirección, no se veía a nadie. Abrió la puerta de su coche y se agacho para mirar la pantalla de su GPS. Allí en gruesas letras de color verde leyó la dirección que le había enviado Daniel. Era cierto estaba apenas a cinco minutos de su casa. Como había llegado pues hasta aquel lugar. Encendió un cigarrillo mientras intentaba calmarse y pensar.

Juan Casado era persona de carácter tranquilo poseía una mente fría y analítica que hasta la fecha le había sido muy útil para desempeñar su trabajo. En tantos años de servicio las había visto de todos los colores y siempre había sabido que hacer. Sus compañeros le apreciaban y se había ganado un merecido prestigio y autoridad moral dentro del departamento de policía. Todas estas virtudes profesionales no le habían sido muy útiles en su vida familiar. Dos divorcios en quince años daban el perfil de alguien que no sabía compaginar su trabajo con el matrimonio. Pero, eso si, había tenido un hijo con su segunda esposa al que adoraba. Un niño que ahora tenía 8 años y a quien intentaba ver siempre que podía y su trabajo se lo permitía. Su exmujer nunca le había puesto problema alguno, su relación seguía siendo amistosa, en el fondo se seguían queriendo, pero ambos eran conscientes de la imposibilidad de llevar una vida familiar normal. Ahora de pie en aquella solitaria y desconocida calle pensó en su hijo. No sabía explicar porque pero la imagen del niño le vino a la mente con fuerza y una claridad deslumbrante.

Volvió a centrarse en la citación, tomo el teléfono y marco el número de su compañero. No ocurrió nada, era como si no hubiera cobertura. Miró a su alrededor, estaba solo en la acera, no parecía que hubiese un alma. Probó de llamar alguna de las puertas de las fincas colindantes, pero o no había nadie o es que nadie quería abrirle. Al final tomó una decisión. Tenía que salir de allí, buscar a sus colegas, contarles todo lo que había ocurrido y regresar de nuevo con un equipo con el que poder procesar los hechos y averiguar que es lo que había sucedido. Se subió a su coche, arrancó y enfiló la calzada hasta el primer cruce. Giro a la derecha y tomo la primera calle en dirección hacía lo que parecía una avenida principal. Durante unos minutos condujo por calles desiertas y ruinosas, que no recordaba haber visto jamás. Donde estaba..., de pronto se sorprendió parado en el mismo lugar del que había salido hacia escasos minutos. Soltó una maldición y volvió a consultar el GPS.. - maldito trasto.... te estas burlando de mi- Desconecto el instrumento y volvió a darle al contacto, esta vez iba a guiarse por su sentido de orientación. Tomo otra vez la calle en sentido contrario y al llegar a un cruce esta vez giró a la izquierda, continuó en línea recta durante un par de calles y volvió a girar a la izquierda. Miraba fijamente por si podía ver algo que significase una salida de aquel siniestro lugar. Tomo por una avenida que le pareció no haber visto hasta entonces pero solo entrar en ella se quedo helado, ante su mirada desesperada aparecía otra vez aquel portal oscuro y destartalado del cual parecía no poderse alejar.

Permaneció sentado allí dentro del coche, sus manos sujetando con fuerza el volante, la mirada perdida en algún punto de aquel siniestro horizonte. Sus pensamientos volvieron a focalizarse en su hijo. Vio el día de su nacimiento, el momento en que lo tuvo en sus manos, sucio aún de la placenta de su madre, los ojos cerrados y la boca abierta esforzándose por llorar. Recordó como su carita se iluminaba con una sonrisa cuando le iba a buscar o se lo llevaba de paseo. - Dios.. que me está pasando -. Movió la cabeza con fuerza intentado disipar sus miedos. Una certeza se iba abriendo camino dentro suyo. Abrió la puerta y bajo del coche. Había tomado una decisión, la respuesta a todo aquello estaba allí arriba, en aquella habitación, aquel lugar del que parecía no poder separarse. Allí debía de regresar. Entro en el edificio y su silueta se fue difuminando en la oscuridad.

La prensa y la televisión de aquel jueves amaneció con la noticia de la muerte del inspector Juan Casado por causa de los disparos recibidos cuando iba a detener a unos delincuentes, uno de los cuales fue abatido en el mismo momento por el policía. Sus compañeros que llegaron poco después que él al lugar de lo hechos, le encontraron ya cadáver. Según explicaron a los periodistas, había quedado caído sobre un sillón tras recibir el impacto de una bala. A pocos metros suyos, tumbado en el suelo, el cadáver del delincuente yacía sobre un charco de sangre. El sargento Daniel Cabezas compañero y amigo del inspector explicó, aun profundamente consternado, que cuando llegaron a la dirección, vieron el coche de Casado y ni rastro suyo, les pareció extraño y por ello le llamó a su teléfono . No podía sacarse de la cabeza las últimas palabras que le oyó decir cuando seguramente agonizaba a pocos metros de ellos. – Dame unos minutos Daniel, y te cuento-

Juan Solsona

1 comentario:

Sarasvāti dijo...

Me encanta este relato, me mantuvo enganchada hasta lo último, buen juego de palabras y ritmo. Felicidades Juan