Parecía un lunes como cualquier otro, pero ese lunes iba a ser diferente. Salí del trabajo tarde y como solía hacer a veces, me fui a Phillies a tomar algo antes de ir a casa. Me senté en el taburete frente a la barra y pedí un café. Ni siquiera me quité el abrigo ni el sombrero. El camarero me preguntó si solo o con leche. “Solo”, le dije. Por el ruido de la cafetera me di cuenta que estaba algo estropeada. Aun así, vi como el café salía mientras el camarero aprovechaba esos segundos en los que caía el café para ordenar las tazas recién lavadas. Delante de mí, una pareja discutía acaloradamente. Él era un tipo viejo y parecía enfadado. Ella era rubia y muy sexy, y miraba al viejo con los ojos muy abiertos. No podía oír la conversación, aunque intentaba distinguir algunas palabras entre el ruido de la cafetera. Finalmente, cuando la cafetera dejó de hacer ruido y el camarero ponía la taza en un plato junto al sobre de azúcar, escuché a la rubia decirle al viejo “eres un cerdo”. Se levantó y rápidamente cogió su abrigo y salió del bar. Yo salí detrás suyo.
La mujer caminaba rápido por la acera mojada. Había llovido posiblemente en los escasos 5 minutos en los que había estado en el bar. Yo la seguía, intentando no resbalar con mis zapatos de suela gastada; hacía mucho que no me podía permitir unos nuevos. Nos íbamos alejando del bar por la larga calle, ella haciendo sonar sus tacones, yo tratando de guardar una distancia prudencial. Al final, la rubia se paró en seco y miró atrás. Yo también me paré. Me miró, mientras sacaba un cigarro del bolso y se acercó a mi sin apartar sus ojos de los míos.
- ¿Me da fuego, por favor?
- Sí, claro
Saqué el mechero de mi abrigo y encendí la llama. Ella acercó sus labios carmín hacia mi mano, se colocó el cigarro en la boca y lo encendió dando una larga calada. Exhaló el aire hacia arriba.
- Gracias – dijo.
Asentí con la cabeza.
- ¿Me puede decir por qué me sigue?
- ¿Yo? – balbuceé – Seguirla yo?
Se quedó en silencio.
- No es bueno que una mujer como usted ande sola por este barrio a estas horas.
- ¿Una mujer como yo? ¿A que se refiere? ¿Y qué le hace pensar que no sé donde estoy?
- Me refiero a que es usted joven y… este no es un barrio seguro. ¿Es usted de aquí?
- Tiene razón, no… no sé donde estoy. En realidad, no sé ni a donde voy.
- Si quiere, puedo acercarla a algún lado. Parece que va a volver a llover – dije señalando al cielo oscuro.
- ¿Y como sé si puedo fiarme de usted?
- No puede saberlo. Tendrá que fiarse o desconfiar.
- Me llamo Juliette – dijo tendiéndome la mano.
- Theodor – dije – pero puedes llamarme Theo.
- No tienes cara de llamarte Theo – sonrió.
Caminamos juntos dos calles hasta mi coche. Le abrí la puerta y ella subió de manera delicada, dejando entrever su corto vestido rojo pasión bajo su abrigo, ese vestido que cubría sus largas y perfectas piernas. Subí al coche y encendí el motor. Enfilé la larga calle en dirección al centro.
- ¿Una mala noche? – le pregunté.
- Mala
- ¿A dónde te acerco, Juliette?
- Donde tú vayas.
- Yo iba a mi casa.
- Pues llévame contigo.
- ¿Estás segura? Puedo acercarte donde quieras…
- No tengo donde ir, así que tu casa no me parece una mala opción.
De camino a mi apartamento, me contó quien era el tipo de la cafetería con quien había estado discutiendo. “Mi tío – dijo – mi maldito tío y tutor desde que mi padre murió. Me acababa de decir que se ha dilapidado mi herencia en un negocio. La herencia que mi padre me dejó, mi dinero”. Me contó que acababa de cumplir 21 años y que odiaba desde hacía tiempo a su tío. Ahora que ya podía disponer de su dinero y estaba decidida a largarse de casa, se veía sin blanca. Empezó a llorar. Le acerqué un pañuelo de la guantera, rozándole la rodilla casi sin querer. Ella se secó las lágrimas y permanecimos en silencio hasta que llegamos a mi casa.
En mi desordenado piso, le ofrecí un café que ella aceptó. No tenía azúcar ni leche, así que se lo tomó solo. Yo también me serví otro y fumamos. Mientras, empezamos a hablar de la vida, de mi divorcio, de que tras el juicio con mi ex mujer me había quedado en la ruina… y ella me escuchaba y asentía con la cabeza.
- Somos un par de estafados por nuestra familia- dijo Juliette.
- Yo no tengo familia – le respondí.
- Pero tendrás amigos…
- Un par de compañeros de trabajo. Apenas tomo alguna cerveza con ellos de vez en cuando y poco más
- Bueno, Theo, ahora tienes una amiga.
Se acercó y me cogió la cara entre sus manos. Me besó y me siguió besando. Yo también la besé y la acaricié, pero acabé apartándome de ella.
- Juliette, no creas que no me gustas, pero esto no está bien.
- ¿Por qué? – me preguntó extrañada.
- Míranos – señalé a un viejo espejo que tenía en la pared, justo enfrente nuestro- tú eres joven y guapa y yo… te doblo la edad. El mes que viene cumpliré 54.
- Pero… ¿y eso qué importa?
- ES mejor que nos vayamos a dormir. Yo lo haré en el sofá. Allí está mi habitación. Tranquila, las sábanas están casi limpias.
Juliette no dijo nada más. Con un tono muy seco, me dio las buenas noches y cerró la puerta de mi cuarto de un portazo.
Por la mañana, cuando el sol entraba ya por la ventana, me desperté de un sueño muy profundo. La puerta del cuarto estaba entreabierta. Juliette no estaba dentro. Se había marchado, no supe a qué hora, no la escuché salir. Entré en mi habitación y vi mis cosas revueltas. Entre ellas, sobresalía la foto de Nina, mi hija a la que hacía años que no veía, mi niña de 20 años. Y pude imaginarme a Juliette corriendo escaleras abajo.
La mujer caminaba rápido por la acera mojada. Había llovido posiblemente en los escasos 5 minutos en los que había estado en el bar. Yo la seguía, intentando no resbalar con mis zapatos de suela gastada; hacía mucho que no me podía permitir unos nuevos. Nos íbamos alejando del bar por la larga calle, ella haciendo sonar sus tacones, yo tratando de guardar una distancia prudencial. Al final, la rubia se paró en seco y miró atrás. Yo también me paré. Me miró, mientras sacaba un cigarro del bolso y se acercó a mi sin apartar sus ojos de los míos.
- ¿Me da fuego, por favor?
- Sí, claro
Saqué el mechero de mi abrigo y encendí la llama. Ella acercó sus labios carmín hacia mi mano, se colocó el cigarro en la boca y lo encendió dando una larga calada. Exhaló el aire hacia arriba.
- Gracias – dijo.
Asentí con la cabeza.
- ¿Me puede decir por qué me sigue?
- ¿Yo? – balbuceé – Seguirla yo?
Se quedó en silencio.
- No es bueno que una mujer como usted ande sola por este barrio a estas horas.
- ¿Una mujer como yo? ¿A que se refiere? ¿Y qué le hace pensar que no sé donde estoy?
- Me refiero a que es usted joven y… este no es un barrio seguro. ¿Es usted de aquí?
- Tiene razón, no… no sé donde estoy. En realidad, no sé ni a donde voy.
- Si quiere, puedo acercarla a algún lado. Parece que va a volver a llover – dije señalando al cielo oscuro.
- ¿Y como sé si puedo fiarme de usted?
- No puede saberlo. Tendrá que fiarse o desconfiar.
- Me llamo Juliette – dijo tendiéndome la mano.
- Theodor – dije – pero puedes llamarme Theo.
- No tienes cara de llamarte Theo – sonrió.
Caminamos juntos dos calles hasta mi coche. Le abrí la puerta y ella subió de manera delicada, dejando entrever su corto vestido rojo pasión bajo su abrigo, ese vestido que cubría sus largas y perfectas piernas. Subí al coche y encendí el motor. Enfilé la larga calle en dirección al centro.
- ¿Una mala noche? – le pregunté.
- Mala
- ¿A dónde te acerco, Juliette?
- Donde tú vayas.
- Yo iba a mi casa.
- Pues llévame contigo.
- ¿Estás segura? Puedo acercarte donde quieras…
- No tengo donde ir, así que tu casa no me parece una mala opción.
De camino a mi apartamento, me contó quien era el tipo de la cafetería con quien había estado discutiendo. “Mi tío – dijo – mi maldito tío y tutor desde que mi padre murió. Me acababa de decir que se ha dilapidado mi herencia en un negocio. La herencia que mi padre me dejó, mi dinero”. Me contó que acababa de cumplir 21 años y que odiaba desde hacía tiempo a su tío. Ahora que ya podía disponer de su dinero y estaba decidida a largarse de casa, se veía sin blanca. Empezó a llorar. Le acerqué un pañuelo de la guantera, rozándole la rodilla casi sin querer. Ella se secó las lágrimas y permanecimos en silencio hasta que llegamos a mi casa.
En mi desordenado piso, le ofrecí un café que ella aceptó. No tenía azúcar ni leche, así que se lo tomó solo. Yo también me serví otro y fumamos. Mientras, empezamos a hablar de la vida, de mi divorcio, de que tras el juicio con mi ex mujer me había quedado en la ruina… y ella me escuchaba y asentía con la cabeza.
- Somos un par de estafados por nuestra familia- dijo Juliette.
- Yo no tengo familia – le respondí.
- Pero tendrás amigos…
- Un par de compañeros de trabajo. Apenas tomo alguna cerveza con ellos de vez en cuando y poco más
- Bueno, Theo, ahora tienes una amiga.
Se acercó y me cogió la cara entre sus manos. Me besó y me siguió besando. Yo también la besé y la acaricié, pero acabé apartándome de ella.
- Juliette, no creas que no me gustas, pero esto no está bien.
- ¿Por qué? – me preguntó extrañada.
- Míranos – señalé a un viejo espejo que tenía en la pared, justo enfrente nuestro- tú eres joven y guapa y yo… te doblo la edad. El mes que viene cumpliré 54.
- Pero… ¿y eso qué importa?
- ES mejor que nos vayamos a dormir. Yo lo haré en el sofá. Allí está mi habitación. Tranquila, las sábanas están casi limpias.
Juliette no dijo nada más. Con un tono muy seco, me dio las buenas noches y cerró la puerta de mi cuarto de un portazo.
Por la mañana, cuando el sol entraba ya por la ventana, me desperté de un sueño muy profundo. La puerta del cuarto estaba entreabierta. Juliette no estaba dentro. Se había marchado, no supe a qué hora, no la escuché salir. Entré en mi habitación y vi mis cosas revueltas. Entre ellas, sobresalía la foto de Nina, mi hija a la que hacía años que no veía, mi niña de 20 años. Y pude imaginarme a Juliette corriendo escaleras abajo.
2 comentarios:
Hola Maite, mola este relato. Me parece que has dibujado los personajes bastante bien, a ella puedo verla perfectamente. En la parte que el le sirve un cafe en su casa, creo que te comiste una palabra, miratelo. Aunque no fui a la clase de Realismo Sucio, tu relato me ayuda a comprender la idea.
Si es verdad que me veo muy dentro del relato y los personajes están bien creados,pero creo que el protagonista peca de falta de verosimilitud a la hora de NO tomar a Juliette sin justificación anterior o posterior.Los diálogos se me hacen muy tópicos.Me gusta mucho ñla ambientación muy al estilo de la "novela negra".
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