miércoles, 24 de febrero de 2010

Las Matrioskas


Todo comenzó con unas muñecas rusas, de esas que se abren en dos y se van metiendo una dentro de otra. El estaba en el anticuario cuando ella entró, la vio radiante, ella preguntó si tenían matrioskas, a lo que el vendedor respondió que sí, el hombre, alto y con un bigote que daba el aspecto de no haber sido afeitado en décadas, sacó de un cajón una muñeca enorme de madera y la dividió en dos y de ésta salió otra, y así repitió la operación siete veces. Ella sonrió al verlas y le solicitó al hombre que las envolviese tras pagarlas. Juan, que estaba observando en la distancia la belleza de esa mujer metida en un vestido rojo de tafetán se acercó y le dijo:- son unas muñecas muy bonitas y originales, casi tanto como usted, déjeme pagarlas, por favor, me gustaría que sean un regalo de mi parte.-. Ella lo miró sorprendida por un segundo, y al siguiente asintió con la cabeza. Esa misma tarde se besaron tras un café y media hora de conversación. Ella se llamaba Isabela y según lo que Juan creía, era la mujer más preciosa y dulce que nunca había visto. Claro que luego de casarse y tras dos años de convivencia, a pesar de opinar lo mismo sobre su belleza, ya no pensaba igual acerca de su dulzura. Eran raras las ocasiones en que Isabela le brindaba un gesto de cariño, pero Juan jamás se rendía, cuanto más rechazo sentía ella por Juan, él más se empeñaba en adorarla. Juan tenía una pequeña tienda de filatelia en la calle principal del pueblo donde vivían juntos. Isabela se dedicaba a ser mujer, y según su definición ésto consistía en mantenerse guapa y poner cosas inútiles pero decorativas en la casa, además de cuidar del jardín y preparar exóticas recetas que conseguía en libros que hablaban de sitios que jamás había siquiera pisado.
Una noche tras llegar del trabajo, Juan se acercó a Isabela y la cogió por la cintura, ella asintió el gesto cogiéndole los brazos y pegando su espalda a él, luego de varios meses vacíos al fin, hicieron el amor, como dos adolescentes, como si estuvieran unidos y compenetrados como pareja, esa fue la primera vez que Juan sintió que abría a su muñeca rusa de carne y hueso, y de ella salía otra, más buena, más dulce, más humana. Al día siguiente esa muñeca que Juan había descubierto la noche anterior dentro de su mujer ya se había metido de nuevo en el cuerpo frío de Isabela, y así volvió a ver al gran estuche de madera en lugar de a su dulce muñequita. Un día después Juan intentó lo mismo, pero ésta vez Isabela lo apartó de su cintura para luego decirle:- Querido, yo no te necesito, te deseo sólo por momentos, pero a pesar de ello tú te quedas a mi lado, ¿quieres saber el por qué? Te lo explicaré, mi piel es para ti como el sol para las flores, no podrás vivir nunca sin ella, incluso después de muerto me buscarás para tocarme, mi naturaleza está en que tú no eres la única flor que debo cuidar, mi deber es como el del sol, debo iluminar a todas las criaturas, ya que incluso sin saberlo todas dependen de mí, ámame si quieres, yo no me iré de tu lado, pero acepta mi naturaleza o te marchitarás pétalo a pétalo.- Tras ello, Isabela dejó la habitación y se fue a leer tranquilamente, como si lo hubiese besado en la frente, con una paz tal, que incluso Juan se sintió bien tras esas palabras.
Juan todas las mañanas se iba a trabajar tranquilo, casi vencido podría decirse, pero en el fondo feliz de saber que al regresar a casa tendría a su ave salvaje encerrada entre las cuatro paredes del salón, sentada silenciosa, casi invisible allí.
Una noche tras un día más de trabajo en la tienda, Juan regresó a casa pensando su táctica para volver a tocar a su mujer, su sorpresa fue que al entrar al salón Isabela no estaba, la buscó por la biblioteca, la cocina, el jardín y la habitación, pero luego de un rato de buscar en vano, supo que ella no estaba allí. Cenó tranquilo, como un perro que espera a su dueño en casa, sin rencor, sin amargura, pero él no era un perro y en el fondo tenía un deseo insoportable de romper a patadas alguna cosa. Miró en el estante que estaba sobre la chimenea, y vio a las muñecas que una tarde de otoño le había comprado en un anticuario “su primer capricho” pensó, Juan siempre había pensado en Isabela como en esas muñecas, sabía que dentro de sí guardaba muchas otras personas, pero él no lograba conocer más que a la que estaba en la parte superficial, y también la conocía como si fuese un trozo de madera pintado, porque jamás conoció lo que ella sentía o tenía en el alma.
Tras un par de largas horas, salió de casa en busca de algún bar, necesitaba beber algo fuera de ese hogar que tanto daño le hacía si ella no estaba en él. Tras conducir unos minutos encontró un sitio idóneo para lo que deseaba y entró a un burdel. Pidió un whisky doble y una puta con aspecto de muñeca inflable se lo trajo a la mesa. El intentó hablar con la mujer, pero ella sólo se insinuaba desplegando para ello todas las tácticas que conocía, mover el culo, tocarse las tetas, echarle humo en la cara, Juan desistió y al rato estaba follando con ella en un catre que tenía el poster de una virgen pegado a la cabecera. Al terminar se sintió vacío de hombría, le arrojó a la mujer unos billetes se vistió y salió. Caminó un buen rato llorando y con la boca seca, fumaba un cigarro detrás de otro, se sentía un despojo humano. Paró en medio de un puente de piedra no muy alto que tenía un río pasando por debajo, dicho así suena bonito, pero el lugar era macabro, una carretera pasaba cerca, y el río estaba lleno de piedras afiladas además de estar sucio. Pensó en tirarse para abajo y en que con suerte se partiría en dos la cabeza, pero tampoco para ésto tuvo agallas. En un ataque de ira comenzó a darle golpes con el puño cerrado al puente de piedra, con lo que sólo consiguió destrozarse la mano derecha. Tras ésto regresó al coche.
Al llegar a casa ella estaba allí, lo miró despectiva, él ni siquiera se atrevió a preguntar dónde había estado, a ella no le importaba lo que él había hecho, así que tras un silencio Juan se fue a la ducha, y ella a leer.
Así pasaron los meses, cada vez ella faltaba más en casa a la hora en que Juan regresaba del trabajo, y aún más seguido él se dirigía al burdel a buscar a Lourdes, la puta de aquella primera vez, estando sólo con una puta y no con muchas, él sentía que no estaba tan sucio como en realidad consideraba que estaba.
Algunas noches Juan e Isabela hacían el amor de una forma tan romántica y pasional que él olvidaba que su vida era un agujero negro, y ella sonreía como si fuese la primera vez.
Un día Juan volvió antes a casa y vio a Isabela en el jardín haciendo el amor con otro hombre, algo que realmente no lo sorprendió, claro está, pero se puso furioso, tan furioso que se fue al burdel a buscar otra puta, una distinta. Isabela nunca supo que él la había visto, pero claro, tampoco le importaba demasiado según parecía.
Después de un tiempo de ésto, Juan comenzó a usar la violencia con sus putas del burdel, con lo que se ganó una buena paliza de parte de los chulos junto a una invitación de no regresar nunca. Ese fue el día en que Juan perdió los estribos. Regresó a casa y encontró a Isabela sentada en el sofá, ella al verlo destrozado y con la cara llena de sangre, se levantó cariñosa y lo abrazó, Juan sintió tanto amor que fue como si todas sus penas se borrasen de golpe. Se bañaron juntos y ella le sanó las heridas luego. Tras ésto, lo besó, llorando, abrazándolo, acariciándole el pelo, Juan estaba como en en el edén, se sentía liberado y puro de nuevo, se fueron a la cama a hacer el amor, Juan fue observando como durante esa noche una tras unas las matrioskas se abrían y dejaban salir a una Isabela nueva y mejor que la anterior, siete veces hicieron el amor, hasta que Juan observó a la última muñeca rusa salir del cuerpo de Isabela, cuando ella estaba tumbada notó como había conseguido lo que siempre había deseado, tener a sus siete muñecas en una, en el cuerpo de Isabela, ya la conocía por completo, entonces fue cuando se desencantó, la abrazó fuerte, la abrazó y la besó como si fuese la última vez, y de hecho así era, mientras la abrazaba y la penetraba, se sentía poderoso, sus siete muñecas de Isabela entre sus manos, el cuello de Isabela entre sus manos, la boca de Isabela en su boca, la sangre de los labios de Isabela entre sus dientes, comenzó a morderla, a arrancarle la piel de muñeca a tiras, no quería que nunca pudiese volver a armarse en la muñeca grande que tanto daño le hacía, la estranguló lentamente mientras la penetraba la estranguló hasta que sus ojos se pusieron morados y luego saltones y luego más morados aún, la mordió hasta que de su boca sólo quedaban unas encías sin labios y unos dientes rojos bajo la sangre, la estranguló hasta que su piel se puso azul, hasta que su cuerpo estuvo helado, hasta que él eyaculó por primera vez sólo pensando en su propio placer. Al terminar se levantó histérico, se levantó radiante, lleno de sangre su cuerpo que se separaba del cuerpo de una muñeca que nunca debería haber cobrado vida, el cuerpo de Isabela era ahora algo retorcido y frío que yacía con cara de horror en la cama, un cuerpo sin boca y sin ojos, un cuerpo vacío de muñeca rusa.
Juan se bañó, se vistió, cogió las llaves del coche, y se fue del pueblo para no volver jamás.

Dios Todo Lo Ve


En aquella época mis padres tironeaban de mí, como en muchos casos de niños cuando sus progenitores se han divorciado.
El día que descubrí la verdad sobre la sociedad en que vivo era domingo y estaba con mi madre.
-Venga vístete o llegaremos tarde a la iglesia.- me dijo intentando ser paciente. A los dos minutos estaba terminando de vestirme en el asiento de atrás mientras ella maldecía a cada coche que se le cruzaba por el camino. El reverendo Martinez Salvá estaba como siempre parado en la entrada con su túnica negra, su barba rubia, su cara bondadosa y sus gafas sonriéndole a todo el mundo. “Buenos días Mónica, veo que ha venido con su retoño” dijo despeinándome con una caricia, por lo bajo me soltó, “como hoy no te comportes terminas de nuevo sentado con las hermanas gordas de la semana pasada en el oratorio”. La misa avanzaba mientras nos hablaba a todos de lo bonito que era ser bueno con nuestro prójimo y de cómo Jesús había estado cantidad de tiempo en el desierto, había cargado una cruz, lo habían clavado a la cruz, había resucitado y caminado sobre el agua. Ese tío era un jodido super héroe, aunque con todos sus poderes nunca entendí por qué no aplastó a los romanos y salió volando con su madre virgen bajo un brazo y sus doce apóstoles en la espalda. Mi madre no estuvo muy de acuerdo con mi comentario, y tras darme un golpe en la nuca me exigió que me ponga de rodillas como hacía todo el mundo, mientras el sacerdote levantaba la copa de oro y se mandaba varios tragos de vino. Lo que menos soportaba de ese sitio era el coro que dirigía la mujer de pelo anaranjado, siempre desafinaban y cantaban las mismas canciones, en ese momento tocaba “den al señor sus alabanzas, denle poder honor y gloria, a una voz, canten un himno al señor”.
Yo no podía comer el pan mojado en vino, que en realidad era un pedazo de cuerpo del super héroe, porque aún no tenía hecha la comunión.
Ese día nos contó el padre Salvá que Jesús sabía que lo iban a traicionar, ese tipo Judas se había vendido a los malos, pero que Cristo le perdonaría y que por él y todos nosotros se iba a dejar clavar a una cruz como un cuadro a la pared. Tenía dos cojones ese tal Jesús.
Al salir de misa el padre Martinez Salvá me llamó a hablar con él y me preguntó nuevamente que si me apetecía tomar la comunión ¡¡joder y si me apetecía!!, tras las amenazas de mi madre de quitarme la play si no lo hacía, incluso me dajaba clavar a una cruz también. Respondí que sí con una sonrisa y al viernes siguiente estaba metido en un grupo de catequesis cuya profesora se escandalizaba frente a todas y cada una de mis preguntas. Tiempos difíciles para un curioso. O sea que tras conocer en clases de religión que Dios me observaba todo el tiempo, en todas partes, que era invisible y que me juzgaría, salí acojonadísimo y me fui a casa de mi padre que vivía muy cerca.
Mi padre, en cambio, seguía otro tipo de religión, al menos eran más enrollados y tenían espectáculos molones en escena. Ibamos a la Iglesia evangelista brasileña “Cristo Vive”, aquí el panorama era diferente, y también me tocaba ir los domingos, sólo que los domingos que no estaba con mi madre. Pensando en todo aquello pasé el viernes y el sábado, además de que ese día fuimos a visitar a mis tías, que me hicieron comer como si no existiese un mañana mientras me hacían todo tipo de preguntan sobre mi madre, al tiempo que la criticaban tratando de ser sutiles, hasta que al fin mi padre dijo que nos íbamos a casa. Mis tías eran agnósticas, y cuando le pregunté en casa a mi padre qué significaba eso me dijo:- que irán al infierno por no creer en nuestro señor.- Con lo cual me acojoné más y pensé que en ese momento el tío invisible me estaba mirando, y de que seguramente se había dado cuenta del pedo que me había rajado, joder con lo cotilla que era éste tío.
Lo mejor llegó el domingo cuando fuimos a la iglesia “Cristo Vive”. El pastor Sebastián estaba en un escenario tope de luminoso mientras el coro excitadísimo cantaba en portugués moviendo el culo y las manos como si estuviesen en carnaval, era genial. En el lugar había muchísima gente que levantaba las manos y el pastor casi siempre escogía personas ancianas, enfermas o con discapacidades físicas para que suban junto a él, a pesar de que siempre levanté la mano nunca tuve tanta suerte. Esta vez eligió a un hombre en silla de ruedas, jo macho, que fuerte me pareció lo que sucedió después, el padre Sebastián comenzó a preguntarle a voces:- ¡¿puedes curarte???!- a lo que el paralítico respondía:- ¡Puedo!- Luego el pastor al público:- ¡Con el amor de Cristo podrá!- La gente enloquecía tras repetir dos o tres veces ésta situación. Lo chungo fue cuando le quitaron la silla de ruedas, el hombre cayó al suelo como una bolsa de patatas, a su vez todos gritaban a voces “Cristo ayúdale, Cristo cúrale” y el pastor Sebastián le cogía la cabeza y con los ojos cerrados empujaba hacia adelante y atrás con las dos manos como meneándole las ideas. Tras unos minutos de yacer en el suelo temblando mientras todos gritaban el hombre se levantó haciendo que todos griten aún más y el coro enloquezca. Mi padre movía todo su cuerpo histérico, y parecía que cada uno de sus miembros tuviese vida propia moviéndose hacia donde más le apetecía. Joder si era poderoso ese tal Cristo. Decidí entonces no decir más joder, no vaya a ser que su padre invisible me estuviese mirando en ese momento.
Al llegar a casa de mi madre tras tan brutal fin de semana encontré en el sofá un culo blanco y peludo que parecía pertenecer a un tío, pero de él no veía más que eso y las piernas de quien parecía ser mi madre en sus hombros, además de que entre sus tetas había un tío más, cual fue mi sorpresa al cerrar la puerta que el tío del culo blanco y peludo era el sacerdote Martínez, que se puso más pálido que de costumbre al verme. En cinco minutos todos estaban vestidos y en la mesa junto a mí, resulta ser que el tío que tenía la cara en las tetas de mi madre era nada menos que uno de los monaguillos, me explicaron que lo sucedido no tenía importancia y que a veces la gente se equivocaba, y que ellos evidentemente habían sido tentados por satanás. Tras ésto me enviaron a mi habitación.
Pasó la semana y yo iba cada vez más veces a clase de catequesis, el ángel de la guarda, que me cuidaría en teoría, también iba pegado a mí observándome, hay que joderse porque era un enviado del tío invisible, estaba chunga la cosa para liarla: Dios tenía espías y todos eran invisibles como él. Controlaban todo, que cumpla los 10 mandamientos, que no comenta pecados, que haga caso a mi madre, que rece, que me disculpe ante ellos... sí, habría que ir con cuidado porque sino al infierno de una, sin más.
Una semana después me encuentro al tío paralítico de la iglesia de mi padre pidiendo limosna a la salida de mi escuela, estaba ciego, hay que ver la que le cayó por dejar la silla de ruedas, a ver si había suerte y el pastor Sebastián lo curaba de nuevo, aunque visto lo visto igual no le convenía. Cuando volvimos a la iglesia “Cristo vive” el pastor explicó con un sobre en la mano que debían poner su aportación a Dios dentro y que su plegaria llegaría al cielo. Básicamente era más rápida y efectiva la solución cuanto más alta la aportación, parecía justo. Pero cuando mi padre dijo que no quería aportar porque ya no tenía dinero, la iglesia, el pastor y el coro incluido lo invitaron a retirarse. Así mi padre los mandó a la mierda y se tiró al alcohol.
Unos nueve meses después mi madre tuvo un hijo que provocó bastante escándalo mediático, además de la expulsión del padre Martinez Salvá de la santa iglesia católica apostólica romana.
A día de hoy voy con algo de cuidado por si es cierto que el tío invisible me sigue observando, y todavía no entiendo como éste súper héroe llamado Cristo puede tener tantas sucursales y una iglesia con el nombre de los romanos que son quienes lo asesinaron. A ver si al final es verdad que el infierno está en la tierra como dice mi profesor de literatura cada vez que se cabrea por algo. Al menos dejé de seguir yendo a clases de catequesis y pude volver practicar fútbol los viernes.