sábado, 4 de octubre de 2008

EL BUSCADOR

Cada cierto tiempo alguien en el mundo enloquece. Lógico, demasiada información almacenada en nuestras cabezas. Cada cierto tiempo alguien coge su cordura, lía un cigarro con ella, y se lo fuma lanzando absurdos anillos de humo al enrarecido aire del universo. Ha llegado mí turno, intuyo.

Recogió sus cosas y se marchó sin más. Esta mañana. Hacía tiempo que las cosas no iban bien entre nosotros. La culpa es mía, supongo. Se levantó, hizo la cama, se metió en el baño y permaneció diez minutos delante del espejo sin cerrar la puerta, sin moverse. Después salió y comenzó a recoger sus cosas mientras yo permanecía de pie en medio del pasillo sin decir nada. Al abrir la puerta para marcharse acompañó el gesto con una mirada muda y se fue.

Más tarde pensé que debí haberla acompañado al taxi, pero lo cierto es que no lo hice. Permanecí de pie en medio del pasillo unos segundos, unos minutos, un rato. De repente volví a andar como si fuera la primera vez que lo hacía y me dirigí a la cocina. Me serví un café y fui al estudio a sentarme delante del ordenador.

La pantalla negra del monitor estaba en reposo, hecho señalado sólo por la luz intermitente del botón de encendido. Zarandeé el ratón y, tras una espera de menos de un segundo, se iluminó la pantalla y apareció el navegador.

Hace semanas o quizás meses, no recuerdo ya cuándo, hice un descubrimiento, un gran hallazgo. Las cosas todavía iban bien en aquel tiempo. Llevaba varios meses enfrascado en dar los últimos retoques a mi tesis sobre sistemas planetarios extrasolares para obtener el doctorado en astrofísica. La tesis se centraba, concretamente, en el estudio de los planetas que orbitan alrededor de estrellas de neutrones conocidos también como planetas púlsar.

Cuando en julio de 1967 los científicos, de la universidad de Cambridge, Jocelyn Bell y Antony Hewish, detectaron por vez primera las radiaciones de onda corta intermitentes, que provenían de una de esas estrellas, creyeron que habían entrado en contacto con una civilización extraterrestre. Ahora sabemos que se trata de un fenómeno natural, un parpadeo en las ondas emitidas por las estrellas de neutrones debido a su intenso campo magnético y a la gran velocidad que alcanzan al girar sobre sí mismas. Por esa razón este tipo de estrellas fueron denominadas púlsares. 

Los procesos matemáticos de los ensayos dan cuerpo a mi trabajo son bastante complejos y los tiempos de cálculo largos.

Era tarde ese día, y estaba sentado esperando frente al ordenador. Me había acostumbrado a ocupar esos tiempos muertos haciendo consultas en la red, búsquedas absurdas de los conceptos más peregrinos que se me pudieran ocurrir de forma casi inconsciente. Siempre hay algún resultado. Siempre hay alguna ciencia, algún grupo o asociación, blog o artículo, dedicado a la palabra buscada. Era una especie de escritura inconsciente: elegía las palabras que brotaban de forma espontánea en mi cabeza, sin ninguna razón aparente, y después analizaba los resultados. Mircea, insomne como todos los gatos, andaba dando vueltas por el estudio preguntándose por qué no era el único habitante de la casa despierto a esas horas. Era un gato color calabaza, delgado y cariñoso. Lo cogí y lo tumbé en mi regazo. Al poco dormía plácidamente entre ronroneos. Consulté la aplicación que procesaba el cálculo. Una hora y treinta y cuatro minutos para la conclusión. Debería haberme ido a la cama, pero no lo hice. Volví al navegador.

Un buscador consiste, en esencia, en un pequeño rectángulo donde el usuario escribe una o varias palabras. Basta apretar en botón o simplemente presionar la tecla enter para que empiece la búsqueda. El resto de elementos mostrados en la pantalla, son prescindibles. Sólo el rectángulo tiene relevancia.

En algún momento durante esa madrugada, mientras transcurría lentamente la hora y media de espera, recuerdo haberme acercado al monitor para verlo más de cerca. El rectángulo está dibujado sobre el fondo blanco con una fina línea oscura. Un marco negro sobre blanco que encierra un espacio también blanco con una pequeña señal vertical que parpadea mostrando el lugar donde empezaran a aparecer las letras tecleadas. Blanco sobre blanco. Eso es importante. ¿Es posible que nadie lo haya notado? Esos dos blancos no son iguales o por decirlo de otra manera no están al mismo nivel. El primero forma parte de la página, está limitado por el navegador y éste a su vez por el monitor; el otro es más profundo, no tiene límite y lo vemos a través de la pequeña ventana dibujada por el recuadro. Detrás no hay nada. Un inmenso espacio en blanco donde caben todas las palabras que puedan pronunciarse en alguna lengua.

Me di cuenta de que ese pequeño agujero nos permite echar una ojeada al infinito. Mucho más allá de las estrellas de neutrones. Un telescopio al universo. Sólo hay que estar en sincronía con ese gran espacio en blanco para hallar las respuestas. Lentamente, tecleé lo primero que me pasó por la cabeza. Letra a letra, con suavidad, en un estado de alta concentración. Tecleé  g a t o  y apreté el botón. Cero coma diecisiete segundos más tarde surgieron en la pantalla los primeros de los cuarenta millones setecientos mil resultados. Empecé a buscar entre líneas algo especial, algún título o descripción que diera consistencia a mis deducciones.

De pronto me di cuenta, el resultado no estaba en la pantalla. Mircea, despierto ahora, miraba el monitor con los ojos entrecerrados, concentrado, con el pelo de la cabeza erizado y las orejas en guardia. Emitió un maullido uniforme, largo y sereno.  Me quedé paralizado, aquello no podía estar pasando. Después de unos momentos en blanco logré sobreponerme.

Me levanté y fui al baño a refrescarme la cara. Era tarde y estaba cansado; pensé en irme a dormir y olvidarlo. Un minuto más tarde volvía a estar sentado delante del ordenador. Respiré hondo y escribí silla. Tecleé la palabra concentrado en el concepto, en su significado, en su forma, buscando su verdadero significado, esa forma grabada en el infinito de ese espacio en blanco que contiene el universo, que acumula todo lo dicho o escrito. Los resultados de la pantalla no mostraban nada especial. Me levanté y miré mi silla. Su aspecto era el habitual, no logré apreciar ningún cambio. De pronto, tuve una extraña sensación. Miraba la silla y era como si la viera por primera vez. Era un objeto hecho por el hombre, un lugar para sentarse. Era mi silla y a la vez era todas las sillas: con patas o con ruedas, de madera o metal, con respaldo, con el asiento de tela, de cuero o de esparto. No parecía ni vieja ni nueva. Y había algo más. Me agaché para mirar de cerca. No había duda: medio centímetro de aire separaba el extremo de las patas del suelo de la habitación. La silla flotaba en el aire.

Poco a poco fui perdiendo la noción de la realidad, supongo. Empecé a pasar horas y horas delante del ordenador buscando más y más palabras. Aparqué la tesis  y me encerré en el estudio, solo, con mi ordenador. Ella lo comenzó a notar y las cosas empezaron a torcerse entre nosotros. Sus quejas y reproches eran tiernos al principio, con el tiempo se transformaron en ira y desesperación. No la culpo; nunca se lo conté.

En este tiempo he realizado centenares de pruebas, de búsquedas sistemáticas. Siempre hay una relación entre lo buscado y el resultado. A veces es muy sutil: tecleé cuadro y llamó un viejo amigo pintor aficionado. Otras es más oscuro: no volveré a buscar tristeza. Y otras es más claro: un temblor o hasta un movimiento. Vi por la ventana que alguien se caía por la calle cuando introduje desfallecer. Hubo una respuesta suave y cálida cuando escribí amanecer.

Ya no me interesa la  astrofísica, mi objetivo ahora es más global: de lo pequeño a lo más grande, de lo más común a lo específico. No es el saber lo que me atrae. No es nada a lo que podamos llamar información. Son los datos, las palabras. Hago pares de datos. Emparejo conceptos. Y siempre hay una respuesta. Soy el único que posee este conocimiento. Hemos encontrado la llave y no lo sabemos. Traspasadas las puertas del nuevo milenio, nos sentimos confiados y arropados por todo cuanto nos permite la tecnología. Pero no hemos entendido nada. Tenemos televisores digitales y portátiles, reproductores de mp3, sistemas operativos…

Suena mi móvil.

…compresión digital…

Mi móvil vuelve a sonar.

…información globalizada…

Oigo otra vez la maldita canción de Coldplay.

…información organizada para nosotros por potentes motores de búsqueda…

Se activa el buzón de voz.

…sofisticados algoritmos especializados en rastrear la información. Conjuntos de dígitos domesticados. Rebaños de datos.

Esta mañana ella se ha ido y yo sigo aquí encallado. Escribo comida y como. Escribo tiempo y envejezco. En la penumbra de la noche tecleo dormir y se enciende la tele. Escribo ver y se apaga. Paso la noche sin dormir; sin apenas pensar.

En las primeras horas del alba introduzco mi nombre y no ocurre nada. Paso un tiempo descansando; un tiempo dormitando. Suena el timbre de la puerta. ¿Cuál es el suceso que se define por la palabra placer? ¿Qué palabra hará que recupere la cordura?

En el amanecer de un día cualquiera escribo sueño y llora un bebé a lo lejos. Alguien llama con insistencia a la puerta y empiezo a ponerme nervioso. ¿Qué concepto se asocia con vida? ¿Cuál será su resultado? Busco la palabra que liga al hombre con el cosmos y lo convierte en algo superior.

Ella entra empujando la puerta con un ademán furioso. Veo en su rostro manchas de maquillaje. Por las mejillas enrojecidas resbalan nuestros días pasados. Veo su tristeza, ordeno mi cabeza.

En la mañana de un frío día de otoño, mientras ella se abraza a mi espalda susurrando aquello que da calor y da descanso, escribo mundo y aprieto el botón.

 

3 comentarios:

Eloisa dijo...

Bueno Xavi.... sinceramente... no sé qué pensar. He leído dos veces tu relato y creo que aún no he captado bien su significado, o quizás es que tiene varios o todos los significados. Uno de ellos, o el que yo creo o quiero ver, es un canto precioso a la vida real. Gracias.
Tecnicamente,... el primer párrafo lo encuentro precioso, perfecto, y el relato muy bien llevado, quizás en algún momento me he sentido perdida o nerviosa, pero supongo que era por intentar encontrar la solución a todas las preguntas que planteabas.
Resumiendo, un gran relato propio de nuestro genio Xavi. Felicidades. Elo.

David Finch dijo...

Que guapo!Ahora que lo leo capto mucho más que al escucharlo...y también me gusta más!Me encanta la moraleja del relato.Podria hacerse uno en vez de con el "google" con el trabajo-vida...
Me gusta mucho tu forma de saltar de tema en tema.Muy conseguido en general.
Dave

Anónimo dijo...

Molt be Xavi,
Como siempre un relato de tempo pausado y muy bien escrito. Solo encuentro que fuerzas mucho la capacidad del lector para entender la historia. Das muy pocas pistas y uno lee sin saber muy bien que le están contando y debe de cuadrarlo todo en el parrafo final.
De todos modos es una historia que me gusta y da que pensar
Juan