lunes, 14 de julio de 2008

Cinco sentidos

No sabía muy bien qué es lo que esperaba encontrar, pero sí tenía muy claro aquello de lo que quería huir.

Mi padre me había hablado en tantas ocasiones del convento de La Vid, que resultaba ser algo muy familiar para mí, aunque nunca lo hubiera visitado.

Cuando atravesé por primera vez aquellos espesos muros de piedra, fue como si de golpe hubiera retrocedido diez siglos en el tiempo. Fue como viajar del presente al pasado con solo traspasar una puerta.

Aquella mañana de primavera el cielo de la meseta era aún más azul si cabe; el aire cortante, era más frío de lo habitual para la época. Los campos de cereal estaban en su punto álgido, justo antes de la siega y su verdor contrastaba con el marrón de las casas de adobe.

El prior del convento me recibió justo detrás de la puerta principal y me tendió la mano. No sé porqué me había imaginado que me haría una bendición en lugar de estrecharme la mano. El padre Damián ya conocía el motivo de mi visita pues me había puesto en contacto con él unas semanas atrás, cuando decidí huir de Barcelona. Faltaba poco para las doce del mediodía y el padre Damián me invitó a que le acompañara al refectorio donde el resto de hermanos se hallaban reunidos para rezar el Ángelus.

Atravesamos el sencillo claustro en dirección a la gran escalera que conducía a las estancias del piso superior. Me sorprendió el pequeño jardín del interior del patio, tan bien cuidado y aunque sólo pude detener mis ojos un instante, pude ver que de la fuente del centro manaba agua. Había unos cuantos naranjos que desprendían su inconfundible aroma y el aleteo de una pareja de golondrinas me hizo elevar los ojos hacia el artesonado del techo en donde habían construido su nido.

Mientras subíamos los desgastados peldaños de mármol de la gran escalera llegaron a mis oídos los primeros cánticos de los monjes.

- Permítame que le guarde su maleta, Elvira –dijo el padre Damián-. Ahora rezaremos el Ángelus y después le acompañaré hasta su celda.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

No lo pillo, es el inicio de una historia?? Una mujer en un convento de frailes??.
Juan

Rosa María Hontoria dijo...

Es cierto, son relatos sin final, siempre lo he comentado en clase. Me era muy difícil acabar una historia en dos páginas, que era la extensión que nos daba Sergio.
He colgado los escritos que he hecho durante el curso. No hay más.
De todas formas, interpreto que algo de interés suscitan mis historias por lo que sí, me voy a animar a continuarlas, darles forma y, sobre todo, acabarlas.
Gracias por las críticas, compañeros. ¡Quiero más!

David Finch dijo...

Termina los relatos y te los criticaré gustosamente de una forma general y no parcial.Vamos Rosa,ánimo!

Anónimo dijo...

El inicio me gusta, ahora falta rematarlo con un buen final. Me intriga la motivación de la protagonista a ir a un convento.

Desde el silencio.