domingo, 26 de septiembre de 2010

La niña y sus zapatitos rojos

La niña, que ya no es tan niña, ha perdido sus zapatitos rojos*. Alguien le pregunta dónde están, pero la niña no puede recordar cuándo ni cómo ocurrió. ¿Cuál habrá sido el inicio de todo? ¿Dónde encontrarlo si todo es tan abrumadoramente cíclico?
Ella sólo sabe que todo fue demasiado deprisa. Hace frío. Mucho frío. La niña está temblando. La nieve estaba por todas partes y ella sólo corría, sólo podía correr para escapar. Escapar de ella, escapar de él, escapar del miedo. La gente está muerta, se decía, sólo veo muertos. El fuego me persigue, no quiero quemarme. Corría y corría por ese mundo inerte. Las llamas brillan agresivas en la oscuridad. Los gritos desesperados de familias enteras me golpean los tímpanos. Déjenme salir. Hay demasiado ruido. Demasiado sufrimiento.
Ahí me tienen encerrada y me violan y me golpean. La niña tiene violetas y escarlatas en su tez escuálida y cadavérica. Su vestido blanco está roto, mordazmente roto. La niña tiene frío, grita que la dejen salir. Vomita.
Allá ayudo a mi pueblo y rezo a los dioses para que la cosecha no se eche a perder. Se va y vuelve y vuelve a irse. Corre, se decía a sí misma, corre. Tengo frío, déjenme salir. Me duele.
Ahí me están embalsamando; alguien logró, otra vez, su cometido. Demasiado frío. Tiembla.
El aliento apenas ya la sostenía, las fuerzas amenazaban con abandonarla, pero seguía corriendo, sin mirar atrás, escapando del miedo, huyendo de ella y de él. El pueblo, apenas despierto, pasaba por su lado como si fuera un escenario teatral. “Pide ayuda”, le susurró alguien, pero ella no podía parar (¿huía de la vida? ¿De sus semejantes?).
Sus pies, vestidos de rojo charol, parecían ir solos, como si tuvieran voluntad propia. La niña está empapada en sudor, completamente rígida. Tiembla y convulsiona. Otra vez, el vértigo. "¡Déjenme salir!". Vuelven los escalofríos. "No quiero volver al precipicio". Sigue temblando. Más mantas. Cierro los ojos y, el estómago, que me da un vuelco, me empuja hacia abajo. Me caigo; me siento como Alicia mientras sucumbía hacia el subterráneo. Todo va demasiado deprisa. Todo está muy oscuro. "¡Paren, paren!".
El rimel negro dibujaba líneas aguadas e irregulares hasta su cuello, como pequeños riachuelos algo sucios. Otra vez, vomita; los miedos salen propulsados como si fueran un obús.
Ahora, la niña, ya no puede correr más. Ha perdido sus zapatitos. “¿Dónde están tus zapatitos rojos?” El camino, desdibujado; la niña, agotada. Déjenme salir, tengo frío, tanto frío…
“Paren el mundo, quiero bajarme”.
Descansa. Recuperarás tus zapatitos.
*A quién le interese indagar en el mundo de los símbolos, buscar zapatos rojos. Si bien hay varias interpretaciones acerca de ellos, recomiendo especialmente el cuento de la doctora Clarissa Pinkola Estés. Ella los asocia con el poder, que es, asimismo, el sentido con el que he escrito este relato.

miércoles, 18 de agosto de 2010

GUSANO


Te voy a contar cómo es la historia. La historia es puta, como la vida. De hecho la historia es diferente según con quién te acuestes. Fóllate a un líder y será de una manera. Fóllate a una zorra esquinera y será de otra. Si te trincas a un cubano o a un yanki. Si le das por culo a una mujer o a un menda. Y más aun si te enamoras de quien te follas. Más aun si te falta personalidad, si eres un gusano más. La historia te la cuentan, la lees, la ves en la caja tonta. Te ceban con un montón de mierda que convenga según el régimen político, el orden social y toda su puta madre. La historia es una puta de conveniencia. Siempre sabrás lo que has de saber y poco más. Pura fantasía. Esos libros que lees sobre naves espaciales, imperios de alienígenas rojos, viajes al centro de la tierra, elfos, orcos, goblins y la madre que les parió solo se diferencian con los libros de historia en que no ha convenido darles veracidad, aun son fantasía, por ahora. Cuando convenga nos contarán como el pequeño Frodo y su compañía de amorfas criaturas de la jodida Tierra Media nos salvó en el pasado de unos malos, malísimos monstruos homosexuales, comunistas, judíos e hijos de la gran puta y que gracias a ellos se consolidó la democracia en el mundo. La fantasía hecha realidad, hecha historia. Esto pasa constantemente y si crees que es una puta mentira te aconsejo que vayas al viejo almacén de libros y eches un ojo a uno llamado La Biblia, a un rollo llamado El Corán, otro llamado La Torá, otro libro llamado el Manifiesto Comunista…

Los maricas dirán que siempre estuvieron ahí, dando por culo. Los negros dirán que no son monos y los blancos que evolucionaron más que los monos negros. Los amarillos dirán que en el pasado tenían la polla gigantesca. Los cristianos han conocido a Dios y a su puta madre, la Virgen María. Los sionistas reclamarán la tierra santa vietnamita y los nazis resurgirán en Nueva Zelanda, de donde Hitler realmente procedía.

No es tanto un ejercicio de creatividad si no de repetición, repetición, repetición, repetición, repetición… No se si me pillas. Si repites algo las suficientes veces todo dios se acabará creyendo tu mierda. Hay que repetirlo más que el ajo, hay que decirlo, gritarlo, escribirlo, insinuarlo hasta en la sopa de los gusanos a los que quieres dar la Verdad, la historia verdadera. Un buen bombardeo de mierda fantástica en las calles, en los periódicos, en los teatros, en la comida, en las pollas que te comas, en el colegio de curas donde comas esas pollas, en tu casa… Eso te asegurará una buena credibilidad de la historia que cuentes o te cuenten.

Los alienígenas construyeron las pirámides, el propio gobierno yanki tiró las torres gemelas, Jesús era un marciano, al Titanic lo hundió un submarino soviético, la Atlántida se hundió y perdió por culpa de los pecados de sus habitantes, el viaje a la luna del 69 lo filmaron en los estudios de Holywood. Si te crees esto eres un gusano más. Los esclavos judíos construyeron las pirámides, Bin Laden derribó las Torres Gemelas de Nueva York, Jesús nació de una Virgen en Belén, El insumergible Titanic chocó con un iceberg en el Ártico, la Atlántida nunca existió y Neil Amstrong dio un pequeño paso que tan grande fue para la humanidad, sobre todo la humanidad capitalista frente a la otra socialista. Si te crees esto otro eres un gusano más.

Y si no has entendido una puta mierda de lo que te he contado eres un jodido gusano más.

No te preocupes. Los gusanos también tienen su utilidad. En el mundo real éstos remueven la tierra, la airean y la nutren, dándole vida a las plantas de la superficie. Los animales de la superficie comerán esas plantas, se comerán entre ellos y si les queda hambre, se comerán a los gusanos.

Si eres un gusano, quiero que sepas que servirás para bien o para mal, según la puta que te la chupe. Tu vida tendrá un sentido u otro según el maromo que te penetre el ano. No te cases con nadie gusano, pronto te habrás de divorciar o servir de comida a un animal superior.

Gusano. No te digo pedazo de mierda porque te digo gusano. Y no te estoy contando la historia si no cómo es la historia. Una zorra que te jode por unas moneditas.


Si no eres un gusano ya me habrás calao. Sabrás que digo verdades como puños y que hay que luchar por nuestra causa. Ármate y ven a pelear por la justicia, camarada.

Confírmame que eres un gusano, entonces bájate los pantalones y únete a mi lucha…


LORD DAVIES

Fink Davies es un personaje curioso. De Earl Shilton, una pequeña población de la campiña inglesa, nació en el seno de una familia de granjeros el 28 de diciembre de 1945, justo después de la guerra. Su localidad no se vió afectada negativamente por la guerra, en todo caso había crecido económicamente gracias a la abundancia de alimentos que ahí había y la gran demanda y altos precios que había en los mercados negros Londinenses. La familia Davies, cuando acabó la guerra, era desorbitadamente rica. Pero de tradición austera y simple nunca ostentaron de tener mucho y se dedicaron a criar a su hijo, Fink, y a vivir cómodamente. Fink ya era lo opuesto a sus padres de niño. Quizás demasiado mimado por ellos, quiso ser el protagonista del pueblo desde el día cero aplaudiéndose a sí mismo nada más salir del útero de su madre.

Comenzó a escribir de muy joven únicamente porque los demás niños solo se dedicaban a dibujar y Fink quería destacar sobre los demás. Pronto ganó su primer concurso literario, a los siete años con esta poesía:

El hombre negro es esclavo,

trabaja para el hombre blanco,

porque el negro es más bravo

y el blanco parece manco.

El negro no se lava,

solo cava,

más profundo,

su camino al otro mundo.

El blanco engorda y mira,

con tremenda tiranía

como el negro va muriendo

mientras él sigue comiendo.

La poesía hablaba sobre las duras condiciones de vida de el minero, el hombre negro cubierto de hollín, frente a su patrón en su condado, el hombre blanco limpio y obeso. Fink se sentía muy sensibilizado por esa gente triste y sucia y le daba rabia que sus jefes ( amigos de sus padres que venían a menudo a comer a casa), que no daban palo al agua, se ponían gordos a su costa. La poesía hizo al pequeño Fink muy famoso en el pueblo y en los ambientes obreros de todo el país. La poesía en sí fue muy utilizada en la época como propaganda para los sindicatos mineros. Curioso comienzo para un niño que en la adolescencia ya no se caracterizaría por su espíritu obrero y social si no más bien por todo lo contrario. Sus padres llevaban ya enfermos varios años. Fink Davies les relevó con tan solo 17 años en su labor de administradores de la gran riqueza familiar. Riqueza que el joven Fink hasta entonces no sabía que poseían. No tardo ni un més en empezar la construcción de una mansión. Compro un coche de lujo, caballos árabes. Las mejores escopetas y perros para salir de caza. Contrató criados de primera linea y se hizo diseñar un gran jardín de espectacular belleza. Sus padres murieron justo el día que se mudaron a la nueva mansión, cuando Fink tenía veinte años. Fue apodado Lord Davies popularmente por sus conexiones con la nobleza y familia Real inglesa. En estos escasos tres años había convertido su vida en un gran ritual de ostentación y excentricidad. El Dalí de los Midlands, le decían algunos por sus rarezas y apariciones extrañas en televisión o las pomposas fiestas que celebraba en su mansión de Earl Shilton.

Nunca dejó de escribir. Él decía que era su gran pasión. Pero ahora se dedicaba a fantasear con cazas del zorro mágicas, monterías sobre tanques, grandes partidos de tenis submarino y cosas similares. Sus opositores, primordialmente los mineros de todo el país, pasaron de amarle a odiarle por haber cambiado su postura de semejante manera, hicieron lo posible desde ese momento para ridiculizarle. Publicaron y distribuyeron copias de un escrito que Lord Davies había creado en su infancia.


Su sabor me recuerda al del chicle. Al chicle que siempre tira envuelto en un papelito a la papelera la señora Pickles cuando entra en clase. Todos sabemos que es porque se fuma un cigarrillo antes de cada clase y le huele el aliento a tabaco y se cree que con el chicle lo disimula. El olor de su aliento solo cambia. A mi me recuerda un poco al olor del aliento de la abuela, que le decía al abuelo que no fumaba y lo disimulaba con esos mismos chicles de fresa. El olor no es ni de tabaco ni de la fresa. Más bien el de un estofado de cerdo. Y a mi me encanta el estofado de cerdo. Me pregunté a que sabría un chicle de estofado de cerdo. Un día me quedé en clase el último y cuando nadie miraba saqué la bolita de papel de la papelera y la abrí. Tenía la forma de una cagada de paloma. Me lo metí en la boca. Estaba frío y duro pero mezclándolo bien con mucha saliva y mordiendo con fuerza acabó por ablandarse y a liberar los jugos de ese gran sabor, el estofado de cerdo. Desde entonces estoy adicto a esos chicles y tengo muchísimas ganas de ser mayor y poder fumar para experimentar con nuevos y deliciosos sabores. Mientras tanto he descubierto otro nuevo sabor. Bueno en realidad no, ya he dicho que su sabor me recuerda a los chicles de la señora Pickles. Gracias al Reverendo Sam, me ha enseñado que mis obligaciones ante Dios no solo han de ser cosas malas o aburridas. Esta semana ha sido la primera vez pero dice que si quiero lo podemos hacer todas las semanas. No se lo puedo contar a nadie, es entre Dios, él y yo. Chuparle el pito me gusta por el sabor. El del estofado de cerdo. Pero no sé cuánto durará el sabor. En los chicles solo dura un rato. Está claro que el sabor de la pilila del reverendo se acabará agotando. No puedo hacer la prueba conmigo porque no llego. Quizás cuando se le agote el sabor puedo preguntarle a Steve Atkins que me deje probar el suyo. Este sabor crea adicción. Quizás el té y el café saben a lo mismo y por eso lo toman tanto los adultos. Es posible.

Pero hay una cosa que no me gusta del sabor del pito del reverendo. Me recuerda a cuando Steve Atkins trajo un pastel de chocolate al cole por su cumple y me dio a probar. “¡Sabe a mierda!” , le dije. El me contestó, “¿Cómo lo sabes si no has probado la mierda?”. Entonces la probé. Y yo tenía razón, sabía a mierda. Y a eso me recuerda un poquito el pito del Reverendo Sam, sobre todo en el sabor que te deja después.


Lord Davies 1955.


Con su publicación no consiguieron más que hacerle más famoso y excéntrico. Después de su publicación se limitó a decir que escribía lo que hacía su amigo Steve Atkins, “un maricón sin solución”, le llamó.

Ha publicado varias novelas, entre ellas Como cazar un venado con un tanque (su primera novela), Wimbledon bajo el mar, campeones y calamares (que ganó el premio de mejor novela de ciencia ficción de Inglaterra 1960), Los zorros, las hadas y otros monstruos del bosque (cuento fantastico sobre la caza del zorro), El canto de la matanza (homenaje al estofado de cerdo) y Criquet para cazadores ( una novela en el que los jugadores de criquet no solo llevan bates si no también rifles y escopetas).

Actualmente sigue vivo junto a su diva Maggie Porkins, Porky, como le llama él y sus setenta criados en su mansión de Earl Shilton. En la vejez no ha perdido su excentricidad. Sigue escribiendo y haciendo actos en favor de la caza del zorro y la iglesia cristiana a la que siempre amó y demostró su fe y devoción, sabores aparte.


viernes, 9 de abril de 2010

Todo esto empieza cuándo termina la vida

De repente te encuentras en ese sitio oscuro, con escasas bombillas antiguas que cuelgan de unas paredes castigadas, con toda esa gente vestida de azul; el tempo es abrumadoramente acelerado, están sudando, empapados en agua. Yo estoy seca, completamente vacía, como evaporada. Hay infinidad de máquinas, de todo tipo, con múltiples conexiones entre ellas. Se ven rojos, verdes, amarillos y azules metálicos circulando entre ellas a modo de venas; circula rápidamente, a bandadas. Muchos de los hombres de azul están frente a una de esas máquinas totalmente absortos e idos, manejando sus dedos como queriendo alcanzar la velocidad de la luz. El ambiente es subterráneo. Me levanto y empiezo a correr por ese enorme espacio lleno de escaleras y pasadizos; arriba y abajo, sin parar, no puedo parar, mi cuerpo va solo, y yo no entiendo nada, sólo corro y corro al son del lugar, sin darme cuenta de que no llego a ninguna parte. Todo está en funcionamiento, ellos en sus puestos, corriendo, acelerados, conectados a esas máquinas, a esa velocidad inherente. Y yo sigo corriendo, como embriagada por la necesidad de funcionar también. Nadie sufre de pura ni dura actividad mental. Inexistente. Nadie habla. Nadie se mira. Intento mirarlos, pero no los veo, no puedo encontrar sus ojos. Dejo de correr cuándo me doy cuenta de que el escenario es el mismo de lo que para mi fueron más de quince pisos. Nadie me mira. “¿Quizá ellos tampoco me ven?”, me pregunto. Me acerco a uno de ellos y le digo algo, algo sin sentido supongo. Sólo lo hago para comprobar que ni tan siquiera me oyen. Lo que siento, estalla. Una impotencia furiosa se apodera de mí, y entonces, sólo puedo gritar, gritar con tantas fuerzas que compruebo que el lugar sí que me escucha y que realmente estoy existiendo en ese sitio. Se rompen dos bombillas y las paredes tiemblan y esa especie de conglomerado de venas que circulan por el lugar, también se mueve, arriba y abajo, y, entonces, alguien parpadea; aunque sólo es por un momento, puedo verlo. Me acerco hacia él y descubro que ha vuelto al manejo de sus dedos muertos.
Oye… Oye, tú le insisto con mi voz más elevada y golpeándole en el hombro. ¡Tú! ¡Tú!... Sigo golpeándole y gritándole hasta que tengo la sensación de que estoy hablando con un muñeco de trapo. Casi lloro. Pero no lo hago porque algo llama mi atención. Las venas cambian de color y ellos, de posición. Entonces, como si una parte de mi consciencia despertara, me acuerdo de Adolph. Observo que aún tengo el conector en mi cintura y recuerdo de pronto que acordamos conectar cuándo estuviese dentro. Cojo rápidamente el aparato y aprieto el botón verde tres veces. En seguida recibo tres palpitaciones rojas. Sonrío. Todo el malestar se ha ido y la fuerza vuelve a acompañarme. Le hago saber que estoy bien, que necesito información sobre venas circulantes de espacios que cambian de color, y que cuando lo tenga, me lo pase, que voy a investigar por mi lado.
Ahora todos están sentados. En lugar de sus manos, ahora manejan su boca en parejas. Tienen los ojos cerrados. Los miro y recuerdo entonces el primer beso entre Adolph y yo. Estaba a punto de matarme, y él, me salvó con su contacto. Con su beso, la vida circuló de nuevo por mis venas; noté mi cuerpo conectado a mi mente y sentí de nuevo la perdida integración. Esto ocurrió hace poco más de dos años, y desde entonces, ya no he vuelto a desear la muerte. Desde ese día, juntos nos entregamos por entero a la vida y a la conservación de ésta, por ello, hoy, estoy aquí, en este lugar, en este mundo. Por cierto, olvidé presentarme, soy Mina.
El circuito de color vuelve a cambiar y todos van hacia unas fuentes que hay repartidas por el espacio. Hacen cola. No hablan. No se miran. Sólo beben cuando les llega su turno. Me aparto a un rincón para observar atentamente todas las secuencias. Me siento e intento concentrarme sólo en eso. Intento repasar mis conocimientos matemáticos. Pienso en los fractales. Veo muy nítidamente los colores. Mi cabeza empieza a hablar, sola, buscando relación entre la secuencia de colores (241, 239, 41, 256…), el espacio, el tiempo y el movimiento. Como vosotros ya habréis imaginado desde hace un rato, hay una relación entre las venas que circulan por el lugar y los quehaceres de los individuos que, cuán marionetas, siguen al unísono del color y la vibración. No hay que ser un genio para averiguar eso. El tema es saber cuál es la conexión y así, devolverles a su estado humano, conectarles con su alma. Se aceptan ideas.

martes, 9 de marzo de 2010

El domador de serpientes

El domador de serpientes llevaba unos meses por la zona. El aspecto, algo hippie, dejaba intuir acerca de su modo de vivir. Sílex le había visto pasar a través del gran ventanal en sus tardes de prisión laboral; le parecía de Europa del Este, luego supo que era norteamericano. A veces la sobresaltaba cuando pasaba por la calle dando brincos y piruetas elípticas, solo, riendo a carcajadas con expresión de bufón.
Una noche, Sílex, salió sola. De repente, unos profundos e inquietantes ojos negros aparecieron posándose en ella, era él; se acercó y se sentó en la silla contigua de la mesa que ella ocupaba acompañada con un líquido marrón cubierto de hielos en un vaso cilíndrico; él pidió lo mismo. Ella observó sus largas uñas, pensó que tocaría la guitarra. Un cómodo silencio los acompañó por varios minutos. El bar olía a humo, mezclado con romero y almizcle. Infinitas expresiones del alcohol podían verse en los seres que ocupaban el mismo escenario; un lugar cálido, de luz tenue, con mesas de madera y paredes oscuras decoradas con alguna fotografía artística en blanco y negro. Él se acercó al cuerpo de la pequeña Sílex y le susurró que quería que fueran siameses en esa noche creciente; ella, intimidada, acercó el vaso a sus labios dando un trago tan largo que se sonrojó.
Salieron alocados y sensuales del bar. Se dejaron llevar de la mano del casco antiguo. El D. De S. le recitaba poemas del libro que ella le pidió, Una temporada en el infierno, de Rimbaud. La pequeña Sílex escuchaba atentamente su interpretación oscura y apasionada mientras paseaban entre la piedra y los semáforos rojos que arriesgaban en busca de una camiseta que un motorista perdió, o, simplemente, por esa costumbre que tienen ambos de cruzarlos en rojo y caminar por el centro de la calle.
Nadie podría imaginar que, ante tal aparente conexión, algo podría separarlos desgarradamente.
Tras unos cuantos metros de pasos animados, entraron en otro bar para seguir exhibiendo un amor apasionado y contagioso. El alcohol agitaba, si cabe, aún más la sangre; una sangre que Sílex empezó a notar demasiado caliente, como si no fuera la suya. Él se limitaba a moverla, a agitarla de dentro hacia fuera con sus manos sabias. La noche seguía sonriendo. Ellos seguían siameses. El D. De S. pidió una guitarra que había sujeta en una pared, desafiante a la gravedad. Quería cantar algo para ella, quería hacer mover el cuerpecito de la pequeña con su suéter índigo y su larga y tubular falda gris.
—Pero déjamela, soy músico —insistía el D. De S. al cansado camarero con camiseta amarilla—. Yo ya he tocado aquí. Mas no hubo forma porque estaba prohibido tocar a partir de las 00.00h., así que volvió al banco donde estaba Sílex entretenida observando su piel blanca mientras manipulaba su ondulado pelo negro. Alguien pasó y les dijo que en un club, cerca del mar, unos músicos tocaban en vivo. Sin palabras, ambos, aún cuan siameses, se levantaron para ir hacia allí. Otra pareja bastante joven, una chica protuberante francesa de finos y graciosos ricitos castaños, y un delgado chico uruguayo, se fueron con ellos. Al llegar al lugar y hacer unas cuantas gestiones para poder pasar sin pagar, se abrieron las puertas del paraíso marroquí; telas de varios colores colgaban del techo, espejos regalaban perspectivas cambiantes, mesitas bajas acondicionaban el descanso de algunos observadores, y, en el centro, bordeando una barra en forma de L, dentro de la cual, trabajaban los camareros y el dj, se abría una pista de baile concurrida. Ambos empezaron a quitarse prendas. La sangre de Sílex estaba cada vez menos azul. Siguieron unidos, pero, esta vez, con el movimiento de un baile interminable que duró hasta que subieron la intensidad de las luces para mostrar que todo había terminado. Su piel estaba rojiza, Sílex perdía el norte de su Noruega natal.
El D. De S. cogió a la pequeña Sílex y le dijo que se marcharan de ahí, que todos eran “demasiado católicos”; salieron fundidos y riéndose a carcajadas. Él la llevaba por la calle, ella ya casi no iba más que a través de su guía, su sangre innata había totalmente cambiado. Pasó un paquistaní vendiendo cerveza en la humedad de la noche y el D. De S. consiguió las 6 que llevaba a 4.5€. Sílex pensó que el hombre tenía demasiado frío. Fueron paseando por unas calles cada vez más desiertas y cada vez más oscuras. Los escombros y las basuras se mostraban por doquier y el olor a orín era latente. La pequeña empezó a sentirse mal. Su cuerpo y su cabeza lanzaban señales extrañas. Se quiso ir a casa pero el D. De S. le dijo, imperante: —Ven, vamos por aquí. La luz, de repente, se volvió casi nula. Había una moto dormida, casi muerta, entre bolsas devoradas por gatos y ratones. El D. De S. dio un sorbo a su lata y la pequeña Sílex vio, en la muñeca con la que sujetaba la lata el D. De S., una pulsera gruesa de plata en la que dos serpientes eran el cierre. Sílex, sin pensarlo, se la quitó y se la probó. Los ojos de él, inyectados en sangre, la miraron furioso. Su boca, horriblemente abierta y cubierta de espuma, lanzó un grito. Utilizó la mano que tenía libre de la niña para, después de hacer un breve gesto con el brazo hacia detrás, tirar la lata con fuerza a un edificio gris, de aspecto viejo y abandonado. Sílex se separó de una mano que llevaba horas dentro de ella preguntándole qué que hacía.
—¿Por qué has hecho eso?
—¿El qué? —preguntó Sílex, desconcertada.
—Quitarme la pulsera —dijo él con ojos maquiavélicos.
Sílex se asustó, intentó irse pero él la sujetó con fuerza por su escuálido brazo y la empujó al interior de un portal que empezaba un metro más atrás que los demás, con lo que no se les veía desde la calle profunda y desolada. Le dio la vuelta y le subió la falda. Le bajó las medias y, casi al instante, la sangre de la pequeña empezó a brotar por sus firmes nalgas. El escarlata bañó el espacio donde quedó tirada. Las ratas se acercaron. Ella dejó de ser para convertirse en otro muerto viviente y alienado, domado por el poder, hasta el fin de sus días.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Las Matrioskas


Todo comenzó con unas muñecas rusas, de esas que se abren en dos y se van metiendo una dentro de otra. El estaba en el anticuario cuando ella entró, la vio radiante, ella preguntó si tenían matrioskas, a lo que el vendedor respondió que sí, el hombre, alto y con un bigote que daba el aspecto de no haber sido afeitado en décadas, sacó de un cajón una muñeca enorme de madera y la dividió en dos y de ésta salió otra, y así repitió la operación siete veces. Ella sonrió al verlas y le solicitó al hombre que las envolviese tras pagarlas. Juan, que estaba observando en la distancia la belleza de esa mujer metida en un vestido rojo de tafetán se acercó y le dijo:- son unas muñecas muy bonitas y originales, casi tanto como usted, déjeme pagarlas, por favor, me gustaría que sean un regalo de mi parte.-. Ella lo miró sorprendida por un segundo, y al siguiente asintió con la cabeza. Esa misma tarde se besaron tras un café y media hora de conversación. Ella se llamaba Isabela y según lo que Juan creía, era la mujer más preciosa y dulce que nunca había visto. Claro que luego de casarse y tras dos años de convivencia, a pesar de opinar lo mismo sobre su belleza, ya no pensaba igual acerca de su dulzura. Eran raras las ocasiones en que Isabela le brindaba un gesto de cariño, pero Juan jamás se rendía, cuanto más rechazo sentía ella por Juan, él más se empeñaba en adorarla. Juan tenía una pequeña tienda de filatelia en la calle principal del pueblo donde vivían juntos. Isabela se dedicaba a ser mujer, y según su definición ésto consistía en mantenerse guapa y poner cosas inútiles pero decorativas en la casa, además de cuidar del jardín y preparar exóticas recetas que conseguía en libros que hablaban de sitios que jamás había siquiera pisado.
Una noche tras llegar del trabajo, Juan se acercó a Isabela y la cogió por la cintura, ella asintió el gesto cogiéndole los brazos y pegando su espalda a él, luego de varios meses vacíos al fin, hicieron el amor, como dos adolescentes, como si estuvieran unidos y compenetrados como pareja, esa fue la primera vez que Juan sintió que abría a su muñeca rusa de carne y hueso, y de ella salía otra, más buena, más dulce, más humana. Al día siguiente esa muñeca que Juan había descubierto la noche anterior dentro de su mujer ya se había metido de nuevo en el cuerpo frío de Isabela, y así volvió a ver al gran estuche de madera en lugar de a su dulce muñequita. Un día después Juan intentó lo mismo, pero ésta vez Isabela lo apartó de su cintura para luego decirle:- Querido, yo no te necesito, te deseo sólo por momentos, pero a pesar de ello tú te quedas a mi lado, ¿quieres saber el por qué? Te lo explicaré, mi piel es para ti como el sol para las flores, no podrás vivir nunca sin ella, incluso después de muerto me buscarás para tocarme, mi naturaleza está en que tú no eres la única flor que debo cuidar, mi deber es como el del sol, debo iluminar a todas las criaturas, ya que incluso sin saberlo todas dependen de mí, ámame si quieres, yo no me iré de tu lado, pero acepta mi naturaleza o te marchitarás pétalo a pétalo.- Tras ello, Isabela dejó la habitación y se fue a leer tranquilamente, como si lo hubiese besado en la frente, con una paz tal, que incluso Juan se sintió bien tras esas palabras.
Juan todas las mañanas se iba a trabajar tranquilo, casi vencido podría decirse, pero en el fondo feliz de saber que al regresar a casa tendría a su ave salvaje encerrada entre las cuatro paredes del salón, sentada silenciosa, casi invisible allí.
Una noche tras un día más de trabajo en la tienda, Juan regresó a casa pensando su táctica para volver a tocar a su mujer, su sorpresa fue que al entrar al salón Isabela no estaba, la buscó por la biblioteca, la cocina, el jardín y la habitación, pero luego de un rato de buscar en vano, supo que ella no estaba allí. Cenó tranquilo, como un perro que espera a su dueño en casa, sin rencor, sin amargura, pero él no era un perro y en el fondo tenía un deseo insoportable de romper a patadas alguna cosa. Miró en el estante que estaba sobre la chimenea, y vio a las muñecas que una tarde de otoño le había comprado en un anticuario “su primer capricho” pensó, Juan siempre había pensado en Isabela como en esas muñecas, sabía que dentro de sí guardaba muchas otras personas, pero él no lograba conocer más que a la que estaba en la parte superficial, y también la conocía como si fuese un trozo de madera pintado, porque jamás conoció lo que ella sentía o tenía en el alma.
Tras un par de largas horas, salió de casa en busca de algún bar, necesitaba beber algo fuera de ese hogar que tanto daño le hacía si ella no estaba en él. Tras conducir unos minutos encontró un sitio idóneo para lo que deseaba y entró a un burdel. Pidió un whisky doble y una puta con aspecto de muñeca inflable se lo trajo a la mesa. El intentó hablar con la mujer, pero ella sólo se insinuaba desplegando para ello todas las tácticas que conocía, mover el culo, tocarse las tetas, echarle humo en la cara, Juan desistió y al rato estaba follando con ella en un catre que tenía el poster de una virgen pegado a la cabecera. Al terminar se sintió vacío de hombría, le arrojó a la mujer unos billetes se vistió y salió. Caminó un buen rato llorando y con la boca seca, fumaba un cigarro detrás de otro, se sentía un despojo humano. Paró en medio de un puente de piedra no muy alto que tenía un río pasando por debajo, dicho así suena bonito, pero el lugar era macabro, una carretera pasaba cerca, y el río estaba lleno de piedras afiladas además de estar sucio. Pensó en tirarse para abajo y en que con suerte se partiría en dos la cabeza, pero tampoco para ésto tuvo agallas. En un ataque de ira comenzó a darle golpes con el puño cerrado al puente de piedra, con lo que sólo consiguió destrozarse la mano derecha. Tras ésto regresó al coche.
Al llegar a casa ella estaba allí, lo miró despectiva, él ni siquiera se atrevió a preguntar dónde había estado, a ella no le importaba lo que él había hecho, así que tras un silencio Juan se fue a la ducha, y ella a leer.
Así pasaron los meses, cada vez ella faltaba más en casa a la hora en que Juan regresaba del trabajo, y aún más seguido él se dirigía al burdel a buscar a Lourdes, la puta de aquella primera vez, estando sólo con una puta y no con muchas, él sentía que no estaba tan sucio como en realidad consideraba que estaba.
Algunas noches Juan e Isabela hacían el amor de una forma tan romántica y pasional que él olvidaba que su vida era un agujero negro, y ella sonreía como si fuese la primera vez.
Un día Juan volvió antes a casa y vio a Isabela en el jardín haciendo el amor con otro hombre, algo que realmente no lo sorprendió, claro está, pero se puso furioso, tan furioso que se fue al burdel a buscar otra puta, una distinta. Isabela nunca supo que él la había visto, pero claro, tampoco le importaba demasiado según parecía.
Después de un tiempo de ésto, Juan comenzó a usar la violencia con sus putas del burdel, con lo que se ganó una buena paliza de parte de los chulos junto a una invitación de no regresar nunca. Ese fue el día en que Juan perdió los estribos. Regresó a casa y encontró a Isabela sentada en el sofá, ella al verlo destrozado y con la cara llena de sangre, se levantó cariñosa y lo abrazó, Juan sintió tanto amor que fue como si todas sus penas se borrasen de golpe. Se bañaron juntos y ella le sanó las heridas luego. Tras ésto, lo besó, llorando, abrazándolo, acariciándole el pelo, Juan estaba como en en el edén, se sentía liberado y puro de nuevo, se fueron a la cama a hacer el amor, Juan fue observando como durante esa noche una tras unas las matrioskas se abrían y dejaban salir a una Isabela nueva y mejor que la anterior, siete veces hicieron el amor, hasta que Juan observó a la última muñeca rusa salir del cuerpo de Isabela, cuando ella estaba tumbada notó como había conseguido lo que siempre había deseado, tener a sus siete muñecas en una, en el cuerpo de Isabela, ya la conocía por completo, entonces fue cuando se desencantó, la abrazó fuerte, la abrazó y la besó como si fuese la última vez, y de hecho así era, mientras la abrazaba y la penetraba, se sentía poderoso, sus siete muñecas de Isabela entre sus manos, el cuello de Isabela entre sus manos, la boca de Isabela en su boca, la sangre de los labios de Isabela entre sus dientes, comenzó a morderla, a arrancarle la piel de muñeca a tiras, no quería que nunca pudiese volver a armarse en la muñeca grande que tanto daño le hacía, la estranguló lentamente mientras la penetraba la estranguló hasta que sus ojos se pusieron morados y luego saltones y luego más morados aún, la mordió hasta que de su boca sólo quedaban unas encías sin labios y unos dientes rojos bajo la sangre, la estranguló hasta que su piel se puso azul, hasta que su cuerpo estuvo helado, hasta que él eyaculó por primera vez sólo pensando en su propio placer. Al terminar se levantó histérico, se levantó radiante, lleno de sangre su cuerpo que se separaba del cuerpo de una muñeca que nunca debería haber cobrado vida, el cuerpo de Isabela era ahora algo retorcido y frío que yacía con cara de horror en la cama, un cuerpo sin boca y sin ojos, un cuerpo vacío de muñeca rusa.
Juan se bañó, se vistió, cogió las llaves del coche, y se fue del pueblo para no volver jamás.

Dios Todo Lo Ve


En aquella época mis padres tironeaban de mí, como en muchos casos de niños cuando sus progenitores se han divorciado.
El día que descubrí la verdad sobre la sociedad en que vivo era domingo y estaba con mi madre.
-Venga vístete o llegaremos tarde a la iglesia.- me dijo intentando ser paciente. A los dos minutos estaba terminando de vestirme en el asiento de atrás mientras ella maldecía a cada coche que se le cruzaba por el camino. El reverendo Martinez Salvá estaba como siempre parado en la entrada con su túnica negra, su barba rubia, su cara bondadosa y sus gafas sonriéndole a todo el mundo. “Buenos días Mónica, veo que ha venido con su retoño” dijo despeinándome con una caricia, por lo bajo me soltó, “como hoy no te comportes terminas de nuevo sentado con las hermanas gordas de la semana pasada en el oratorio”. La misa avanzaba mientras nos hablaba a todos de lo bonito que era ser bueno con nuestro prójimo y de cómo Jesús había estado cantidad de tiempo en el desierto, había cargado una cruz, lo habían clavado a la cruz, había resucitado y caminado sobre el agua. Ese tío era un jodido super héroe, aunque con todos sus poderes nunca entendí por qué no aplastó a los romanos y salió volando con su madre virgen bajo un brazo y sus doce apóstoles en la espalda. Mi madre no estuvo muy de acuerdo con mi comentario, y tras darme un golpe en la nuca me exigió que me ponga de rodillas como hacía todo el mundo, mientras el sacerdote levantaba la copa de oro y se mandaba varios tragos de vino. Lo que menos soportaba de ese sitio era el coro que dirigía la mujer de pelo anaranjado, siempre desafinaban y cantaban las mismas canciones, en ese momento tocaba “den al señor sus alabanzas, denle poder honor y gloria, a una voz, canten un himno al señor”.
Yo no podía comer el pan mojado en vino, que en realidad era un pedazo de cuerpo del super héroe, porque aún no tenía hecha la comunión.
Ese día nos contó el padre Salvá que Jesús sabía que lo iban a traicionar, ese tipo Judas se había vendido a los malos, pero que Cristo le perdonaría y que por él y todos nosotros se iba a dejar clavar a una cruz como un cuadro a la pared. Tenía dos cojones ese tal Jesús.
Al salir de misa el padre Martinez Salvá me llamó a hablar con él y me preguntó nuevamente que si me apetecía tomar la comunión ¡¡joder y si me apetecía!!, tras las amenazas de mi madre de quitarme la play si no lo hacía, incluso me dajaba clavar a una cruz también. Respondí que sí con una sonrisa y al viernes siguiente estaba metido en un grupo de catequesis cuya profesora se escandalizaba frente a todas y cada una de mis preguntas. Tiempos difíciles para un curioso. O sea que tras conocer en clases de religión que Dios me observaba todo el tiempo, en todas partes, que era invisible y que me juzgaría, salí acojonadísimo y me fui a casa de mi padre que vivía muy cerca.
Mi padre, en cambio, seguía otro tipo de religión, al menos eran más enrollados y tenían espectáculos molones en escena. Ibamos a la Iglesia evangelista brasileña “Cristo Vive”, aquí el panorama era diferente, y también me tocaba ir los domingos, sólo que los domingos que no estaba con mi madre. Pensando en todo aquello pasé el viernes y el sábado, además de que ese día fuimos a visitar a mis tías, que me hicieron comer como si no existiese un mañana mientras me hacían todo tipo de preguntan sobre mi madre, al tiempo que la criticaban tratando de ser sutiles, hasta que al fin mi padre dijo que nos íbamos a casa. Mis tías eran agnósticas, y cuando le pregunté en casa a mi padre qué significaba eso me dijo:- que irán al infierno por no creer en nuestro señor.- Con lo cual me acojoné más y pensé que en ese momento el tío invisible me estaba mirando, y de que seguramente se había dado cuenta del pedo que me había rajado, joder con lo cotilla que era éste tío.
Lo mejor llegó el domingo cuando fuimos a la iglesia “Cristo Vive”. El pastor Sebastián estaba en un escenario tope de luminoso mientras el coro excitadísimo cantaba en portugués moviendo el culo y las manos como si estuviesen en carnaval, era genial. En el lugar había muchísima gente que levantaba las manos y el pastor casi siempre escogía personas ancianas, enfermas o con discapacidades físicas para que suban junto a él, a pesar de que siempre levanté la mano nunca tuve tanta suerte. Esta vez eligió a un hombre en silla de ruedas, jo macho, que fuerte me pareció lo que sucedió después, el padre Sebastián comenzó a preguntarle a voces:- ¡¿puedes curarte???!- a lo que el paralítico respondía:- ¡Puedo!- Luego el pastor al público:- ¡Con el amor de Cristo podrá!- La gente enloquecía tras repetir dos o tres veces ésta situación. Lo chungo fue cuando le quitaron la silla de ruedas, el hombre cayó al suelo como una bolsa de patatas, a su vez todos gritaban a voces “Cristo ayúdale, Cristo cúrale” y el pastor Sebastián le cogía la cabeza y con los ojos cerrados empujaba hacia adelante y atrás con las dos manos como meneándole las ideas. Tras unos minutos de yacer en el suelo temblando mientras todos gritaban el hombre se levantó haciendo que todos griten aún más y el coro enloquezca. Mi padre movía todo su cuerpo histérico, y parecía que cada uno de sus miembros tuviese vida propia moviéndose hacia donde más le apetecía. Joder si era poderoso ese tal Cristo. Decidí entonces no decir más joder, no vaya a ser que su padre invisible me estuviese mirando en ese momento.
Al llegar a casa de mi madre tras tan brutal fin de semana encontré en el sofá un culo blanco y peludo que parecía pertenecer a un tío, pero de él no veía más que eso y las piernas de quien parecía ser mi madre en sus hombros, además de que entre sus tetas había un tío más, cual fue mi sorpresa al cerrar la puerta que el tío del culo blanco y peludo era el sacerdote Martínez, que se puso más pálido que de costumbre al verme. En cinco minutos todos estaban vestidos y en la mesa junto a mí, resulta ser que el tío que tenía la cara en las tetas de mi madre era nada menos que uno de los monaguillos, me explicaron que lo sucedido no tenía importancia y que a veces la gente se equivocaba, y que ellos evidentemente habían sido tentados por satanás. Tras ésto me enviaron a mi habitación.
Pasó la semana y yo iba cada vez más veces a clase de catequesis, el ángel de la guarda, que me cuidaría en teoría, también iba pegado a mí observándome, hay que joderse porque era un enviado del tío invisible, estaba chunga la cosa para liarla: Dios tenía espías y todos eran invisibles como él. Controlaban todo, que cumpla los 10 mandamientos, que no comenta pecados, que haga caso a mi madre, que rece, que me disculpe ante ellos... sí, habría que ir con cuidado porque sino al infierno de una, sin más.
Una semana después me encuentro al tío paralítico de la iglesia de mi padre pidiendo limosna a la salida de mi escuela, estaba ciego, hay que ver la que le cayó por dejar la silla de ruedas, a ver si había suerte y el pastor Sebastián lo curaba de nuevo, aunque visto lo visto igual no le convenía. Cuando volvimos a la iglesia “Cristo vive” el pastor explicó con un sobre en la mano que debían poner su aportación a Dios dentro y que su plegaria llegaría al cielo. Básicamente era más rápida y efectiva la solución cuanto más alta la aportación, parecía justo. Pero cuando mi padre dijo que no quería aportar porque ya no tenía dinero, la iglesia, el pastor y el coro incluido lo invitaron a retirarse. Así mi padre los mandó a la mierda y se tiró al alcohol.
Unos nueve meses después mi madre tuvo un hijo que provocó bastante escándalo mediático, además de la expulsión del padre Martinez Salvá de la santa iglesia católica apostólica romana.
A día de hoy voy con algo de cuidado por si es cierto que el tío invisible me sigue observando, y todavía no entiendo como éste súper héroe llamado Cristo puede tener tantas sucursales y una iglesia con el nombre de los romanos que son quienes lo asesinaron. A ver si al final es verdad que el infierno está en la tierra como dice mi profesor de literatura cada vez que se cabrea por algo. Al menos dejé de seguir yendo a clases de catequesis y pude volver practicar fútbol los viernes.