martes, 3 de junio de 2008

EL SUICIDIO

El día que Andrés se quitó la vida nada en especial había ocurrido que justificara aquella tragedia. Tampoco su conducta nos dio motivos a pensar en un desenlace tan escabroso. Ocurrió un lunes por la mañana tras un fin de semana feliz y tranquilo. Ninguna ruptura sentimental se avecinaba pues carecía de relaciones de este tipo, tampoco parecía enfermo, aquel mismo jueves había pagado un depósito para irse de vacaciones a Vietnan, y eso no lo hace alguien que piensa suicidarse tirándose a la vía del tren. Nada en su vida nos proporciona argumentos para encontrarle una explicación a tan drástica decisión, y esto aumenta aún mas nuestro desconcierto.

La carta que le encontraron en el bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta en el momento de su muerte, tampoco arrojó luz sobre el hecho. Era una nota escrita a mano y en ella dejaba muy claro que había sido decisión suya y que nadie debía cargar con ninguna responsabilidad. El redactado era breve y conciso, su letra y firma era clara y según el forense que la analizó no había signos de duda o titubeo.

Había un vacío de seis horas desde el momento que le vieron salir de su casa hasta el instante en que tranquilamente bajo del anden de la estación hasta los raíles y aguantó allí a pie firme, sin inmutarse, la llegada del tren. El conductor del convoy explicaba mas tarde, aún presa del schock, la impresión que le causó la imagen de aquel hombre inmóvil, allí en la vía, que con la mirada fija y vacía y sin tan solo proferir un grito desapareció bajo las ruedas. La misma descripción que dieron otros aterrorizados testigos que se encontraban allí presentes e intentaron hacerle desistir de sus intenciones.

Nadie le había visto, a excepción del portero de la finca donde vivía, a quien dio los buenos días al salir, como cada día, a la misma hora. No fue al despacho ni llamó por teléfono, los compañeros que intentaron saber de el se encontraron con el contestador. Tampoco desayuno ni almorzó en los lugares acostumbrados. Sus últimos minutos de vida fueron captados en forma de imágenes por las cámaras de seguridad instaladas en la estación de Ferrocarriles . Se le reconocía sin problemas caminando de forma pausada entre la gente apresurada que cruzaba a su lado.

Fue un par de días mas tarde del suceso, cuando al salir su foto en las noticias de la televisión, un testigo se presentó a la policía y dijo que recordaba claramente a la víctima, que la había visto poco antes de que se matara. El individuo tenía un quiosco de periódicos en la Plaza Central, y aquella mañana le había llamado la atención un joven bien vestido que había llegado a primera hora, se había sentado en uno de los bancos, y había permanecido allá sin moverse hasta bien pasada la hora de la comida. Le pareció muy extraño su comportamiento y tentado estuvo de acercarse a preguntarle si se encontraba bien, ahora se arrepentía de no haberlo hecho. Igual todo habría sido diferente, pensaba él.

El asunto fue archivado como suicidio, el tiempo pasó y los años fueron convirtiendo la historia de Andrés, en uno mas de los sucesos inexplicables que a lo largo de nuestra vida se nos cruza por delante. He pensado en ello muchas veces estos años, me he documentado sobre casos parecidos, ocurridos en ciudades distintas, países diferentes, y es escalofriante observar las similitudes que todos ellos tienen entre si. Me aterra pensar que al igual que podemos coger una gripe, en algún instante de nuestra vida, en el interior de nuestro cerebro se produzca un cortocircuito y quiera morir, y que cuando esto ocurra nadie pueda ayudarnos.

1 comentario:

Sarasvāti dijo...

Juancito,
Me gusta mucho este relato. Creo que tiene una estructura adecuada. La idea final de que el suicidio, le puede pasar a cualquiera porque se te crucen los cables de repente, moooola!!!