viernes, 20 de febrero de 2009

SAÚL Y EL BAÚL


Serás el hombre más rico pero no podrás disfrutar de tu poder. Tu maldición es tu riqueza. Guardarás con celo tu riqueza eternamente. Solo el día que cedas todo tu tesoro volverás a ser libre.” La maldición del pirata egoísta. ¡Arrrr! Bienvenido al Caribe.

En una isla del Caribe, una de esas pequeñas de las que nadie se sabe el nombre, se encuentra Saúl con su familia veraneando como verdaderos y orgullosos nuevos ricos.
Playa, sol y playa. No hay más. Eso, mojitos, caipiriñas y piñas coladas servidas en piñas y cocos con sombrillitas made in china. Espléndido.
Pero Saúl se aburre. El solo tiene diez años. ¿Arena? Para un rato no está mal. ¿El mar? Según mamá hay tantos tiburones, barracudas, cocodrilos y merluzas asesinas que mejor no meterse más que hasta la rodilla y “como se te ocurra meterte más cobras”. Pues ando listo, piensa Saúl. Al rato Saúl “cobra” cuando su madre le pilla pidiéndole al camarero de unos trece años un mojito “con mucha menta, me gusta la menta”.
“Pues me voy a dar una vuelta” le dice a mamá y a papá y les deja dormitando borrachos en su tumbona a las cuatro de la tarde bajo un sol tan grande que parece que si le tirases una piedra, llegaría a darle.
La arena quema. Saúl camina por la orilla del mar, refrescando sus pies y observando que no se acerque algún monstruo marino de los que habla su mamá. Al final de la playa encuentra una gruta. La entrada de la cueva es muy grande. Algo brilla en la arena justo delante. Saúl se acerca y coge el objeto brillante. No se lo puede creer. Acaba de encontrar un antiguo doblón de oro. Un nuevo destello más adentro de la cueva. ¡Otro doblón! Pronto se da cuenta que las monedas siguen apareciendo cuanto más se adentra en la gruta. Cada vez hay menos luz y da más miedo pero ha visto otro destello más allá y corre hacia él. Corriendo tropieza con algo y cae revolcándose en la arena. Se ha hecho daño. Observa que ha tropezado con un palo de madera que sobresale de la arena. Se agacha y tira de éste. Al principio cuesta moverlo pero, al rato de tirar, sale el resto del palo que es un esqueleto humano unido a este por la rodilla. Saúl chilla y sale corriendo por donde había venido pero en seguida se da cuenta que la marea ha subido y la cueva está inundada por el Mar Caribe y, con él, los monstruos marinos de mamá. Saúl sigue chillando para que le oigan sus padres alcoholizados ahora disfrutando de un masaje sabayano, sea lo que sea eso. La marea sigue subiendo y empuja a Saúl cada vez más hacia las entrañas de la isla y hacia el muerto. ¿Sería un pirata? Cuando llega a la zona donde estaba el esqueleto con la pata de palo se da cuenta de algo horrible. Ya no está. Está paralizado por el miedo cuando escucha un ruidito, probablemente su propia imaginación, y sale disparado hacia dentro de la cueva para escapar de… su ruidito. O de un pirata esqueleto sanguinario o de una merluza asesina con patas de palo y doblones de oro como ojos. Todo podía ser. “No tendría que haber tocado nada, mama, papa, por favor haced algo”. Mama y papa están ahora cubiertos de excrementos de murciélago mezclado con leche de coco, pieles de mango y fango caribeño, ¿el masaje sabayano?
Saúl ya no ve nada, de un momento a otro va a pasar algo. Se golpeará la cabeza con una roca, tropezará con una roca o alguna otra cosa relacionada con rocas. Finalmente cae por un hueco en la roca. Una caída larga y oscura. Cierra los ojos. Cae sobre agua. Abre los ojos. Fantástico. Una gran gruta inundada, iluminada por una antorcha al fondo junto a, nada más y nada menos, que un baúl, un cofre del tesoro con todo su oro destellante gracias a la fluctuación de la llama.
“¡Arrrr! ¡A popa marinero! ¡El Viejo John viene a por ti, arrr!” es lo siguiente que oye y lo siguiente que ve es la aleta dorsal de un tiburón a toda velocidad nadando hacia él. Algo terrible va a volver a ocurrir. “¡Nada hacia aquí marinero!” oye. Lo siguiente que ve es a un tipo vestido con harapos y una pierna ortopédica, digamos pata de palo, junto al tesoro haciéndole gestos nerviosos. Saúl nada con todas sus fuerzas hacia la orilla donde se encuentra el nuevo personaje misterioso, que por lo menos da menos miedo que el viejo John. Los dos estiran los brazo y consiguen agarrarse de la mano pero el Viejo John ha estirado las mandíbulas y ha cogido con fuerza la pierna de Saúl. El agua se tiñe de ese rojo brillante de las batas de seda roja. Saúl chilla de dolor. El personaje misterioso coge de una estirada la antorcha de la pared de la cueva y golpea al Viejo John en el morro con todas sus fuerzas el cual pega un último mordisco y recula hacia el agua desapareciendo tan rápido como apareció.
Saúl sale del agua vivo, por ahora, pero ha perdido la pierna derecha de rodilla para abajo y sangra como un gorrino en el matadero. Mira al hombre misterioso a los ojos y se desmaya. En sueños ve al hombre que le salvó del tiburón, sabe que el esqueleto que encontró antes era suyo, sabe que no debería de haber cogido nada que no fuera suyo, sabe que de esta no sale. Cuando despierta se encuentra tumbado en el mismo sitio donde había perdido el conocimiento. La antorcha sigue iluminando la gruta. El pirata misterioso ya no está. Su pierna ya no está. En su lugar un palo de madera. Detrás suya, el tesoro que, a efectos prácticos es ahora suyo. Pero delante suya solo hay agua. Agua, solo agua. Y el Viejo John.
"Papá, mamá… somos ricos."





DGF

2 comentarios:

dani R dijo...

Hola David!!!
me gusto mucho tu historia. Mi nombre es Daniela Ramírez y soy estudiante de diseño gráfico en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellin, Colombia. Me gustaría hacer una serie de ilustraciones de tu cuento para un trabajo académico. Por esto quisiera saber un poco mas acerca del personaje. Si me puedes responder algunas preguntas te dejo mi correo danielaramirez182@hotmail.com

Muchas Gracias !!! :)

David Finch dijo...

Hola Dani.
Agradezco mucho tu interés en el relato. Estaré encantado de colaborar contigo. Contactaré pues contigo via e-mail.
Saludos.
Dave.