domingo, 13 de julio de 2008

Personajes

Elisa entró ligera, marcando con sus tacones el ritmo de cada paso. Sabía que haciéndolo llamaba la atención, pero eso era precisamente lo que buscaba. No en vano se había pasado casi una hora delante del espejo, maquillándose y arreglándose el cabello. Era el ritual diario y rutinario, del que ya no podía desprenderse. A su paso iba dejando un rastro inequívoco de perfume caro, que contribuía aún más a que su presencia no pasara inadvertida.

Saludó a Pierre y le pidió un Martini (Pierre ya sabía que lo quería Blanco) y se dirigió hacia la mesa de la palmera, en el rincón más glamoroso del local. Antes de sentarse, se miró de reojo en el espejo de enfrente y comprobó que su entallado traje de chaqueta le quedaba impecable.

En su reloj de marca faltaban cinco minutos para las dos, la hora en que había quedado con Aitor. "Justo a tiempo", pensó.

En el otro extremo de la ciudad, Aitor conducía su SEAT Ibiza a toda velocidad, saltándose los semáforos en rojo. Sabía que si llegaba tarde, Elisa se pondría hecha una furia, y no quería comenzar la reunión con malas caras. Pero lo tenía difícil, había salido tarde del despacho y había tenido que volver al darse cuenta de que se había olvidado la cartera. Después de comer con Elisa debía visitar un cliente y presentarle unos documentos que precisamente guardaba en su cartera.

Le había dado mil vueltas al motivo por el que su ex le había citado. Cuando le llamó, unos días atrás, fue muy escueta. Simplemente quería hablar con él para proponerle algo. Él no se atrevió a preguntarle nada más, siempre había ejercido ese poder sobre él: Sus deseos eran órdenes. Nunca se discutían.

Por fin llegó a Chez la Galette. Odiaba ese lugar, imitación de un “bistrot” francés, con esa apariencia decadente que tanto agradaba a su ex. Tuvo suerte y pudo estacionar el vehículo a pocos metros de la entrada. Antes de descender del coche se miró en el espejo retrovisor. Pensó que debía haberse afeitado pero esa mañana se había dormido y había salido de casa disparado. Se fijó en su corbata, creía que no le combinaba con el traje; nunca había sido muy diestro en esos menesteres y, para colmo, advirtió una pequeña mancha en una de las solapas de la americana.

Cuando entró en el restaurante un cierto nerviosismo se apoderó de él. No había vuelto a ver a Elisa desde aquel 15 de noviembre de hacía cuatro años, cuando cerró por última vez, la puerta de la casa que había compartido con su pareja durante más de siete años. La separación había sido dolorosa. Él quería tener hijos y ella no pensaba renunciar a su carrera profesional por la maternidad. No consiguieron llegar a un acuerdo y la ruptura fue inevitable.

Aitor buscó con la mirada el rincón de la palmera y allí la descubrió, altiva y elegante como siempre, y hermosa, incluso más que hacía cuatro años. Su nerviosismo aumentó.

Cuando Aitor la saludó, Elisa se levantó y le dio un beso en la mejilla. Se aproximó Pierre y les entregó las cartas para que escogieran el menú, lo que aprovechó Aitor para pedir una cerveza. Se disculpó ante Elisa por haber llegado tarde y ella le respondió que no se preocupara. Hubo un momento de silencio, la tensión era evidente y Aitor estaba expectante ante lo que Elisa debía decirle.

-Aitor –dijo al fin sin más preámbulos- te he llamado para pedirte un favor, algo muy importante para mí. Tengo 38 años y he decidido que quiero ser madre y que quiero afrontar mi maternidad sola. Pero no deseo que el padre de mi hijo sea un desconocido, por eso quería pedirte si tú estarías dispuesto a ser mi donante de semen.

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