sábado, 7 de junio de 2008

Las voces

He estado huyendo de ciudad en ciudad durante años, escapando de mis atrocidades. Me sigue una sombra de sangre y muerte, que cada ciudad ha parecido intuir, porque todas ellas a mi llegada, me han recibido con tempestades y lluvia. Con días grises; gris ceniza, como mi alma podrida.

Esta ciudad no ha sido la excepción, al poner un pie fuera del autobús, las nubes revientan y comienza a llover a cantaros, como un llanto premonitorio. Corro a refugiarme debajo de un tejado que queda a pocos metros, las gotas están heladas y cuando resbalan por mi rostro, un escalofrío recorre mi cuerpo. Meto las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, y juego con las monedas que están dentro. El sonido de ellas contra mi fiel compañera, la navaja de cazador, me relaja un poco.

Justo al frente, hay una cafetería, llena de gente que charla y ríe mientras esperan a que escampe. Miro a mí alrededor, la estación de autobuses es vieja, desolada y fea. Los metales de las ventanas, puertas y escaleras están oxidados, las paredes están llenas de grafittis y hay basura por todos lados.

Sigue lloviendo, pero decido echarme a andar debajo del aguacero, al llegar a la esquina, el semáforo se pone en rojo; no se a donde ir, no se si cruzar y dejarme llevar, nunca he estado aquí y todo me parece tan distinto. Me quedo de pie, tratando de tomar una decisión acertada, mis ojos se pierden recorriendo los perfiles de los edificios, todos casi del mismo tamaño, sin forma y sin atractivo. Una fuerte brisa me sacude, abalanzándome hacia la calle, casi me atropella un coche, que me evita a último momento, el conductor acciona la bocina, hasta que se aleja a varios metros. Decido finalmente girar hacia la izquierda, aún sin rumbo fijo. Hay un olor a hierba mojada, pero no veo ningún jardín cercano. Recordé el jardín trasero de mi casa, donde solíamos celebrar las reuniones familiares y donde cada tarde me sentaba a leer algún libro. Era mi sitio favorito, mi remanso de paz, lejos de los chicos de mi clase, lejos de sus insultos, bromas de mal gusto y desprecios. Siempre fui retraído, nadie podía saber lo que pasaba dentro de mí, porque no lo entenderían.

El sonido de mis pasos sobre los charcos de agua, despiertan a un mendigo resguardado en el portal de un edificio, llega a decir algo que no entiendo y apuro el paso; me dan un asco terrible, sus dientes sucios, sus uñas mugrientas, sus vicios y su total abandono. Mientras me alejo volteo a verle, sus ojos desesperados y vacíos siguen posados en mí. ¡Maldito desgraciado!

Las calles están vacías, en una parada de autobuses cercana, hay una chica de pie; lleva una falda corta, tacones y una blusa color naranja, todo muy ceñido al cuerpo, me parece de pronto una prostituta. Me detengo frente a una tienda de antigüedades, esta cerrada, es la excusa perfecta para observarla en detalle, sin que se de cuenta. Tiene el cabello castaño y liso, un perfil delicado, parece joven; pero lleva un maquillaje exagerado que endurecen sus rasgos y la hacen ver mayor. A pesar de todo este disfraz, puedo notar su inocencia. ¡Es perfecta!

La veo acomodarse, parece estar llegando su autobús. Me dirijo hacia la parada, necesito seguirla, ya ha despertado todos los demonios en mí. No ha notado mi presencia, mi desespero, me apresuro a subir detrás de ella. Puedo oler su perfume, cautivador, me parece haber entrado en un jardín de flores.

Se adelanta mientras yo pido el billete, el conductor; un hombre peludo y malhumorado, recoge los cinco euros y me devuelve el cambio exacto. Me abro paso entre la gente, el bus esta repleto, y con esfuerzo por fin llego hasta donde esta ella. Afuera sigue lloviendo, voy bastante incomodo, pero su perfume encantador me transporta fuera de ese lugar y me tranquiliza. Su piel, es blanca traslucida, puedo ver sus delgadas venas, por el antebrazo, manos y cuellos. ¡Que dulzura! Me acerco, mas y mas, hasta rozarla con mi pecho, acelerando mi corazón sin remedio, ella voltea precipitadamente, sus grandes ojos ovalados me miran, suelto un débil “Perdona” y ella sonríe tímidamente. ¡Es perfecta Robert!

Antes de llegar a esta ciudad, mientras venia en el autobús, pensé que finalmente podría dejar mis pecados atrás, mi conciencia venia azotándome con furia, cada vez más, ¿Cuántas más Robert? ¿Cuándo piensas acabar con esto, monstruo? Pero las voces la acallaban ¡Una más Robert! ¡No puedes evadir tu destino! Ella acciona el botón de parada, ¿Qué hago Dios mío? ¡Vamos tío, mírala, es perfecta! ¡No seas tonto, no dejes escapar esta oportunidad! Me bajo del bus casi sin darme cuenta, sigue lloviendo ahora con más fuerza, saca un paraguas del bolso y se pone en marcha. El cielo se ilumina con un relámpago y escupe casi de inmediato un trueno ensordecedor. Ella suelta un gritito, y a continuación se ríe como apenada.

Camina lentamente, tratando de no resbalar con sus tacones altos. Siento el momento preciso venir, porque mi cuerpo me avisa, mis manos sudan, mi corazón late acelerado, la vista se me nubla y mi saliva se espesa. Acelero el paso, sin hacer ruido, miro hacia todos lados y no veo a nadie. La tomo por el brazo, y tapo sus labios con mi mano para callarla, forcejea un poco, se le cae el bolso y el paraguas. Logro arrastrarla detrás de unos contenedores de basura que hay a unos pocos metros y la pongo delante de mí. Sus ojos, que ahora me doy cuenta son color miel, me observa abiertos, despiertos y suplicantes. Miro de nuevo alrededor, nadie. La lluvia es nuestra única acompañante. Sigue forcejeando y con rabia muerde mi mano, logrando liberarse por un momento. “Por favor señor, no me haga nada, por favor” Vuelvo a callarla, con la misma mano ahora sangrante. No llego a decirle nada, no tengo porque, se que ella lo ha visto en mis ojos, la respuesta a sus preguntas, sabe que es lo que quiero. Ella cierra sus ojos, es el momento, saco la navaja y le apuñalo cinco veces, en el estomago, su cuerpo es tan suave que casi no hago esfuerzo. Noto como cada una, se va robando su alma, su vida. La dejo caer sobre el suelo, ahora mirándome fijamente, acerco mi rostro al suyo buscando ese momento, ese instante perfecto, mi motivo. Y llega como siempre, logro oler su último aliento, un suave olor a canela que provoca en mí el mayor de los placeres. Un premio fugaz, que nunca me parece suficiente.

Todo pasa tan rápido como siempre, limpio la navaja con su falda y la guardo de nuevo en el bolsillo. La sangre; que sale a borbotones de su vientre, se mezcla con la lluvia calle abajo. Decido volver a la parada de buses, la miro por última vez, ya no es tan bella. Mientras camino de vuelta, las voces se van acallando dando pasó a mi conciencia. Veo una iglesia en la esquina que antes no había notado. ¡Oh Dios perdóname! ¡Soy una bestia! Me siento en la acera. Coloco las manos en la cabeza y comienzo arrullarme como un niño. Una presencia repentina a mi lado me rescata de mis pensamientos, es una chica rubia, “Buenas tardes” me dice, y se sonríe mostrándome sus blancos dientes.

¡Es perfecta Robert! Escucho la voz de nuevo… No podré para nunca.

1 comentario:

David Finch dijo...

Fantastico carmen.Geniales descrip`ciones,buen personaje psicopático y buen ritmo.Lo único que me flojea es el clímax que es muy "light" para tu personaje,le falta dureza.El olor a canela del último suspiro también lo cambiaría por algo más acorde con tu relato.
Muy bien carmen!