jueves, 17 de julio de 2008

El cuadro

Mis tías me besaban las mejillas entre las dos en la estación de San Justo, yo iba vestido con mis pantalones de fiesta marrones, mis zapatos recién lustrados y una camisa blanca, escuchaba cada consejo de mis tías como si fuesen éstos y no otros los pasos a seguir en la vida para tener éxito. Iría a pasar mis vacaciones a la capital en casa de abuela Isabel. Mis padres fueron personas que nunca conocí, pero ésta es otra historia. La estación se veía tranquila y los únicos que estabámos allí éramos nosotros y unos hombres comiendo un bocadillo junto al andén. Cuando comenzó a oírse el tren, mis tías se agitaron aún más (sí, esto era posible) y fueron soltando por turnos todo tipo de consejos y a veces alguna lágrima. Al llegar la hora de partir abracé a mis tías como un hombre que va hacia su destino, cogí mi maleta y subí al vagón más cercano.
El viaje fue bastante bueno, salvo porque no estaba acostumbrado con mis ocho años a ir sólo por ahí, y me sentía fuera de lugar, como un intruso, y a su vez como un adulto que debe controlar su situación, estaba orgulloso de mí, iría a la capital.

Al llegar a la estación del barrio de la Paternal, en Buenos Aires, vi a mi abuela sentada en un banco, bajé al andén y corrí hacia ella arrastrando la maleta torpemente. Estuvimos unos momentos abrazados mientras ella me decía lo grande y guapo que me encontraba.

La capital era inmensa, desde el taxi podía ver algunos edificios de, al menos, nueve pisos de altura, había humo, coches, muchísimos comercios, pensé que allí podría conseguir lo que se me ocurriese comprar sin caminar más de diez minutos, a pesar de que lo que buscase resultase en mi mente imposible de conseguir. Allí había mucho que explorar.

Al llegar a casa de abuela Isabel atravesamos un pasillo que se compartía con otros vecinos, era un pasillo largo y descubierto que lindaba con un edificio altísimo, al mirar hacia arriba uno sólo veía una pared amarilla interminable, y hacia el otro lado estaban las fachadas con sus plantas y puertas de vidrio de los propietarios de cada departamento de la vecindad.
La casa de abuela era la última, y la puerta de entrada era de hierro forjado color verde, al cruzarla había un patio grande por el cual podía accederse de forma separada a la cocina, el lavabo, un comedor y dos habitaciones; luego una escalera comunicaba al piso de arriba donde antaño había una terraza según mi abuela y ahora era la habitación de invitados con cocina propia y todo, aunque ella me cocinaría y yo no tendría nada de qué preocuparme.
Subimos las escaleras, me mostró el lugar correspondiente de cada cosa en el lavabo de mi habitación y acomodó mi maleta junto a la cama, tras ello me indicó que baje al comedor a tomar la merienda. Obedecí alegre, ya que tenía hambre, y pronto me encontré entrando en el salón, al principio nada obtuvo especialmente mi atención en ese lugar, la gran mesa de madera de cerezo junto a las sillas haciendo juego con sus fundas color rojo, un gran espejo que ocupaba toda una pared y que en sus marcos tenía grandes flores labradas, un mueble con muchísimas puertas que estaba por debajo del espejo y sostenía sobre él una cantidad importante de platos con dibujos, estatuitas de porcelana y algunas fotos antiguas. En una esquina el televisor sobre una mesita marrón y verde. Y al girar lo vi, un cuadro en la pared derecha del comedor, no tenía nada especial y sin embargo no podía dejar de mirarlo, la pintura no era realmente elaborada, tampoco parecía caro y ni siquiera tenía marco, en él había un niño retratado, con grandes ojos verdes y una mueca en el rostro que no lograba descifrar, éste niño estaba sentado sobre la rama de un árbol, de un árbol seco y sin hojas, por detrás era de noche, y la luna brillaba pequeña en el cielo, un río separaba el lugar donde estaba el árbol de una loma donde había una especie de mansión con algunas ventanas iluminadas. Eso era todo, ninguna escena interesante, nada que sea raro, y sin embargo pensé que ningún adulto permitiría a un niño ir a trepar árboles por la noche.
El olor a café con leche me arrancó de mis pensamientos, mi abuela había traído una bandeja repleta de magdalenas y dos grandes tazas pintadas con flores. Merendamos y hablamos mucho, mi abuela era experta en hacer preguntas sin parar. Más tarde fuimos a dar un paseo por el parque, recuerdo que ese primer día en casa de abuela Isabel me sentí muy a gusto.

Al día siguiente por la mañana abuela me llevó a conocer el centro de la capital, los enormes edificios llenos de paredes espejadas, los coches y las avenidas eran para mí como salidos de una historia futurista y fantástica. Comimos pizza en un lugar llamado “Babieca” que tenía un caballo dibujado en la puerta, y luego volvimos a la casa. Cerca de las tres de la tarde hacía demasiado calor como para hacer algo más que dormir la siesta, y así lo hicimos. Desperté un par de horas después con algo de hambre, al mirar mi reloj noté que ya era la hora de la merienda y bajé apurado las escaleras esperando mis magdalenas, pero al llegar al patio noté que no había nadie en casa, fui al comedor y vi una nota sobre la mesa, abuela había salido de compras y tardaría cerca de una hora en volver. Encendí el televisor en el salón y rebusqué en la nevera, encontré un poco de queso y zumo, y me senté a comer y a mirar dibujos animados. El televisor de repente comenzó a hacer interferencias y sentí un escalofrío en la espalda. Sin saber por qué giré hacia el cuadro y me quedé mirándolo, me di cuenta de que no quería darle la espalda pero no me explicaba la razón. El televisor recuperó su imagen de golpe, y tras ésto se apagó sólo. Tuve una sensación de miedo, y retrocedí hacia la puerta que daba al patio sin dejar de mirar el cuadro, repentinamente un golpe seco y metálico me sobresaltó, el televisor se encendió en el canal que estaba mirando y escuché a mi abuela diciendo “ya estoy en casa”.

Esa tarde luego de la merienda pedí un vaso más de leche y subí las escaleras feliz, la noche anterior había descubierto un gato negro que vagaba por los tejados que se había dejado acariciar, al subir me asomé por el ventanal que había en mi habitación y que daba a los techos del pulmón de la manzana. El gato seguía por ahí y se acercó a mí nuevamente, entonces le ofrecí el vaso de leche y bebió todo en menos de un minuto. Después se dejó coger en brazos y lo metí en la habitación hasta que escuché a la abuela anunciando la cena, entonces lo devolví a los tejados y bajé a comer. Si abuela se enteraba de que había metido un gato en casa probablemente se enfadaría ya que les tenía mucho miedo, aunque no lograba entender el por qué de su temor a los gatos y también a las tortugas.

En la tarde del día siguiente abuela me dijo que debía salir a ver a una amiga y que regresaría a casa para la cena. Me indicó que la merienda estaba en la cocina lista para ser devorada, y me preguntó si me encontraría bien, a lo que respondí que sí, aunque la verdad no me hacía mucha gracia quedarme sólo de nuevo en el caserón de abuela.
Subí a ver si estaba el gato y no lo encontré, así que le dejé leche y la ventana abierta para que se sienta invitado a pasar. Cogí mis dinosaurios de plástico y bajé al patio a jugar, era un combate difícil, los herbívoros contra los carnívoros en un duelo a muerte, los carnívoros tenían sus grandes dientes y garras, pero los herbívoros era más listos y tenían muchos trucos bajo la manga. Yo estaba absorto en la guerra que se había desatado en el patio mientras las horas pasaban e iba anocheciendo sin que me entere siquiera. En un momento dado escuché un sonido extraño proveniente de la casa, como una queja. Me paré y agudicé el oído, era un llanto y provenía del salón. Primero pensé que era el sonido de una casa vecina que se había colado y decidí que mejor no entraba a investigar, pero el quejido continuaba. De pronto recordé que había dejado la ventana abierta, seguro que era el gato que había entrado, y abuela estaba al llegar, si lo veía se liaría una gorda. Entré a buscarlo, en el salón no estaba y ya no se escuchaba el sollozo. Sentí como si me observaran, y me di cuenta de que la casa estaba a oscuras. Avancé llamando al gato, nadie respondía, al salir al patio escuché el sollozo nuevamente, pero al entrar al salón ya no se escuchaba nada. Subí a mi habitación corriendo y llamé al gatito, no respondió. Tenía miedo, encendí las luces de mi cuarto y me senté a esperar a que llegue mi abuela. Observé que la comida de “negrito” (así había bautizado al gato) estaba intacta, lo que significaba que no había ido por allí. Estaba preocupado y asustado. Decidí que lo mejor era distraerme, así que cogí mis legos y me puse a jugar con ellos. Escuché el llanto aún más fuerte que estando en el patio y me paré de un salto. Justo en ese momento apareció negrito en la ventana, me alegré muchísimo al verle y lo cogí en brazos, le conté lo que estaba sucediendo y sin soltarlo bajamos a investigar, ahora éramos dos, nada podía vencernos. Bajamos uno a uno los escalones sin dejar de escuchar la queja, que ya era obvio provenía del salón. Al llegar al patio “negrito” comenzó a erizar los pelos de su lomo, yo por mi parte tenía piel de pollo, y cuando intenté encender la luz no pude, parecía que se hubiese fundido la bombilla. El gato bufó como defendiéndose de algo y subió corriendo las escaleras, me sentí realmente vulnerable y temeroso. El llanto era cada vez más sonoro. Estaba a punto de explotar en llanto también mientras avanzaba hacia el salón a ver qué sucedía. Detrás de mí las luces del patio se encendieron repentinamente, giré agitado dando un salto, mi abuela había llegado, corrí aliviado a recibirla con un abrazo.

Esa noche subí a mi habitación, y dormí bastante, pero no descansé mucho, para empezar me había costado mucho conciliar el sueño y llegué a utilizar la vieja y desesperada táctica de contar ovejas que nunca funciona. Estaba prácticamente prensado bajo las sábanas y sentía muchísimo calor pero no quería destaparme, así me sentía más protegido. Esa noche soñé con una vecina de abuela que había conocido un día o dos después de llegar, ésta señora tenía muchos gatos y perros en casa, la llamaban Doña Ana y vivía junto a su esposo en una casa cercana que también visité el día en que la conocí mientras ella me decía que me había sostenido en brazos cuando era sólo un bebé. El sueño había sido más o menos así, ella lloraba junto a una mecedora que se movía sola bajo una luna llena y sus gatos estaban merodeando alrededor. Me desperté sudando y nervioso. En la oscuridad pude distinguir una silueta que reía muy bajito. En pánico encendí la luz, no había nadie, pero mis dinosaurios estaban todos desparramados por el suelo. Pasé el resto de la noche en vela.
Por la mañana, le conté a mi abuela lo sucedido mientras tomábamos el desayuno, incluyendo el raro sueño. Ella adjudicó todo a una mala digestión de la cena, y por unos instantes me interrogó sobre si había cogido dulces en su ausencia. Luego dijo que no me preocupase, que a mi edad ella también tenía mucha imaginación.

Ese verano fue muy caluroso, y abuela había puesto una piscina donde podía bañarme siempre y cuando hubiesen transcurrido al menos dos horas desde mi última comida. Durante la siesta de la abuela decidí bucear en busca de cuevas inexploradas bajo el agua. Y así me sumergí en la piscina con mi snorkel y mis antiparras, el sol se colaba a través del toldo verde manchando el agua con sus rayos aquí y allá, yo salía y entraba del agua entre algunos juguetes que iba arrojando para recogerlos del fondo y volver a comenzar, así de tranquilo me encontraba hasta que de un momento a otro el agua se heló, bajé al fondo de la piscina a buscar un juguete más cuando vi un niño flotando conmigo en el agua, un niño que parecía ahogado, su rostro estaba hinchado y verdoso, y su piel se veía tirante y gelatinosa, lanzé un grito de horror que sólo yo conseguí escuchar porque estaba aún bajo el agua y salí a la superficie respirando agitadamente, al mirar de nuevo comprobé no había nadie conmigo en la piscina. De todas formas salí de allí y me dirigí hacia mi habitación. Me sentía sólo y quería volver a casa, abuela no me creía y yo no me sentía seguro en ese lugar.

Al día siguiente pasamos todo el día fuera de la casa, fuimos a un jardín llamado “jardín botánico” que estaba repleto de plantas exóticas y a otro que quedaba muy cerca llamado “jardín japonés” en donde me quedé maravillado viendo peces del tamaño de mi brazo y de colores fortísimos sacando la cabeza del agua para coger la comida que la gente les arrojaba, ese lugar era hermoso, lleno de pequeños puentecitos de madera y lagos con más y más peces de colores. Comimos bocadillos, y abuela me compró un tiranousario enorme en una juguetería preciosa y llena de curiosidades que estaba cerca del puerto. Por la tarde recorrimos una feria de artesanos que se reunía todos los fines de semana en un parque. También cenamos fuera, en casa de la amiga de mi abuela con quien había soñado. Era una mujer muy amable y además de gatos tenía palomas, loros, dos perros y cotorras. Mi abuela procuró tomar todos los recaudos para que al comedor no entrase ningún gato, y lo consiguió. El esposo de doña Ana era un señor muy callado y jugó conmigo a las damas mientras se preparaba la cena. Luego de cenar salí a jugar a la galería con los animales, los perros me divertían mucho.
Cuando volvimos a casa me sentía más confiado y tranquilo, aunque esa noche tampoco dormí bien y volví a soñar con Doña Ana llorando junto a una silla mecedora de noche con sus gatos alrededor. El sueño me incomodaba mucho y me ponía nervioso. Bajé al comedor a buscar un vaso de leche, cosa que siempre me ayudaba a dormir. La casa estaba oscura, y atravesar el patio me dió bastante miedo, sentí un escalofrío en la espalda y giré, en la oscuridad distinguí una figura, me asusté mucho al ver que me saludaba. Quise gritar pero el temor me impidió hacerlo, en cambio un sonido ahogado salió de mi boca. La silueta comenzó a caminar hacia el salón y la perseguí cansado de asustarme. Al entrar no había nadie allí. No me animé a volver a mi habitación, fui a la cama de abuela y le dije que tenía pesadillas, ella me dejó dormir a su lado.

Por la mañana fui a investigar al salón, observé todo, revisé puertas y bajo los muebles, miré también en la habitación contigua, que antaño pertenecía a mi bisabuela y ahora era una especie de trastero. Nada. Volví al salón, ahora me detuve en el cuadro, observé el retrato y noté algo diferente en la cara del niño, una sonrisa que inspiraba desconfianza, una mueca mezcla de maldad y dolor en él. Pensé que ahora sí abuela me creería, pero cuando se lo dije, me pidió que dejase ya el tema, que el cuadro estaba igual, y a pesar de que insistí no conseguí que lo observe ni que se quede en casa en lugar de ir a hacer la compra.
Desayunaba cuando abuela entró a casa llorando, me explicó que se iría a ver a doña Ana, que su esposo había caído de una silla mecedora rompiéndose la cadera y había muerto. Le pedí que me llevase con ella pero en cambio me indicó que tenía una película de dibujos animados sobre el televisor y me explicó que era demasiado pequeño para ir a un lugar así. Luego de dejarme la comida lista salió diciéndome que volvería lo antes posible. El día estaba lluvioso y una tormenta se desató poco después de que abuela se vaya, parecía de noche a pesar de que era temprano, eso se debía al cielo encapotado. Me metí al comedor a ver la película, cogí unas magdalenas y mientras escuchaba caer la lluvia, traté de no pensar en lo ocurrido, en mis sueños raros, en el cuadro ni en nada más, y me esforcé en disfrutar viendo Peter Pan. Al cabo de unos momentos la tele comenzó a hacer interferencias otra vez, apagándose luego al mismo tiempo que las luces. Escuché unas risas que provenían del patio y se mezclaban con el sonido de la lluvia. Me puse las zapatillas y me levanté a espiar a través del ventanal de la puerta pero no se veía nada. Busqué el interruptor de la luz y lo presioné repetidas veces pero no funcionaba. Decidí atravesar el patio y salir de la casa, me daba igual estar en pijamas o que estuviese lloviendo a mares, ya no quería pasar un momento más en ese caserón. Escuché una risa detrás de mí y volteé a ver qué sucedía entre asustado y enfadado ya. En la oscuridad vi de nuevo la silueta que me saludaba, ésta vez se podía observar todo con más claridad y distinguí un niño parecido al del cuadro, cosa que me aterrorizó. Abrí la puerta y atravesé el patio corriendo pero caí debido a lo húmedo que estaba el suelo, me golpeé fuertemente la cabeza perdiendo el conocimiento. Desperté tirado en el patio bajo la lluvia y me incorporé lleno de terror mientras miraba confundido hacia los lados, de repente sentí una mano en mi hombro, sólo me atreví a mirar hacia el costado donde sentía que me tocaban, eran los dedos de un niño, luego escuché:- pudiste haber sido tú, pudo haber sido cualquiera. Tras ello perdí nuevamente el conocimiento.
Al despertar, miré hacia atrás de forma instintiva, vi un río que atravesaba un valle y detrás una casa con algunas luces encendidas, era de noche, temí lo peor, y al mirar hacia abajo noté que estaba sentado sobre la rama de un árbol, al levantar la vista me horrorizó verme a mí mismo mirando Peter Pan en el comedor de mi abuela, entendí lo que había sucedido en ese mismo instante, ahora era yo quién estaba encerrado en ese cuadro para siempre, podía ver todo desde lo alto del árbol, grité pero nadie respondió. El niño que miraba televisión giró hacia mí y sonrió.
*

Muchos años más tarde abuela entregó el cuadro a una asociación de búsqueda de gente desaparecida durante la dictadura militar argentina tras ver la noticia de que por cada niño que habían asesinado se había pintado un cuadro como el que ella tenía en su salón. Ahora lo único que puedo hacer es esperar a que algún día suceda algo que cambie mi suerte, tal vez haciéndose justicia por lo que sucedió, para quizá de esa forma recuperar la vida que perdí.

*
Durante la dictadura militar argentina (1976-1983) hubo 30000 personas desaparecidas de las cuales 500 eran niños, miles y miles de personas fueron asesinadas tras torturas y abusos, siendo enterradas en fosas como no identificados o sedados y arrojados al río dulce (Río de la plata). Muchos niños nacieron en el cautiverio de sus madres que fueron secuestradas embarazadas. Por testimonios de sobrevivientes, de médicos y de parteras, se sabe que las embarazadas secuestradas daban a luz amordazadas, con los ojos vendados, atadas de pies y manos, se les inducía el parto o se les practicaba cesáreas innecesarias. Luego del parto el bebé era separado de su madre y apropiado en la propia familia de los secuestradores, abandonados en casas de vecinos de los secuestrados o abandonados en orfanatos. Los que eran un poco mayores y podían conservar el recuerdo de sus familias eran separados inmediatamente de sus padres tras el secuestro y luego eran asesinados. Se tenía a las personas secuestradas por subversivas, y se creía que ésta condición se heredaba a través de la sangre, de padres a hijos. De todos esos niños sólo se han recuperado al día de hoy 86 jóvenes que ahora viven con sus verdaderos familiares. Aún hoy siguen sin ser juzgadas las personas que participaron de la dictadura torturando, matando y secuestrando personas inocentes.





6 comentarios:

Anónimo dijo...

La historia trata de un capítulo sin duda horroroso en la historia de Argentina, pero el relato, sino fuese por el parrafo final aclaratorio, creo yo que nos haría creer mas en una historia en la linea de "The ring" .Me gusta tal como lo has escrito pero no mucho como lo has contado.
Juan

David Finch dijo...

No esta mal.demasiado "hollywoodiense" para mi gusto.pierde credibilidad en ciertos puntos y pecas a la hora de ultilizar tópicos del cine de terror,a unos les gustará,a mi no tanto.

Anónimo dijo...

Encuentro interesante la historia pero me faltan dialogos; es casi como leer un artículo de prensa donde es dificil identificarse con el protagonista. La historia es buena pero la linea me resulta demasiaso monotona.
Maldita abuela que deja siempre solo al niño!!

Desde el silencio.

pinguin dijo...

hola lucía!!!
soy christian urrea, estudiante de diseño grafico de la universidad pontificia bolivariana,me encanto la trama del cuento, llegue a evocar demasiados escenarios y momentos que hasta me senti como el protagonista de la historia.

queria saber si tu me puedes colaborar con contarme mas cosas del cuento o expresarme lo que quieras de el, o de donde surgio la idea, etc, no sé, lo que desees, es basicamente para que me ayudes mas desde tu perspectiva de la historia como podria ilustrarse, para un trabajo de la universidad...
espero tu respuesta...e-mail: chriage_26@hotmail.com.

Muchas gracias por tu tiempo!

Acronopiada dijo...

Hola Pinguin, un gusto conocerte, primero agradecerte por escoger éste relato, ya que me he sentido muy feliz cuando leí tu mensaje. Claro que puedo decirte cómo surgió la historia y etc, así que te escribiré a ésta dirección de correo, si no te llega el mensaje avísame vale? ya sabes que por aquí me puedes encontrar!

saludos

Acronopiada dijo...

Hola de nuevo jejeje, revisa la dirección de correo que me has dado Pinguin, porque me dice que no existe... :-) espero tu respuesta! saludos!