martes, 3 de junio de 2008

El fantasma del tercer Beatle

(Para G., con todo mi perdón)

El teléfono sonó pasadas las 6 y media de la madrugada. Sobresaltada por la llamada y a tientas, logré descolgar el auricular y acercármelo a la oreja. Con una voz de ultratumba conseguí articular un gutural “¿Diga?”. Al otro lado, la voz que tantas veces había escuchado sollozaba como un niño.

- ¡Ha muerto, Diana, ha muerto!

Dicen que hay personas que pueden presentir justo el instante en el que otra a la que quieren mucho muere. A Mateo le pasó exactamente eso cuando George murió. Me contó que se despertó de golpe, envuelto en un frío sudor y pensó “ya está”. No se equivocaba. A las 13.30 hora local de Los Ángeles, George Harrison, el tercer beatle exhalaba su última bocanada de aire.

Mateo había crecido escuchando a los Beatles. Desde pequeño no había hecho otra cosa que jugar entre las armonías de los “fab four”. Había tenido suerte de que su primo Carlos fuera un apasionado del rock n’roll, porqué en su casa no eran muy aficionados a la música, así que se espabiló como pudo. Con las primeras pagas semanales, a los 11 años, pasó de pedirle prestado a su primo mayor el tocadiscos, a comprarse uno de segunda mano. A los 12 ya tenía casi toda su discografía y a los 13 y medio ya vestía como ellos. A los 14 se compró su primera guitarra.

No necesitó profesores. Podría decir que Mateo era un autodidacta. Aprendió solo sus primeros acordes: la, sol, do… hasta llegar al maldito fa. Una vez superado, todo fue pan comido. A los 16 ya había montado su primer grupo de versiones de los Beatles con unos amigos de clase, pero a los cuatro meses, el cantante empezó a salir con una chica y el grupo se separó.

Mateo tardó un poco más en encontrar a su chica. A los 17 tonteó con Melinda, una chica del instituto, casi tan mala estudiante como él. La cosa no duró mucho. Después repitió patrón con Susana, con Andrea… hasta que llegué yo. Nos conocimos en una fiesta que daba un amigo común. Enseguida me encantó su elegancia, su sonrisa, su extraño humor, pero sobre todo sus canciones que me tocaba a la luz de las velas en su piso compartido. Para entonces, él ya había dejado el instituto y sobrevivía trabajando de lo que salía. Yo estaba encantada por aquél entonces. Durante cuatro años todo fue maravilloso. Pero un día, las cosas empezaron a torcerse.

Mateo no se llevaba bien con sus padres, que no entendían por qué su único hijo prefería dedicarse “a tocar en bares con melenudos” en lugar de ponerse a trabajar. Sus amigos eran escasos, básicamente porqué él no se fiaba de nadie. Sus únicos apoyos éramos los cuatro de Liverpool y yo. Porqué George, Paul, John y Ringo eran sus verdaderos amigos y yo el paño de lágrimas cuando las cosas se pusieron feas. El tiempo iba pasando y Mateo se había quedado estancado con la música. No conseguía que ningún productor confiara en él y escuchara su maqueta. Nadie hacía caso a una música que para muchos se había muerto en los 70 y que interesaba sólo a los nostálgicos. Frustrado y cansado, Mateo pareció darse por vencido. Dejó de tocar y dejó de componer. Con todo esto, su carácter se agrió, y de paso, se agrió nuestra relación. Entonces fue cuando decidí dejarle.

Después de que cortase con él, Mateo no dejó de llamarme durante meses. Me insistía en que volviese con él. “Sin ti me siento fracasado”, me lloraba por teléfono, hasta que le dije que él siempre había sido un fracasado. Ese día dejó de llamarme.

Hasta ese 29 de noviembre. Por la mañana, cuando me levanté, escuché la noticia en la radio y comprobé que presentimiento de Mateo había sido cierto.

Le llamé varias veces después de esto, pero Mateo nunca cogía el teléfono, así que dejé de insistir. Pasaron algunos meses sin saber nada de él y un día, recibí una carta en casa algo extraña y sin remitente. Abrí el sobre y encontré una nota de Mateo que decía:

“El próximo viernes actúo en un local y me gustaría que vinieras. He vuelto a tocar y a componer. Han pasado cosas muy raras desde que murió George, pero todo ha sido bueno. Te dejo la dirección. Te espero”.

No sé por qué razón decidí ir. Aquel viernes me presenté en el local un rato antes de la hora del concierto. Me encontré a Mateo tomándose un descanso después de la prueba de sonido. Se había cortado el pelo y había engordado algo. Sin duda, algo había ocurrido que había cambiado todo.

- Hola Mateo
- ¡Diana! ¡Hola! ¡Has venido!

Me saludó con dos besos cariñosos. Le pregunté qué tal iba todo y me contó que había pasado unos meses raros en los que habían pasado cosas qué el mismo ni entendía, pero que estaba bien. Me dijo que me invitaba a una cerveza para contármelo todo con calma.

- He vuelto a tocar. Estaba bloqueado y él me ayudó a encontrar mi camino.
- ¿Él? ¿Quién?
- George
- Ah… y ¿cómo?
- Se me apareció
- ¿Qué?
- Se me apareció una noche en casa. Estaba sentado frente a la tele, pero la tele estaba apagada. No estaba mirando nada, solo estaba allí, sentado frente a la tele. Cuando miré a mi derecha, él estaba allí, sentado a mi lado. Me preguntó; “¿qué tal, Mateo? Ya sabes que quieres hacer con tu vida y con tu música? ¿No? Tienes ya 30 años, Mateo… yo a los 30 años me había comido el mundo. Si no despiertas, si no espabilas, se te acabarán los años. Mírame a mí, no he llegado a los 60. Mira a John, el murió bastante antes que yo y de una forma aun más triste…”. Me empezó a acojonar, ¿sabes? Yo no había bebido nada, no me había fumado nada, no había tomado nada…. Ya sabes que no soy de esos. Me quedé blanco, Diana, blanco como la pared. Creí que deliraba.

Pensé que Mateo se había vuelto loco, pero me siguió contando que George le cogió la guitarra y empezó a tararear una melodía. Después le dio la guitarra y le dijo “Mateo, síguela tú, síguela y acábala. Escribe una letra, sobre lo que tú más quieras. Compón esta canción y no pierdas la fe. Si lo haces, estoy convencido de que el éxito llamará a tu puerta”. Entonces desapareció.

No nos dio tiempo a hablar más rato. El concierto estaba a punto de empezar. Mateo agarró su guitarra y salió al escenario. Solos él, la guitarra y un taburete. Empezó a cantar y a tocar. En tres minutos 34 segundos cantó la canción más bonita que he escuchado jamás. En la canción, me pedía una segunda oportunidad, sacando de dentro de sí el talento que llevaba guardado en lo más profundo.

Cuando acabó la canción, salí por la puerta de la sala sin volver la vista atrás. No me atreví a darle una respuesta que sabía que no le iba a gustar. No volví a verle más ni a hablar más con él, pero sé por la tele, por la radio y por la prensa que las cosas le han ido bastante bien.

1 comentario:

Sarasvāti dijo...

Maite,

Te cuento que me gusta mucho como elaboras tus relatos. Tienes facilidad para usar un lenguaje sencillo y claro, fácil de entender para cualquiera. Lo que pasa es que a mi la temática de la música, los grupos, etc... no me llaman la atención. Ya sabes, cuestión de gustos... Esto no quiere decir que dejaré de leerlos y mucho menos que no sean buenos... pero hija, tenía que decirtelo, para que no pensarás que aquí pongo mis comentarios a todo el mundo menos los tuyos... :)