lunes, 14 de julio de 2008

Ciudad imaginaria

Por mi cuarenta cumpleaños recibí de mis amigos un regalo especial. Se trataba de un viaje sorpresa cuyo destino no quisieron revelarme. Conocedores de mi pasión por viajar, sabían que sería difícil sorprenderme, pero realmente lo consiguieron.

El primer día de luna llena tras mi cumpleaños debía presentarme sin equipaje alguno en la Terminal B del aeropuerto rumbo a lo desconocido. En el pergamino que me entregaron sólo se indicaba una hora y una cruz señalaba el punto de encuentro donde debía esperar instrucciones.

El 23 de marzo acudí puntual a mi cita y en el punto de encuentro un hombre enfundado en una gabardina y escondido tras unas gafas de sol me entregó un sobre con una tarjeta de embarque en la que se leía: “Gate B-25. Hora de embarque: 12:45”

Miré mi reloj y eran las 12:55. Corrí hacia el control de pasaportes y busqué la puerta B-25. No me extrañó cuando al llegar no vi a nadie pues pensé que yo debía ser el último pasajero. Entregué mi tarjeta a la señorita que estaba detrás del mostrador y entré rápidamente por el finger. Saludé a los asistentes de vuelo que me recibieron a la entrada del avión y cuál fue mi sorpresa al comprobar que el avión estaba totalmente vacío. Yo era el único pasajero.

Apenas me di cuenta que la puerta del avión se cerraba y que el avión comenzaba a moverse. La azafata me indicó que me sentara y me abrochara el cinturón. En breve íbamos a despegar. Por un momento pensé que estaba soñando pero no, aquello era cierto y me estaba sucediendo a mí. El viaje acababa de empezar.

No sé cuánto tiempo duró el trayecto pues mi reloj se paró a las 13:05 y aunque le pregunté varias veces a la azafata, ésta siempre me respondía que todavía era pronto. Debo confesar que en algún momento sentí algo de temor pues la situación era totalmente desconocida para mí y algo inquietante.

Cuando por fin aterrizamos, la azafata se acercó con un pañuelo y me comentó que debía taparme los ojos antes de salir del avión. Se abrió la puerta y noté una ráfaga de aire frío en mi cara que me recordó que no estaba dormido, que aquello no estaba siendo un sueño. No sabía si era de día o de noche, puesto que las ventanillas del avión estaban tapadas y no era capaz de adivinar las horas que había durado el vuelo. Anduvimos unos cuantos metros por lo que deduje sería la pista de aterrizaje y entramos en un local cerrado pues el aire frío cesó. Oía voces pero no entendía lo que decían. Hablaban en un idioma que desconocía. Alguien me pidió que siguiera con los ojos vendados. Me subieron a un vehículo y me condujeron durante un buen rato hacia otro lugar. Por fin me permitieron quitarme la venda y puede observar dónde me encontraba.

No me costó acostumbrarme a la luz, ya que el día estaba algo nublado. Lo primero que hice fue mirar a mi alrededor para intentar situarme, pero mi desorientación no desapareció. El entorno que me rodeaba era un espacio natural pero falto de vegetación. También me llamó la atención la ausencia de edificaciones, al menos tal y como nosotros las conocemos. Se distinguía un trazado irregular de caminos de tierra que bordeaban unos montículos, algo así como unas pequeñas colinas, totalmente cubiertas de hierba de un verde intenso. Se olía a humedad y en los caminos había algunos charcos, lo que me hizo pensar que había llovido hacía poco. No se divisaban ni coches ni otro tipo de vehículos, ni tampoco mobiliario urbano. El Jeep que me había llevado hasta allí se alejó con discreción y me quedé sólo, sin saber qué hacer.

Miré mi reloj y había vuelto a funcionar; ¡eran las 13:05! De uno de los montículos apareció una persona que vestía una túnica gris que le cubría de la cabeza a los pies por lo que no podía distinguir si se trataba de un hombre o una mujer. Se acercó a mí y me habló, pero sólo pude entender una palabra. El idioma en el que me hablaba era desconocido, semejante a las voces que había escuchado en el lugar del aterrizaje. Tampoco por la voz fui capaz de distinguir el sexo de mi anfitrión.

Me señaló con una mano uno de los montículos de tierra, en el que había una pequeña puerta. Interpreté que me invitaba a pasar y así lo hice. El interior de aquel túmulo era espectacular. Con una altura máxima en el punto central de unos siete metros, estaba compartimentado en diferentes niveles, a modo de pisos, separados con listones de madera y unidos entre sí mediante escaleras. Cada uno de los pisos estaba acondicionado para un determinado uso: dormitorio, almacén, cocina. La luz entraba sólo por un orificio situado en la parte superior y por la puerta de acceso. Por un momento sentí que retrocedía a mi infancia, a aquellos libros de cuentos que me explicaban historias de enanitos y de gnomos que vivían en el bosque, en sus casitas hechas en enormes setas o dentro de los troncos de los árboles secos.

En un rincón de lo que parecía ser el comedor, había otra persona igualmente vestida con la túnica gris. Se acercó a mí y volvió a hablarme en el mismo idioma. De nuevo entendí aquella palabra: DROGHEDA. ¿Qué significaba?

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Amiga Rosa, porque nos haces eso de dejarnos siempre a medias. Abres la puerta del misterio pero no nos dejas entrar.
Juan

Xavims dijo...

Que me devuelvan el dinero!!Segundo relato inacabado de la misma autora. La verdad es que tiene buena pinta per ose acaba justo al empezar. Yo creo a veces nos dá miedo continuar este tipo de relatos creyendo que se alargarían demasiado pero creo que al final no sería tanto. Te animaría a que continuaras alguno de los inacabados, este o el del monasterio. He dicho.

David Finch dijo...

Ahhh!!Rosa,has de terminar estos "comienzos" que tienes.habrias de concentrarte en alguno entes de empezar otro y TERMINARLO!!no temas en alargarte demasiado, es totalmente válido.Dale caña rosa!!

Anónimo dijo...

Ostras esto si es un coitus interruptus en toda regla. Que buen incio. Para cuando la segunda entrega?

Desde el silencio.